Clarissa Ríos: El arte de prepararse para el fin del mundo
La misión de esta científica es prevenir desastres que puedan terminar con la humanidad: de un meteorito a nuevas pandemias, cambio climático, armas biológicas o una IA fuera de control
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BUDAPEST
No hay dificultad peor que prepararse para lo que nunca jamás sucedió. Clarissa Ríos Rojas es oficial de Asuntos Políticos de la Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas (Unoda), por lo que ahora está sobre todo enfocada en prevenir armas biológicas, pero trabajó en cómo prevenir un desastre, cualquier desastre, que termine con la humanidad. La lista de candidatos es larga y estremece un poco: va desde un meteorito hasta nuevas pandemias con patógenos creados artificialmente, desde erupciones volcánicas intensísimas a consecuencias extremas del cambio climático. Una enumeración como para no dormir bien de noche. Nacida en Huacho, a 150 kilómetros de Lima, y ya doctorada en Australia, Ríos Rojas descubrió que la ciencia habitual, de laboratorios y papers, publicar o morir, no le calzaba. Y descubrió que eso que se llama diplomacia científica, la posibilidad de que los investigadores aprovechen su formación para contribuir a las políticas públicas en uno u otro lado, le gustaba tanto más. Por eso su cambio de rumbo y su participación en el reciente World Science Forum, organizado en esta capital húngara por la Unesco y otras entidades internacionales, con el fin de aumentar esa intervención de los investigadores. En una de las pausas para café, dialogó con La Nación antes de volver a su casa en las afueras de Ginebra entre cerros, lagos y nieve, donde vive con su esposo holandés y dos perros españoles.
–¿Cuáles son esas amenazas existenciales a la humanidad y por qué se las estudia?
–Los riesgos existenciales son definidos como eventos que podrían causar la muerte de gran parte de la humanidad, donde los pocos sobrevivientes no serían capaces de reconstruir la sociedad tal como la conocemos, lo que probablemente llevaría a la extinción. Estos riesgos van más allá de lo catastrófico habitual. Pueden tener un origen natural, como una erupción supervolcánica que libere sulfatos a la atmósfera, bloqueando la luz solar y causando un colapso agrícola global. También pueden ser provocados por la humanidad, como la pérdida masiva de biodiversidad, los efectos extremos del cambio climático, una inteligencia artificial fuera de control o el uso de armas biológicas, en particular si se utiliza ingeniería genética para crear armas biológicas tóxicas y transmisibles. Entre las catástrofes naturales también se incluyen eventos como llamaradas solares masivas o el impacto de meteoritos, similares al escenario planteado en la película No mires arriba (Don’t Look Up). Finalmente, las guerras nucleares también son consideradas posibles desencadenantes de riesgos existenciales.
–¿Cómo se tipificaron?
–Hasta 2021, los riesgos existenciales eran principalmente un tema de discusión académica. Por ejemplo, en la Universidad de Cambridge está el Centro para el Estudio de los Riesgos Existenciales, donde trabajé anteriormente, y en Oxford existía el Future of Humanity Institute (Centro para el Estudio del Futuro de la Humanidad), que cerró recientemente. En los Estados Unidos, el Instituto para el Futuro de la Vida también se enfoca mucho en la inteligencia artificial. Estas conversaciones estaban limitadas a esos entornos. Sin embargo, en 2021, el Secretario General de la ONU presentó el reporte Our Common Agenda (Nuestra Agenda Común), y el tema de los riesgos existenciales comenzó a discutirse en los niveles más altos de políticas públicas. Ese mismo año, la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (Undrr) publicó el reporte Un marco para la ciencia mundial en apoyo del desarrollo sostenible basado en los riesgos y la salud planetaria, para integrar el conocimiento científico con el desarrollo sostenible y la salud planetaria, alineado con el marco de Sendai (adoptado en 2015 en esa ciudad japonesa). Desde entonces, estos temas han pasado de ser una preocupación académica a una conversación global. Además, el reciente Pacto por el Futuro, firmado en septiembre de este año, incluye elementos clave relacionados con los riesgos existenciales, consolidando su relevancia en la agenda.
–¿Qué probabilidades se le adjudican a cada riesgo existencial? Por ejemplo, el meteorito que mató a los dinosaurios pasó una vez hace 65 millones de años.
–No se pueden hacer predicciones exactas porque, para muchos riesgos existenciales, no existen datos históricos de eventos pasados documentados. En lugar de hacer pronósticos tradicionales, se utiliza la prospectiva, que emplea métodos como la creación de escenarios futuros, análisis de tendencias y el juicio experto. Estos enfoques permiten a los expertos estimar posibles marcos temporales y condiciones en las que podrían ocurrir estos eventos. Aunque no ofrecen certezas, son herramientas valiosas para anticiparse y prepararse de manera más efectiva ante lo inesperado.
