Caso Padre Mugica: “Nunca mostré estas cartas a nadie”
La lectura del libro Padre Mugica llevó a la artista plástica Marcela Estrada a revelar material que mantuvo oculto durante 50 años
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La bolsita de plástico hinchada de papeles, recortes periodísticos y pequeños objetos desentona en uno de los espléndidos sillones del living de revistas de diseño de la artista plástica Marcela Estrada. “Estoy toda convulsionada: hace 50 años que guardo estas cosas; nunca se las mostré a nadie y me han acompañado en las varias mudanzas que tuve”, me cuenta apenas me abre la puerta, en pleno Barrio Norte porteño.
“Tu libro Padre Mugica hizo que, de pronto, todas estas cosas que tanto guardé, a las que nunca había vuelto a revisar, tuvieran un sentido”, agrega.
La estrella de esa memorabilia artesanal son dos páginas llenas de letras ya desgastadas por el paso del tiempo; una carta prolijamente escrita a máquina en la que una de las compañeras de Marcela Estrada en las tareas de asistencia social en la villa miseria de Retiro le cuenta cómo acababa de ser asesinado el padre Carlos Mugica a la salida de la iglesia donde había dado la misa.
“Me pedís que te cuente y no sé si voy poder hacerlo coherentemente porque desde el 11 de mayo a las 19.40 se nos ha venido la estantería abajo a todos aquellos que estuvimos cerca de Carlos; unos en forma más o menos cercana, algunos en actitud crítica frente a sus posturas políticas, pero todos con un inmenso respeto por su valentía para sostener esas posturas y una admiración verdadera por su absoluta honestidad”.
Así comienza la carta de Carmen Artero que Marcela Estrada recibió en España y que está fechada el 24 de mayo de 1974. Se refería Artero a las posturas del padre Mugica de los últimos ocho meses, a partir de finales de septiembre de 1973, cuando pasó a criticar duramente a los jefes de Montoneros, en especial a Mario Firmenich, su exdiscípulo en la Acción Católica. Esas críticas no eran bien vistas por todos los jóvenes que militaban en la Villa 31, hoy Barrio Padre Carlos Mugica.
Marcela Estrada se sorprendió mucho “cuando vi que en tu libro citabas algunos párrafos de esa carta porque yo nunca se la mostré a nadie. ¡Era mi carta! Después, entendí que, como estaba escrita a máquina, María del Carmen –todos la conocíamos así y no como Carmen– debió haber guardado una copia y así fue que te llegó”.
“Yo me enteré de la muerte el lunes 13 de mayo estando en París, que fue la primera escala de un viaje a Europa con mi marido, –explica–. Él recibe un llamado de la embajada argentina; era Ignacio Viale, que estaba allí con su esposa Marcela Tinayre, yo la conocía muchísimo. Y le dice a mi marido: ‘Lo han matado a Carlos Mugica. Fijate cómo se lo decís a Marcela’”.
Eran otros tiempos; no había tantos vuelos como ahora y ella ya no podía llegar al entierro, previsto para ese mismo lunes. La llamó a la mamá, que era muy antiperonista, como toda su familia, y no guardaba mucha simpatía por el padre Mugica, y le pidió que fuera al velatorio en la parroquia Cristo Obrero, de la villa de Retiro.
–Ah no, Marcelita, ¡me muero de miedo!
–Pero mamá: tenés que ir. Andá en representación mía; es muy importante para mí.
“Protestó, protestó, pero al final fue con una de mis hermanas. Estuvo muy bien mamá, que en esas cosas era tremenda”, contó.
Marcela Estrada y su marido, un publicista que había fundado una agencia que luego sería muy conocida, acababan de llegar a Europa en un viaje de un par de meses por el cual ella se había ido a despedir de Mugica y sus compañeros unos días antes.
–Tengo la sensación de que algo raro va a pasar; de que, cuando vuelva, no me voy a encontrar con lo mismo– les confió la viajera.
–Nooo, ¿qué puede pasar?– le contestó el cura, que estaba por ser víctima de un atentado que conmocionaría al país.
–Estoy con esa sensación desde hace días.
–Y no te vayas nada. ¡Qué necesidad hay de viajar! Si Jesús no viajó nunca y mirá todo lo que hizo– dijo Mugica, que recibía amenazas de muerte casi todos los días; tantas que su familia le había ofrecido enviarlo de viaje, pero él no aceptó.
–Es que me muero de ganas de conocer Europa.
–Entonces, andate y traéme de París un peine de acero, y de Roma, una camisa de cura. Acá te anoté el talle y la dirección de la casa de ropas para curas en Roma.
El peine de acero integra la memorabilia de Marcela Estrada; fue una de las primeras cosas que hizo en París. “Me intrigó siempre: no sé por qué querría Carlos un peine de acero”.
