Después de 50 años, el primer vampiro negro del cine tendrá su revancha
En pleno furor por los chupasangres, rescatan esta rara joya de terror, que subvirtió con descaro estereotipos del género en los tempranos años 70.
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A lo largo de la historia del cine, ilustres como Carl Theodor Dreyer, Tod Browning, Francis Ford Coppola, Kathryn Bigelow, Tim Burton, Jim Jarmush y tantos otros cayeron bajo el hechizo del vampiro, reescribiendo con sus films un mito de larga data, que antaño echó raíces en la Europa Central del Medievo, heredero de supersticiones ancestrales y prácticamente universales. El séptimo arte volvió aún más legendarias a estas criaturas inmortales, consagradas en la literatura a finales del siglo XIX con Drácula, la famosa novela de Bram Stoker, trasladadas a la pantalla desde su época muda para asustar a las plateas. Pasaron las décadas, llegó el parlante y con él intérpretes tan celebrados –y bien blancos– como Béla Lugosi en los años 30 y Christopher Lee a finales los 50. Pero pocas películas más sorprendentes y disruptivas que una oscura joya hoy casi olvidada (salvo por cinematecas y fans muy conocedores) que marcó una fecha en 1972 al presentar al primer vampiro negro del cine. Con dirección de William Crain, el irresistible atractivo de Blácula permanece intacto a más de cinco décadas de su estreno.
Antes de este film, la mera idea de que un actor negro pudiera encarnar a un monstruo clásico parecía impensada en un Hollywood que se quería blanco en los protagónicos, con alguna excepción que confirmaba la regla. Así lo apunta el crítico Odie Henderson en su libro Black Caesars and Foxy Cleopatras, de reciente publicación en Estados Unidos, que dedica un capítulo completo a rescatar este raro tesoro de terror dentro del fenómeno de la blaxploitation. Es decir, la variopinta corriente fílmica hecha (en general) por y para la comunidad negra, en su mayoría films policiales y de acción donde el héroe ajusta cuentas ante una sociedad racista. De tan explosivo, el boom de estas producciones permitió que varias compañías se mantuvieran a flote en los 70: se dice que Shaft, de Gordon Parks, salvó a MGM de la quiebra, y que antes de Blácula, los números de American International Pictures estaban tan rojos como la sangre que sorbe este distinguido príncipe de las tinieblas.
Según la info con cuentagotas que ha trascendido, pronto el cineasta Deon Taylor dirigiría una actualización contemporánea del original Blácula, ubicando al taciturno aristócrata en una urbe metropolitana pos epidemia Covid. De concretarse, se sumaría así un capítulo más a la mitología de este príncipe negro que, el año pasado, hizo su retorno triunfal… en formato historieta. Blacula: Return of the King se titula la aplaudida novela gráfica con letra de Rodney Barnes y dibujos de Jason Shawn Alexander, que narra una doble persecución: la de una chica y un muchacho que tratan de cazar a Blácula, mientras este anda en búsqueda del causante de su maldición perenne, el siempre escurridizo Drácula.
Un auténtico príncipe, siguiendo la tradición literaria. En la secuencia previa a los créditos, el poderoso Mamuwalde (William Marshall) y su bella esposa Luva (Vonetta McGee) visitan el palacio transilvano de Drácula (Charles Macaulay). Corre el año 1780, y Mamuwalde, de la realeza africana, está en misión diplomática: espera convencer a su anfitrión de ayudarlo a detener la trata de esclavos. Pero Drácula no está de humor abolicionista: lo denigra, le hinca el diente y lo maldice, bautizándolo (un decir, porque los chupasangre huyen del agua bendita como de las cruces y el ajo) Blácula, encerrándolo en un ataúd sellado. Reserva un destino aún peor para Luva: la deja en su forma humana para que muera de inanición mientras escucha a su marido agonizante rogando por hemoglobina.
