Auge y caída: vistieron a las mujeres más ricas de Argentina, Carmen Yazalde desfiló para ellos y Mirtha Legrand era una habitué
La escritora Lucía Lijtmaer cuenta la historia real de una pareja que, en La Colorada, abrió las puertas de una boutique de lujo. Ascenso y derrumbe, retrato de un país en crisis.
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“Ahora Armani es como el Dios omnipotente y omnipresente, que está en todos lados. El mercado globalizado es otro. Nosotros… hacíamos una cosa distinta, era una especie de juego. Un juego de casas de muñecas, un juego con las clientas, un decorado de sueños, dice Jorge, el nombre con el que Lucía Lijtmaer decidió bautizar a uno de los protagonistas de Casi nada que ponerte, un amante de la moda que, junto a Simón, su pareja, construyó un imperio textil y dio luz a una boutique que vistió a las mujeres más ricas de Argentina.
Los nombres de Jorge y Simón son ficticios, pero su historia, las palabras que Lucía recoge en esta novela, crónica hibrida, son reales. “Por una cuestión de respeto, decidí mantener su intimidad, su anonimato. Me abrieron las puertas de su casa, hablé con sus familias, amigos, clientas, me mostraron diagnósticos médicos. Me dieron tarjetitas con sus pensamientos, especialmente Jorge. Tanta intimidad. Ya me dieron suficiente. ¿Para qué más?”, agradece Lucía, la autora de este relato polifónico que narra “La Gran Historia Argentina Contemporánea. Auge y caída de un negocio. Glamour y derrota. El corralito”, palabras con las que convenció –gin tonic en mano– a un editor en la barra de un bar del Raval, en Barcelona.
En 2016, el sello Libros del Lince publicó en España Casi nada que ponerte, el retrato de un país “siempre en crisis” a través de la historia de Jorge y Simón y de la propia narradora. En aquella primera edición, la portada mostraba el rostro de Carmen de Deus, conocida –luego de su casamiento con el jugador de futbol Héctor Chirola Yazalde– como Carmen Yazalde. En la edición de Anagrama –que permitió que este año el texto llegara a la Argentina– la tapa es otra. Se la ve a Lucía, con el poncho, ése que le ponían con pasamontañas de color café con leche para ir al colegio en Barcelona, España, la tierra que los acogió cuando sus padres dejaron la Argentina, en 1977, en plena dictadura militar. Lucía, tenía siete meses. El recuerdo de aquél poncho andino, de lana gruesa, confirma la idea que sostuvo durante todos estos años: “simulaba un cartel colgado que decía: persona rara.”
Con Lucía nos encontramos en la esquina de Cabello y República Árabe Siria, donde La Colorada se muestra imponente y sirve de escenario para las fotos. Lucía posa ante el edificio construido por el arquitecto e ingeniero británico Regis Pigeon –cosecha del neoclásico inglés en las calles porteñas–, al que le da un papel protagónico en Casi nada que ponerte. Los ladrillos a la vista dotan de color la esquina donde Jorge y Simón, a comienzos de los 70, abrieron la que sería su boutique insignia, a puerta cerrada y con desfiles exclusivos que tuvo a Mirtha Legrand en primera fila.
“Sinceramente te lo digo, la gente me ha confesado que, como boutique, fue la mejor durante mucho tiempo. Porque era como un palacio. Tenía espejos, tules…. Porque se accedía a él como cuando entras en Versalles”, describe Jorge, en tono de confidencia, a Lucía la escritora que de niña conoció aquél lugar de sueños. “Era a mediados de los 80. Yo debía tener siete u ocho años, y ellos organizaban el showroom para las ventas al público. Recuerdo una araña de cristal en el techo, unas perchas de metacrilato y unos sombreros de los años 20. Todo era hermoso e inalcanzable a la vez.” Este recuerdo aparece, y se mezcla con las historias que escuchaba, las que contaba su familia, amigos de sus padres.
“Oía hablar de personas, escuchaba nombres como los de Jorge y Simón ‘El Gordo’.”Un taxi nos lleva hasta el epicentro de Filba, un hotel en Palermo donde se hospedan varios de los autores que participaron del festival de literatura. En el auto, Lucía –invitada por el Centro Cultural de España–confiesa la ansiedad y las ganas que tenía de que Casi nada que ponerte llegara a la Argentina. “Quería que se publicara primero aquí y que el libro creciera hasta llegar allá”, dice la autora del texto con el que debutó en el universo editorial, al que le siguieron los ensayos Yo también soy una chica lista, Ofendiditos; la novela Cauterio y del late night y podcast feminista que comparte, junto a Isa Calderón, Deforme semanal, propuesta que llegó a los teatros y que cuenta con una legión de fans en Argentina.
