Ciencia vs. zombies en la pelea por el Conicet
Mientras continúa el debate suscitado por Milei, algunas ideas sobre por qué la comunicación de la ciencia puede volverse algo realmente endiablado (y cómo hacer para mejorarla)
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Ciencia y sociedad no siempre van de la mano, pero en estos días parecen andar a las trompadas. Desde que Javier Milei dijo que quiere cerrar el Conicet, funcionarios, investigadores y periodistas hacen malabares para argumentar a favor de la investigación con resultados magros: los likes parecen solo de los ya convencidos, y el debate alimenta la popularidad de Milei.
Una parte del problema viene de la propia lucha: más se partidiza la defensa de la ciencia, más difícil lograr apoyo mayoritario. La ciencia se compra –innecesariamente– todo el rechazo que produce el sector político que la defienda. Una investigación de Pew Research en Estados Unidos mostró cómo a medida que crecían los seguidores de Trump también crecía una identificación entre discurso conservador y anticientífico que antes era menos frecuente.
Pero además de tener visión política, comunicar el valor de la ciencia exige paciencia y resistencia a la frustración. Es una lucha ardua, que pone al comunicador contra las cuerdas. La ciencia se construye con altas dosis de incertidumbre: su método busca demostrar la falsedad de las hipótesis hasta que con suerte quede alguna en pie. E incluso las ideas que subsisten tienen margen de error. El problema es que para comunicar se necesita asertividad y confianza. Todo lo contrario.
"Pero lo que vuelve a la comunicación de la ciencia realmente endiablada es lo que el lingüista Steven Pinker llama “maldición del conocimiento”. Cuanto más sabe un investigador, menos recuerda cómo era no saber"
Pero lo que vuelve a la comunicación de la ciencia realmente endiablada es lo que el lingüista Steven Pinker llama “maldición del conocimiento”. Cuanto más sabe un investigador, menos recuerda cómo era no saber. Olvida las palabras sencillas que describen la hazaña de su trabajo, y se encierra en la jerga de su disciplina, que solo le sirve para dialogar con sus colegas, alimentar su ego y hacer carrera.
Como antídoto, Pinker propone que el científico se considere un par intelectual de sus interlocutores, alguien tan inteligente como todos, que simplemente tuvo la oportunidad de observar muy bien un tema y conoce el mejor punto de vista para apreciarlo. Por lo tanto, nos lo puede describir con palabras vívidas, que despierten imágenes en nuestro cerebro y nos permitan disfrutar, con él, de una maravilla.
No es que los no-científicos no entendamos nada y haya que hablarnos como a tontos. Al contrario. El neurocientífico Hugo Mercier, en su libro Not Born Yesterday, destaca que la mayoría de la humanidad comprende y acepta hallazgos científicos tremendamente contraintuitivos y complejos como que la tierra es redonda. Nos alarmamos por los terraplanistas y antivacunas, y olvidamos lo extraño y admirable que es –como sociedad– haber dejado esas opiniones en minoría.
Pero difundir esas ideas no es fácil. La investigadora griega Stella Vosniadou mostró en una serie de experimentos cómo los chicos van incorporando la idea de que la tierra es redonda en distintas fases, a medida que maduran. Hay un momento en que ya lo entienden pero cuando lo dibujan siguen poniendo a los personajes sobre una línea para que no se caigan.
Ya con adultos, Pinker propone eliminar palabras abstractas que no tienen un actor que las encarne. Por ejemplo “transformar” es mucho más potente que “transformación”. Cuando hay un verbo hay un actor que lo lleva adelante. Hay fuerzas en conflicto. Hay una historia en desarrollo, de esas que se inscriben en el cerebro humano con facilidad. Lo contrario es lo que Pinker llama “sustantivos zombies”, porque fueron vaciados de vida.
En su web, el Conicet asegura que se creó “respondiendo a la percepción socialmente generalizada de la necesidad de estructurar un organismo académico que promoviera la investigación científica y tecnológica en el país”. El problema es que ese apoyo general ya no parece existir, y será difícil recuperarlo con tantas palabras zombies.
Directora de Sociopúblico
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