Salto a la actualidad, o sea, los años 70 del siglo XX, cuando se realiza una subasta en aquel siniestro castillo. Dos diseñadores –una pareja gay que ha viajado desde Estados Unidos– compran el féretro con fines decorativos, y recién descubren que Mamuwalde está adentro cuando el cajón llega a Los Ángeles. Lo abren y resultan las primeras víctimas de un ser que, en adelante, irá dejando un reguero de vampirizados por el barrio de Watts de la mentada city. Pero este Blácula sentimental y nostálgico no busca sembrar el caos; solo aspira a conquistar el corazón de una muchacha idéntica a su difunta esposa que, lógicamente –en la línea argumental inventada por Bram Stoker– cree que es la reencarnación de Luva. Aún más, hacia el final de la trama, al perder nuevamente al amor de su vida, B tiene un gesto que lo enaltece en su romanticismo a ultranza: con el corazón hecho trizas, marcha hacia la luz del día que –otra vez la rutina vampírica se cumple– lo aniquilará.
De resonancias shakesperianas Para interpretar al desventurado Blácula, los productores tuvieron el buen tino de convocar a un consagrado de las tablas, William Marshall. De formación clásica, el actor había concurrido al Actors Studio y participado en varias obras de Shakespeare, inclusive en Reino Unido, contando con el favor de la crítica más exigente (el Sunday Times, por ejemplo, le prodigó alto elogio: “El mejor Otelo de nuestro tiempo”). Con sus imponentes dos metros, una voz grave y profunda entrenada en canto lírico, Marshall accedió a componer al chupasangre con ciertas condiciones: que el guion –de Joan Torres y Raymond Koenig– tuviese un trasfondo político que aludiera a la historia del sometimiento de su etnia, y que su personaje –conocedor de las artes y de la lengua swahili– llevara un nombre africano.
“Necesitábamos desplegar un relato que resonase con nuestro público”, diría Marshall décadas más tarde, narrando los pormenores de cómo Count Brown’s In Town, tal el título provisional del primer guion, se convirtió en el definitivo Blácula que llegó a los cines. El 26 de julio de 1972, para más precisiones, con reviews positivas de publicaciones como Variety, Chicago Reader y Miami Herald, que mostraron inesperada simpatía por la trágica trama de este film que, asimismo, pudo colgarse significativa cocarda: ser una de las pocas cintas de fenómeno blaxploitation en recibir un premio. En su caso, a Mejor Película de Terror en la edición inaugural de los Saturn Awards, que en la actualidad sigue destacando anualmente films de ciencia ficción, horror y fantasía.
Vale una pausa musical para referirnos a la banda sonora de Blácula, que estuvo a cargo de un artista excepcional: Gene Page, consumado compositor, pianista y director de orquesta que –a lo largo de su prolífica carrera– colaboró en calidad de productor y arreglista con las Supremes, los Jackson Five, Elton John, Barbra Streisand, Lionel Richie, Whitney Houston, por citar unos pocos nombres de relieve. En el film, Page encontró un nuevo espacio para desarrollar sus ideas musicales, que grabó con una orquesta reducida (en esencia, piano, batería, bajo y guitarras eléctricas con el infaltable pedal wah-wah) por las consabidas limitaciones de presupuesto. The Stalkwalk, Run, Tina, Run! y Movin’ fueron algunas de sus composiciones para Blácula, a caballo entre el soul, el jazz, el funk y el r’n’b. Un mix que a menudo imperó en otros soundtracks sobresalientes de la blaxploitation, también firmados por grandes músicos negros del momento: Curtis Mayfield musicalizó Superfly; Isaac Hayes, Shaft; Marvin Gay, Trouble Man; Barry White, Together Brothers; Herbie Hancock, The Spook Who Sat By The Door; James Brown, Slaughter’s Big Rip Off.
“Fue tal el éxito de Blácula que, al año siguiente, la American International lo resucitó en Grita, Blácula, grita. Bob Kelljan reemplazó a Crain en la dirección, Torres y Koenig regresaron como guionistas, con Marshall nuevamente protagonista. Esta vez, el vudú se sumó al cóctel, cortesía de una sacerdotisa encarnada por Pam Grier”, señala Henderson en su libro. La actriz –reina indiscutida de la blaxploitation gracias a cintas como Coffy y Foxy Brown, años más tarde espléndida Jackie Brown con Tarantino– se subía a una secuela que, aunque más ambiciosa, resultó menos lograda y convocante que la primera.
