Al rescate del adn familiar: el viaje de la bobe, de Polonia a la Argentina
La artista argentino-estadounidense Marcela Hoffer reconstruyó la ruta de su abuela con collages e instalaciones que integran la muestra Bobe, en el Museo Judío de Buenos Aires
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Revisar los cajones de la abuela era uno de sus mejores planes. Abrir cajas, descubrir fotos, desenvolver encajes y manteles bordados, capaz algún anillo. Marcela Hoffer compartía esta búsqueda del tesoro junto a sus primos, que se sumaban a la exploración. Eran chicos y todavía no sabían que esas joyitas semiescondidas simbolizaban mucho más que recuerdos. En cada pieza latía el adn de la historia familiar, que empezó en la calle Panska 28, en Varsovia, y terminó en Paso al 200, en el corazón del barrio de Once.
Resignificar el viaje que en 1926 emprendió Rushke Honing de Polonia a Buenos Aires es el punto de partida de Marcela Hoffer, artista argentino-estadounidense que unió los fragmentos familiares en la muestra Bobe (la expresión en idish con la que muchos nietos judíos llaman cariñosamente a sus abuelas). La exposición, que se puede ver en el Museo Judío de Buenos Aires (Libertad 769), repasa la vida de esta mujer que se subió a un barco sin saber ni una palabra de castellano para cambiar de piel.
La travesía, en plena época de entreguerras, hoy asume el formato de homenaje. Entre retazos de encajes, vajilla intacta, fotos antiguas, documentos originales y pasaportes, Hoffer celebra a través de su bobe a todas las mujeres migrantes que llegaron con sus saberes, que fueron “pegando” para componer –y reparar– una nueva vida.
Como su abuela paterna, Marcela Hoffer también emprendió su propio viaje. Se graduó de psicóloga en la Universidad de Buenos Aires y, a los 24 años, se fue a los Estados Unidos para profundizar sus estudios sobre la relación entre la danza y la terapia, un tema que siempre le fascinó.
“Integrar el cuerpo y las emociones con la creatividad me llevó a cursar una maestría de Danza y Movimiento en el Hunter College, de Nueva York. Desde entonces vivo allá. Pero siempre estoy volviendo. Encontré algo en la distancia, en el estar lejos -reflexiona Hoffer-. La sensación del inmigrante es la de no pertenecer, la del acento distinto, la de vivir en una zona intermedia, gris, que aun así mantiene los dos polos unidos”. También obtuvo un Máster en Trabajo Social por la Universidad de Columbia.
Su propia búsqueda tiene más de un punto en común con la historia de su bobe Rushke que apenas pisó suelo argentino pasó a llamarse Rosa. “Aquí en Nueva York soy Marcella, con dos L”, compara.
Arqueóloga de su propia línea de tiempo, Marcela traza una diferencia clave con la protagonista de su muestra, la mujer de su árbol genealógico que inspiró la búsqueda: “La parte sanadora es que yo puedo volver. Me voy, digo adiós y puedo regresar a la casa familiar de Buenos Aires. En su caso, este círculo no existió”, dice Hoffer, que vivió en Harlem, ahora en el Upper West Side de Nueva York y en breve se mudará al Bronx junto a su familia.
En sus collages se superponen capas de sentido, retazos que Marcela recompone al tiempo que entreteje aspectos de esta exploración hacia el adn ancestral. “Estoy tramitando la nacionalidad polaca. Un poco porque no siento arraigo a ningún lado. Otro tanto, por el trabajo interno que me propuse a través del arte: ayudar a mi bobe a cerrar este círculo. Llevarla de vuelta a la calle Panska 28 –explica–. El arte me brinda la oportunidad de cubrir esos baches transgeneracionales que aun sin conocer los detalles se van heredando”.
La memoria no es sino otra forma del olvido, decía Jorge Luis Borges. Aunque la función de estas grietas pegadas con pegamento sellador a base de agua para unir cartografías familiares resignifique la recuperación de la memoria, la artista y psicóloga redobla la apuesta: “El arte produce un gran impacto, aparece como el dispositivo que permite cerrar partes de la historia que quedaron truncas, silenciadas”, define Hoffer, quien contó con la curaduría de Laura Szames para el montaje de la muestra.
En la sala se suceden los recortes, los documentos, el mapa de Varsovia plasmado sobre un vidrio y algunas piezas que su abuela resguardaba junto a cartas y documentos, en un cofre forrado en terciopelo azul: un juego de cucharas, un juego de té, salero, pimentero y vasos grabados con las iniciales de sus abuelos. La mesa central está servida y en cada asiento figuran el nombre y la foto de las personas secuestradas en Gaza: la puesta escenográfica también pide por ellos.
