El director argentino que logró filmar un western con su amigo Viggo Mortensen a pesar de un sinfín de problemas
El duro camino de Lisandro Alonso para rodar Eureka y los detalles de la nueva película. “El western es un género que colonizó el cine”, dice el director argentino
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Eureka no fue un proyecto fácil para Lisandro Alonso. El director argentino empezó a pensar en esta película apenas terminó Jauja, su largometraje anterior, estrenado en 2014. Recién ahora, diez años más tarde y después de un proceso muy largo y bastante accidentado, tiene una fecha asegurada de estreno en Argentina: marzo del año que viene.
El film arranca como un western en blanco y negro en el que los roles principales están a cargo de dos estrellas: Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni. Luego la acción pasa a la reserva de Pine Bridge y finalmente desemboca en el Amazonas, con más indígenas en la historia (los chatinos, una tribu mexicana), algunos sorpresivos eventos sobrenaturales y la codicia de los garimpeiros (buscadores ilegales de oro y piedras preciosas) como amenaza persistente.
“Me acuerdo que cuando entré a la Universidad del Cine [FUC] a estudiar cine –dice Alonso– me pidieron que elija cinco películas que me hayan gustado mucho. Y sólo puse una: Los imperdonables, de Clint Eastwood. El western está en el imaginario de todas las personas a las que les gusta el cine, es un género fundacional. Pero la gran pregunta, me parece, es a quién representa. Claramente, es cine hecho por blancos para blancos. Los indios siempre estuvieron mal representados, siempre fueron el enemigo al que hay que exterminar. Creo que esta película plantea esa discusión y además tiene a mujeres en roles importantes. La sensibilidad femenina tampoco estuvo nunca muy presente en el western”.
Eureka ya pasó por unos cuantos festivales internacionales (tuvo su premiere en Cannes y fue exhibida en Viena, Roma, Lima y Bogotá, entre otras ciudades) y cosechó grandes elogios (el prestigioso periódico inglés The Guardian, por citar apenas un caso, habló de “un gratificante viaje hacia lo desconocido”). Ha llamado la atención de los críticos que la vieron porque es una película anómala, de esas que es más común encontrar en el circuito de festivales, donde Alonso es una figura ineludible desde hace más de 20 años. Ya con La libertad (2001), una ópera prima minimalista centrada en la vida cotidiana de un hachero de La Pampa, inició un camino que luego profundizó con el resto de su obra, definiendo un estilo propio que llevó a la mítica revista francesa Cahiers du Cinéma –plataforma de despegue de los popes de la nouvelle vague: Jean-Luc Godard, Francois Truffaut, Eric Rohmer, Agnés Varda, etc.– a elegirlo en su momento como uno de los cineastas de la década.
Pero el camino del cine independiente no es fácil, se sabe. Primero costó bastante conseguir financiación (en la película una legión internacional de productores: Argentina, Francia, Alemania, Portugal, México, Países Bajos). Y después, cuando se puso en marcha el rodaje, aparecieron otros escollos, sobre todo en Dakota del Sur, donde se desarrolla una parte crucial de la historia de Eureka.
Alonso filmó en Pine Ridge, una de las reservas indígenas más grandes de Estados Unidos, un país en el que los descendientes de los pueblos nativos –que en su momento fueron perseguidos y masacrados por el ejército regular– sobreviven como pueden. Los datos son contundentes: allí la tasa de desempleo alcanza el 90%, el alcoholismo afecta al 80% de sus habitantes, la esperanza de vida rara vez supera los 50 años y la cantidad de suicidios infantiles llegó a 350 en los últimos dos años. El clima tampoco ayuda: por lo general hay seis meses del año con temperaturas que orillan los 30 grados bajo cero.
En ese entorno hostil, ya el primer día de filmación hubo una mala noticia: Timo Salminen, reconocido y experimentado director de fotografía finlandés, que trabaja habitualmente con su compatriota Aki Kaurismaki y que ya había acompañado a Alonso en Jauja, tuvo un problema de salud provocado por las inclemencias del clima y no pudo seguir con su tarea. Lo reemplazó el catalán Mauro Herce Mira, pero hubo que cancelar cuatro jornadas, lo que representó una pérdida de 100 mil dólares. Esos son los valores que se manejan en el cine, incluso en una producción alternativa como Eureka.
En la sexta jornada de rodaje, la protagonista de la mayor parte de este film –que dura 140 minutos y tiene tres segmentos bien diferenciados–, Alaina Clifford, una mujer que tiene hoy 31 años, vivió siempre en la reserva, alguna vez soñó con triunfar en American Idol y hoy es una de las pocas mujeres policías del lugar, avisó imprevistamente que estaba embarazada. También tuvo que abandonar. La novedad obligó a hacer algunos ajustes en el guion escrito por Fabián Casas y Martín Caamaño y reforzó la idea de que terminar Eureka podía parecerse bastante a un milagro.
Pero la película se hizo, y se exhibió en la flamante edición el Festival de Mar del Plata, antes de desembarcar en el de Gijón, que comienza el viernes 17 y ya va por su edición número 61. Gijón,que siempre cuenta con una programación muy cuidada, recibe a Alonso con los brazos abiertos cada vez que hay una oportunidad. Lo que los responsables del Festival de Toronto prefirieron evitar por considerar a Eureka como una “película difícil” en Canadá por el tema que aborda. La temática, fue justamente lo que entusiasmó a los programadores del evento asturiano, sin dudas uno de los mejores del circuito español.
