Alianzas de pasillo: a pasos de la Casa Blanca, el hotel donde nació el lobby político
El Willard fue el escenario donde surgió la práctica de ganar influencias en los gobiernos. El primer presidente en alojarse ahí fue Zachary Taylor
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Para George Bernard Shaw, “la gran ventaja de los hoteles es que son un refugio perfecto ante la vida doméstica”. En una ciudad sinónimo de poder desde sus comienzos, la posibilidad de esconderse detrás de los escenarios habituales de contienda, permitió a la democracia norteamericana salir adelante en sus comienzos e, incluso, gestar acciones revolucionarias en tiempos contemporáneos.
Washington D.C. es una ciudad particular, porque fue citada expresamente en la Constitución norteamericana para convertirse en la capital del país, aun cuando no existía formalmente. A partir de esa mención, que ocurrió el 16 de julio de 1790, los debates sobre dónde localizarla y cómo darle forma se convirtieron en centro de debate.
Mientras obras como el Capitolio o la Casa Blanca intentaban tomar forma, la política se debatía en otros sitios de reunión. La gran ventaja de eludir los bares mundanos, era buscar cierta protección, no sólo frente a las masas, sino también como una alternativa para tejer redes, hacer aliados, obtener prebendas o protegerse frente a una persecución.
El más antiguo de los epicentros políticos a sotto voce se ubicó a pasos de la Casa Blanca. Estratégicamente a sus espaldas, permitió las subrepticias escapadas de los salones previos al mítico oval, para propiciar encuentros clave para la toma de decisiones ciudadanas.
El hotel Willard nació en 1817, cuando aún faltaban casi 50 años para la Guerra de Secesión que terminaría de configurar el mapa estadounidense. En aquel entonces, apenas un grupo de casas reunidas bajo una estética similar se configuraron en uno de los primeros hoteles de la ciudad, que recién tomaría su nombre cuando primero las alquilara y luego comprara el terreno Henry Willard, un sagaz emprendedor de la tierra que supo adquirirla barata en momentos precisos.
Para 1850 había construido sobre el terreno de aquellas propiedades el primer edificio integrado que funcionaría como el que se llamó desde entonces “el hotel de los presidentes”. El primero en alojarse en él, en cumplimiento de su mandato, fue Zachary Taylor, que lo inauguró el mismo año de su reapertura.
Las decisiones de gobierno comenzaron a “cocinarse” en estos debates fuera de la mesa política y comenzó a establecerse la conducta de hacer lobby
El mismísimo Abraham Lincoln utilizó las habitaciones del Willard para protegerse frente a denuncias que amenazaban con su vida. En una de las tantas ocasiones que se refugió en el hotel permaneció allí dos semanas sin que se conociera públicamente su paradero. Oficialmente se hospedó en una de sus habitaciones el día anterior a asumir su presidencia.
Pero, tal vez, el hecho más permanente para la política mundial haya nacido de la mano del presidente Ulysses S. Grant, un ex militar no muy convencido de su valor para ello, pero que aun así lideró el triunfo de los confederados hasta el fin de la guerra en 1865. Es considerado el segundo héroe de la independencia, luego de Lincoln, y accedió al más alto grado militar luego de George Washington.
Casi con naturalidad, luego de alcanzar la ansiada paz, fue elegido como el 18vo. presidente de los Estados Unidos. Como un hombre que llegó allí sin desearlo, sino asumiendo las responsabilidades que las circunstancias le presentaban, sintió el impacto de la presidencia y, casi como rutina, cada tarde, terminadas sus actividades en la que entonces era llamada la Mansión Ejecutiva, caminaba apenas dos cuadras para refugiarse en el lobby del Willard a tomar una copa de brandy y fumar uno de sus puros favoritos.
Su intención era encontrar un espacio intermedio de relax entre la función pública y su casa. Sin embargo, el Willard se convirtió en una extensión de su despacho. Aquellos que no lograban acceder a una reunión, o los que preferían un espacio menos formal para proponer un negocio o gestar un acuerdo, comenzaron a llegar a partir de las 16.30 al hotel. Se arrellanaban en los sillones del ingreso y compartían con Grant el fin de la tarde. La rutina comenzó a hacerse intensa. Las decisiones de gobierno comenzaron a “cocinarse” en estos debates fuera de la mesa política y comenzó a establecerse la conducta de “hacer lobby” entre quienes buscaban una prebenda o, simplemente, dar cuenta puertas afuera de su cercanía con el presidente.
Historias de fantasmas revelan que aun en épocas de elecciones los empleados del hotel suelen percibir el aroma a los puros clásicos de Grant.
