El hotel y la rambla que se inspiraron en los mejores y más sofisticados balnearios europeos, y eran un lujo en Mar del Plata
El hotel Bristol se construyó en 1888 con los mejores materiales traídos del viejo continente, desde mármol de Carrara hasta muebles ingleses; los códigos de vestimenta
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Cristales de Baccarat, mármoles de Carrara, muebles de caoba importados de Inglaterra, alfombras persas. Lo mejor del mundo componía el ambiente propicio para que, durante los meses de verano, las familias más destacadas de la Argentina pasaran su verano en el Bristol Hotel, en Mar del Plata, ciudad que, entre fines del siglo XIX y principios del XX, no tenía nada que envidiar a los balnearios europeos.
Con toda la pompa y la presencia del vicepresidente de la Nación, Carlos Pellegrini, el 8 de enero de 1888 se inauguró el lujosísimo hotel en una Mar del Plata que apenas contaba con un puñado de casas. Como era de esperar, el Bristol, inspirado en los hoteles de los mejores balnearios de Europa, se alzó con los mejores materiales traídos del viejo continente.
La respuesta del público fue inmediata. Todos aquellos que hasta entonces veraneaban en el Hotel Carrasco, de Montevideo, cambiaron su lugar de descanso. Enseguida el hotel colmó su capacidad y Luro decidió construir un anexo en tierras cedidas por Jacinto Peralta Ramos, hijo de Patricio, el fundador de la ciudad.
¿La elección del nombre del hotel? “Durante el siglo XIX –lo ha recordado Richard Robinson recientemente–, el nombre de Bristol era sinónimo de exclusividad y confort en la imagen de las elegantes mansiones inglesas, y se lo encontraba a menudo en las marquesinas de los mejores hoteles en las capitales europeas”, explican Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre en su libro Mar del Plata, un sueño de los argentinos.
Cuando el hotel asomó al borde del mar, la ciudad balnearia tenía algo más de una década. Mar del Plata se había fundado el 10 de febrero de 1874. En ese entonces, el viaje desde Buenos Aires tardaba entre ocho y diez días. Del pueblo a la ciudad y de ahí al balneario, Mar del Plata tenía todo para resultar un suceso. Y con la aparición del Bristol Hotel y de su rambla, estalló.
Pero, “no surge como un balneario sino como pueblo. El desarrollo distinto se da cuando cambia de rumbo y apuesta a lo turístico. Eso es decisión de los hijos de Pedro Luro y de Patricio Peralta Ramos. Los hijos de Peralta Ramos –Jacinto y Eduardo– y los de Luro –Pedro Olegario y José– son muy importantes en el desarrollo del balneario. El Bristol Hotel, las ramblas, el Club Mar del Plata y el juego de la ruleta, que se practicaba en esos ámbitos porque no había un edificio del casino, son hitos. En esos ámbitos de sociabilidad estaba el juego, que era una de las mayores atracciones del balneario”, destacaba en una entrevista a LA NACION la historiadora Elisa Pastoriza.
Presentes en Mar del Plata desde sus primeros días, los dos hijos varones mayores de Patricio y los de Pedro Luro desarrollaron el balneario que tenía como modelo a los más lujosos y de moda en Europa, como Biarritz y Deauville.
Las mujeres llegaban meticulosamente vestidas y así se retiraban de la playa, aunque, en el medio, se hubiesen dado un baño de mar. Con corset, blusa de cuello alto y falda almidonadas, medias de seda y zapatos de taco alto
Tan bien logrado fue el resultado que, en su momento, lo llamaban el Biarritz argentino. “Biarritz descansaba sobre cuatro pilares principales: el gran hotel, el casino, las ramblas, el balneario”, observan Pastoriza y Torre en su libro sobre Mar del Plata.
El lujo extremo de la época no solo estaba presente en los cimientos del hotel y en su equipamiento. “Así como el edificio se asimilaba a los de Biarritz, todo el armado de servicio del hotel estaba inspirado en el modelo europeo. Por eso, muchos mozos y cocineros eran traídos desde Francia. Venían a trabajar desde diciembre hasta abril, la temporada completa”, detalló Víctor Pegoraro en una nota en LA NACION.
La gente se instalaba durante cuatro meses, llevando baúles con sus mejores ajuares, ropa para baile y alhajas, que transportaban en ferrocarril. Un lujo comparable con el equipaje que llevaban a París.
Sin el nivel de suntuosidad y sofisticación que tenía el Bristol Hotel, el público exclusivo que llegaba a Mar del Plata podía alojarse en otros dos hoteles. Claro que sus tarifas eran dos veces más bajas. Uno era el Grand Hotel, que no se igualaba en lujo y en confort, pero era elegido por un mismo público. El otro, el Royal Hotel, concentraba la actividad social de la época. De estilo más moderno funcionó, una vez remodelado, sobre lo que había sido el más sencillo Hotel del Globo.