Toda la primera parte de Eureka fue rodada en los míticos estudios de Almería en los que Sergio Leone filmó sus famosos spaghetti westerns. Ese tramo fue probablemente el más divertido del proceso, mucho menos complicado que la aventura de Dakota, y el resultado fue óptimo. Tiene el clima tenso e intrigante de los mejores exponentes del género y una estilización formal que le agrega elegancia y belleza. Es también el único donde tienen un papel relevante los dos integrantes más famosos del elenco [Chiara Mastroianni aparece brevemente en la parte de la reserva india, pero su rol principal es el de “El Coronel”, una vaquera que controla a su manera un pueblito del Lejano Oeste donde reina el caos]. No es frecuente que actores de tanto renombre decidan sumarse a una producción de este tipo. Pero Mortensen quedó muy contento con Jauja, donde interpretaba a un personaje que, igual que el de Eureka, busca a una hija de la que vive alejado por circunstancias que en ninguno de los dos casos son del todo explícitas. Y fue él quien contactó al director con gente vinculada a la reserva de Pine Ridge y se buscó un espacio en su apretada agenda para poder estar en la película.
“Tiene una afinidad conocida con Argentina, es amigo de Fabián Casas y lo respeta mucho a él como guionista y también a mí como director –cuenta Alonso–. Creo que esa es la explicación. Normalmente, un actor como él descarta este tipo de proyectos”.
“Hay toda una revisión del western –agrega el realizador–: el mediometraje que hizo Almodóvar (Extraña forma de vida), la última película de Scorsese (Los asesinos de la luna)... Es un género que colonizó el cine y nuestra percepción, como hoy la coloniza Netflix. Ya en Jauja aparecían unos indígenas que estaban retratados como un cliché, como siempre se los mostró en las películas, digamos. Ese fue el disparador de Eureka, que también me permitió rodar como más me gusta, en lugares que no domino del todo y que muchas veces dicen en mis películas más que los propios personajes, un poco como pasa en el cine de [Werner] Herzog. Yo siempre sentí que el cine es eso: un tipo que llega montado a caballo a un pueblito perdido y busca problemas. Misael y Argentino Vargas [los protagonistas de La libertad y Los muertos, su segundo largometraje- también eran, a su modo, vaqueros]. Es algo que tengo incorporado en el inconsciente, pero hasta ahora siempre habían sido hombres. En Eureka son dos mujeres las que cargan ese dolor que implica el maltrato. Estados Unidos siempre trató muy mal a su población nativa, es un tema que nunca quisieron resolver. Los discriminan, los estigmatizan y ellos prefieren morir antes que pedirle ayuda a un tipo como Joe Biden. Y encima viven en una parte del país llena de white trash: ahí están los grandes productores de maíz del mundo, gente que se parece bastante a Homero Simpson y que vota a Trump”.
En Eureka también hay referencias –explícitas y un poco más solapadas– a la literatura: desde la cita elocuente a Meridiano de sangre, una de las grandes novelas de Cormac McCarthy en la que también hay una masacre de indígenas en la frontera entre Estados Unidos y México, hasta algún eco de “La cautiva”, el célebre poema épico de Esteban Echeverría. Y una línea fantástica abierta por la decisión que toma una jovencita [gran trabajo de Sadie LaPointe] que vive con la mujer policía de la reserva, practica y enseña básquet en su comunidad y un día, agobiada por la miseria que golpea a su gente –consumida por el alcohol, la metanfetamina y sobre todo abandonada a su suerte las autoridades de un país que los trata como material de algún museo exótico–, decide reencarnar en un ave, un jabirú –especie muy común en los humedales de América Central y el Amazonas– y salir a volar libre, escapar de ese micromundo oscuro que Eureka nos descubre con tanta crudeza.
¿Alguien imaginaba un efecto digital en una película de Lisandro Alonso? Es una de las singularidades de este film atípico y atrapante y no es para nada un componente anecdótico. [ver aparte]. El jabirú [también conocido como tuyuyú] es la imagen del afiche de Eureka, y su aparición estelar no terminó aquí. “Así como en mi cine ya hubo personajes de una película que aparecen en otra (Argentino Vargas, protagonista de Los muertos, en Fantasma, por caso), este ave seguirá su recorrido sobrevolando nuevos paisajes, nuevas historias”, revela el director, que ya tiene un nuevo proyecto en ciernes para iniciar el año que viene y continuar con una carrera pensada, siempre y antes que nada, como aventura.
Con las alas abiertas: el desafío de crear el Jabirú
“El espacio, no el tiempo. El tiempo es una ficción inventada por los hombres”, dice el abuelo mientras acaricia una pluma. Lenta e invisiblemente Sadie se convierte o no en un jabirú –la cigüeña americana más grande y, en el continente, la segunda ave en tamaño tras el cóndor– y vuela hasta América del Sur.
En Eureka, el pájaro se transformó en un personaje más, lo que requirió de un intenso trabajo, de un gran desafío por parte del equipo, sobre todo para Alonso, que se animó a la animación, algo que nunca había hecho en su vida. “Es trabajar sobre tierra desconocida –reconoce el director–, porque con los efectos, con la animación nunca se sabe qué queda, qué no queda”.
Su nombre proviene del idioma guaraní y significa “cuello hinchado”. Se trata de una especie de ave ciconiforme de la familia Ciconiidae. Tiene una altura de 120-140 centímetros y una envergadura (alas desplegadas) de 3 metros.
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