En clave lobby
La presencia habitual de Grant en el Willard no resultaba fuera de lo común para los habitúes del hotel y tampoco para el personal. El propio presidente se había alojado allí en cuatro oportunidades previas, cuando era comandante del Ejército de la Unión durante la Guerra Civil. Todos los presidentes previos habían utilizado el hotel como centro de operaciones, como reposo previo a sus respectivas tomas de mando o bien como su casa personal, como el caso de los presidentes Warren G. Harding, Calvin Coolidge y William Howard Taft, quienes ostentaron el cargo cuando aún la Casa Blanca no había sido totalmente dispuesta como residencia presidencial o bien porque preferían huir del centro de operaciones.
Aunque la presencia del Willard como eje de la vida política fue clave, en los Estados Unidos se toma el término “cabildero” como sinónimo de lobbista, un concepto que, según expertos, se remonta a los años 1600, como el lugar donde el público podía ir a hablar con sus miembros de la Cámara de los Comunes de Londres, y también de ese modo se mencionó a los que hacían fila esperando en el Capitolio del Estado de Nueva York para hablar con sus representantes. Sin embargo, y más allá de los tecnicismos, el concepto de “hacer lobby” nació específicamente en aquella historia de Grant.
Aunque el Trump International Hotel fue epicentro de la campaña de su dueño, sus seguidores optaron por el Willard a la hora de tramar las tácticas posibles para bloquear el acceso a la presidencia de Biden
El Willard no es una excepción en la vida política norteamericana. The Hay-Adams localizado exactamente frente a la Casa Blanca y con la posibilidad de ofrecer un banquete o un casamiento con vistas a la incansablemente fotografiada puerta de ingreso de la casa magnataria, tiene un origen también político.
John Hay fue secretario personal del presidente Abraham Lincoln y, más tarde, nombrado embajador de los Estados Unidos en el Reino Unido, así como secretario de Estado bajo William McKinley y Theodore Roosevelt. Henry Adams, por su parte, fue historiador y profesor de Harvard, y descendiente de los presidentes John Adams y John Quincy Adams. Ambos, íntimos amigos.
Por cuestiones de practicidad, en función a sus labores, encargaron al arquitecto Henry Hobson Richardson un par casas en la esquina de las calles 16 y H. Una lindante con la otra, se convirtieron en un epicentro del escenario intelectual. Junto con sus esposas, Clara Hay y Marian Adams, y al geólogo Clarence King, Hay y Adams formaron una estrecha amistad. El grupo se autodenominó “Cinco de corazones”.
Durante años, este dúo de propiedades funcionó como uno de los principales salones de Washington que convocaron a políticos y presidentes, y a figuras de la talla de Mark Twain, Henry James y Augustus Saint-Gaudens. Esa fue la semilla del segundo hotel “político” de la ciudad. Aunque más nuevo (data de 1927), fue integrado como un único edificio honrando el nombre de los propietarios originales. Literalmente a 100 pasos de la Casa Blanca, guarece hoy a gran parte de los visitantes destacados que arriban a la ciudad para gestiones de gobierno.
En 1930, durante la Gran Depresión, era el único sitio de la ciudad con aire acondicionado, un beneficio que, además de la cercanía, permitió a muchos de los funcionarios a mudar sus despachos a un sitio más amable para sus discusiones políticas. Este fue el hotel elegido por Barack Obama y su familia para alojarse previo a la toma de posesión en 2008.
Dos nuevas propiedades han hecho su inmersión en la vida política de Washington en este siglo. El Trump International Hotel fue clave durante las elecciones que llevaron a su dueño Donald hasta el salón oval. Fue el epicentro de su campaña y también el búnker durante la elección que frustró su segundo período en el puesto. Sin embargo, estratégicamente, sus seguidores optaron por el Willard a la hora de tramar las tácticas posibles para bloquear el acceso a la presidencia de Biden, su sucesor.
Otro nombre llegó a la escena hotelera en la ciudad vinculado a la trama del poder. El Watergate es un hotel alojado dentro del complejo de oficinas donde tuvo lugar el robo de 1972 que diera origen a la caída de Richard Nixon. El hotel había cerrado en 2007 y reabrió sus puertas reconvertido en un alojamiento de lujo en el 2016.
Ya lo dijo Frank Underwood en House of Cards: “El poder se parece mucho a los bienes raíces. Es todo sobre ubicación, ubicación, ubicación. Mientras más cerca estés de la fuente, mayor será el valor de tu propiedad”.
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