El carnicero de Ayacucho que se convirtió en cantante lírico en Nueva York
El argentino Fabián Veloz dejó atrás los frigoríficos y brilla como barítono en el Met Fabián Veloz
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El destino le había marcado un rumbo diferente: ser carnicero, continuar con el negocio familiar dedicado al reparto de carnes en la provincia de Buenos Aires. Ese era el mandato que había recibido como único hijo varón y lo estaba cumpliendo según lo previsto: arrancaba cada día a las 4 de la mañana, cargaba su camión con las pesadas reses del frigorífico que tenían instalado en el fondo de su casa y partía, antes del amanecer, a recorrer las carnicerías de la costa, largos kilómetros desde Ayacucho hasta Necochea, Mar del Plata y Pinamar, y a la vuelta, cada tanto, cargando frutas y verduras para aprovechar el viaje, el combustible y la caja refrigerada de su tráiler. Pero un día, fortuitamente, descubrió que su voz era mucho más que “una buena voz”, y entonces la ópera se cruzó en su camino.
Hoy es uno de los cantantes líricos más brillantes de la Argentina. Protagonizó recientemente dos óperas con la soprano rusa Anna Netrebko en el Teatro Colón –la primadonna mundial desde hace dos décadas–, y es requerido para cantar los principales roles de barítono en los mejores escenarios de Europa y los Estados Unidos. Por estos días, participa en dos producciones verdianas en la Metropolitan Opera House, el consagratorio Met de Nueva York, donde un retrato suyo es exhibido al lado de las grandes figuras de la compañía neoyorkina, además de una serie de presentaciones con un proyecto propio catalogado como un “folclore de cámara”. Antes de partir a los Estados Unidos, donde permanecerá hasta fines de mes, el exitoso cantante mantuvo un encuentro con LA NACION.
Esta es la historia de un carnicero de Ayacucho convertido en una estrella de la ópera, llamado Fabián Veloz.
Cambiar el rumbo al destino
Cuenta que comenzó como “guitarrero”, tocando en peñas y en fogones para los amigos, algo del folclore que todavía guarda en su corazón. “Arriba de un mueble de mi casa encontré una guitarra –recuerda–, la bajé, empecé a tocar de oído y a “folclorear”, observando a los demás, ayudándome con las revistas Toco y Canto que traían las letras y los acordes dibujados para la guitarra. ¡Una época sin tutoriales ni internet! Había que escuchar la música, guardarla en la memoria, ‘sacar la melodía’ de oído o grabarla artesanalmente cuando aparecía en la radio. Así empecé. De la nada misma”.
–¿Cómo descubriste la voz lírica?
–En el conservatorio municipal de mi pueblo, Ayacucho, me invitaron a cantar en el coro y los que cursaban la carrera de saxo me pidieron que participara de una presentación cantando “Balada para un loco”. Me copié la letra, aprendí la melodía y la canté. En la sala dos personas se acercaron planteándome exactamente lo mismo: “¡Tenés que dedicarte al canto lírico!”. Eran la pianista Marta Scafoglio, de Mar del Plata, y la profesora de canto Shirley Ocampo, que me ayudó a descubrir esta vocación. Me dijeron que en mi voz se oían armónicos naturales y que corría con facilidad. Siempre fui curioso así que, tanto me insistieron, que decidí probar y ver de qué se trataba.
–¿Con qué probaste?
–Con la serenata de Don Giovanni, el aria “Deh vieni alla finestra”. No tenía experiencia y leía de una manera muy básica, pero siempre fui un gran “orejero”. Después aprendí a leer música, guitarra y un poquito de piano. Pero en ese momento solo me dieron una grabación, tomé la partitura y empecé a cantar. Lucía Boero, mi maestra hasta el día de hoy, me dijo: “Sos un diamante en bruto. Las condiciones están, pero hay que trabajar y es duro. Yo puedo enseñarte la técnica, aunque no es un camino fácil, requiere estudio y constancia”. La idea estuvo dándome vueltas en la cabeza durante todo un año.
"Yo arrancaba a las 4 de la mañana y, a veces, terminaba a las 10 de la noche. Iba al frigorífico, cargaba el camión y salía de viaje"
–¿Te identificó como barítono desde el primer momento?
