El arte de la copia: secretos, negocios y tabúes de los grandes falsificadores
Daniel Schávelzon y Leticia Obeid analizan y repasan la historia de los falsificadores de ayer y hoy; ¿homenaje al copiado o estafa al comprador?
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La copia, como una de las bellas artes o como la mayor estafa. Dos libros parecen conversar desde puntos de vista opuestos sobre lo que significa copiar a otro artista. La diferencia entre uno y otro podría ser la intención: homenaje al copiado o estafa al comprador. Pero la operación es bien parecida.
Es indiscutible que Kurth, el falsificador trata sobre un delincuente. El historiador y arqueólogo Daniel Schávelzon lo entrevistó entre 2005 y 2010 para escribir sus memorias, y recién atinó a publicarlas en 2023 bajo el sello Planeta, una vez que el personaje y su hijo murieron. Sucede que hablar de falsificaciones en el mundo del arte es un golpe de escepticismo para el mercado. Entre las obras que el falsificador dice haber copiado y vendido como buenas, hay piezas de Carmelo Arden Quin, Libero Badíi, Héctor Basaldúa, Juan Batlle Planas, Antonio Berni, Alfredo Bigatti, Norah Borges, Pío Collivadino, Pablo Curatella Manes, Ernesto de la Cárcova, Gyula Kosice, Julio Le Parc, Benito Quinquela Martín, Rogelio Polesello y Xul Solar, entre muchos otros. No se privó de nada. Todos los estilos. “¿Por qué nadie colecciona en la Argentina a los constructivistas de la década de 1940? Simplemente –escribe Schávelzon– porque nadie puede diferenciar lo original de lo que no lo es”.
Aunque en el arte local hay decenas de historias de falsificadores, son relatos que rara vez llegan a ser libros o películas. Es, en cierta forma, un tabú que se cree que echa sombra sobre la producción de un artista. Por temor a afectar las ventas de sus originales, los mejores cuentos se transmiten en voz baja.
Artistas contemporáneos de éxito que sustentaron sus días con la venta de cuadros falsos de colegas de un siglo anterior, galeristas que hicieron la vista gorda y vendieron obras de incomprobable procedencia, piezas que hoy cuelgan en museos nacionales y que fueron adquiridas a una marchand que se sabe que todo lo que vendía era falso o traficado. De esas historias hay que hablar.
Lo hace Schávelzon al contar los secretos de un falsificador que durante cincuenta años fraguó todo tipo de obras, muebles, estampillas, monedas, espejos, almohadones, documentos. Falsificó certificados y fotos para sustentar sus mentiras de antigüedad a las obras recién salidas de su taller. Manejó el sigilo, para sostener su trabajo en el tiempo y no ser descubierto. No destacarse, no imitar a los famosos, no ir a fiestas ni tener autos de lujo. No veranear en Punta del Este. Pasar desapercibido.
Pocas piezas de un mismo autor, perfectas o las quemaba, de poco valor, y no idénticas a las existentes, sino con alguna sutileza. Creaba obras nuevas de pintores vivos tan buenas, que una vez un artista dijo que sí, que la había pintado él.
Y el perfil bajo: nada que ver con Elmyr de Hory, que vendió más de 1000 falsificaciones de cuadros millonarios y se paseaba en Rolls Royce. Se hizo famoso después de que Clifford Irving le dedicase un libro, y posteriormente apareciese en el documental Fraude (F for Fake), de Orson Welles.
En el país nadie se había sentado hasta ahora a conversar con un falsificador para contar sus secretos. “Lo han hecho, pero nunca se animaron a publicarlo. Me contaron historias fascinantes de personas también fascinantes”, dice Schávelzon. En sus títulos anteriores, cuenta varias historias más: El silencio es oro. Tráfico de arte durante el nazismo en la Argentina (Olmo Ediciones, 2017) y Arte y falsificación en América Latina (Fondo de Cultura Económica, 2009).
En el libro, se dan recetas prácticas que sirven para perder la inocencia al admirar un cuadro o una antigüedad: cómo envejecer una madera con aceite viejo de camión o cómo cambiar clavos de cabeza redonda por otros de cabeza cuadrada como los que se usaban antes, rellenar un almohadón con lana de colchón viejo. “Así funciona nuestra realidad y creo que es bueno desnudarla, ponerla en evidencia, discutirla. Le da herramientas especialmente al especialista en arte para evaluar mejor y no ser engañado”, explica.
“Hay un gran falsificador sobre el que se ha escrito montones en México que se dedicaba a falsificar arte precolombino, Brígido Lara en la década de los sesenta y setenta. Lo descubren y va preso por tráfico de antigüedades. Pero el Instituto Nacional de Antropología se da cuenta de que es una locura tenerlo preso, lo sacan de la prisión y lo ponen como director del área de reproducción de piezas arqueológicas, selladas y firmadas, que son las que compras hoy en las tiendas de los museos”, cuenta Schávelzon, que además de investigador del Conicet, es director del Centro de Arqueología Urbana en Universidad de Buenos Aires. Convirtieron el defecto en virtud. Para salir de la cárcel, Lara tuvo que pedir arcilla y modelar entre rejas una de sus piezas “mayas” o “aztecas”, para demostrar que lo que vendía era obra suya. “Terminó enjuiciado por un museo de Los Ángeles porque les hacía perder millones de dólares al bajar el valor de sus colecciones y deteriorar su imagen”, apunta.
