Agustina Macri homenajea a su abuelo, el piloto Juan Manuel Bordeu, a 33 años de su muerte
La cineasta e hija de Ivonne Bordeu y del ex presidente Mauricio Macri rinde tributo al piloto con un libro de edición limitada, con más de trescientas fotografías que narra su vida dentro y fuera de las pistas
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Juan Manuel, o el Nono, como le decíamos algunos nietos, fue un abuelo silencioso, que con pocas palabras nos transmitió muchas cosas: el amor por los caballos y el campo, el respeto por las reglas y por el otro, la simpleza. Su legado más importante fue habernos dejado un lugar único, La Peregrina, que nos reúne como familia. Cada vez que volvemos al campo, sentimos que nos acercamos un poco más a él. Se fue muy rápido, yo apenas tenía ocho años. Recuerdo que me regaló un petiso que se llamaba el Zorrino, que nunca pude montar porque era muy mañero. Me hubiese gustado haber conversado más con él. Quizás por eso nace este libro, como una manera de hablarle y de preguntarle todo aquello que siempre quise saber. Conocerlo mejor, honrar su vida; una suerte de reconstrucción, escribe la cineasta Agustina Macri en una de las páginas de Bordeu, el libro que narra la historia de Juan Manuel Bordeu (1934-1990), figura destacada del automovilismo argentino, cuyos logros deportivos lo consagraron como un verdadero ídolo.
En una cuidada y limitada edición [1000 ejemplares enumerados] con más de trescientas fotografías –varias de ellas inéditas–, Agustina se puso al frente de esta celebración [desde la idea y producción general] que resume la vida del hombre que nació el 28 de enero de 1934 en el Hospital Materno Infantil de Mar del Plata, hijo de Teófilo Vicente José Bordeu Heguilor y de María Marta Baliero Barreiro.
Con edición de Ezequiel Díaz Ortiz y textos e investigación de Hugo Semperena, el volumen, de 448 páginas –diseñado e impreso en papel especial de origen italiano con tapa dura entelada–, repasa su vida dentro y fuera de las pistas. “Un proyecto personal, un deseo que tenía desde hace mucho tiempo –reconoce Agustina, hija de Ivonne Bordeu y del ex presidente Mauricio Macri–. Fue un personaje bastante misterioso y enigmático también. Un hombre que tuvo una vida increíble. Además, yo soy la nieta más grande –aclara y deja que una sonrisa le dibuje el rostro–. Somos una gran familia, tengo un montón de primos, de todas las edades, la más chiquita tiene tres años. El libro es también eso, una reconstrucción familiar, para mí como nieta, pero también para mi madre como hija, para mis tíos como hijos, para mis primos. Es una manera de descubrir y redescubrir al abuelo, que hizo un montón de cosas y que tuvo una vida bastante fascinante, extraordinaria”.
El origen de la pasión de Juan Manuel Bordeu por la velocidad y por las carreras nació en ese campo, en La Peregrina, donde la familia iba frecuentemente para ocuparse de la cría de caballos de polo, de petisos y de otras actividades agropecuarias y rurales. Allí, en ese lugar, fue donde, por primera vez, conoció la pasión por el volante. ¿Su primer auto? Un camión que, con siete años, manejaba sentado en el regazo de Marco, el encargado de la estancia (…) En una oportunidad, después de un largo día de actividades con los peones, Bordeu dictaminó: «Yo maneco», y desde entonces sus hermanos comenzaron a decirle «Maneco», un apodo que lo acompañó toda su vida.
“Mi abuelo era como las piezas de un rompecabezas –reconoce Agustina–. Hacer el libro fue una manera de armar ese rompecabezas.Yo tenía toda esta información aislada e inconexa entre sí. Siempre se repetían las mismas anécdotas, los mismos recuerdos. También tenía muchos datos cruzados, con fechas diferentes, todo bastante confuso y creo que, de esta manera fue como poner un poco orden, en algún punto. Un lindo orden”.