–¿Cuál es para vos el que tiene más chances de suceder, o al que hay que prestarle más atención?
–Para muchos, el cambio climático y sus consecuencias extremas representan uno de los mayores riesgos existenciales. Algunos académicos consideran que, aunque podría diezmar a gran parte de la población, no necesariamente sería un riesgo existencial para la humanidad. Por otro lado, hay quienes se centran más en los riesgos derivados de la biotecnología o de una inteligencia artificial fuera de control. Esto ha llevado a debates sobre la necesidad de generar políticas públicas para regularlas. Dentro de estas áreas, las opiniones están divididas: algunos priorizan los riesgos biotecnológicos, mientras que otros ven la IA como la mayor amenaza potencial.
"Los riesgos existenciales son definidos como eventos que podrían causar la muerte de gran parte de la humanidad, donde los pocos sobrevivientes no serían capaces de reconstruir la sociedad tal como la conocemos, lo que probablemente llevaría a la extinción"
–Qué difícil prevenirse para un acontecimiento tan radicalmente singular.
–En el caso de amenazas como el impacto de un meteorito, las agencias espaciales, como la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), han desarrollado sistemas para detectarlos y explorar posibles medidas de mitigación. Por ejemplo, la misión DART de la NASA, que impactó en el asteroide Dimorphos en 2022, demostrando que es posible desviar su trayectoria en ciertos casos. La ESA, por su parte, lanzó la misión Hera en 2024 para estudiar en detalle el impacto de DART y mejorar las estrategias de defensa planetaria. Estos esfuerzos muestran un compromiso ante esta clase de riesgos. En cuanto a la IA, la Unión Europea ha introducido regulaciones como el Reglamento de Inteligencia Artificial (AI Act), que busca garantizar el desarrollo y uso seguro de estas tecnologías. No obstante, surge la pregunta de si estas leyes están diseñadas con una perspectiva a corto o largo plazo. Este es un desafío común, ya que las políticas públicas suelen ser reactivas, y frecuentemente se destina menos financiamiento a enfoques preventivos. Como sucede con la salud pública, donde la prevención históricamente ha recibido menos atención y recursos.
–¿Está contemplada una nueva pandemia de origen natural que diezme a la humanidad?
–Sí. Los expertos han señalado durante años el riesgo de una pandemia de origen natural con el potencial de causar un impacto devastador en la humanidad. El desafío principal no es la falta de conocimiento, sino la implementación de políticas preventivas y la actualización constante de los planes de respuesta. Con frecuencia, estos planes existen, pero no se aplican de manera efectiva, lo que aumenta la vulnerabilidad.
–¿Cómo es el día a día del trabajo?
–La Oficina de Asuntos de Desarme de la ONU se encarga de apoyar diversas convenciones multilaterales relacionadas con la regulación, reducción y eliminación de armas. Esto incluye temas como el control de armas convencionales, la prevención de una carrera armamentista en el espacio exterior, los debates sobre armas autónomas letales, además del fortalecimiento de la Convención sobre Armas Biológicas (CAB), entre otros. Nuestra labor está enfocada en promover la seguridad internacional a través del desarme y la no proliferación. A diferencia de otras convenciones, como la de armas químicas, que cuenta con una organización propia en La Haya, o la del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, la CAB no tiene una estructura organizativa independiente y está bajo el paraguas de la Oficina de Asuntos de Desarme. En mi caso, trabajo en el marco de la Convención sobre Armas Biológicas, apoyando a los 187 Estados Parte que la conforman. Organizamos reuniones, que pueden extenderse hasta cuatro semanas, para discutir cómo fortalecerla a través de la incorporación de avances en ciencia y tecnología, asistencia en caso de incidentes deliberados, cooperación internacional, implementación nacional (entre otros temas) para enfrentar posibles emergencias biológicas provenientes de un evento deliberado. Una de las principales limitaciones de la Convención es la ausencia de un mecanismo de verificación, lo que dificulta supervisar laboratorios en todo el mundo y asegurar que actividades declaradas como investigación o desarrollo de vacunas cumplan con las obligaciones establecidas. Además, trabajamos directamente con diplomáticos y puntos focales de cada país, brindando información, asesorándolos y promoviendo actividades de capacitación. Otra parte importante de nuestro trabajo es brindar apoyo legal a países que no cuentan con leyes nacionales para sancionar o monitorear el uso indebido de materiales biológicos. En este sentido, tenemos una iniciativa que provee asesoramiento legal que actualmente se enfoca en África, pero que posteriormente trabajará en América Latina y Asia si es que logramos encontrar fondos económicos.
