Diciembre, el mes más emocional
Lo colectivo nos influye de maneras que no sospechamos; en la era de las redes sociales y la intensidad, la mesa de fin de año puede ser una gran prueba de liderazgo familiar
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Los últimos días del año se viven en grupo. Vemos más amigos, colegas y familia que en cualquier otro momento. Diciembre es, por naturaleza, un mes emotivo. Pero no es solo que cada uno de nosotros esté más conectado con sus sentimientos. Es que eso sucede a escala. Diciembre es tierra fértil para las emociones colectivas.
La idea de que podemos emocionarnos en masa fue central en los orígenes de la sociología. Pioneros como Émile Durkheim y Gustave Le Bon estudiaron el tema. Advertir que existen sentimientos colectivos fue una forma de justificar que la sociedad era más que la suma de sus integrantes.
El interés por las emociones de los grupos tuvo su invierno durante la segunda mitad del siglo XX, con el auge de la psicología experimental y su foco en los individuos, pero revivió en los últimos años, impulsado por las redes sociales. La curiosidad se disparó en 2014, cuando Facebook publicó un estudio que hoy sería impensado: la empresa, junto a un grupo de investigadores, manipuló el feed de más de 600 mil usuarios, mostrándoles a algunos noticias mayormente positivas y a otros, negativas. La principal conclusión del estudio fue que los usuarios expuestos a más noticias negativas tendían a mostrar un ánimo pesimista en sus propios posteos. El estudio se tituló Evidencia experimental de contagio emocional masivo a través de las redes sociales.
"Si vemos pánico, se activa nuestro cerebro y sentimos pánico. Es un mecanismo de protección que permitía a nuestros antepasados leer información del entorno. El problema es que las redes sociales nos exponen a emociones negativas infinitas que no nos sirven para nada"
Otro trabajo de la misma época, a cargo de investigadores de Facebook y la Universidad de California, adoptó un método sagaz para entender el contagio emocional: primero mostró que el clima afectaba el estado de ánimo de los usuarios, que publicaban posteos más depresivos en días de lluvia, y luego comprobó que esos estados de ánimo se contagiaban a otros usuarios, incluso si vivían en ciudades donde no había llovido.
Solemos pensar que las emociones nos suceden a nivel individual. Sin embargo, muchas veces no es así. Estamos cableados para imitar las emociones de las personas que nos rodean. Usamos a los demás para dirimir qué deberíamos sentir, en particular cuando se trata de emociones negativas. Si vemos pánico, se activa nuestro cerebro y sentimos pánico. Es un mecanismo de protección que permitía a nuestros antepasados leer información del entorno. El problema es que las redes sociales nos exponen a emociones negativas infinitas que no nos sirven para nada.
Una investigación de Amit Goldenberg, un especialista de Harvard, mostró que, cuando damos una charla, tendemos a concentrarnos en la persona de la audiencia que muestra más emocionalidad, y a atribuir a la multitud el mismo estado de ánimo que vemos en esa persona, aún cuando podría ser una excepción.
A lo largo de varios trabajos, Goldenberg encontró que, cuando estamos en grupo, las emociones suben en intensidad, duran más tiempo y son más uniformes. Esto es porque tendemos a contagiarnos entre todos y, cuando la emoción de alguien empieza a declinar, hay otro que recién arranca.
Al mismo tiempo, los grupos funcionan mejor cuando logran regular sus emociones. Goldenberg estudió que las parejas con hijos que se autoperciben más felices tienden a equilibrar sus emociones entre sí. Por ejemplo, cuando uno se alarma el otro tiende a bajar los decibeles.
Estas investigaciones son relevantes para los líderes de gobiernos u organizaciones que quieran incidir sobre las emociones de los grupos que dirigen. Pero también nos pueden servir este 31. Ya sabemos: si en el encuentro de año nuevo alguien se pone nostálgico es posible que el ánimo decaiga, si alguien está eufórico la noche puede repuntar, y –sobre todo–, si alguien se enoja con un tema político es probable que la ira escale. En cualquiera de esos casos, vamos a necesitar mucho liderazgo familiar para regular las emociones, no de la masa, sino de la mesa.
La autora es directora de Sociopúblico
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