Diego Muzzio: “No me gustan los libros escritos como hablamos”
El escritor argentino radicado en Francia se diferencia de “la literatura del yo” y propone textos elegantes para mundos fantásticos
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Alberto Laiseca solía dar un consejo en el que decía que había que “leer más, escribir más y vivir más”. En parte, ese era el kit creativo del escritor que dejó su vida en la literatura y trajo una nueva forma de contar, bajo la solapa de “realismo delirante”. En sus talleres formó a muchos que hoy brillan con sus plumas por el mundo. Si bien Diego Muzzio [Buenos Aires en 1969] no fue parte de la pandilla laisequena, asoma en este escritor argentino, que actualmente reside en Francia y ganó el premio Fundación Medifé Filba por su primera novela para adultos, El ojo de Goliat (Entropía, 2022), cierta influencia del autor de Los Sorias en eso de leer y escribir más. Y por supuesto, en estirar los límites de la creatividad, algo que el conde Lai también pregonaba.
“Uno escribe de lo que sabe y conoce”, dice Muzzio desde Le Mans, Francia, a La Nación. El escritor se ganó la admiración de varios integrantes de las Letras por libros como Las esferas invisibles, Mockba y Doscientos canguros. En ese ecosistema de cuentos mostró universos por fuera de realidades cotidianas y se hundió en las profundidades de tramas que experimentan con lo gótico, la ciencia ficción y el terror marginal, donde el desarrollo de personajes asumen la angustia y las desventuras de una vida que nada tienen que ver con las frivolidades de esa literatura del yo que viene engordando el mercado editorial desde hace años.
“Quiero mundos fantásticos cuando agarro un libro. Si voy a leer lo mismo que me pasa en la vida diaria, prefiero otras cosas. Estoy al tanto de mis contemporáneos, pero no estoy muy al tanto de todo lo que se publica. Sí, me llegan cosas y estoy relacionado a nivel redes con algunas recomendaciones. Aunque, a veces, uno se puede clavar con esas cosas –cuenta–. El otro día seguí la recomendación de una escritora sobre un libro de terror, lo compré vía Amazon y no me gustó para nada. Son riesgos”.
En El ojo de Goliat, su novela premiada, la pregunta que sobrevuela la trama busca desandar qué es la cordura y qué la normalidad. Dónde cobra vida el horror y amenaza con llevarse todo. La psiquiatría se aborda desde lo fantástico y dentro de esos mundos narrativos que se esparcen en el libro, aparece la Primera Guerra Mundial, un ingeniero que inspecciona faros y enloquece tras los tormentos del conflicto bélico, un psiquiatra y las voces influyentes que arriban y que tienen cercanía con Roberto Arlt, Ernesto Sábato y, por qué no, Robert Louis Stevenson.
"Quiero mundos fantásticos cuando agarro un libro. Si voy a leer lo mismo que me pasa en la vida diaria, prefiero otras cosas"
“Nunca pensé en crear un estilo, siempre busqué escribir lo más elegantemente que pudiera. Fuera de algún cuento de Mockba, que está narrado en primera persona o son personajes marginales en donde hay un juego más especial con el lenguaje… Borges es siempre el ejemplo de todo escritor. No puedo escribir como este tipo porque copiar su estilo es imposible, pero lo que sí puedo hacer es ser claro como él y tener una elección de vocabulario y en algún punto ser clásico como lo era él”, dice en referencia a la construcción de su voz narrativa. “Me propuse ser lo más clásico posible, lo más técnico, y trabajar dentro del clasicismo. No creo que me ponga a experimentar a nivel narrativo o a jugar por el lado de la vanguardia. Los libros que más disfruto son los que me cuentan una historia y de la mejor manera posible. Para eso hablamos directamente. Me gusta disfrutar del lenguaje y decir qué bien armada que está tal o cual frase, no la podría mejorar. Eso es el juego de la literatura”.
–¿Por qué empezaste a escribir?
