Camila Fabbri: contar Cromañón de otra manera
La escritora y cineasta decidió crear una ficción basada en la tragedia, aunque ubicada en un bosque; ella había ido al recital de Callejeros la noche anterior
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Clara se pierde en el bosque es una película híbrida. Si bien se trata, a todas luces, de una ficción –la historia de una sobreviviente de República de Cromañón que hoy encara su vida adulta–, el film incluye a la vez una buena cantidad de material de archivo de los años 2000 que va, además, entrelazándose con una serie de videos caseros que la protagonista registra con su handy. Pero en el relato se abre además un cuarto andarivel a través del cual circula un formato que por estos días resulta tan omnipresente como el aire que respiramos: los inefables audios de WhatsApp, que traen aquí unos recuerdos del pasado la mayoría de las veces entrañables y casi siempre anclados en elementos bien concretos, desde líneas de colectivos y esquinas porteñas hasta escuelas secundarias, cervezas tibias y fechas de recitales.
La ópera prima de Camila Fabbri pudo verse por primera vez el año pasado en el Festival de San Sebastián, desde donde continuó su gira por otros festivales internacionales como Mar del Plata, La Habana y Torino. Ahora es el turno del estreno en Buenos Aires, que será el próximo jueves en el cine Gaumont.
Fabbri tiene 35 años y es narradora y dramaturga, también actriz. Escribió y dirigió obras de teatro (como Brick y Mi primer Hiroshima); actuó en largometrajes (Dos disparos de Martín Rejtman, High Tide, de Verónica Chen) y publicó hasta ahora los libros Los accidentes (de cuentos, 2015), Estamos a salvo (2022, también de relatos), La reina del baile (novela de 2023) y El día que apagaron la luz, novela de no ficción editada en 2019 que precisamente trata sobre la tragedia de Cromañón. Ese libro fue, sino una adaptación, el punto de partida para Clara se pierde en el bosque.
“La película habla mucho de la amistad en la adolescencia y de cómo esos vínculos se perpetúan en la vida adulta. Me interesó el hecho de cómo esa generación, que también es la mía, está empezando a encontrarse con la maternidad y la paternidad, con cómo es cuidar de una vida para quienes siendo tan jóvenes pasaron por una vivencia como esa. Traté de ir hacia esos lugares y no a Cromañón específico, cómo fue y quién sobrevivió. No es esa la anécdota que busqué narrar”, explica la directora sobre el largometraje que cuenta con las actuaciones de Camila Peralta, Agustín Gagliardi, Julián Larquier Tellarini, Maitina De Marco, Florencia Gómez García y Pedro García Narbaitz.
Jugar con fuego
Flashbulb memory es como se le llama en inglés a ese fenómeno tan particular que tiene que ver con los recuerdos detallados, muy vívidos, que solemos tener sobre aquello que estábamos haciendo cuando tuvo lugar un acontecimiento emocionalmente significativo, la mayoría de las veces un hecho público que hizo historia. Cualquiera que viva en Buenos Aires y tenga más de 30 seguro recordará dónde estaba y qué hacía la noche del 30 de diciembre de 2004, cuando el boliche República de Cromañón del barrio porteño de Once ardió en llamas al prenderse una bengala durante un recital de la banda Callejeros. Un total de 194 personas, la mayoría muy jóvenes, murieron durante el incendio o en los días posteriores. Hubo también, lógicamente, cientos de heridos. La tragedia dejó también secuelas en otros miles: una herida social que después de 20 años, todavía no cierra. La noche anterior Camila Fabbri había estado en ese mismo sitio, cuando sucedía la segunda fecha de la serie de tres recitales que Callejeros brindó en Cromañón.
“Fue una época en la que estaban de moda las tribus urbanas. Yo iba al Normal 1, éramos mucha gente y pertenecíamos a distintos ‘equipos’: estaban los rolingas, los punks, había de todo. A mí me gustaba el rock, y sobre todo el rock argentino. Ya a los 13 o los 14 empecé a vestirme de rolinga. A cada rato surgían bandas nuevas y a Callejeros le empezó a ir muy bien muy rápido, si no pasaba Cromañón tal vez hoy serían Los Redondos. El éxito era muy evidente”.
Pero Clara se pierde en el bosque no apunta tanto a esa noche como a toda una era, o más bien a una generación. Una chica cuenta, siempre por audio, cómo su prima la hizo escuchar al Indio y la llevó a su primera marcha del 24 de marzo y a su primer Callejeros en Hangar. Otra se retrotrae un regreso en un remís trucho desde un pool en Villa Domínico. Y otra más se acuerda: “Año 2005, Los Piojos en Boca Juniors. Ciro dijo cosas conmovedoras porque fue el año en el que nos encerrábamos en nuestras habitaciones para llorar en silencio”.
Mucho se habló de lo que cambió después de Cromañón, cuestiones como si la escena del rock se replegó o la seguridad de los locales empezó a estar más controlada. Pero de nuevo: la película de Fabbri no va hacia habilitaciones rigurosas o bandas profesionalizadas sino a ese pequeño-gran mundo adolescente en el que tan hondo calaban la amistad y la música. Fabián Zorrito Quintiero lo resume en un pasaje de la serie de Netflix Rompan Todo: “Lo que se terminó con Cromañón fue una era”.
“Veníamos de la crisis de 2001, las canciones captaban eso. Hay ahí algo bastante epocal, de salir de la casa y compartir con amigos. A mí no me gusta tanto recordar ‘esa’ noche. Estoy en el ejercicio de tener una revisión más luminosa de lo que pasó, de contar quiénes éramos nosotros más allá de lo que la prensa dijo durante años cuando hablaba de gente salvaje que tiraba bengalas”, reflexiona Fabbri.