“El restaurant copiaba a los mejores de Europa, con un ejército de mozos para servir a las decenas de mesas, Fue símbolo de los años locos y sus banquetes captaron la atención del mundo gourmet. En 1930, el Cordon Bleu, la más prestigiosa escuela de chefs del mundo, destacó al Royal ‘por su esmerada cocina y comodidad’”, cuenta Daniel Balmaceda en su libro Grandes Historias de la Cocina Argentina”.
Durante el día, la vida social era intensa. La rambla, que se renovó en varias oportunidades, funcionaba como una extensión del hotel, y resultaba central como punto de encuentro. Las tres primeras fueron de madera. La primera versión, levantada para la temporada 1886-1887, era una plataforma a orillas del mar, y fue arrasada en 1890 por un temporal. Inmediatamente se reemplazó, una vez más, se hizo de madera, llevando el nombre de Rambla Pellegrini.
“Carlos Pellegrini fue muy importante en Mar del Plata. Cuando se inauguró el Bristol él era vicepresidente, estuvo presente, siempre muy atento a toda la construcción del balneario. Ante la destrucción de la primera rambla, en tiempo récord actuó para su rápida reconstrucción y para que la élite, cuando viniera en el verano, pudiera tener una rambla”, recalca Elisa Pastoriza.
En la temporada 1890-1891, los veraneantes pudieron reanudar la costumbre de pasear por la ribera y hacer tertulia sentados en sillas de mimbre distribuidas aquí y allá en la rambla flamante”, se detalla en Mar del Plata, un sueño de los argentinos”.
"Los hombres, que usaban maillots enteros y gorra de baño, y que hasta 1900 no iban al agua porque era de mal gusto, tenían una sección del mar que era para ellos. Estaba acordonado y ellos entraban bordeándolo"
Esta vez estaba apoyada sobre grandes vigas y pilotes de cuatro metros que se enterraron en la arena y contaba con casillas de baños, florerías, casas de fotos y de souvenirs, joyerías, bazares y confiterías. Poco duró ya que fue destruida por un incendio en 1905.
Llegó entonces el turno de los hermanos Lasalle, dueños del casino, de financiar las nuevas obras para otra rambla, más cómoda y lujosa que la anterior. Le sumaron cuartos para cambiarse, sala de cine, pista de patinaje y confitería, además de cafés, restaurants y locales comerciales. La suerte o las previsiones tomadas estuvieron del lado de esta construcción que se mantuvo en pie hasta que se decidió su reemplazo por otra de material más suntuosa.
Así, en enero de 1913, fue inaugurada la Rambla Bristol. El Club Mar del Plata, fundado a principios de siglo y promotor de la idea de construir la rambla de material –como la llamaban entonces– o francesa, obtuvo un empréstito en 1910 para la nueva construcción, comprometiéndose a devolverlo con los ingresos que llegarían de su explotación.
“La propuesta del arquitecto francés Louis Jamin y Carlos Agote recibió el encargo de supervisar los trabajos –se lee en Mar del Plata, un sueño de los argentinos–. La nueva rambla era un edificio de 400 metros de longitud y 45 de ancho, con un cuerpo central y dos laterales. Tenía cuatro niveles”.
El libro detalla: “El primero, directamente sobre la playa, destinado a los locales de los balnearios. Encima de él, en el nivel principal, se hallaba la promenade, el paseo al aire libre, limitado en el frente sobre el mar por una balaustrada ornamentada con faroles y, en el frente opuesto, por una galería cubierta flanqueada por columnas, que daban a los principales negocios y por la que se accedía a dos salas de cine, Splendid y Palace Theatre. El tercer nivel incluía una galería cubierta, con más negocios, y sobre ella el último nivel con departamentos para los concesionarios de los servicios y comercios de la rambla”.
Había más de cien locales de servicios y comercios, entre los que se destacaban las confiterías La Brasileña y del Yacht Club, la sede del Ocean Club y el Salón de Fotografías Witcomb. “La nota sobresaliente de la rambla, en la que abundaban detalles decorativos de un estilo afrancesado, al decir de los contemporáneos, la dieron sus ocho cúpulas octogonales, las cuatro mayores sobre la fachada que miraba al mar y las cuatro restantes coronando la recova de la otra fachada, que se abría a los espléndidos jardines del Paseo General Paz”, continúa.
La única licencia “modernista” de su construcción era “la marquesina de vidrio y hierro estilo Art Nouveau frente al cuerpo principal, ubicada estratégicamente en el sitio de contemplación del mar y de la rambla: el espacio para ver y hacerse ver”, se describe en el Facebook Los hijos de Don Patricio Peralta Ramos.
