El castillo de la Ruta 2 que se renueva para olvidar un final trágico y una boda que no fue
La sobrina bisnieta de Felicitas Guerrero, Cecilia Guerrero, encaró la puesta en valor de la estancia La Raquel, en Castelli, que reabrió al público
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Si William Shakespeare hubiera conocido el clásico hito del kilómetro 168 de la Ruta 2, como en su obra Romeo y Julieta, podría haber escrito “el gozo violento tiene un fin violento y muere en su éxtasis como fuego y pólvora que, al unirse, estallan”.
Si bien la leyenda no se ubica precisamente allí, en la que desde 1894 se conoce como la Estancia La Raquel, al momento de los hechos eran solo algunas hectáreas por las que circulaba Felicitas Guerrero. Era, a fines del siglo XIX, una de las mujeres más ricas de la Argentina, y la cultura popular convirtió al “castillo” en el epicentro emocional de los sucesos.
En ese entonces, la propiedad todavía no tenía su castillo, pero sí era el sitio elegido por la joven para sus caminatas diarias. De hecho, forma parte de lo que fue La Postrera, propiedad de Felicitas. Por entonces, eran las últimas tierras antes de llegar al territorio aún en manos de los indígenas. Se extendía desde el Río Salado hasta el Mar Argentino, donde hoy se encuentran Pinamar, Cariló y Valeria del Mar.
El sitio está enmarcado por 80 hectáreas sobre la vera del río Salado, y en él se destaca su chalet, inspirado en la belle époque francesa. Situado en la localidad de Castelli, perteneció a Manuel Guerrero, hermano de Felicitas, que poseía unas 40.000 hectáreas, afectadas a la producción desde 1888. Es aquel que, cuando los veraneantes viajan a la Costa Atlántica, espían entre los árboles sobre la Ruta 2. Precursor de la lechería en la Cuenca del Salado, con técnicas de avanzada, despachaba por tren a Buenos Aires unos 18.000 litros diarios desde la Estación Guerrero.
La estancia fue modelo. Formaba parte del “granero del mundo” y era el ejemplo del progreso, además de estar repleta de un patrimonio histórico importante. “Manuel era muy emprendedor, tesonero, igual que su hermana Felicitas, traían toda la tecnología de Europa, como se estilaba en ese momento –analiza Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas y Manuel–. Y también fue la familia la responsable de traer al país la raza Aberdeen angus, conocida por ser criada para el consumo de su carne. Es autóctona de Escocia”.
El asesinato que hizo historia
Amor, tragedia y despecho marcan la historia del predio. Luego de enviudar, a los 24 años, de Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, la bella y adinerada Felicitas era cotejada por unos cuantos pretendientes.
Entre ellos estaba Enrique Ocampo, tío abuelo de las célebres Silvina y Victoria, pero el amor no prosperó. Distinto fue el vínculo con Samuel Saénz Valiente, con quien Felicitas se comprometió.
El día del anuncio oficial, el 29 de enero de 1872, la felicidad y celebración se convirtieron en tragedia. Dolido por no haber sido correspondido, Enrique Ocampo le disparó y asesinó a Felicitas. En una situación que aún se desconocer certeramente (la leyenda discierne entre un suicidio o la venganza de algún familiar o amigo de Felicitas), Ocampo murió poco después, también por una herida de bala.
Cuidar el patrimonio
A Manuel Guerrero, creador de La Raquel, como se la conoce hoy, le sucedió su hija Valeria que, junto con su marido Juan Pablo Russo, decidió formar la Fundación Russo Guerrero para preservar el lugar y mantener viva esa voluntad precursora de contribuir al desarrollo de la Argentina.
Luego de un tiempo de ostracismo, la entidad pasó a manos de una familia ensamblada: Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas y Manuel, y su marido, Juan Pablo Russo, de la que también participan sus respectivos hijos. “Nací en Capital Federal y, a los poquitos días, me fui a vivir a un campo, al lado de La Raquel, con mi papá, mi mamá y mis abuelos –recuerda Cecilia–. En La Raquel estaba mi tía Valeria, casada en ese entonces con Juan Pablo”.
"Nos propusimos no perder la estancia, recuperarla y trabajar en ella"
Cursó la escuela primaria en Castelli, disfrutando de una vida rodeada de animales y del verde. “Amo el campo –relata–, ayudaba a mi papá con su actividad con el haras de los caballos, y en la cabaña con las vacas. Todo eso me encantaba. Fue una infancia muy linda, en una ciudad muy chiquita, donde éramos un grupo de amigos, y mis padres tenían el suyo, con una vida social muy agradable”. Más tarde volvió a la Ciudad de Buenos Aires para terminar sus estudios, pero ese recuerdo podía más. Y regresó a los orígenes.
Cecilia siempre decía que tenía tres abuelas. Una, por el lado de su mamá; otra, por el de su padre, y tía Valeria. “Siempre se comportó como una tercera abuela. Era divina, pero muy especial. Con su carácter y sus tiempos, los que había que respetar y entender”.
Tiene esa mirada calma de haber visto despuntar el sol en el silencio del campo, y esa paciencia de saber esperar que el ternero crezca y el girasol regale sus semillas. Con esa parsimonia, era capaz de desgranar el tiempo observando a Valeria. Y también le daba la entrada a la mesa de los adultos. “Era de las pocas a las que dejaban sentarme en la mesa principal con los grandes –dice–. Entonces ahí es donde escuchaba las charlas de los mayores. Me intrigaba entender de qué hablaban. Eso era lindo”.
