El destino de las futbolistas argentinas que, en 1971, llegaron al partido sin camisetas ni botines
Fue el 21 de agosto, cuando la primera selección femenina argentina se enfrentó en un Mundial contra Inglaterra
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En la épica del fútbol argentino, dos goles han inspirado casi tanta literatura como lo hiciera en la Antigua Grecia la musa de la poesía heroica, Calíope, y fueron obra del mismo autor durante una misma disputa deportiva. Uno de esos aciertos es considerado fruto de una de las mejores jugadas de todos los tiempos y lleva nombre acorde, el Gol del Siglo; el otro todavía divide las aguas: hay quienes leen en la polémica Mano de Dios la antítesis del fair play, pero están los que celebran la “picardía” de Diego Armando Maradona como una merecida vendetta contra los ingleses después de la guerra de Malvinas.
Como sea, aquel legendario partido del Mundial ‘86 entre el equipo de la rosa y los albicelestes ha permanecido como recuerdo incombustible; no así otra proeza contra el mismo país contrincante, que también tuvo cita en un Estadio Azteca abarrotado, en Ciudad de México, 15 años antes…
Es decir, el 21 de agosto de 1971, cuando la primera selección femenina mundialista arrasó a Inglaterra con cuatro tantos marcados por la diez del plantel, la delantera zurda Elba Selva, durante un encuentro muy duro, elogiado por la prensa local.
“Buena exhibición dio la escuadra pampera. Hizo fútbol de arte, con jugadoras afortunadas e inspiradas”, se lee en recortes de la época sobre la destreza de una delegación más provista de empuje que de estrategia. Porque este grupo de precursoras no tenía ni director técnico ni preparador físico ni médico; aún más, ni siquiera contaba con camisetas o botines de cuero al llegar a tierra azteca.
Se los donó el comité organizador de este Campeonato Mundial de Fútbol Femenil para que defendieran sus colores en mejores condiciones, sin calzado de lona o sacachispas.
Al respecto, no estaba la FIFA detrás de este torneo pionero. A pesar de que el primer club femenino había sido fundado a fines del siglo XIX en Inglaterra, y que en países como el mentado y Francia tuvo su momento de auge y popularidad durante la Gran Guerra, luego se desalentó –e incluso prohibió– la práctica.
Para 1970, la entidad aún no abría la disciplina a las mujeres; ni las reconocía ni prestaba sus campos oficiales. De hecho, faltaban todavía 20 años para que coordinara el primer Mundial de ellas, China ‘91.
A cargo, entonces, estuvo la Federazione Internazionale di Calcio Femminile e Europea, un organismo privado, en los márgenes, que ya había hecho lo propio en 1970, con tan buenos resultados que decidieron repetir fórmula al año siguiente, esta vez convocando a la Argentina, cuyo seleccionado no alcanzó el podio.
En ambas ediciones fueron las danesas las que levantaron la preciada copa. Aun así, la inédita presencia sentó precedente, al igual que el significativo triunfo por goleada contra las inglesas, aunque el capítulo permaneciera bajo las sombras durante décadas.
Solo en los últimos tiempos, cuando el fútbol de mujeres empezó a ser tomado en serio, comenzó a sonar la hazaña del 21 de agosto del 1971, e inclusive se honró la fecha con una efemérides en el calendario: el Día de la Futbolista Argentina.
Mucho tuvo que ver en esta reivindicación tardía la ex arquera Lucila “Luky” Sandoval, que debutó en los 80 y atajó para All Boys, River y Boca, entre otros equipos. Tras toparse fortuitamente con una foto del seleccionado, Luky se preguntó: ¿quiénes son esas chicas? Intrigada, fue reconstruyendo la historia, encargándose de difundirla tras contactar a muchas de sus protagonistas, claras adelantadas de las Estefanía Banini o Vanina Correa de hoy en día.
Tiene sentido, entonces, que Sandoval abra México 71, documental de inminente estreno que recupera este episodio histórico a partir de valiosos materiales de archivo, además del testimonio de varias integrantes de nuestro primer seleccionado mundialista.
Dirigido por Carolina Gil Solari y Carolina Fernández, el film presenta a María Esther “Pelusa” Ponce, defensa; María “Tana” Fiorelli, arquera; Elsa “Blanquita” Bruccoli, wing izquierdo; Virginia “La negra” Andrada, volante; y claro, Elba Selva, delantera y goleadora, jugadoras que se plantaron en la cancha cuando la profesionalización parecía una utopía y, en sus casas, les desaconsejaban patear el balón, una afición “demasiado masculina”.
Entonces México, un sueño con el que ni siquiera habían fantaseado: cada match se disputó en estadios emblemáticos colmados, emitido por tevé a color a un público enfervorizado.
Decenas de periodistas cubrían cada encuentro, y numerosos aficionados rodeaban a las jugadoras para pedirles autógrafos, a la par que les obsequiaban chamarras, sombreros, aros.
“De la canchita del barrio pasamos a pisar el mismo césped que había caminado Pelé un año antes”, se escucha decir a las pioneras en una cinta que vale como documento, donde se habla de las glorias pero también de tantas amarguras que terminaron por alejarlas del deporte al regresar al país.
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