¿Demasiado peligroso? Experiencias excéntricas y que rozan la locura para turistas billonarios
Cuando ya no quedan destinos por explorar, apuestan por “la épica” de sentirse vivos donde el riesgo es demasiado alto. El turismo de súper lujo no para de crecer y las propuestas son cada vez más extremas.
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No es para decir que son “billonarios que tienen tristeza” (como aquellos niños ricos) pero pareciera que, tremendamente aburridos o saciados por tanto dinero, necesitan cierta épica para sentirse vivos. Es decir: a casi todos nos seduce un poco la adrenalina en sangre; muchos, incluso, tienen el sueño de un sol y de un mar y una vida peligrosa, como dice la canción de Charly. Pero no cualquiera paga US$ 200.000 por escalar el Macizo Vinson, la montaña más alta de la Antártida, a riesgo de morir congelado pese a la ropa high tech o, quien sabe, infectado por una criatura con dientes (siempre las hay para quien busca bien). El mercado del turismo aventura ya mueve unos US$ 300.000 millones al año; en este segmento, el nicho del turismo extremo de lujo no para de crecer e involucra experiencias que rozan la locura –o unas ganas tremendas de terminar en la guardia. Aquí un compendio de las últimas excentricidades.
La idea de bajar a casi 4000 metros para ver los restos del Titanic, en un viaje de 12 horas a bordo de un minisubmarino, encerraba, de por sí, varios riesgos. Y, después de la tragedia en la que finalmente murieron los cinco ocupantes de la nave –el Titán–, más de un billonario que estaba armando su escapada extrema debe estar recalculando.
El accidente del Titán tiene además un metamensaje rebuscado: gente adinerada que muere yendo a ver un barco hundido en el que –hace más de un siglo– murió gente igual de adinerada (los más pobres, como Leo Di Caprio en la película, se quedaron sin botes salvavidas).
En algún punto de la historia del turismo de lujo, los billonarios empezaron a sentirse embotados con la idea de pasar sus vacaciones en un siete estrellas, a razón de US$ 137.316 la noche (eso cuesta la Royal Suite del hotel Burj Al Arab de Dubai). Pero en poco tiempo, la cantidad de agencias que ofrecían aventuras estrafalarias para magnates se fue multiplicando, a medida que el deseo y la billetera corrieron el límite de los viajes posibles.
Entonces, ¿por qué gastar US$ 137.316 por desayunar los huevos revueltos con panceta del Burj Al Arab si por US$ 200.000 se podía dar la vuelta al mundo en un Boeing privado, con chef incluido, azafatas con sombrerito y un staff de antropólogos e historiadores para contestar las burradas del magnate de turno?
Como siempre en estos temas, hay una explicación psi (lo de la “pulsión de muerte”, en el caso de los billonarios, le parecería obvio hasta al hombre de la pipa).
“La seguridad financiera que sienten ha transformado sus vidas en ‘mundanas’ y por eso buscan el riesgo y la emoción en otros terrenos”, sostiene el psicólogo Scott Lyons, autor del libro Addicted to Drama (Adictos al drama), citado por el periódico inglés The Daily Mail. “Persiguen la sensación de vitalidad”, insiste, aunque para sentirse vivos prefieran coquetear con finales horribles.
Al mismo tiempo, la apuesta de las agencias de turismo extremo a este nuevo nicho las obligó a contratar mano de obra con curriculums picantes: según un artículo reciente del Wall Street Journal, muchas de estas empresas ficharon a exmiembros de fuerzas de seguridad para hacerles piecito a los magnates mientras trepan el Himalaya o relocalizan a un rinoceronte destemplado en algún desierto de Namibia.
Una semana exacta después de la tragedia del Titán, la empresa Virgin Galactic –fundada por el británico Richard Branson– anunció que llevó a sus primeros clientes al espacio. Esta misma aeronave ya había volado en 2021 (con el propio Branson a bordo), pero debió ser inmovilizada durante dos años porque una investigación detectó un desvío no previsto en su trayectoria.
La firma informó que cerca de 800 clientes ya compraron sus tickets para ponerse el traje de astronautas, a un precio que arrancó en los US$ 200.000 y hoy cotiza cerca de US$ 450.000. De este modo, la carrera del turismo espacial puso a competir a tres billonarios con fantasías intergalácticas: Elon Musk, CEO de Tesla, con SpaceX (la empresa más grande de las tres y la que se agenció más proezas espaciales hasta ahora); Jeff Bezos, dueño de Amazon, con Blue Origin, y Branson, conocido por su marca Virgin, con Virgin Galactic.