–Para estar cada vez más tiempo fuera de la realidad. Como leía muchas horas, no se me ocurrió mejor idea que ponerme a escribir para seguir fuera de la realidad. Muchas veces, la realidad es difícil de soportar. Empezó como un juego. Al principio, era buscar en mapas dónde se iba a desarrollar la historia. Muy [Julio] Verne. Historias donde había que investigar. Todo eso era lo que me atraía y me gustaba, más que el hecho de escribir. Empecé a escribir de verdad cuando comencé a leer poesía. Mis primeros años de escritor fueron más de poeta que de narrador. Escribía algunos cuentos en ese momento, sí, pero mucho más poético.
–¿Cuál fue el primer poeta que leíste?
–Lo primero que leí fue Neruda, después otros autores muy clásicos. Conocí mucha más poesía y literatura cuando hice taller. Ahí se abrió un mundo apasionante. Nos tiraban carne a los leones de manera permanente. Éramos un grupo de taller fervoroso y absorbíamos todo. Eso tuvo mucho que ver en mi formación.
Diego hizo taller con Daniel Arias, un periodista científico cuyas notas se destacaron por las investigaciones que ha llevado a cabo y que cuenta con varias novelas, entre ellas Dinosaurios, Eternidad maldita y Aquella guerrita olvidada. Muzzio destaca que varios de sus compañeros, si bien se han movido por la música y el teatro, también han logrado publicar. “Hay un montón de gente escribiendo muchísimo. Incluso las editoriales argentinas, en momentos de grandes crisis económicas siguen laburando y publicando. Eso me parece increíble porque todo es cada vez más complicado”, destaca. Y menciona algunos nombres de escritores que lo mantienen atento en sus lecturas: Mariana Enríquez, Luciano Lamberti, Edgardo Scott, Ariana Harwicz.
"El otro día leía una entrevista a [Roberto] Bolaño, donde decía que lo natural es leer y que escribir es un trabajo de masoquista"
–En varias entrevistas comentaste tu pasión por la lectura. ¿Es más ardua la tarea de escritor?
–Es un trabajo infernal. El otro día leía una entrevista a [Roberto] Bolaño, donde decía que lo natural es leer y que escribir es un trabajo de masoquista. Yo escribo con mucha dificultad. No es que me siento y escribo dos páginas. Puedo pasar tres o cuatro horas y escribir tres o cuatro oraciones. Y con el tiempo y la exigencia es cada vez más trabajoso. No adquiero ninguna facilidad, todo lo contrario. Cada vez veo más los errores, dónde me equivoco, lo que hay que corregir, lo que me gusta y no. Me siento cada vez más aturdido ante la magnitud del trabajo y desconfiado.
–Dentro de tus obsesiones literarias, aparece la muerte. ¿Por qué?
–Perdí a mi padre cuando tenía 10 años. Ahí entró salvajemente ese tema en mi vida. La lectura para escapar de la realidad viene un poco por esa perdida. Fue un tema muy obsesivo. Siempre estar preguntándome si hay algo más allá. Igual, es un tema central no solo para mí. En la literatura es un tema primordial para el hombre.
–¿Escribir sobre el tema te ayudó a expulsarla?
–Me ayudó leer y escribir, sí, pero no creo que me haya ayudado a comprender más la muerte ni a superarla. A medida que el tiempo pasa, la muerte de los otros se convierte en la posibilidad de muerte de uno mismo, entonces es más obsesivo el tema.
–Has escrito sobre la paternidad…
–Cuando empecé a escribir sobre ese tema, lo hice desde el lado del miedo. El miedo a mi propia paternidad y surgieron muchas preguntas: ¿Voy a estar a la altura? ¿Me moriré yo también?
–¿Tenés estructuras a la hora de trabajar sobre un libro?
–No estructuro nada. Los cuentos pueden ser que aparezcan de golpe, pero por lo general lo que tengo, tanto en el cuento como en la novela, son personajes, situaciones o ambientes que me entusiasman lo suficiente como para intentar escribir algo. A partir de ahí, todo avanza con prueba y error. Muchas veces avanzo y después me doy cuenta de que no funciona y tengo que volver para atrás. A veces me arrepiento de no hacer una estructura. Generalmente me voy dejando llevar por la historia o los personajes. Eso es lo que me gusta: sorprenderme con la idea y ver cómo voy a seguirla.