Mientras Amazon está a punto de estrenar en su plataforma (Prime Video) la serie de ficción Cromañón, esta novel cineasta propone “ir con cuidado. Pasó muy poco tiempo. Al menos para mí, 20 años no es nada. Y te lo digo yo que no soy una sobreviviente ni una víctima directa. Distinto es para alguien que perdió familia, o amigos, o estuvo esa noche y va a tener que vivir con esas imágenes en la cabeza durante toda su vida”. Pero incluso en torno a esa desolación Fabbri logra dar en su película con instantes de esperanza, como cuando suena El rey de Intoxicados y es como si esa letra encendiera una luz, más allá de heridas, de duelos, o de esa línea en la que el propio personaje de Clara marca: “A veces pienso que soy la única que insiste en hablar de todo esto y me quedo hablando sola”.
–El recurso de los audios de WhatsApp funciona como un elemento logrado y actual que conecta con ese pasado. ¿Cómo pensaste esa inclusión?
–Los audios son ficción, relatos que bajé al papel después de tener muchas charlas con amigos de la época. Pero los escribí como una ficción.
–¿Cómo fue el proceso de la película, desde la idea hasta el corte final?
–La verdad es que no tenía pensado hacer una película. Tengo una cercanía con el cine porque trabajé como actriz, porque tengo muchos amigos en el sector y porque, eventualmente, escribí para cine. El productor, Diego Dubcovsky, trabajó con un grupo de escritores y escritoras proponiéndoles que desarrollaran un guion para dirigir. De ahí nació, por ejemplo, la película de Romina Paula De nuevo otra vez, un proyecto del que también estuve cerca. En un momento Diego me propuso crear una película a partir de El día que apagaron la luz. Y me pareció una idea interesante. Quise tomar parte del libro, aunque al mismo tiempo hacer algo nuevo. Al guion lo desarrollé durante dos años, en el medio hubo muchísima investigación. Lo escribí visitando mi adolescencia, hablando con amigos, encontrándome con gente, buscando imágenes: hubo toda una parte de ese trabajo inicial que fue más periodística. Y a partir de lo que me daban esas imágenes, y de todos los recuerdos, pude empezar a diseñar la historia de ficción de este personaje y ese viaje que emprende hacia el bosque. Trabajé con Martín Kraut, que es guionista y me ayudó con las partes más técnicas de la escritura, que no eran mi fuerte.
–¿Y el rodaje?
–La película está hecha cien por ciento con financiamiento del Incaa. Una vez que se logró ese financiamiento, Pablo Chernov se sumó a la producción. Todo el rodaje duró, en total, dos semanas. Fue corto, y el equipo chico. Yo tenía un vértigo enorme de enfrentar esa situación. Traía la experiencia de dirigir teatro, pero son escalas muy distintas. En teatro nunca hay dinero para nada: vos sos el dramaturgo, el director, el productor, el que desarma la escenografía. En ese sentido el cine me pareció un lujo. Por suerte pudimos armar un equipo con gente que conozco bien: la directora de fotografía y el asistente de dirección, Victoria Pereda e Ignacio Ceroi, son amigos míos. Fue un triángulo de mucha confianza. Terminaron siendo dos semanas alucinantes.
–Digamos que “fluyó”…
–No hubo conflictos. Sí anécdotas: en una de las escenas en el auto la temperatura trepaba altísimo y los actores estaban desmayados de calor, creo que eso fue lo más crítico y salvaje que nos tocó. La película se filmó en Chascomús y durante esas dos semanas estuvimos viviendo en una estancia, fue una especie de Gran Hermano de rodaje. El grueso obsesivo fue para mí el trabajo con los actores. Ensayamos mucho para que su participación fuera lo más fiel a lo que me había imaginado. No hubo demasiado espacio para improvisar. Luego, en montaje, que hicimos con Josefina Llobet, nos pusimos a armar el rompecabezas entre las imágenes de archivo, el digital, y las imágenes que la protagonista registra con su cámara.
“¿Tenés en mente encarar ahora un nuevo proyecto cinematográfico?”. Muy probablemente esa hubiera sido, hasta no hace mucho, una pregunta de rutina para una entrevista con una joven directora en las vísperas del estreno de su primera película. Sin embargo, el contexto ha cambiado: el cine argentino está amenazado por recortes y desfinanciamientos que ya motivaron una marcha de integrantes del sector y referentes del arte y la cultura, quienes el último 14 de marzo se autoconvocaron en las puertas del Gaumont. Camila estaba ahí cuando la policía irrumpió con escudos, gas pimienta y balas de goma.
–¿Qué lectura hacés de lo que está sucediendo y puede suceder en la escena del cine independiente local?
–Primero: nunca me imaginé que iban a reprimir así la manifestación. Yo crecí en un modelo de país muy distinto. Mi vida adulta fue durante el kirchnerismo y no era habitual sacar a la policía a la calle de esa manera, al menos yo no tengo el recuerdo. Esta era una movilización pacífica. Y en cuanto al futuro del cine: las plataformas reciben y financian proyectos bastante acotados, lo que achica el punto de vista de directores y guionistas. No digo que no se pueda revisar qué se financia y qué no en el Incaa. Pero… todo hace ver que hay más una cuestión de cizaña. A veces pareciera que en estos tiempos la lógica no rige: no se puede responder con lógica a algo que no tiene sentido. Tal vez tengamos que ver un poco mejor de qué forma responder, guardarnos un poco y pensar.
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