Pero no sólo la conquista del espacio desvela a los billonarios. También la Antártida figura en la wish list del turismo extremo de lujo, porque en el continente blanco se plasma otro morbo apto para ególatras: llegar adonde nadie llegó jamás. Según los reportes de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos del Antártico, durante la década del 80 sólo unos pocos visitantes se le animaban a este continente; entre 2019 y 2020 fueron más de 70.000 personas.
Pero es obvio que los billonarios no se iban a quedar viendo pingüinos ni jugando al truco en alguna imitación de iglú. En cambio, algunos contrataron agencias como Antartic Logistics & Expeditions (ALE) para esquiar durante 60 días en el Polo, con temperaturas de hasta -30°C, a US$ 85.000 por pasajero. Otros se propusieron escalar el Macizo Vinson, el pico más alto de la Antártida, en la llamada Cordillera Sentinel.
Algunas empresas, como White Desert, se especializaron en “lujo antártico”, y armaron cabañas en los límites del Polo Sur para pasar la noche a 15.000 dólares por cabeza, a las que se llega en jet privado. Entre los inquilinos de estas cabañas había estado, el año pasado, Hamish Harding, uno de los cinco empresarios que murieron en el Titán (y en junio de 2022, Harding había volado al espacio como parte de la misión suborbital Blue Origin NS-21, en el cohete New Shepard de la empresa de Jeff Bezos).
El mismísimo explorador noruego Roald Amundsen, quien en diciembre de 1911 dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur, ya había advertido que sólo un demente o un suicida podía tomarle cariño a esas latitudes. “Es un lugar más frío que Siberia, más seco que el desierto de Gobi, con más ventisca que la cumbre del Monte Washington y más vacío que el rincón más desierto de Arabia”, escribió. Un informe del Instituto de Investigación Económica de Berlín y la Universidad de Münster revela que no es justo meter a todos los billonarios en la misma bolsa, porque algunos tienen perfiles más extremos que otros en materia de viajes.
El estudio destaca que los billonarios self made, es decir aquellos que construyeron su riqueza sin heredar ni un centavo, son personas con un narcisismo que se potencia cuando toman grandes riesgos. “A más riqueza, más tolerancia al peligro”, sintetiza el informe, para terminar de redondear la personalidad de estos muchachos.
Carl Shephard, uno de los fundadores de Insider Expeditions, una agencia boutique de viajes de lujo, tiene más para decir sobre este perfil. “Es gente de entre 30 y 40 años, con poco tiempo para viajar, y que busca gastar dinero de la manera más épica posible”, define, citado por la cadena de noticias CBS.
Sin embargo, los dueños de las agencias se están empezando a atajar un poco si la aventura es demasiado delirante (la tragedia del Titán hizo lo suyo) y se cuidan más a la hora de promover mensajes marketineros del estilo “si lo sueñas puedes hacerlo”. “Este tipo de mensaje es bueno para la sociedad en general, pero puede poner en peligro la vida si lo llevas demasiado lejos”, sostiene Dan Richards, director ejecutivo de Global Rescue, una empresa que se dedica a rescatar viajeros que sufren emergencias médicas en sitios inhóspitos.
“Estamos viendo una afluencia de personas que no están preparadas para hacer estas cosas”, admite Richards, también citado por CBS. De hecho, en los últimos meses su empresa tuvo que rescatar a un moticiclista perdido en un desierto de Mongolia; y también a tres millonarios que se volvieron en camilla después de una expedición en parapente en una peligrosa cadena montañosa de la región de Cachemira, al sur de la cordillera de los Himalayas.
En el mismo plan de “gente no preparada para hacer ciertas cosas”, se registró un récord de expediciones premium al K2, una montaña aún más peligrosa que el Everest, en el sistema de los Himalayas. Estas expediciones, que resultaron mortíferas en muchos casos, llegan a costar US$ 200.000 por persona.
“Es entonces cuando te sube la adrenalina, cuando te sientes más vivo”, se sincera el empresario Jules Mountain. Y no lo dice porque también subió el Everest sino, sobre todo, porque casi se quedó sin nafta cuando estaba por llegar a la costa de Groenlandia en su helicóptero, que tenía las paletas semicongeladas. Mountain se había propuesto hacer un vuelo de 6000 kilómetros entre Montreal y Guernesey, pero su helicóptero tenía autonomía para 563 kilómetros y entonces debía repostar en el aire en los tramos más largos, a riesgo de estrellarse en cualquier momento. “Antes quería llegar al Polo Norte, pero me parecía demasiado fácil”, confesó.
En pocas palabras y en línea con este último ejemplo: clima hostil, casi ninguna posibilidad de vida humana y peligro de muerte; tres programones para el billonario que está planeando su próxima escapada.
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