Ir a La Raquel era como visitar su segunda casa, como la de la abuela. “De más grande me di cuenta que era un lugar que a la gente le llamaba la atención, que lo asociaba con un viaje, con un momento. Me encantó empezar a escuchar esas anécdotas de un momento de felicidad de cada uno. Eso aún hoy es muy agradable”.
La contemporaneidad atrajo una historia de amor diferente. Hubo un tiempo en el que la estancia no estaba pasando un buen momento. La administración era la gran preocupación de Cecilia, de su padre Manuel Guerrero y de un primo por parte del marido de Valeria, con su mismo nombre, Juan Pablo Russo.
“Nos propusimos no perder la estancia, recuperarla y trabajar en ella. Así, entre el sobrino, mi papá y yo, trabajamos duro para poder salir adelante”, recuerda Cecilia. Una cosa llevó a la otra, y otra vez un Guerrero y un Russo se enamoraron. “La Raquel volvió a entrelazar a las familias –sigue la heredera–. Hace casi 25 años que estamos juntos”.
Crisis y quiebra
Al morir Manuel Guerrero hereda la estancia Valeria. La crisis del 30 afectó a la fábrica de manteca, quesos y cremas. Cuando ella queda a cargo, “con esta crisis le daba mucha pena despedir a empleados. Entonces, por cuidar a esas familias que trabajaban ahí, se fue a la quiebra. Tuvo que arrendar su propiedad. Fue una situación muy difícil”.
Por entonces se casó con Juan Pablo Russo, que era un médico de Monte Caseros, y él se se abocó a acompañar a Valeria en su trabajo. La ayudó a transformar la estancia. Hizo un gran establecimiento ganadero, cerró la fábrica y lograron tener uno de los mejores de la zona. “Así fue como se integraron nuestras familias -relata Cecilia-. Hacemos una muy buena y prolongada dupla”.
Como no tuvieron hijos, para que pudiera perdurar la estancia decidieron convertirla en una fundación. Con el tiempo se fue aggiornando y hoy la fundación sin fines de lucro está comprometida con el desarrollo de la cultura, las actividades solidarias y la producción agrícola sostenible. Hacen su aporte a numerosas instituciones de la zona de Castelli: el hospital, la casa del niño, investigación en hidroponia y muchas cosas. También se realizan eventos sociales y empresariales.
La estancia contemporánea
Hace 25 años que el nuevo equipo está trabajando en La Raquel. No fue fácil y, en un momento, decidieron hacer la obra de puesta en valor para no perder el patrimonio. “Es tan linda que me sigue deslumbrando, aunque la conozco desde siempre –dice la heredera–. El parque es increíble”.
Ese espacio lo había planificado el paisajista danés Frederic Forkel, contemporáneo Carlos Thays. Atravesaron distintas situaciones: mientras ejercían labores productivas, seguían cuidando la casa y haciendo distintos proyectos. Finalmente, iniciaron la obra que lleva varios años en marcha y que debió atravesar la pandemia.
“Mi papá decía que una nueva historia de amor del dúo Guerrero-Russo daba nuevos bríos a la estancia –relata Cecilia–. Así estamos los dos con nuestros hijos”. El hijo de él, que repite su nombre, lleva adelante la parte comercial. El de Cecilia, Matías Virasoro Guerrero, trabaja junto a ella en el área institucional y el manejo de la estancia.
“Nunca dejaron de llegarnos mensajes de la gente reclamando poder volver a visitar el lugar –explica Cecilia–. Por ahora, por la obra, el castillo sigue cerrado, pero armamos una serie de actividades rurales y gastronómicas para que puedan disfrutarlo. Es muy bueno volver a ver La Raquel poblada de visitas y contar nuestras historias”. Hoy los días de campo son siempre con reserva por Instagram (@ laraquelestancia). Hacen actividades sociales y corporativas.
Para agendar, el próximo día de campo será el 18 de noviembre, con reserva previa y cupo limitado. A los visitantes les espera un gran almuerzo bajo los árboles, pero por el momento no incluye el hospedaje.
Aunque Felicitas no vivió en el castillo, los visitantes comentan que sienten una energía de ella ahí. “Esta era la zona del Paso del Villar, el sitio donde el río bajaba y permitía llegar hasta La Postrera”, dice Cecilia. Bajo su gestión y la de su hermano se trajo desde Europa el primer puente de hierro que se convirtió en el primer paso sobre el Salado, para más tarde transformarse en el camino de la ruta a Mar del Plata.
“Era una mujer de muchas inquietudes. Esos eran pasos para sus viajes, y ahí pasaba por La Raquel, primero solo un puesto que luego le tocó a Manuel Guerrero, casado con Raquel Cárdenas, a ella hace honor el nombre de la estancia. Manuel quería hacer su balneario estilo europeo. Lo intentó, pero le ganaron los médanos. Valeria, su hija, continuó con ese proyecto, se unió a Jorge Bunge y donó todas las tierras, la arena de su campo. De su sociedad surgieron Pinamar, Valeria del Mar y Ostende.
“Siempre vamos hacia adelante –sentencia Cecilia–. Armamos una familia ampliada con toda la gente que trabaja en la estancia. Desarrollaron un cariño especial por el lugar. Con esa energía se hace posible. Es agradable pasar el día a día y superar las adversidades”.
Hoy el presidente de la fundación es el marido es Cecilia, y ella es la vicepresidenta. Pero ya preparan a los herederos para pasar la posta. La pareja legará el mando a sus respectivos hijos. “Estamos trabajando los cuatro a flor de piel en esto”, concluye. Y así terminar de convertir la historia de una tragedia en un lugar de encanto.
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