Frank Stella se falsificó a sí mismo y vendió dos cuadros iguales: fue enjuiciado. Pero ¿era ilícito? Hay una delgada línea entre el falso y la copia. “Hay cantidad artistas que sabemos que la mayoría de su obra no es auténtica, y te estoy hablando desde Rembrandt hasta Van Gogh, copias de copias hechas a veces con buena voluntad por el estudiante clásico que aprendía a pintar copiando obras en museos”, señala.
Ese es el punto en común entre el libro de Schávelzon y Galería de copias (Ripio, 2023), de la artista visual y escritora Leticia Obeid. Para ella, la copia es contacto. “Lo que se pegó a algo, lo que se amoldó, lo que se aprendió, lo que se transmite. La copia es un acto de creación táctil: percibe e inventa a la vez, acaricia y hace aparecer”, escribe en el capítulo titulado “De la copia como una de las bellas artes”.
En su exposición Tocar el velo, que se vio en la galería Hache a comienzos de 2023, presentó una instalación compuesta de copias de manuscritos de escritores. Copia firmas y letras. La letra de Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Clarice Lispector, Aurora Venturini, Charlotte Brontë... copiar es una forma de admirar. Obeid calca por contacto físico, por amor y aprendizaje. Unos meses antes, el artista Fabio Kacero exponía en la galería Ruth Benzacar una muestra compuesta por copias de firmas de artistas.
Explica Alan Pauls en el prólogo: “Cuando se dice que copiar es tocar (y lo dice tarde, cuando su libro ya se las ingenió para hechizarnos con la idea), Leticia Obeid hace por lo menos dos cosas. Recuerda (reivindica) la tradición más artesanal del copiar, su dimensión manual, muscular, motriz, tan vital para cualquier aprendizaje como para toda percepción de sí, todo autoconocimiento corporal. Pero también –es el mismo gesto, solo que proyectado a una escala mayor– recuerda hasta qué punto copiar, mucho más que replicarlo, establece un lazo con lo copiado, se roza con él, y en ese roce se liga y se anuda a él, de modo que la copia deja de ser la versión segunda, subalterna, parasitaria, del original, para convertirse en su aliada, quizás en su par”.
En los ensayos, Obeid expande el concepto de copia a la imitación en una clase de danzas árabes, al doblaje en el cine, la traducción, la falsificación de documentos durante la Dictadura, al trabajo de un médium, las regrabaciones de Taylor Swift de sus propiostemas para recuperar los derechos. No pretende ser original, sino hacer una constelación de copias en la vida cotidiana. “Es una forma de apropiación y de aprendizaje. Copiando aprendemos a hablar, por ejemplo”, dice Obeid.
También, aborda el tema en el campo específico del arte, y da cuenta de sus trabajos en video, en papel, dibujo y su colaboración para la 15º Documenta de Kassel con el colectivo La Intermundial Holobiente (reprodujo un agujero de un manuscrito de la Edad Media en la obra colectiva El Libro de las diez mil cosas, entre otras cosas). Conversa con artistas como Ana Gallardo, que restaura la obra de su madre con hisopos y saliva, y después la copia en grandes lienzos. Y también con Fatima Pécci Carou, que sufrió una persecución mediática por inspirarse en multicopiados personajes de animé para crear sus pinturas. “Ellos inventan y nosotras copiamos”, señala Obeid en el capítulo Karaoke.
“Se nota también como el concepto de originalidad es una herramienta de mercado. Es como una especie de forma de garantizar la escasez de ciertos bienes de lujo –dice la autora–. Si son pocos, están cuantificados, firmados y certificados, entonces eso vendría a justificar el valor del arte, que suele ser alto. La ingrata tarea de crear escasez en la abundancia. La originalidad es una forma de achicar la oferta, porque nuestro medio es abundante, hay gente produciendo cantidad de objetos... se hace, se hace, se hace, se hace febrilmente”.
Para Obeid, el artista contemporáneo es un experto en mímesis. “Entiende que su vida es lo que le da espesor a la obra, lo que muchas veces la hace verdadera. El artista de nuestra época es un ejemplo único pero representativo de una capa social en la que se destaca y sobresale, es decir, un elegido”, escribe. La profusión existente de premios, concursos y salones lo ejercitan en competir.
Y continúa con su radiografía del artista actual: “Hace cosas similares a otros pero a la vez suficientemente distintas para que no haya sospecha de copia. Lejos de ser un marginal se encuadra muy bien en el modelo de trabajador neoliberal: creativo, espontáneo, listo para nuevos lugares, idiomas, contextos, códigos, con el pasaporte siempre al día. Ha aprendido a absorber los cambios veloces porque se ha templado en la incertidumbre desde el principio y suele estar acostumbrado a la precariedad, a los vaivenes de la suerte y a la posibilidad permanente de una caída en desgracia. De hecho, el artista ya es un personaje estable en el cine y la ficción para representar la rareza, el capricho, el egocentrismo y también el azar”. Lo mismo puede decirse del falsificador.
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