El público es perjudicial para las noticias
El cambio brutal de esta época es que grandes mayorías declaran, sin pudor, que no les importan lo que digan los medios periodísticos; Umberto Eco algo de esto había intuido
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Ahora que tanta gente anda asustada por la inteligencia artificial, es oportuno recordar que la mutación tecnológica más trascendente vino de la mano de la inteligencia colectiva. Decisiones, preferencias, opiniones de mayorías anónimas reinventan lo que alguna vez se llamó opinión pública.
Ese mito del siglo pasado también decía que había un grupo informado, aunque la única certeza era que los hogares recibían un periódico y el mismo todos los santos días. Y que, religiosamente, también se sentaban a ver el telediario. No se sabía entonces mucho más que estar informado era un plus en la conversación social.
"La Argentina está entre los países que menos confían en las noticias, como la mayoría de los cuarenta y siete que incluyó el Digital News Report de 2024. Con excepción del norte de Europa y África, solo uno de cada tres encuestados dice confiar en las noticias. El 39% dice, directamente, evitarlas, diez puntos más que en 2017, desinterés mayor entre mujeres y jóvenes"
El cambio brutal de esta época es que grandes mayorías declaran, sin pudor, que no les importan las noticias. El reporte anual de la Universidad de Oxford dedicado a las noticias digitales empezó a hacer un seguimiento de este fenómeno, por lo que se sabe que se ha intensificado en los últimos diez años.
La Argentina está entre los países que menos confían en las noticias, como la mayoría de los cuarenta y siete que incluyó el Digital News Report de 2024. Con excepción del norte de Europa y África, solo uno de cada tres encuestados dice confiar en las noticias. El 39% dice, directamente, evitarlas, diez puntos más que en 2017, desinterés mayor entre mujeres y jóvenes.
Los países con mayor desinterés son Irlanda, España, Italia, Alemania, Finlandia, Estados Unidos y Dinamarca. La Argentina y el Reino Unido están entre los que más crecieron en desinterés.
Esos análisis que rápidamente culpan de este problema a la política, las redes, la desinformación o la falta de educación, no podrían justificar el diagnóstico en países tan diferentes entre sí.
En 1974 Umberto Eco preguntaba con ironía si “¿el público puede perjudicar a la televisión?”. Por entonces los especialistas culpaban a la televisión de los daños que hoy se atribuyen a las redes sociales. Entonces el semiólogo italiano polemizaba con el diagnóstico porque entonces no se podía conocer con certeza lo que la gente hacía con la televisión. Cincuenta años después, cualquiera puede ver en tiempo real lo que cualquiera ve, comenta o quiere opinar con un meme.
El periodismo reniega de ese termómetro más que de la fiebre que puso en evidencia la participación en línea. En su diatriba “Contra el público”, Martín Caparrós repite su desilusión con los lectores de las noticias más leídas de los principales periódicos. El escritor argumenta que esa lista solo incluye noticias chabacanas o irrelevantes, con lo que la solución que propone para un periodismo de calidad es ignorar el público.
Pero resultó que la mutación ocurrió en el sentido inverso.
El público decidió ignorar una parte de la información por razones distintas a las de estar formado por bobalicones. La investigación citada hace diez años recaba respuestas como que se sienten abrumados por la cantidad de noticias. Que los medios de comunicación suelen ser repetitivos y aburridos. Que la negatividad de las noticias les hace sentir ansiedad o impotencia ante lo que pasa en el mundo.
La paradoja es que los que leen los periódicos no serían dignos del Periodismo, con mayúscula, y que la gran mayoría que pasa de los medios no se refleja en las noticias más leídas. La ironía de que el público podría perjudicar las noticias se transformó en que mucha gente expresa que las noticias la perjudican.
Es improbable que el tiempo regrese al paraíso perdido, en que la información era un asunto de unos pocos. El mundo se acostumbró pronto a expresar su parecer sin que nadie le pregunte y subir o bajar el pulgar por cada cosa que cruza su pantalla. Es cierto que a veces no nos gusta lo que elige la mayoría, pero la alternativa de que sean unos pocos los que deciden no ha sido mejor. Ni en la democracia, ni en las noticias
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