–Un barítono que, a medida que trabajara y fuera viendo las pautas de la vocalidad, iba a poder definir mejor el registro. “En breve –me dijo–, vas a ser un barítono verdiano y no hay muchas voces así”. Me enseñó insistiendo en que no se trata de una carrera fácil, pero que si trabajaba con responsabilidad podría insertarme en el mercado laboral de la ópera. Mi aspiración máxima en aquel momento era ingresar al coro del Teatro Argentino de La Plata.
–¿Qué define a un barítono verdiano?
–El hecho de poder soportar una partitura de Verdi, muy exigente en todas sus demandas: en la línea, que es difícil de sostener, sobre todo en los agudos; en poder atravesar una gran orquestación, y, más que nada, en el arte del saber decir, porque la palabra en Verdi es un aspecto al que se da especial énfasis.
–Tu familia, sin ser música, ¿cómo recibió esa revelación y tu eventual destino en la lírica?
–Me tomó todo aquel 2002 decidirme, desde que me escucharon cantar la “Balada para un loco” hasta que me puse a estudiar en serio. Teníamos una empresa familiar que se dedicaba al reparto de carne. Ese era mi trabajo. Ese era mi destino. Con lo cual, resultaba muy extraño plantear que quería estudiar ópera, porque no existía en mi pueblo ningún contacto con el tema, nada que ver con la lírica. Nunca nadie había hecho algo similar en Ayacucho: irse de un pueblo de 20 mil habitantes, muy amable y tranquilo, a estudiar ópera en La Plata. Para mis padres, sin referencias concretas, eso era algo raro. Además, ya no era un chico, era una persona grande de 28 años, y me asustaba la decisión de dejar todo. A fines del año siguiente, cuando decidí irme, hablé con mi papá y le hice un planteo sencillo: el tren pasa y pasa. ¡Es ahora o nunca!
–¿Cómo era ese trabajo que marcaba el rumbo de tu destino?
–Un trabajo muy físico y rudimentario. En la parte de atrás de mi casa teníamos un galpón donde habíamos hecho una cámara frigorífica y guardábamos el camión y todo lo necesario para el reparto. Yo arrancaba a las 4 de la mañana y, a veces, terminaba a las 10 de la noche. Iba al frigorífico, cargaba el camión y salía de viaje. Durante muchos años recorrí Necochea, Mar del Plata y Pinamar, llevando las medias reses y repartiendo carne por las carnicerías de la costa atlántica. Terminaba el reparto a la tarde y como tenía un camión térmico lo aprovechaba para pasar por el Mercado Central a buscar fruta y verdura. Cuando volvía a mi casa no me iba a descansar, hacía una pausa corta y preparaba la carga del próximo día. La madrugada siguiente volvía a empezar lo mismo. Pensar que de esa actividad me iba a un coro para ganarme el sueldo cantando… era algo insólito.
–¿De qué manera lo compatibilizabas con el estudio del canto?
–Cada 15 o 20 días me iba a Buenos Aires a tomar una clase. Entre una y otra lección seguía estudiando solo. Mientras manejaba el camión ponía algo de música y aprovechaba ese tiempo para fijar algunas cuestiones del canto. Tenía una colección de CDs que venía con el diario: “Los grandes éxitos de la ópera”. Arrancaba el día con el Largo al Factotum de El barbero de Sevilla y lo cantaba con los pocos elementos técnicos que poseía en aquel entonces. ¡Y me devoraba todo lo que llegaba a mis manos! Una vez escuché el dúo de Lakmé y me pareció algo tan maravilloso… Eran las joyas de la música y yo, deslumbrado, me preguntaba de todo: ¿qué será esto tan lindo? ¿de qué se trata? Mi curiosidad innata me ayudó mucho en la formación. Veía todo lo que pasaban por TV, los personajes me resultaban apasionantes, los nombres y lo que hacían, entonces les escribía a los amigos para averiguar qué era. Un día vi la historia impactante de uno que me quedó grabada en la memoria porque su hija se llamaba Gilda, como la cantante de cumbia. ¡Y yo la recordé por eso! [NR: se refiere al personaje Rigoletto, protagonista de la ópera homónima de Giuseppe Verdi, que se convirtió en uno de los roles icónicos que más éxito le brindó a Fabián Veloz]. Hay una frase al final del primer dúo con Gilda donde todo se detiene, la acción y la música, porque lo que sigue es un golpe al corazón: Ah, deh, non parlar al misero! Es de una belleza y expresividad impresionantes.
"Una vez, en una conversación que me quedó grabada a fuego, mi papá me dijo: ‘Hagas lo que hagas, Fabián, ponele el alma entera que no vas a fallar’."
