Cuestión de responsabilidad: cuando la libertad es desprotección
En el año 1948 Friedrich Hayek (1899-1992), economista perteneciente a la Escuela Austriaca, tan venerada por el presidente Javier Milei, escribía lo siguiente en su libro Individualismo y orden económico: “Si el individuo ha de ser libre de elegir, es inevitable que asuma el riesgo inherente a esa elección”. Y agregaba: “La preservación de la libertad individual es incompatible con una plena satisfacción de nuestros puntos de vista sobre la justicia distributiva”.
Ideas razonables para un mundo ideal, aunque no tanto para la vida real. Es cierto que elección, responsabilidad y libertad van de la mano. Y es verdaderamente libre quien, ante la imposibilidad de tener todo o hacer todo lo que desea, elige una opción y responde a las consecuencias de su elección. Pero en el plano de lo económico y social las elecciones no se producen en un escenario en el que todas las personas parten de igualdad de recursos, de posibilidades y de oportunidades. En consecuencia, tal como señala la socióloga e historiadora Suzanne Schneider, “resulta que la adopción de la responsabilización como una forma de ‘empoderamiento’ individual acompaña a la profundización de la desigualdad en las democracias occidentales”.
Schneider es subdirectora y profesora principal en el Instituto de Investigación Social de Brooklyn y miembro visitante del Kellogg College de Oxford, además de autora de libros como Separación obligatoria: religión, educación y política de masas en Palestina y El Apocalipsis y el fin de la historia: la yihad moderna y la crisis del liberalismo. Oportunamente señala que, pese a las ideas de economistas como Hayek, quien fue premio Nobel de su especialidad en 1974, las decisiones y las elecciones de los seres humanos están lejos de ser racionales y previsibles. Algo que plantearon a fondo los padres de economía del comportamiento, en especial el recientemente fallecido psicólogo israelí Daniel Kahneman (1934-2024) en su extraordinario libro Pensar rápido, pensar despacio, en el que expone los atajos (llamados heurísticas o sesgos) por los cuales la mente, en su afán de simplificar y ahorrarse trabajo, nos lleva a resultados erróneos, perjudiciales y peligrosos.
Así es, apunta, Schneider como obsesionados por riesgos pequeños (obsesión creciente en tiempos paranoicos como los que corren) solemos ignorar peligros mayores. “Los intentos humanos de gestionar científica y racionalmente el riesgo se han expandido dramáticamente junto con la disminución de esperanzas para el futuro”, escribe en un ensayo publicado en la revista digital Aeon.
En un tiempo en el que acechan peligros como el cambio climático, el terrorismo y las pandemias, no es atentar contra la libertad individual exigir ciertas regulaciones que no dejen la protección de las personas exclusivamente en manos de ellas, cuando es notorio que hay situaciones imposibles de gestionar individualmente. Y pone un ejemplo: “se les pide a los individuos que realicen en un esfuerzo por evitar la crisis climática; así en la clase de mi hijo de cinco años se recoge basura ‘para salvar la Tierra’, mientras las principales industrias con alto consumo de carbono (combustibles fósiles, transporte, moda) continúan con sus actividades como siempre”.
Dejar que una “mano invisible” (como decía Adam Smith, padre de la economía clásica) regule los procesos económicos y sociales, añade Schneider, “desvía la conversación de soluciones públicas, estructurales y efectivas, y la cambia por consejos y trucos que nunca podrán abordar la raíz de los problemas”. Y concluye: “En un mundo que enfrenta temperaturas crecientes, pandemias y un sistema financiero globalizado, el enfoque altamente individualizado del riesgo luce como reliquia de una era irresponsable e inicua”. Ocurre cuando en nombre de una libertad engañosa quienes deben resguardar el bien común se quitan de encima su responsabilidad.
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