Antes y después: la arquitecta argentina que renueva ambientes y da nueva vida a viviendas en Washington DC
Ileana Schinder convierte sótanos en desuso y con humedad en una sala de estar con lavadero incluido, o una reducida cocina de 1900 en un espacio luminoso y moderno
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Primera toma. Una cocina con poca luz, una mesada demasiado angosta y alacenas de madera oscura que no llegan al techo, dejando un espacio ocioso donde se acumulan recipientes y desorden.
Segunda toma. Blanca y luminosa, la misma cocina es más amplia, tiene una isla funcional, banquetas y lámparas modernas.
A simple vista es difícil adivinar que las dos fotos son de un mismo espacio. Pero detrás del encanto del antes y después no hay justamente magia, sino la mente creativa de Ileana Schinder, una arquitecta argentina que desarrolló su carrera en los Estados Unidos. En la reforma de los ambientes, que puede incluir desde reestructuraciones que implican tirar paredes o una simple “cosmética”, encontró su métier en Washington DC.
Nació en Concordia, Entre Ríos, hasta que a los 17 años se mudó a Córdoba para estudiar arquitectura. En 2000, cuando se graduó, viajó a los Estados Unidos por una decisión personal, “no tuvo nada que ver con la situación de país”, aclara.
“Fui desarrollando trabajos, me integré muy bien a la ciudad y tuve facilidad para hacerme amigos. Sentí que Washington, con el tiempo y sobre todo más ahora, me dio la bienvenida. Por el tipo de trabajo que hago y la gente que conozco, le encontré la vuelta a la parte profesional y personal (tiene dos hijos), es una ciudad fácil para vivir”, dice. Identifica Washington con Córdoba: “Ahí hay de todo, mucha intelectualidad, medicina, producción industrial, y esta ciudad es un poco parecida, pero más internacional. También tenés todo, pero sin la presión y la locura de Buenos Aires, Nueva York o París”.
Antes de encontrar su nicho tuvo que rendir siete exámenes, entre otros requerimientos. “Hay un paso entre el título universitario y el ejercicio profesional que no discrimina de dónde venís. Cualquier arquitecto graduado que quiera dedicarse a la profesión tiene que tener una matrícula”.
Nunca tuvo dudas ni incertidumbre, ni siquiera durante la crisis mundial de 2008, que afectó a las empresas constructoras y repercutió en el mercado laboral. “A pesar de los períodos de crisis, nunca estallaba todo. Sí variaban las valuaciones de propiedades y el otorgamiento de hipotecas. Tengo una cartera de clientes muy flexible, y en esos momentos es cuando comienzo a sumar proyectos más chicos que requieren menos financiamiento”.
Su primer trabajo en una empresa de diseño urbano, como arquitecta junior, la ayudó a descubrir Washington y sus proyectos urbanos de otra manera, especialmente las zonas no desarrolladas, como el barrio de U Street. Abrió su oficina propia en 2014, cuando su hijo tenía un año, primero con proyectos menores, a los que les fue sumando otros grandes, pero más ejecutables. “Me gusta hallar zonas lejanas, o barrios no conocidos, y así descubrir un patrón de tipos de vivienda donde identificás en qué año fueron desarrolladas”.
“Por ejemplo, entre 1890 y 1910, luego de una explosión del transporte y de la población. En las zonas más urbanas hubo un crecimiento en los 50 y 60. Entre 1945 y 1948, cuando los soldados regresaban de la Segunda Guerra Mundial, se instaló mucha gente en Arlington”, dice. Las casas y barrios cuentan la historia de los Estados Unidos, y ella la conoce. Allí entra su creatividad en juego. Muchos de sus proyectos implican encontrar la vuelta para que, por ejemplo, una casa construida en 1890 resulte funcional y sirva como inversión.
En cada uno de los procesos que implica la renovación de una vivienda, Schinder sigue dos caminos de pensamiento. El primero es que “es la vida del cliente, su dinero, su casa y sus necesidades. Yo me adapto a lo que él necesita, encontrar una solución”. Pero, ante lo que desea el cliente, sostiene tres reglas: “que no sea inseguro, que no sea ilegal y que no sea horrible. Pero, por otro lado, no puedo hacer un juicio sobre decisiones que no son mías”.
“Para mí, como diseñadora, se me hace más fácil cuando más condicionantes tengo. Obviamente, me tengo que fijar quién es el cliente y qué es lo que necesita: mayor número de habitaciones o de espacios compartidos públicos, una cocina más grande. Entonces, veo cómo mejorarlo, porque, por ejemplo, las cocinitas de 1890 no tenían agua corriente, todas las cocinas y los baños estaban en la parte de atrás porque antes era un pozo ciego. Pero todo eso hoy se puede mover”, explica.
Los sótanos, que solían usarse como depósito y lugar destinado para lavarropas y calderas, merecen un capítulo aparte. Ahí es realmente donde el antes y después parecen mágicos. Un espacio impregnado de humedad, oscuro y acumulador de cosas en desuso se convierte, luego del proceso de renovación, en luminosos dormitorios, un amplio living, una oficina o un family room.
“El sótano, que implica un tercio de tu casa, por el sistema constructivo de acá es muy húmedo, pero hay técnicas para mantenerlo seco. Y, al ampliar las ventanas, entra luz natural por un costo muy bajo”.
Mientras diseña sus últimos proyectos, Ileana planea su viaje a Concordia en familia para revivir con sus hijos los recuerdos de su infancia.
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