Cuando la ira pide la palabra: un desafío para tomar con calma
Las emociones no se eligen, irrumpen a partir de diversos disparadores; la cuestión es cómo las gestionamos
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Desde Mahatma Gandhi hasta Albert Einstein, desde Confucio hasta Stephen Hawking, desde Mark Twain hasta Benjamin Franklin pasando por decenas de escritores, pensadores, filósofos, artistas y políticos, alguien ha tenido o tiene algo que decir sobre la ira. Y generalmente se trata de una condena.
Cuando se habla de emociones negativas la ira encabeza la lista con comodidad. ¿Pero hay emociones de veras negativas? Es un tema debatible. Decir que una emoción lo es lleva a tratar de anularla, de reprimirla, de desembarazarse de ella. De alguna manera eso sería una amputación emocional. Como todas las emociones (miedo, culpa, vergüenza, alegría, tristeza, euforia, asco, por nombrar solo algunas), la ira es parte del equipaje del que somos dotados para el viaje de la vida. Ninguna emoción es negativa de por sí y cada una cumple una función, encierra un mensaje a descifrar.
Nunca el problema es la emoción, sino cómo actuamos cuando ella se presenta. Las emociones no se eligen. Irrumpen a partir de diversos disparadores. La cuestión es cómo las gestionamos. Y para una gestión funcional de la emoción se requiere de una eficaz sociedad de ella con la razón. Porque no son enemigas, como se suele creer, sino opuestos complementarios. Potro (la emoción) y jinete (la razón). Sin jinete, el potro es indomable, se desboca. Sin potro, el jinete no podrá llegar a ciertos lugares ni cumplir determinadas tareas.
En tiempos turbulentos, como los que vivimos hoy, se multiplican los motivos para que se desencadenen, en cualquier momento y por cualquier razón, las emociones erróneamente consideradas “negativas”, en especial el miedo y la ira. La filósofa Amia Srinivasan (nacida en Bahréin, archipiélago del Golfo Arábigo), reconocida pensadora de la Universidad de Oxford, le dedicó en 2018 un ensayo muy interesante a la segunda de las nombradas. Su título: La aptitud de la ira.
Para Srinivasan la ira de quien es injustamente tratado, menospreciado o agraviado le permite a esa persona informar de su situación y canalizar sus sentimientos en dirección de una reparación. Ella considera que cuando se aconseja a las víctimas de malos tratos e injusticias que no confronten, que eviten caer presas del odio y que busquen otros caminos, menos conflictivos, se las induce a reprimir reacciones auténticas y naturales. En esas situaciones suele ocurrir que quien se enoja y reacciona con justa razón suele ser visto como irascible, desubicado o intemperante. A esa doble victimización Srinivasan la llama “injusticia afectiva”.
En el otro extremo, la connotada filósofa estadounidense Martha Nussbaum (reconocida por sus aportes a la filosofía política y del derecho) cree que la ira pone al desnudo lo más bajo de nuestros instintos y defectos, que nunca resuelve aquello a lo que se enfrenta, y que inevitablemente provoca grietas e intolerancia. La ira, acota, es el combustible que mueve a muchos grupos extremistas y los impulsa a los crímenes más aberrantes. Si bien este apunte de Nussbaum es muy cierto y debe considerarse en lo que respecta a la acción política y a las relaciones entre los países o entre agrupaciones políticas rivales, las que definitivamente no debieran manejarse a partir de la ira, la cuestión es distinta cuando se trata de interrelaciones personales.
En este aspecto Brian Wong, doctor en teoría política de la Universidad de Oxford, señala que la ira es fundamental en muchas situaciones para expresar un “No” muy necesario. Por silenciarla, anota, muchas personas son y han sido víctimas de injusticias. Y, tras considerar que “es un componente innato de lo que nos hace humanos”, pregunta: ¿Cómo debemos sopesar la utilidad y la idoneidad de la ira en contra de sus efectos potencialmente dañinos? Todo un desafío, que merece ser encarado y sopesado con mucha calma.
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