"No quiero gente que venga a darse un baño de pobre. Tenés que ir a mis clases de Teología en la Universidad del Salvador, una vez por semana durante un año"
“Tengo que hablar con este señor”. Luego de comunicarse con su mamá, le escribió una carta a Carmen Artero en la que le pedía que le contara qué había ocurrido. Artero había sido uno de los testigos directos del asesinato. Luego de la misa vespertina del sábado 11 de mayo, el cura salió de la iglesia San Francisco Solano, en Villa Luro; en la vereda lo esperaba un hombre. “Esperame un momentito que tengo que hablar con este señor”, señaló. “Allí empezó todo”, escribió Artero.
En la carta, muy detallada, ella le contó su impresión sobre los autores del crimen, que no fue reivindicado por nadie. “A Carlos lo mató la CIA”, señaló en alusión a la Central de Inteligencia Americana, el organismo de los Estados Unidos que operaba en la región contra los grupos de izquierda. “Es una convicción personal –explicó– que es compartida por gran parte del pueblo, al que le quieren vender a través de una muy bien orquestada propaganda, de la que participa casi todo el periodismo, que los asesinos fueron los montoneros”.
Nunca se encontró ningún indicio de que la CIA hubiera tenido algo que ver en el atentado contra Mugica. En su momento, el fantasma tenebroso de la CIA también fue mentado por varios militantes montoneros a la hora de explicar otro atentado famoso, el que mató al líder sindical José Ignacio Rucci –amigo de Mugica–, el 25 de septiembre de 1973.
“Nunca habló de política conmigo”
Marcela Estrada asegura que ella se mantenía al margen de toda militancia política y mucho menos guerrillera. “Carlos nunca habló de política conmigo”, señala.
Afirma que tampoco sospechó sobre la militancia guerrillera de algunos colaboradores del cura, como, por ejemplo, de Carmen Artero, de quien recuerda con admiración que “trabajaba en una oficina y donaba buena parte de su sueldo para la villa”.
Como explico en el libro, más de cuatro años después Artero sería secuestrada en la calle cuando militaba en Montoneros con el nombre de guerra “Marisa” y pertenecía a la célula a la que se vinculó con el atentado contra el vicealmirante Armando Lambruschini y su familia, en el que no lastimaron al militar, pero mataron a Paula, su hija de 15 años, y a una vecina, Margarita Obarrio de Vila, de 82 años. Hubo 11 heridos.
Carmen Artero vivía en aquel momento en un departamento en Floresta junto con el jefe montonero Carlos Fasano, “Negro” o “Raúl”; su pareja, Lucila Révora de De Pedro, “Ana”, y el hijo de ella, Eduardo De Pedro, un nene de 2 años, el actual senador kircherista por la provincia de Buenos Aires y ex diputado y ministro del Interior.
Artero permanece desaparecida desde el 11 de octubre de 1978.
Por su lado, Marcela Estrada cuenta que recién se dio cuenta de que algunos colaboradores del padre Mugica “estaban en otra cosa” cuando, ya en la dictadura militar, una de sus compañeras apareció en su casa muy cambiada, con el pelo cortito.
–Marcela, por favor, necesito ropa.
–Sí, pasá, agarrá lo que quieras, pero por favor no vuelvas a casa porque tengo nenas chicas.
“Baño de pobre”
Volviendo a su relación con Mugica, el tema de este artículo, Marcela Estrada supo del cura cuando lo escuchó por televisión una noche en la que ya había dormido a sus dos pequeñas hijas y mientras pintaba uno de sus cuadros.
Mugica la recibió en Rodríguez Peña, casi Santa Fe, luego de atender a una pequeña nube de periodistas y camarógrafos.
–Me gusta tu trabajo social, puedo colaborar dos o tres veces por semana.
–Bueno, pero no quiero gente que venga a darse un baño de pobre. Tenés que ir a mis clases de Teología en la Universidad del Salvador, una vez por semana durante un año.
Estrada siempre se había preocupado por los más pobres, desde que estudiaba en el colegio para mujeres La Asunción, en Barrio Parque, de monjas francesas, que fue cerrado porque “algunas se hicieron guerrilleras y otras se volvieron a Francia. Mi familia era muy católica y muy convencional, y en mi ambiente, algunos pensaban que yo era comunista, esa palabra tan horrible y tan utilizada para descalificar. Mamá se reía mucho de esos comentarios: ‘Marcelita nunca leyó ni leerá a Marx; ni siquiera sabe qué es el comunismo’”.
“Yo tenía 22, 23 años. En la villa había un almacén, una guardería; una tarea importante era conseguir documentos para la gente, casi ninguno tenía documentos. También había que encontrar un hogar para gente que aparecía sin nada. Carlos organizaba todo, era incansable. Era un ser humano excepcional: alegre, divertido, que transmitía amor. Nunca lo noté resentido o con odio; muy por el contrario”, lo recuerda.
Y se le llenan los ojos de lágrimas por estos cincuenta años de ausencia.
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