El director fantasma. Es el realizador con más películas en Hollywood, pero tiene un detalle: nunca existió
En series, films y videoclips aparece su nombre, Alan Smithee, pero no es real: es el seudónimo que utilizaron decenas de realizadores que no quisieron firmar sus trabajos
- 8 minutos de lectura'
Hace más de cuatro siglos, Shakespeare dejaba planteada perenne duda en boca de cierta desventurada adolescente: “¿Qué hay en un nombre?”. Pues, a su Julieta Capuleto le podríamos contar que, detrás del nombre Alan Smithee, se esconde una extensa lista de películas y programas de tevé de calidad relativa, muy variadas en género y estilo, firmadas por uno de los directores más prolíficos de los Estados Unidos. A tal punto llega la permanencia de este enigmático sujeto que, aún sin dar interviús, ha persistido largamente en el oficio; su perfil en la web IMDB lo certifica: Smithee tiene varios proyectos en danza, en simultáneo, hoy día. Y eso que casi todas sus producciones se caracterizan por haber sido un fiasco; más de 130 films y series rodadas a lo largo de una carrera que va de los años 60 hasta la fecha. Un prodigio de rendimiento el tal mister.
Lo más destacable de este –digamos– artista no es su perseverancia ni la reserva total en torno a su persona, sino el hecho de que sea un realizador fantasma, invocado por una retahíla de cineastas en las últimas cinco décadas. Porque Smithee, en realidad, no existe: es el seudónimo que han utilizado decenas de directores para desligarse de sus trabajos cuando el resultado no les convencía.
Esta estrella estrellada nació para evitar una colisión en 1968, cuando empezaron a girar los engranajes de lo que devendría un aceitado mecanismo de la Meca del Cine. Los estudios Universal daban luz verde a las grabaciones de Death of a Gunfighter (Pueblo sin ley), western dramático que se estrenaría al siguiente año, sobre un sheriff de la vieja escuela, anticuado y agresivo, que se rehúsa al retiro. El actor Richard Widmark, a la sazón figura en descenso, habría tenido mecha corta durante el rodaje y mantenía continuas discusiones con el joven realizador Robert Totten, más habituado a la pantalla chica, con varios capítulos de Bonanza y Misión Imposible. Para que el cortocircuito no llegara a incendio, el estudio accedió al pedido del intérprete y, a menos de un mes de iniciadas las grabaciones, Totten fue reemplazado por Don Siegel (luego apreciado director de thrillers), que terminó la película pero –oh, no– se negó a ponerle su firma.
Los ejecutivos de Universal acudieron raudamente al Directors Guild of America (DGA), el sindicato de directores, para que solucionase el inconveniente: la película estaba lista, pero ¿a quién diantres se la atribuían? La DGA creó entonces a este personaje de mentirillas, con un apellido bastante común para no despertar suspicacias, determinando que –en adelante– el seudónimo Alan Smithee serviría de comodín para socorrer a sus afiliados cuando perdieran el control de sus obras y considerasen comprometida su visión artística. Pero, ojo, sólo se asignaría el alias (anagrama de the alias men, de hecho) en condiciones muy específicas y, sobra aclararlo, bajo la más estricta reserva.
Como buen padre sustituto, A.S. estuvo ocupadísimo en lo sucesivo, salvaguardando la reputación de cineastas insatisfechos o abochornados, algunos de alto vuelo. Por poner apenas unos ejemplos, de Alan Smithee fueron las versiones editadas para tevé de las películas Dune (de David Lynch, en 1984) y Fuego contra fuego (de Michael Mann, en 1995). Hasta dos veces recurrió Martin Brest al alias para desentenderse de las réplicas manoseadas que los aviones pasaban de sus cintas Perfume de mujer (1992) y ¿Conoces a Joe Black? (1998). Y por desacuerdos con la edición, Jud Taylor hizo lo propio con el telefilm Fade In, de fines de los 60, donde Burt Reynolds interpretaba a un atlético vaquero seductor, repitiendo la fórmula del desentendimiento en City in Fear, de los 80, otra película de Smithee para tevé.
Backtrack (Camino de retorno), film de Dennis Hopper de 1990, se le acreditó a nuestro caballero cuando Vestron Pictures rehízo el montaje completo a espaldas del cineasta. Hopper –que además de dirigir, actuaba en la cinta– demandó a la productora, sin éxito (convenientemente, había quebrado). Kiefer Sutherland tampoco quedó conforme con Woman Wanted (Mujer buscada, 1999): a pesar de ser una de sus pocas incursiones como director, renunció a ponerle el gancho a esta adaptación de la homónima novela de Joanna Glass, que se sumó a la extensa filmografía de Smithee. Quien, por cierto, le permitió a Kevin Yagher (más conocido por su trabajo como especialista en efectos especiales) distanciarse de Hellraiser: Bloodline (1996) tras negarse a volver a filmar algunas escenas, como el estudio le ordenaba. Recurrieron entonces a Joe Chappelle para que diera forma final a una película maldita, casi tan vapuleada por la crítica como por los propios seguidores de Pinhead.