–Son asuntos que se mezclan con la seguridad de los Estados.
–Sí, exactamente. Seguridad y salud son áreas fundamentales en nuestro trabajo. Desde la Oficina de Asuntos de Desarme, colaboramos estrechamente con la Organización Mundial de la Salud (OMS) para abordar los desafíos relacionados con la gestión de bio-riesgos. Actualmente, nuestro objetivo es preparar a las diferentes oficinas de la ONU (y colaboradores) para responder eficazmente ante un posible incidente que involucre el uso deliberado de armas biológicas. Ahora mismo nos enfocamos en desarrollar procedimientos de respuesta estandarizados y protocolos claros que definan quiénes deben intervenir, qué acciones tomar en cada situación, cómo coordinar la asistencia y cómo recopilar información de manera eficiente. Este esfuerzo es esencial porque prioriza medidas preventivas que pueden salvar vidas y reducir significativamente el impacto de estas amenazas.
–¿Cómo es de duro tener que prepararse para algo que no querés que suceda?
–Es una paradoja, sin duda. Es un trabajo que requiere un enfoque en tres etapas clave: prevención, mitigación y recuperación. Aunque este esfuerzo es esencial, lo ideal sería que más organizaciones se interesaran y participaran activamente en estas áreas. Un enfoque colectivo y coordinado puede marcar la diferencia.
–¿Cómo fue tu trayectoria para llegar ahí?
–Estudié mi bachillerato en Perú y, gracias a becas, pude continuar mis estudios en Finlandia y Suecia, donde obtuve una maestría. Más adelante, hice un doctorado en Australia, siempre en áreas relacionadas con biología molecular, neurociencia y medicina. Mi investigación doctoral se centró en el desarrollo embrionario. Durante esa etapa me di cuenta de que no quería dedicarme exclusivamente a la investigación en un laboratorio, ya que no veía cómo mi trabajo podía tener una aplicación directa. Fue un momento de desilusión y reflexión sobre qué rumbo tomar. En 2017, asistí a un taller sobre diplomacia científica en la Argentina, organizado por el Ministerio de Ciencia junto con Unesco e Ingsa. Ese evento marcó un punto de inflexión: entendí que los científicos podían ser parte activa en la toma de decisiones de políticas públicas. Desde entonces, participé en más entrenamientos y trabajé en el Ministerio de Ambiente en Perú, en la Comisión Europea, y en el Geneva Centre for Security Policy en Ginebra, donde conocí el trabajo de la Convención sobre Armas Biológicas. Después también trabajé en la Universidad de Cambridge, en temas de riesgos existenciales y políticas públicas. Luego llegó la pandemia, un periodo difícil en el que perdí a mi madre a causa del Covid. Fue una experiencia traumática, tanto a nivel personal como por las horribles consecuencias que tuvo la pandemia para todos. Ese cúmulo de experiencias y aprendizajes terminó de motivarme a dedicarme a esto.
"Para muchos, el cambio climático y sus consecuencias extremas representan uno de los mayores riesgos existenciales. Algunos académicos consideran que, aunque podría diezmar a gran parte de la población, no necesariamente sería un riesgo existencial para la humanidad. Por otro lado, hay quienes se centran más en los riesgos derivados de la biotecnología o de una inteligencia artificial fuera de control"
–En tu ponencia de Budapest contaste que cuando les hablás a ciertos amigos de que trabajás en riesgos existenciales piensan que te referís a la crisis de los 40 años, o a la crisis de la mediana edad.
–(Ríe) Sí, es algo que ocurre a menudo. No es que el tema sea difícil de explicar, pero no es algo que muchas personas tengan presente en su vida cotidiana. En regiones como América Latina los desafíos urgentes del día a día tienden a ocupar la prioridad, lo que deja menos espacio para reflexionar sobre riesgos que pueden parecer distantes o abstractos. Por eso es tan importante el rol de la divulgación. Temas como los riesgos existenciales suelen discutirse más en ciertos foros internacionales, y asegurar que estas discusiones sean inclusivas y accesibles es clave. Es fundamental que todas las regiones puedan participar en estos debates y que las decisiones reflejen perspectivas diversas y globales.
–¿Cómo procesás desde lo humano estas grandes amenazas? ¿Te despertás de madrugada pensando en el asunto?