A partir de las cinco de la tarde, todo aquel que quería ser visto paseaba por la Rambla Bristol con sus mejores ropas. Además de Carlos Pellegrini, se dejaban ver por la rambla y el hotel Marcelo Torcuato de Alvear, Julio Argentino Roca, Eduardo Wilde, Hipólito Yrigoyen, Bernardo de Irigoyen, Eugenio Cambaceres y Bartolomé Mitre. Entre los visitantes ilustres se destaca el entonces Príncipe de Gales, Eduardo de Windsor, futuro Eduardo VIII.
En el transcurso de los años y por las frecuentes inundaciones que sucedían en la rambla, sumadas al deterioro de los ornamentos realizados en hierro al borde del mar, las obras de restauración de la Rambla Bristol se volvieron constantes. Finalmente, en 1939 debió ser demolida y sustituida por la actual, la Rambla Casino, obra de Alejandro Bustillo, autor también del Casino Central y del Hotel Provincial.
Después de tres décadas de esplendor, la crisis financiera de 1929 golpeó al Bristol Hotel, aunque pasarían varios años hasta que sus puertas cerraran definitivamente. La última cena se sirvió el 16 de junio de 1944. Sus muebles, adornos y objetos decorativos se remataron durante un par de meses luego del cierre.
Su fin “tuvo que ver con el cambio social que se estaba dando en el balneario. La mantención de esos hoteles tan opulentos era tan costosa que muchos empezaron a decaer. Tiene que ver con la aparición de una nueva Mar del Plata. Mi hipótesis es que ese proceso democratizador se produce a fines de los 20 y 30, cuando cambia la postal de Mar del Plata. Esa primera villa balnearia característica de la belle époque se modifica con la caída de la Rambla Bristol, y la posterior edificación del complejo Bristol, Playa Grande y la inauguración del Casino. Aparece un nuevo perfil y un nuevo hotel central, el Hotel Provincial, que además es estatal. Hasta ese momento todas las inversiones eran privadas”, explica Pastoriza.
De las mansiones edificadas en la época de mayor esplendor de Mar del Plata, con materiales traídos de Europa, quedan en pie una veintena. Villa Victoria, hoy Centro Cultural Victoria Ocampo, fue ubicada en su momento por el padre de la escritora, Manuel Ocampo, al lado de su propia casa. Se trató de un bungalow de madera y hierro, prefabricado, traído desde Inglaterra. Villa Ortiz Basualdo, fue donada a la ciudad y hoy alberga al Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino. Postales de ayer y de hoy.
Códigos de vestimenta en la playa
La vida en la playa merece un capítulo aparte. En un primer momento la visita al balneario era una excusa para ser parte de la intensa vida social que allí se desarrollaba. Pero la gente no se bañaba en el mar. Hasta que aparecieron unos carruajes en los que las señoras empezaron a animarse.
“Los carruajes de Mar del Plata eran iguales que los de Biarritz. Allí las mujeres se daban baño de asiento, felices además porque así no tenían que tomar sol. Estaba muy mal visto estar quemadas. Y los hombres, que usaban maillots enteros y gorra de baño, y que hasta 1900 no iban al agua porque era de mal gusto, tenían una sección del mar que era para ellos. Estaba acordonado y ellos entraban bordeándolo”, describe Carlos A. (Charlie) Peralta Ramos, tataranieto del fundador del balneario.
La vestimenta de playa, entonces, no escapaba de los estrictos códigos de la época. Meticulosamente vestidas llegaban y así se retiraban de la playa, aunque, en el medio, se hubiesen dado un baño de mar. Camisa, corset, corpiño, enaguas, viso de seda, blusa de cuello alto y falda almidonadas, medias de seda y zapatos de taco alto formaban parte del atuendo.
“Y de una percha colgaba el sombrero que era menester colocarse y sostener con pinches ante un espejo que jamás lo abarcaba entero. Oliendo a polvo de talco y a agua de colonia, volvían al toldo y solo entonces decían, un poco fuera de aliento, ¡el mar estaba divino!”, relata María Rosa Oliver en “Mundo, Mi casa”, en un extracto citado en el libro Mar del Plata, un sueño de los argentinos.
A su vez, nada quedaba librado al azar: había un reglamento en el que estaban claramente detalladas ciertas cuestiones ligadas a la vida diaria. El Reglamento de Baños fue promulgado en 1888 por la Prefectura Naval, que estaba a cargo de la vigilancia del balneario.
Entre otras cosas, detallaba el traje de baño admitido entonces. Éste debía cubrir el cuerpo desde el cuello hasta la rodilla. Además, los hombres no podían aproximarse a las mujeres durante el baño, debiendo mantenerse a una distancia de treinta metros. Estos tenían prohibido ubicarse a orillas del mar durante el baño de las señoras y no podían usar anteojos de teatro u otro instrumento de larga vista, entre otras reglamenta
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