–Y si estás leyendo algo en ese tiempo en el que estás escribiendo, ¿sos permeable a esas lecturas como influencia?
–Muchas veces interviene lo que estoy leyendo, sí. Es medio intuitivo. Me pasó con Goliat. Al principio no sabía que estaba hablando del doble, hasta que me di cuenta y ahí sí pude exacerbar el tema conscientemente. El libro es un camino. Si tengo todo cerrado de antemano es medio burocrático el tema. Escribir tiene que ser como una pequeña aventura.
–Escribiste mucho para chicos y adolescentes. ¿Cómo conviven esos mundos a la hora de pensar la literatura para adultos?
–Es muy natural. A lo mejor conviven dos personalidades en mí, pero lo vivo muy natural. Es muy distinto escribir para adultos que para chicos. Cuando escribo para chicos me río mucho, se me ocurren ideas y no reprimo nada. Deliro muchísimo. Por ahí en la literatura para adultos uno se para a preguntarse si tal cosa va a funcionar o no. Aunque, el tema de delirar mucho en la literatura para chicos es que a veces no te lo publica nadie. Entonces, de repente, pasás meses escribiendo algo que no se publicará nunca. Igual, la literatura para chicos ahora se ha convertido en algo bastante regulado.
–A pesar de esa regulación que marcás, ¿sigue siendo un espacio para experimentar más?
–Es más experimental a nivel de las historias: dan para delirarse y probar cosas de ciencia ficción o terror. Ahí tengo uno de casas encantadas, donde en cada una pasan cosas distintas. Pero la escritura en sí es bastante clásica y clara, o al menos eso intento yo.
–Otra de las obsesiones que se destaca en lo que escribís, por lo menos en tu material para adultos, es el sentido de pertenencia a la Argentina.
–Sí. Me pasó que sabía que quería escribir una historia sobre un faro, también sabía que quería escribir algo sobre la Primera Guerra, pero siento que, si la Argentina no entra de alguna manera en la historia, no estoy autorizado a escribir sobre la Primera Guerra Mundial con personajes ingleses o escoceses. En Goliat tuve el problema de ver cómo metía a la Argentina. Hasta que se dio y se develó un poco más la trama.
El escritor argentino queda en silencio unos instantes y no es porque se haya afectado la señal de internet. En el cuadrito del zoom, Muzzio se mueve, pero está pensando. Tiene algo más para decir. “Me fui grande la Argentina. A los 35. Hubiese sido muy extraño llegar a Francia y no escribir más sobre la Argentina. Recién ahora en este nuevo libro que todavía no terminé, casi todos los personajes son franceses, aunque la Argentina está también. Todavía no logro deshacerme”, completa.
–¿Por qué te fuiste?
–Conocí a la que hoy es mi mujer. Ella es francesa. Tuvimos varias idas y vueltas. Ella vivió un tiempo en Buenos Aires, hasta que nos casamos y nos establecimos acá. No tenía para nada pensado irme de Buenos Aires. Fue por una circunstancia azarosa. Los primeros años fueron muy duros. Por más que se le vea todo lo negativo a la Argentina, igual está la nostalgia, la melancolía y extrañás todo.
Para concluir la explicación, Muzzio ensaya un paralelismo con la novela El cielo protector, del Paul Bowles, y describe lo que significa regresar a su país, a partir de algunas referencias del escritor, compositor y viajero estadounidense. “Cuando te vas, estás totalmente a la intemperie; cuando volvés y llegás a Ezeiza, decís: ‘ah, algo me protege’”.
–¿Leer o escribir?
–Leer. Sin esfuerzo. Mejor ir a disfrutar y no a laburar.
Secuelas de la Primera Guerra Mundial
Como punto de partida, El ojo de Goliat (Entropía) presenta a un psiquiatra inglés al que le piden que trate el caso de un ingeniero que ha enloquecido mientras inspeccionaba un faro situado en un islote sobre el Atlántico Sur. La novela está ubicada en las primeras décadas del siglo XX, con las secuelas de la Primera Guerra Mundial. El vínculo entre el profesional y el paciente cruzará las fronteras de la cordura y la locura, del bien y el mal.
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