“Vos querés una historia del tipo de la Magdalena de Proust, ¿no?”, le pregunta Jorge a Lucía, la niña que, hasta los seis años, pensó que Argentina estaba en el cielo. “Mi confusión, es tal como la describo en el libro. Tenía sentido. Siempre recordaba el despegue, el cielo azul, las nubes, sus formas, toda esa fantasía. Nunca le presté atención al aterrizaje. Así que, sí, cuando me preguntaban por mis abuelos, que vivían en Santa Fe, yo señalaba hacia el cielo”. Ríe con ternura ante la imagen que aparece en las páginas, sin perder la emoción que le produce ese “cielo” en la mirada, ya de mujer adulta.
Jorge conoció a Simón, a mediados de los 60, en Buenos Aires, una ciudad demasiado grande comparada con Rosario. Chiquita, una amiga de Jorge de la infancia fue la que los presentó. Le arregló una cita. Una compañera de Chiquita, de la Facultad de Letras, conocía a un chico de Bellas Artes y pensó que podían encajar. “Y desde ese día, hasta hoy. Fue como una adopción. Nos adoptamos el uno al otro. Fue fácil. Muy fácil”, apunta Jorge.
“Es una historia de amor –comenta Lucía–. De cuidados, de sacrificios. Los dos tuvieron un origen muy humilde. Jorge, en Rosario, era de una familia muy pobre. Tuvo que hacer muchos esfuerzos para estudiar. Simón lo mismo. Venía de un pueblito muy pequeño (Campo Sagrado, Santa Fe). Me interesaba mucho cómo dos personas salen de sus hábitats y llegan a construir algo tan importante y que tuvo tanta trascendencia.
Eran jóvenes, veintitantos, se enamoraron y armaron una sociedad dedicada a la moda. Hubo un tiempo en el que no era tan difícil vivir mejor que los padres, la superación económica, subir un escalón en el peldaño era algo propio de la gente que nació en los años 40. Como lo fue el acceso a la universidad, a un ambiente intelectual y artístico. Jorge y Simón tenían una enorme necesidad de inventarse un mundo, de buscar algo mejor. Ambos crecieron en lugares de donde querían escaparse. Y La Colorada, funcionó como un castillo, como una burbuja”.
La tienda no tenía cartel, lo que lo convertía en algo secreto y exclusivo. “Me habían hablado de La Colorada, y la verdad es que, cuando fui, me quedé sin habla. Esa casa era puro refinamiento, una cosa desmesurada, lo nunca visto. Y a Simón le gusté. Me puse a desfilar para él enseguida –narra Carmen Yazalde–. Yo les presenté a otras chicas, a Laura Ocampo, Ethel Brero, Andrea Frigerio”. Carmen las conocía y estaba segura que daban la talla para el nivel de refinamiento que Jorgeysimon merecían. La dupla se convirtió en una entidad única.
“Jorge: Mirtha Legrand vino cinco o seis veces a ver los desfiles porque le gustaban mucho. Eso te lo puede decir Carmen Yazalde (señalando a Carmen, que asiente, orgullosa). Siempre vino sin invitación. Estamos hablando de alguien a quien se pegaban todos los modistos en cuanto aprendían a coser, alguien a quien la gente pagaría para que acudiera a un sitio”.
Las voces entretejen el contexto histórico de la Argentina, “pinceladas”, dice Lucía del país que quedó “congelado”. “Mis padres allá y la pregunta era, ¿qué pasó con los que se quedaron? Mis padres podrían haberme dado una explicación más detallada, pero decidí salir y encontrar esas vivencias, esas historias. Jorge y Simón se quedaron y siguieron con su vida cotidiana. La mía no es una mirada desde la tristeza–reconoce–, yo no quería impostar una herida que para mí no existe de esa manera, sino de otra. Mis padres no me inculcaron la idea de la nostalgia o del dolor por lo perdido, sino todo lo contrario, hubo una búsqueda de la alegría y de la felicidad. En esa diferencia también hemos encontrado otra manera de vivir.”
“En Buenos Aires, en ese momento, todos queríamos acudir a un lugar que no existía. Necesitábamos crear ese mundo ideal con un glamour diferente”, revela Clelia, la decoradora de la boutique.
“Una historia de fascinación, de amor, de una capacidad increíble de trabajo. De transformación, porque también supieron cómo mutar -analiza Lijtmaer-. Cuando en la Argentina aparece la moda de lujo mainstream, lo que ellos hacen no tiene tanto sentido y lo orientan más a las antigüedades. Hicieron mucho dinero. Luego invirtieron en propiedades, lo que les permite vivir sin trabajar”.
“Nunca nos juntamos con gente de la farándula ni tuvimos grandes excesos. Lo que nos importaba era el trabajo y nuestra burbuja (...) Viniste buscando la magdalena de Proust. Comé, nena, comé”, dice Jorge con la mirada puesta en Lucía.
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