¿El videoclip de I Will Always Love You, de Whitney Houston? Otra obra del versátil A.S., que asimismo ha grabado numerosos episodios para televisión –de Los Simpsons y MacGyver, por caso–, mientras timoneaba largometrajes de toda índole.
Hay quienes lo dan por muerto y enterrado desde fines de los 90; para entender por qué, cabe recordar que era necesario recurrir al Directors Guild of America para acceder oficialmente al alias y, como se ha dicho, el gremio no daba el visto bueno a la ligera. Había que pasar por un interrogatorio que rayaba lo hostil frente a una comisión especial que determinaba si las razones del cineasta en aprietos eran valederas. A Tony Kaye, por ejemplo, le bocharon la solicitud cuando rogó que su nombre fuera retirado de los créditos de American History X, film del 1998, sobre un neonazi recuperado que intenta encarrilar a su hermano menor de amistades supremacistas.
El caso fue muy comentado por el ahínco con el que el realizador repudió su ópera prima: escribió sucesivas cartas abiertas y dio entrevistas denunciando que el estudio New Line Cinema y la estrellita Edward Norton habían manipulado el montaje final y desvirtuado su película. Pero, claro, había hecho tan pública la disputa que DGA consideró que todos sabrían quién era en realidad Alan Smithee. Resguardando la integridad del alias, le negaron el recurso; entonces la sangre llegó al río y Kaye llevó a juicio al sindicato.
Así las cosas, el golpe de gracia a A.S. se lo propinaría el cineasta Arthur Hiller, responsable del exitosísimo melodrama Love Story, de las comedias El Expreso de Chicago y de Ciegos, sordos y locos, entre otros títulos. A este veterano –que conocía bien el paño e incluso había presidido la DGA– le pareció ocurrente rodar un falso documental acerca de un director llamado Alan Smithee (interpretado por Eric Monty Python Idle), cuya primera incursión en Hollywood resulta un auténtico vía crucis. La trama narra cómo, al perder las riendas autorales, el tipo –al borde de un ataque de nervios– quiere renunciar a firmar la cinta, topándose con insalvable intríngulis: su nombre es igual al seudónimo disponible.
Burn Hollywood Burn (en castellano, Hollywood al rojo vivo) se llamó esta satírica historia con la que Hiller pretendía mojarle la oreja a la industria, esa hoguera de vanidades, con convocantes figurones como Sylvester Stallone, Whoopi Goldberg y Jackie Chan. Pero por esas vueltas irónicas de la vida, el tiro le salió por la culata: las proyecciones de prueba resultaron tan decepcionantes que le costó conseguir una distribuidora. Además, el gag del gag: entró en conflicto con el guionista y productor de la película, Joe Eszterhas (Bajos instintos, Showgirls): disconforme con el enfoque que había tomado, Hiller trató de distanciarse del descalabro utilizando ya se imaginan con qué nom de guerre.
Entonces el secreto a voces pasó a ser una verdad revelada, con medios como el Wall Street Journal contando con pelos y señales acerca de la triquiñuela que había servido para resguardar la identidad de artistas disconformes. Tres décadas después de haberlo inventado, la DGA se veía obligada a jubilar al seudónimo, a tacharlo de sus registros. Tanta exposición le había causado un daño irreparable, ya no era viable ni efectivo. Tampoco a los estudios les hacía demasiada gracia acreditar a Smithee por sus películas: develado el artificio, equivalía a ponerle la etiqueta de “mercancía dudosa”.
“¿Cómo no voy a tenerle un enorme cariño a Alan Smithee si estuve en su parto? Lamentablemente Eszterhas lo arruinó para siempre”, decía por esas fechas un quejoso John Rich, director y miembro de la DGA desde los años 50, en un artículo que, a su entender, hacía las veces de obituario. Lo que de ningún modo imaginaba este señor –que se adjudicaba haber acuñado el alias– era que su criatura aún no tenía las horas contadas. Después de todo, ¿cómo se mata a un fantasma? No hay modo.
Alan resistió el embiste y, contra todo pronóstico, sigue vivito y rodando, gracias a bromistas que –por nostalgia o provocación– se niegan a soltar el seudónimo y, de tanto en tanto, lo deslizan en los créditos de films independientes alejados de la égida de la DGA, y también de videojuegos, obras teatrales, alguna que otra pieza de danza, historietas, videoclips… El legado de Smithee sigue creciendo, tan indestructible como su fama –no siempre justificada– de realizador mediocre.
Otras noticias de Cine
- 1
Racismo: las cuatro futbolistas de River siguen presas en San Pablo y podrían pasar Navidad tras las rejas
- 2
Las confesiones de Julián Álvarez: por qué decidió irse del City, qué aprendió en River y cómo ser uno más pese a los 70 millones de euros
- 3
Milei y Sturzenegger se aprestan a darle un fuerte golpe al “club de la obra pública”
- 4
En fotos: de la atlética tarde de playa de Nicole Kidman al impresionante anillo de brillantes de Jennifer Garner