–Decidiste ingresar al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISA) justo en el límite de la edad
–Mis compañeros en el conservatorio eran todos chicos, entonces yo quería terminar lo más rápido posible. Necesitaba insertarme en el ámbito laboral. Así surgió la posibilidad de presentarme al ISA. La maestra con la que estudiaba estaba en Capital y los viajes se me complicaban. Fue ella quien me conminó a postularme, porque estaba en el límite de los 30 años. ¡Y funcionó! Al poco tiempo ingresé al Coro Estable y quedé fijo hasta que empecé a cantar como solista. Después me arriesgué a dejar esa estabilidad para dedicarme de lleno a mi propia carrera.
–¿Con qué obra llegó tu primera oportunidad?
–Con El barbero de Sevilla para Juventus Lyrica, dirigida por Ana D’Anna y Antonio Russo en el Teatro Avenida. Ana me convocó para unos conciertos y quedé para la producción de El barbero. Fue difícil porque todavía no podía dedicarme a la interpretación, estaba pendiente de tantas cosas que debía dominar a la vez. Fue algo hermoso de lo que tengo el mejor de los recuerdos ya que me tocó cantar con muchos amigos, y fue una fiesta además de un éxito. Es una etapa que recuerdo con amor.
–Y hoy estás en una meca de la ópera: la Metropolitan Opera House de New York
–Llegué hace 10 años para dar una audición con muchas ilusiones como cualquier cantante y tuve la grata sorpresa de que a las dos horas me enviaran un contrato para ser cover en Lucia di Lammermoor. Fue extraño y satisfactorio. Luego seguí como cover de Yago en Otello. Hace poco tuve la suerte de debutar en Chicago con un contrato que tenía prepandemia. Había gente del Met en el público viendo esa Tosca y, otra vez, me llamaron a último momento porque el barítono se enfermó. Scarpia es un personaje que he cantado muchísimo, pero fue un gran desafío hacerlo en el Met con Aleksandra Kurzak (esposa del célebre tenor Roberto Alagna), y la dirección de Michael Fabbiano. Ahora estoy preparando dos títulos: Un Ballo in maschera (hasta noviembre) y La Forza del destino (de enero a marzo).
–Con todo el esfuerzo y el riesgo que tomaste para torcer tu destino, ¿qué sentís frente a una sociedad que valora poco el mérito?
–Es difícil de explicar. Creo que estamos en otra era, en un tiempo en el que ya no se respeta la ley del esfuerzo. Se ha perdido esa conciencia. No me refiero al gremio frigorífico que era lo mío, y que es una actividad especial. Ahora todo es más fácil, las cosas vienen servidas en bandeja. Cuando doy una masterclass insisto: “¡Muchachos: todo está en el esfuerzo! ¡Estudien y estudien que no hay otra salida! Se sale estudiando, trabajando, leyendo, corrigiéndose, superándose. Eso es la vida”. Tal vez, en algunos años, retomemos esa senda que me legó mi padre. Una vez (es una conversación que me quedó grabada a fuego) viajábamos con él en el camión y me dijo: “Hagas lo que hagas, Fabián, ponele el alma entera que no vas a fallar”. Hoy en mi familia nadie sigue con el negocio frigorífico que me estaba destinado, que era mi futuro. Pero mi padre, Aníbal, siguió haciendo sus chacinados de cerdo hasta el día en que falleció. Por suerte me vio cantar muchas veces y triunfar en el escenario gracias a ese legado que me dejó: trabajo y sacrificio.
El dúo Gato y Mancha, embajadores de la cultura argentina
Con las producciones del Met y por cortesía de la casa lírica que le cedió el permiso para realizar una serie de conciertos bajo el patrocinio de Ópera Hispánica (una organización que dirige otro argentino, Jorge Parodi), Fabián Veloz sumó a su agenda neoyorkina un programa de folclore de cámara que presentará hasta fines de mes en Nueva York junto a la Camerata Washington Heights, con los arreglos y la dirección general del pianista y compositor Sebastián Fernández Cerri, también oriundo de Ayacucho. “Es por eso que, como dúo, nos llamamos Gato y Mancha: porque los dos venimos de Ayacucho y con nuestro nombre le rendimos homenaje a los dos famosos caballos de raza criolla que cumplieron la mundialmente célebre hazaña de unir Buenos Aires (la Estancia El Cardal de Ayacucho) con Nueva York, entre 1925 y 1928, en una de las travesías más famosas del siglo XX”, dice el cantante.
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