El arquitecto que reproduce edificios históricos, desde el Kavanagh hasta al Congreso, con minúsculo realismo
Carlos Santoro descubrió su pasión por las maquetas antes de recibirse de arquitecto; también recrea barcos en madera de cedro, de guatambú y latón, como el galeón isabelino Revenge
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La boiserie y los muebles de madera de la biblioteca original, así como la estructura metálica que sostiene la famosa cúpula y otros sitios inaccesibles para el público del Palacio del Congreso. Los leones alados de la torre y la decoración de hierro de la mansarda que, con el paso del tiempo, perdió la Confitería del Molino. Los de edificios icónicos, como el Kavanagh o el Teatro Gran Rex, entre otros, pueden observarse con minúsculo realismo en las maquetas realizadas por el arquitecto Carlos Santoro.
Como buen profesional, ejecuta con maestría edificios, torres, oficinas y hasta barrios cerrados en miniatura. La carrera, que cursó en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, desplegó un talento que ya conocía y practicaba desde chico, y que llevó a su máximo potencial una vez recibido.
Desde la infancia había adoptado como hobby el difícil arte de realizar maquetas. El azar quiso que el futuro arquitecto se topara de chico con la actividad que desarrollaría (y lo apasionaría) durante el resto de su vida. Sucedió en un cumpleaños, cuando le regalaron una maqueta para armar, de esas que vendían en las casas de hobbies. Entusiasmado, fue consiguiendo de a poco más y más herramientas, similares a las de un carpintero, pero también más pequeñas.
Desde entonces no para de fabricar modelos de construcciones existentes a escala reducida. “Hace cuarenta años los chicos todavía tenían hobbies. El mío era armar barcos. La primera maqueta que hice fue un pequeño galeón antiguo, que se llamaba Mayflower”, recuerda. A lo largo de los años se multiplicaron los barcos, que reprodujo en madera de cedro, de guatambú, en latón y hasta con detalles de dorado a la hoja y de piezas en bronce y plomo.
Entre sus realizaciones conserva un barco egipcio de la Dinastía XVIII; La Candelaria, buque español de 1760; la Fragata Sarmiento; el galeón inglés Golden Hind, que circunvaló el globo terráqueo en el siglo XVI; el buque de pasajeros Modesta Victoria, que navega el Lago Nahuel Huapi desde hace ochenta años; el acorazado Bismarck, de la II Guerra Mundial, y el galeón isabelino Revenge.
Del hobby a la universidad
Cuando llegó la elección de carrera, naturalmente Carlos Santoro se inclinó por la arquitectura. Lo que había sido un pasatiempo de la infancia y adolescencia comenzó a profesionalizarse y, una vez recibido, se dedicó a diseñar maquetas a pedido. En un principio, sus clientes eran estudios de arquitectura.
“Los proyectos eran más grandes que los que hay ahora. Hice las maquetas para el estudio que reformó Galerías Pacífico y para el que hizo el Dot Shopping”, señala.
La crisis de 2001 impuso un freno en su actividad y, luego de atravesarla, un giro le dio un gran impulso. Con la reactivación en la construcción, los encargos del nuevo siglo estuvieron vinculados a edificios de propiedad horizontal e inmobiliarias. En la mayoría de los casos se trataba de construcciones premium o de desarrollos de barrios privados. El fenómeno tiene una lógica: las maquetas “ayudan como herramienta de ventas. Si un edificio es grande, la inmobiliaria puede mostrarlo mejor por medio de una maqueta”, explica.
Su recorrido laboral incluye piezas de oficinas, locales comerciales y viviendas en Buenos Aires, Mar del Plata, Pinamar, Tandil, Uruguay y Miami. Al mismo tiempo, con esa reactivación resurgieron los pedidos para estudios de arquitectura, incluso desde Chile.
En 2019 se sumó una nueva temática a sus obras: las reproducciones históricas. La Confitería del Molino iniciaba un proceso de restauración y merecía una maqueta para exhibir todo su esplendor, tal como se veía en sus primeros días. Hoy se encuentra exhibida en la planta baja de la histórica confitería.
“Reconstruí el edificio como era en su origen. Con los años había perdido elementos, como los leones alados de la torre y una decoración de hierro que estaba en la mansarda. Iban sacando de la edificación lo que se aflojaba para que no cayera a la calle”, detalla el especialista.
Después de años de decadencia e inexplicable abandono, en 2014 la Cámara de Diputados aprobó la expropiación de la confitería, que quedó bajo el control del Congreso. Se inició un proceso de restauración, obra conjunta entre la Ciudad de Buenos Aires, el Congreso y el gobierno nacional.
En la maqueta el arquitecto agregó aquellos elementos que habían sido retirados en el pasado para evitar desprendimientos. Se basó en fotos y en planos antiguos de la confitería. Una vez terminada, sirvió para ayudar a que el edificio volviera a su estado original.
Si bien la maqueta de la Confitería del Molino suma importancia por su alto valor histórico, una de las más complejas que le tocó encarar fue la del Palacio del Congreso de la Nación, realizada en madera de guatambú, y que hoy se expone en el Salón Arturo Illia. La obra cuenta con iluminación LED y “es grande como una mesa, de 1,45 x 1 metro. Además, es la más detallada. Fue engorrosa su realización porque el edificio en sí es complejísimo”.
Para que el público pudiera conocer de alguna manera los sitios vedados a las visitas, el arquitecto realizó la pieza con un corte longitudinal. “Yo propuse hacerlo así, porque todo el mundo conoce el edificio visto desde afuera, pero no cómo es por dentro –explica–. Cuando el corte pasa por la cúpula se ve el Salón Azul, la cúpula interna, el balcón superior y la estructura metálica que sostiene el cobre visto desde afuera”. De este modo, el público entiende cómo es el edificio en su totalidad.