Grita, Blácula, grita no fue la primera incursión de Grier en el terror y la fantasía; ya había participado de una producción filipino-estadounidense de bajísimo presupuesto llamada The Twilight People, versión apenas velada de La isla del Doctor Moreau, sobre la obra de H.G. Wells, donde se encargó de darle vida a una mujer pantera. Convertida por un delirante científico interpretado por Charles Macaulay, el mismo actor que, como conde de los Cárpatos, transformó a Mamuwalde en el primer vampiro noir de la historia del cine.
Retomando los hilos escarlatas, aunque la secuela no replicó el suceso de la primera parte, lo más importante e innovador ya había ocurrido: Blácula abriendo la puerta al horror protagonizado por negros. Otros mitos del género no tardarían en seguirlo. Pronto aparecieron películas de mediana calidad como Blackenstein y Dr. Black, Mr. Hyde. También la todavía más oculta y esotérica Ganja & Hess, de Bill Gunn, hoy considerada objeto de culto por amantes del terror erotizado que se alimenta de sangre. Amantes, obvio es decirlo, siempre desfallecientes de ansiedad a la espera de novedades porque saben que Drácula siempre vuelve de la tumba.
Acechantes criaturas. Es que a estos no muertos, eterna fuente de miedo y también fascinación y deseo, nunca hay que darlos por finiquitados, ni siquiera enterrados. En la década en la que Blácula hacía de las suyas, otros blanquitos sacaban los incisivos, merodeando la pantalla para saciarse de hemoglobina. Christopher Lee, por ejemplo, retomó el papel que le venía dando merecida notoriedad desde el 58, cuando Terence Fisher lo dirigió en el primer film de la exitosa saga de la productora Hammer, Horror of Dracula. En 1970, el actor inglés estuvo a las órdenes del director español Jesús Jess Franco, que le devolvió al conde el bigote y las canas de la novela, además de contratar a Klaus Kinski como su leal sirviente (ascendido luego a súpervampiro estelar en la remake del clásico Nosferatu, exquisitamente reversionado por Werner Herzog en 1979). También Jack Palance se embutió en el traje de Vlad Tepes –aquel príncipe Valaquia, musa de Stoker– por esos años, tirando mordiscos en el muy aceptable telefilm Drácula, de Dan Curtis (conocido por haber creado el gótico show televisivo Dark Shadows que flechó a Tim Burton de niño). Incluso en la tevé checoslovaca podían verse sedientas criaturas de la noche: de 1971, Hrabé Drakula, rara adaptación local capitaneada por una mujer, la realizadora Anna Procházková. Hubo más versiones, como aquella protagonizada por Frank Langella hacia el final de la década, con Laurence Olivier pisándole los talones como el cazador Van Helsing, su persistente némesis.
Eso fue en aquel entonces, siglo XX cambalache. Actualmente, solo en el último tiempo, vampiros ávidos acechan en nuevas variaciones en torno a este mito fantástico y aterrador, que sigue convocando a un público que efectivamente se renueva. Tal ha sido el caso de la delirante comedia negra Renfield, dirigida por Chris McKay, donde el (no tan) incondicional lacayo del conde más temido –y a veces, deseado– intenta librarse del yugo de su amo (en la piel de un Nicolas Cage anémico que hace propio el personaje que antaño catapultara a Lugosi en teatro y cine). También Abigail, de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, despertó oscuras simpatías con su trama sobre una muchachita que, al ser secuestrada, muestra su verdadera identidad a los captores. Y pronto se sumarán otras producciones con chupasangres nocturnos. En estos días se estrenó la segunda de la serie Entrevista con el vampiro, basada en la novela de Anne Rice y que en 1994 interpretaron Tom Cruise y Brad Pitt.
En lo sucesivo, se verá al ex payaso IT, Bill Skarsgård, como vampiro titular de Nosferatu, que ahora resurge timoneado por Robert Eggers. También saldrá la demorada Salem’s Lot, nueva adaptación de la homónima novela de Stephen King, que Tobe Hopper convirtiera en excelente miniserie a fines de los 70.
Pronto comenzará a rodarse Flesh of the Gods, donde brillará Kristen Stewart, ya totalmente recuperada de Crepúsculo. En consecuencia, humanos que han leído estas líneas, quedáis advertidos: poned a buen resguardo vuestras palpitantes yugulares.ß
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