Contra las armas: sin mostrar figuras humanas ni balazos, retratan las masacres en EE.UU. en un libro de Paul Auster
El fotógrafo Spencer Ostrander trabajó con el célebre escritor (su suegro) en Un país bañado en sangre, donde analizan lo que genera el acceso indiscriminado a las armas
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Pasar tiempo en casas funerarias para entender el dolor de los familiares que despiden a un ser querido que fue víctima de un arma de fuego. Tratar de entender el dolor insondable –y generacional– que un lobo solitario deja tras su paso por una escuela o a un supermercado para iniciar una masacre. Dimensionar la oscuridad: en ese inframundo de angustia buceó Spencer Ostrander, el fotógrafo que ilustró con sus imágenes el último libro de Paul Auster, Un país bañado en sangre (Planeta) en el que el escritor analiza por qué el acceso indiscriminado a las armas ha convertido a los Estados Unidos en “el país más violento del mundo occidental”.
En una entrevista con LA NACION, el fotógrafo cuenta cómo hizo para retratar la muerte a balazos –y las matanzas en lugares públicos– sin mostrar figuras humanas ni las propias armas de fuego.
Si uno busca la bio de Ostrander en Google, encontrará un párrafo que llama la atención: “Cuando tenía 21 años varias personas de mi entorno murieron una tras otra –por drogas, suicidio o accidentes de tránsito– sin que yo tuviera imágenes tangibles de ellas para fijar en mi memoria”.
Desde entonces, casi como un autómata, empezó a sacar fotos con la cámara del celular, todo el tiempo, buscando dejar un registro, queriendo preservar cada momento. “Me di cuenta de que no tenía fotos de esos amigos que perdí. Creo que fue la muerte la que me hizo mirar la fotografía”, asume hoy a sus 38 años.
Nacido en Seattle en 1984, fue primero iluminador de otros fotógrafos y después hizo una carrera estándar de encargos y photoshoots comerciales. Pero en 2019, después de un tiroteo masivo (ese año un joven supremacista blanco entró a balazos en un Walmart de El Paso, Texas, y asesinó a 23 personas), decidió tratar al tema con una mirada y un enfoque muy personal. “He tenido muchas muertes en mi vida y quería hacer algo. La pregunta era: ¿cómo expresarme sin parecer demasiado sentimental ni retraumatizar a la gente?”, explica. En septiembre de ese mismo año, se casó en Brooklyn con la cantante y actriz Sophie Auster, hija única del matrimonio entre Paul Auster y la escritora Siri Hustvedt.
Ostrander pasó un año investigando sobre tiroteos y muertes con armas de fuego en Norteamérica y compiló más de 7000 páginas de documentos judiciales. Durante el confinamiento de la pandemia, el fotógrafo solía compartir las imágenes con su suegro, que se apasionó con el tema y se ofreció a escribir los textos.
Tal fue el compromiso de ambos también publicaron juntos Long Live King Kobe, en el que cuentan (con texto y fotos) la historia de Tyler Kobe Nichols, un joven de 21 años asesinado de cuatro puñaladas mientras paseaba con su hermano en Brooklyn, en la víspera de la Navidad de 2020. Ostrander fue al velorio de ese chico y se sumergió de lleno en el duelo de la familia, que ayudó al fotógrafo a reconstruir la historia de Kobe. Así comenzó su derrotero por las casas funerarias, como una hoja de ruta para abordar el trauma sin escalas.
Cada año, 40.000 estadounidenses mueren por heridas provocadas por armas de fuego (más de la mitad son suicidios), casi la misma cantidad que las muertes causadas por accidentes de tránsito
–¿Cómo fue trabajar con Auster en Un país bañado en sangre? Que se haya ofrecido a escribir a partir de tus fotos debe ser increíble…
–La verdad es que ni en mis sueños más salvajes (“my wildest dreams”) le hubiera pedido a Paul hacer esto juntos, pero él decidió que quería participar y le di toda mi investigación. Colaboramos realmente bien y fuimos muy despacio, con lo cual nos tomó cerca de dos años terminar el libro. Cuando cerramos el proceso, me confesó que fue lo más difícil que ha escrito.
Violencia sin fin
El libro de Auster y Ostrander es descarnado por donde se lo mire. Comienza con el relato de cómo la abuela del escritor asesinó a balazos a su abuelo, en la tarde de un jueves 23 de enero de 1919, en Kenosha, una pequeña ciudad de Wisconsin.
Además de ahondar en las heridas que deja una muerte con armas a lo largo de varias generaciones (Y si tu madre ha muerto porque tu padre lo mató a tiros, y a pesar de eso sigues queriéndola, casi seguro que irás cayendo poco a poco en un estado mental con tantos cables cruzados que en buena parte acabarás apagándote), el libro sigue con datos duros.
Según cifras citadas en el libro, actualmente existen más de 393 millones de armas de fuego en poder de residentes de los Estados Unidos, lo que representa más de una para cada hombre, mujer y niño del país. Cada año, 40.000 estadounidenses mueren por heridas provocadas por armas de fuego (más de la mitad son suicidios), casi la misma cantidad que las muertes causadas por accidentes de tránsito en rutas y autopistas de esa nación. En total, 1,5 millones de norteamericanos murieron a balazos desde 1968. “Más muertes que la suma total de todas las muertes sufridas en guerra por este país desde que se disparó el primer tiro de la Revolución Norteamericana”, afirma Auster.