–(Ríe) En la ONU el trabajo es constante. Algunos meses, los fines de semana, por la noche... no tengo mucho tiempo libre. Ahora, mientras nos preparamos para la reunión sobre armas biológicas, las reuniones son prácticamente continuas. Es un trabajo intenso que abarca diplomacia, políticas públicas, economía, y el estado actual del mundo, todo desde múltiples ángulos. A pesar de lo demandante, estoy tranquila porque siento que estamos haciendo algo importante. En 2025 se cumplen 50 años desde que la Convención sobre Armas Biológicas entró en vigor, pero sigue sin contar con el financiamiento ni los mecanismos necesarios para garantizar que nadie esté desarrollando estas armas. Es fundamental avanzar en la creación de mecanismos para la cooperación internacional, como un comité de asesoramiento científico, pero eso requiere más recursos. Confiamos en que la conversación en diciembre (hasta el 18) genere resultados concretos y se aprueben estos dos mecanismos clave. A largo plazo, sería ideal establecer una organización específica para las armas biológicas, similar a las que ya existen para las armas químicas y nucleares.
–Que fueron exitosas.
–Sí, totalmente, especialmente en el caso de las armas químicas. Un ejemplo contundente es que, el año pasado, las 193 naciones que forman parte de la Convención sobre Armas Químicas lograron un total desarme al destruir todos los arsenales químicos declarados. Esto representa un logro histórico en el ámbito del desarme y demuestra lo que se puede alcanzar cuando existe voluntad política y cooperación internacional. Es un verdadero éxito en términos de seguridad global.
–¿Cuál es el estado actual de la implementación del Pacto para el Futuro?
–El Pacto para el Futuro fue adoptado por los líderes mundiales el 22 de septiembre de 2024 durante la Cumbre del Futuro de las Naciones Unidas. Este acuerdo incluye el Pacto Mundial Digital y la Declaración sobre las Generaciones Futuras, y tiene como objetivo adaptar la cooperación internacional a las realidades actuales y a los desafíos futuros. La implementación del pacto está en sus etapas iniciales. Cada oficina y agencia de la ONU está evaluando cómo integrar las directrices del pacto en sus operaciones y programas. Aunque los lineamientos generales están establecidos, los detalles específicos de la implementación se están desarrollando y ajustando según las necesidades y capacidades de cada entidad.
–¿Te ves en este lugar muchos años?
–Creo que, considerando mi formación en biología molecular y el salto hacia las políticas públicas y la diplomacia, este es un lugar donde puedo aportar. Entender los intereses políticos, económicos y legales me ha permitido conectar la ciencia con las decisiones globales. Me gustaría, en algún momento, involucrarme más en la educación, quizás formando a nuevas generaciones en estos temas. Pero por ahora, estoy bien aquí; siento que desde este espacio puedo contribuir.
–¿Cuál es el rol de la ciencia en el mundo actual?
–El rol de la ciencia y de la comunidad científica debería ser, en un mundo ideal, seguir la curiosidad y el deseo de explorar lo desconocido. Sin embargo, en la realidad con recursos limitados, tanto económicos como humanos, creo que las universidades y los científicos deben pensar en cómo sus investigaciones pueden contribuir a resolver problemas locales, nacionales o internacionales. Es importante desarrollar una mentalidad que trascienda la publicación de papers y se enfoque también en cómo ayudar a las sociedades. Muchos avances ya están ocurriendo: las universidades han hecho grandes progresos con sus oficinas de transferencia tecnológica, logrando patentes y aplicando investigaciones al sector privado. Sin embargo, creo que también deberían contar con oficinas especializadas en trasladar el conocimiento científico a políticas públicas. Estas oficinas podrían facilitar la traducción de investigaciones extensas en resúmenes claros y concisos para los tomadores de decisiones. Por ejemplo, convertir 300 páginas de un estudio en un informe de 10 páginas con recomendaciones prácticas. Esto es especialmente relevante en nuestros países, para evitar depender exclusivamente de soluciones impuestas desde el exterior. Por otro lado, entiendo que haya críticas hacia la ONU, porque muchas veces no se percibe su impacto directo. La ONU no invierte en relaciones públicas porque sus recursos son limitados. En diciembre, por ejemplo, experimentamos una crisis de liquidez que nos dejó sin calefacción ni electricidad, y trabajamos abrigados para continuar con nuestra labor.
–¿Eso rescatás del foro de Budapest?
–Así es: pensar en la ciencia más allá de los laboratorios, como una herramienta poderosa para generar políticas que beneficien a la gente y el planeta. La comunidad científica está cada vez más preparada para apoyar estos procesos. Se ha entrenado en diplomacia científica, entiende mejor las interconexiones entre diferentes áreas y está lista para contribuir al diseño y la implementación de políticas públicas basadas en evidencia. Ahora, el desafío es que los tomadores de decisiones y los llamados stakeholders reconozcan el valor de incorporar la ciencia en sus procesos y se acerquen también a este diálogo. Solo así, trabajando juntos, podremos construir soluciones más sólidas, inclusivas y sostenibles para los problemas del mundo actual.
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