“Rushke no era la típica abuela que cocinaba y se la pasaba horas jugando con los nietos. De hecho, creo que no me quedé nunca a dormir en su casa. Tenía más vínculo con mi abuela materna. Sin embargo, amábamos ir los viernes a la tarde para revisarle los cajones”, señala y desglosa los aspectos que la identifican con su bobe, más allá de la relación que tuvieron: “Era independiente, siempre llena de intereses, actividades y muy viajera. Enviudó joven. Mi abuelo Pinchas Hoffer (Pedro) era joyero, ensamblaba mecanismos de relojes que importaba de Suiza”.
Esta trama minuciosa de componentes para armar, más la impronta de su papá ingeniero, resultaron en la combinación de los distintos elementos que aplica Marcela en la muestra. “Heredé el trabajo con las manos, de alguna manera para reconstruir una parte de la historia que no conocemos: ¿Qué pasó con la narrativa familiar cuando estalló la guerra? ¿Cómo murió el resto de la familia que no pudo viajar y quedó en Polonia?”, se pregunta Marcela. El único dato concreto con el que cuenta, y que forma parte de un collage, es la carta que su bisabuelo selló en Polonia y atravesó el océano con una mala noticia. “La carta pide rezar el kadish por la muerte de mi bisabuela”.
Para incorporar en la expo el ritual del rezo por duelo, la artista incorporó recortes de maderas que lo simbolizan. “Me interesa trazar un paralelismo material a través de distintos objetos esperando poder sanar expectativas y deseos familiares que quedaron silenciados. En este caso, la ausencia de cuerpos instaurando una herida de despedida y pérdida no procesada”, define Hoffer, que atesora además varios elementos que usaba su abuelo para rezar como parte de su investigación para comprender y preservar la historia, su propia historia.
“Me conecté con los cementerios polacos, investigué los movimientos de la familia, pero cuando Hitler entró a Polonia se cortó la comunicación. Y desde entonces me interpela esa incógnita familiar”, asume y destaca uno de los hitos de su relación con Rushke. “Murió en mis brazos, se desplomó después de la cena de año nuevo en 1981. Era la hora de irse y la acompañé de la mano a lo largo del pasillo, hasta la puerta. Pero no llegó. Este es un punto de inflexión en nuestra trama, otro punto de partida que me permitió conectarme desde otro lugar. Por eso le agradezco que me haya abierto este canal de expresión”. Hoffer, que tenía 15 años cuando murió su bobe, plasmó en el libro Planska 28 distintos cuentos que surgieron a lo largo de la exploración biográfica.
“Ese momento fue sagrado, lo leo como un regalo de su sabiduría y lo siento como un legado; ayudarla a darle un cierre a la historia”, dice Marcela que, cada vez que tenía una fiesta importante, usaba una camisa de encaje de Rushke. “Solo tiene como agregado una cinta de seda que le puso mi mamá. Está intacta y siempre la tengo a mano”, confiesa.
La investigación que encaró la lleva a reflexionar sobre otro paralelismo entre su recorrido y el de su abuela: “Tengo en la sangre mucho adn inmigratorio. Mi primer marido es africano, con lo cual mi hijo Alex es en parte africano, también norteamericano y judío. Y ahora estoy tramitando su pasaporte argentino y polaco. Con mi segundo marido adoptamos otro chico africano, amigo y compañero del equipo de fútbol. Boniface es de Benin, un país costero de África Occidental, y llegó a Nueva York para sumarse al NY Stars Galaxy, un equipo que salió campeón nacional. Somos una auténtica familia ensamblada”, dice.
La artista que profundiza los significados y significantes de la técnica del collage también expuso con esta técnica Libertas, junto a Martina Charaf, en el Museo de la Legislatura, visibilizando a aquellas mujeres que hicieron historia en la lucha por el sufragio femenino. Además, integró la muestra Latinoamérica Late, en Imaginario Galería, y en los Estados Unidos, Infancia sin mordazas, en Connecticut. En tanto, Papel y Pegamento: el arte del collage, en el Centro de Arte Blue Door, y Soy porque tú eres, en el Yonkers Art Project Space, en Nueva York.
Mientras los collages superponen retazos de su memoria emotiva a partir de los objetos emblemáticos que recuperó de su bobe, Marcela Hoffer también reconstruye parte de la historia. Artefactos para recomponer fragmentos, una manera de sanar.
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