A esos datos se suman las matanzas ocurridas en lugares públicos, desde colegios hasta supermercados. En los últimos diez años, fueron más de 228 episodios de violencia armada en escuelas y universidades a lo largo y ancho del país. “Treinta de ellos pueden calificarse de matanzas”, escribe Auster, y cita: “Lo que me parece sorprendente es el hecho de que todo norteamericano medianamente atento de más de 25 años no tenga problemas para recordar detalles de la larga lista de matanzas producidas en los últimos diez años, los desquiciados ataques a escuelas primarias, institutos y universidades”.
Sin embargo, esa lucidez para recordar no implica un deseo genuino de modificar las cosas, porque, según el escritor, los ciudadanos están tan acostumbrados a las matanzas “que no se molestan en prestar atención”, incluso cuando las cifras de muertos en estos episodios siguen creciendo. “Nada cambia jamás” después de una masacre, denuncia Auster; tan sólo una cobertura mediática que dura a lo sumo unos diez días, para luego quedar archivada, con su saldo de muertos y heridos, en los registros de Wikipedia.
El poder del trauma
Uno de los aspectos más interesantes de las fotos de Ostrander es la decisión estética de no incluir personas ni armas de fuego en sus tomas. Resultan muy chocantes las imágenes fantasmales de escuelas, iglesias o supermercados. Algunas tienen epígrafe y otras no, pero todas son igual de lúgubres y despojadas de vida, tan neutras y atemporales que asusta. Es decir: casi no hace falta el epígrafe para darse cuenta de lo que pasó en esos espacios vacíos. “Quería que el público estadounidense viera estas fotos y dijera: ‘Esa es la escuela de mis hijos, mi iglesia, mi tienda de comestibles’. Este tipo de trauma está incrustado en el paisaje americano de lugares banales. No distingue etnias ni religiones ni sitios geográficos de nuestro país. Intenté ilustrar el poder que ese trauma dejó en cada uno de esos sitios”, asegura.
Con respecto a la elección del blanco y negro, Ostrander comenta que buscó “la menor distracción posible”. El fotógrafo no estaba esperando una luz hermosa para hacer el click, ni tampoco un color especial en el cielo. “Mi idea era que, al ver las fotos, la gente se centrara en la composición del espacio: esos lugares, tan pesados, tan profundamente tristes, en diferentes momentos del día, en distintas épocas del año”.
El dolor colectivo
Para Ostrander, el costo emocional del proyecto fue alto. Su misión era, en sí misma dolorosa: rastrear cada tiroteo masivo desde 2000 hasta 2020, ir a la escena de la matanza. Encontrarse, por ejemplo, en “un hermoso campo” en Pennsylvania, que encierra una pesadilla reciente: en ese sitio fueron asesinadas diez niñas. “Traté de encontrar ese espacio mental, pensar cómo se siente: estás en un bar tomando una cerveza y alguien entra disparando; tu vida, la de su familia y tus amigos va a cambiar para siempre”, jura Ostrander. A esos lugares, Auster los llama “lápidas de dolor colectivo”.
–Paul Auster se pregunta en el libro: “¿Por qué no estamos matando de esta manera?”. ¿Qué opinas vos?
–Bueno, esa pregunta fue surgiendo en el proceso del libro. Esto empezó como un proyecto fotográfico y luego, cuando Paul quiso escribir sobre el tema, tuvo que volver a la historia de los Estados Unidos. En la escuela nos enseñan que la Segunda Enmienda fue concebida para luchar contra los británicos. Eso no es verdad: fue creada para validar el genocidio contra los nativos americanos. Estas cuestiones de fondo no se han abordado. Y cuando tienes armas y una sociedad individualista que no valora lo colectivo, estas cosas suceden. La gente tiene demasiado miedo de hacer algo al respecto porque, ya sabes, si un demócrata va en contra de la Segunda Enmienda sabe que se va a restar votos en las siguientes elecciones.
–¿Pensás que algo puede cambiar para prevenir las tragedias armadas en tu país?
–En el libro Paul explica que en los Estados Unidos se registran tantas muertes por accidentes de tránsito como por asesinatos. Y si ponen medidas de seguridad para los coches, ¿por qué no podemos hacerlo para el acceso y el uso de armas de fuego? Muchos norteamericanos quieren ver ese cambio, pero no soy muy optimista...
–En la Argentina tendremos elecciones presidenciales en noviembre y un candidato se manifestó a favor de la libre portación de armas. De hecho, con respecto a los Estados Unidos, sostuvo en una entrevista que “aquellos Estados que tienen libre portación de armas tienen muchos menos delitos”. ¿Qué le dirías?
–Citaría lo que Paul afirma en el libro: si tienes una fiesta de cumpleaños y le das a los niños un montón de fósforos, al final de la fiesta la casa va a terminar quemada. Lo que le diría a este candidato es muy simple: cuantas más armas haya, más gente va a terminar asesinada.ß
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