“El corte muestra la biblioteca original, que incluye una boiserie y muebles en madera. Es una biblioteca del tipo de palacio”, describe. Algunos materiales, como el del revestimiento de las paredes de la biblioteca, son los mismos de los originales. Sin embargo, “algunas cosas fueron imitadas con pintura como, por ejemplo, el cobre de la cúpula”, detalla.
Los componentes que hoy están al alcance de la mano para recrear edificios son mucho más variados que antaño. “A diferencia de hace treinta años, cuando había cartón, madera, madera balsa y nada más, hoy existen las placas de fibrofácil, de acrílico y plásticos que antes no había. Estos son materiales flexibles y se pueden cortar hasta con máquinas láser”.
Cuando hay mayor variedad de materiales para construir las maquetas, también se amplía el abanico para asemejarse al modelo real, y, sobre todo, ayuda a ganar tiempo. “Antes, para hacer una pared curva se usaba cartón, se enduía y se lijaba. Hoy, con un plástico flexible se hace mucho más rápido”, asegura.
¿Cuánto tiempo le dedica a la construcción de cada maqueta? Las de los edificios le llevan de dos a cuatro semanas de trabajo. Pero en las más complejas, como fue el caso del Palacio del Congreso, puede tardar medio año. La razón de estos plazos extensos es imaginable: “Son miles de piezas hechas a mano o con corte láser y planos de detalle que hay que realizar previamente”.
En la representacion del edificio Comega, en Avenida Corrientes y Leandro N. Alem, también se inclinó por un corte para que se pudiera apreciar el interior en detalle. La pieza, realizada en acrílico y madera, se exhibe en el hall. Si bien el inmueble es racionalista, de avanzada en su momento, no tiene tanto ornamento como los anteriores. El corte transversal deja al descubierto aciertos que aún hoy se destacan.
“Tiene un hall revestido en acero inoxidable y, en los últimos dos pisos, cuenta con una confitería con barra y pasarela hecha en bronce de estilo art decó”, destaca el arquitecto. Además de la terraza original se sumó una intermedia con un mirador, agregado en los últimos años. En otro piso se observa una barbería. “La maqueta es alta, de 1,80 m, para que se vea todo, incluso lo original y lo nuevo del edificio”, aclara. En cada nivel, el interior suma iluminación.
Maqueta viajera
Son más los edificios emblemáticos reconstruidos por Santoro: en 1999, cuando se celebraba el cincuentenario de la República de los Niños, el director de entonces le encargó una maqueta del tamaño de una furgoneta para poder transportarla por las distintas localidades de la provincia y así mostrársela a los chicos.
El parque temático, con su Centro Cívico y su estación de tren, se convirtió en la maqueta más grande de todas, con una medida de 2,50 x 1,20 metros. Para que pudiera recorrer la provincia de Buenos Aires se armó “una estructura súper reforzada, con vigas de madera, para que aguantara los viajes”.
Infaltable en la lista de edificios destacados, el Kavanagh tuvo su propia maqueta cuando, en 2011, la encargó el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU). Entonces hicieron una campaña de difusión de la arquitectura moderna en Buenos Aires y le pidieron, además, maquetas del Teatro Gran Rex y del Ateliers para Artistas.
Entre sus pendientes, el Palacio Barolo encabeza la lista: “Hice la propuesta, pero finalmente la armó alguien con impresora 3D. Quedó un espanto, no hay detalles ni interiores”. Según explica, la tecnología 3D es muy útil para elaborar piezas macizas, pero no para recrear integramente un edificio. “Algunas piezas, como las columnas, las he hecho con impresora 3D. Bien pintado no queda mal, pero no es para desarrollar toda la maqueta”.
Aunque la mayoría de sus realizaciones son por encargo, el arquitecto conserva su capacidad de disfrute, y, como cuando era chico, se entusiasma cuando le dedica su tiempo libre al armado. Encaró por gusto personal la ejecución de los andenes 13 y 14 de la Estación Constitución y parte de su hall central. Aclara que se limitó solo a una parte del edificio porque es inmenso.
Para los aficionados que quieran replicarla, elaboró un kit para armar los trenes eléctricos. Además, está la opción es construir la Estación Coghlan a menor escala: el kit viene con un plano e instrucciones, todo listo para iniciarse en el arte de montar maquetas.
Entre la extensa lista de temáticas que abordó a pedido figuran el laboratorio Roemmers, en Cañuelas; el nuevo mercado agroganadero, también en Cañuelas; el edificio Somisa, una obra del arquitecto Mario Roberto Álvarez; el hotel Hilton Ushuaia; el edificio La Inmobiliaria, en Avenida de Mayo y Uruguay; el Hospital Alemán, y las estaciones Esquel y El Maitén de La Trochita.
Además, el Banco de Londres, el Hotel Palacio Paz, el edificio YPF, la Estación Miramar del ferrocarril, y la estación y arroyo Esquel, logrados en telgopor, cemento blanco, grava y césped sintético. Y hasta el cruce de los Andes, donde se destacan las columnas de San Martín y Las Heras llegando a Chile.
Aunque toda su vida su habituó a trabajar solo, en la actualidad cuenta con una ayuda especial, la de su hijo Juan Pablo, que es técnico electrónico, sabe diseñar en AutoCAD, estudia ingeniería electrónica y “dibuja muy bien”, según las palabras de su papá. Sus principales contribuciones son en el dibujo y en la decoración de los modelos. ¿La mayor dificultad al momento de realizar una obra? Según Santoro, el tiempo: “Todo se puede hacer, desde una catedral hasta una ciudad. Pero si el cliente pone una fecha, hay que llegar a tiempo”.
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