Antes de 1959, Juan Manuel Fangio y Juan Manuel Bordeu apenas se habían cruzado (…) Pero la historia cambió cuando el encuentro, fortuito y definitivo, se dio por fin cara a cara. Su encuentro fue circunstancial. Un viernes, Bordeu viajaba de Buenos Aires a Mar del Plata y, de camino, se detuvo en el tradicional boliche Tome y Traiga, en Chascomús, a estirar las piernas (…) Allí se encontró de casualidad con un amigo, Eduardo Larroca, quien justamente conversaba con Fangio (…) Fangio lo invitó a visitarlo en su oficina porteña de Bernardo de Irigoyen y Cochabamba para el lunes siguiente. De este encuentro, Bordeu solía recordar: «Yo quedé muy contento y desde entonces me felicité muchas veces por haber parado allí y no mil metros antes o cien después». Quince días después de aquel primer encuentro, Fangio le avisó que iba a viajar a Europa y le dijo que, si quería acompañarlo, que comprara un pasaje. Pero no le prometió nada concreto (…) Cuando el avión aterrizó en Malpensa, aeropuerto de Milán, había unas doscientas personas esperando a quien era, en ese momento, el quíntuple campeón mundial recientemente retirado (…) A la mañana siguiente, en el hotel Colombia, cuando Maneco leyó los diarios, encontró un titular desconcertante: su carrera como automovilista había arrancado antes de subirse a un auto. En grandes titulares, se hablaba de él como del allievo (el alumno) de Fangio, y en otros casos, lo que era peor, se hablaba de Bordeu como de su sucesor.
“De Fangio fue un poco su ahijado, su aprendiz –describe Agustina Macri–, fue la primera persona que le dio una oportunidad en serio. Generaron un vínculo que fue más allá del automovilístico, un vínculo casi paternal. Fangio es el padrino de Juan Cruz [el hijo de Juan Manuel y Graciela Borges]”.
–¿En esta reconstrucción qué fue lo que te sorprendió?
-Todo. Desde que me junté con Hugo Semperena [periodista y director de la prestigiosa revista Ruedas Clásicas], quien lamentablemente murió hace muy poco. Él era un apasionado, alguien que conocía y admiraba a mi abuelo. Era su ídolo [el prólogo incluye un dibujo que hizo Hugo a los siete años. Un dodge GTX Turismo Carretera]. Tenía un gran conocimiento de automovilismo. Cuando me encontré con él comenzó todo. Había leído una nota que había hecho para su revista donde contaba la campaña de mi abuelo con Fangio en Italia. Le dije: Quiero hacer un libro sobre mi abuelo, ¿me ayudas? Todo se dio mágicamente.
En 1975, Bordeu recordó su accidente –probando un Lotus en el circuito de Goodwood– en las páginas de El Gráfico: «El 5 de julio de 1961 es un día que tengo en mis manos, que siento íntegro, total; eso que encierra la mayor posibilidad de muerte que viví hasta el día de hoy. Lo tengo en mi mente, hora por hora, como grabado a fuego, con esa frescura con que se recuerdan siempre los días fundamentales. Fue a las once y media de la mañana, de una mañana de sol que pronto se convirtió en la noche más profunda. Todas las sensaciones se me mezclan en ese 5 de julio que pudo ser el último de mi vida, y tal vez por ese motivo, se lo robé del almanaque al mundo para hacerlo solamente mío (...). Allí perdí la oportunidad de debutar en la Fórmula 1 Internacional (…). Poco a poco intuí que, a pesar de algunos pensamientos pesimistas, algún día volvería a correr. Por suerte, así fue (...).Entonces aparecieron otra vez la vida y el automovilismo, aunque hubiera pagado por ellos un precio demasiado alto: ya nunca cumpliría con la gran ambición de mi vida, ya nunca correría una carrera de F1 largada por Juan Manuel Fangio…».
Frases, recuerdos de su familia y amigos aparecen en las páginas que develan los pensamientos del deportista, del dirigente, pero por sobre todo, del “hombre”. En 1963, luego de varias reuniones en Italia, Juan Manuel regresó a Buenos Aires con un espíritu renovado y con la certeza de su retorno a las pistas. Durante ese regreso, tuvo otro encuentro que sería clave durante toda la década siguiente: conoció a Graciela Borges, por entonces de apenas veinte años, que estaba consolidando su trayectoria como actriz (…) Ya en Buenos Aires, luego de salir algunas veces, no se separaron más por muchos años, y se convirtieron en una pareja muy popular. Así recuerda Graciela cómo se conocieron: «¡Me cambió por una cachemira! Así es; le dijo a una amiga mía: “Si me presentás a Graciela Borges, te regalo mi cachemira negra que te gusta tanto”. Esta historia tiene algo de chiste, pero también algo de real».
En 2020 Agustina junto a su hermano Francisco Macri dieron luz al documental Fangio, el hombre que domaba las máquinas, una “celebración” de la vida deportiva del quíntuple campeón mundial de Fórmula 1. “Pasé mi infancia en Balcarce, yendo al museo, sentíamos que teníamos una deuda.Este libro también es una manera de saldar una deuda”.
–¿Pensaste en hacer un documental dedicado a tu abuelo?
–Me gustaría hacer una ficción y explorar mucho sobre su vida, sus inicios como aprendiz de Fangio, la vivencia de Italia. La imagino más como una película que cuente la genealogía masculina familiar.
El 24 de noviembre de 1990, una fulminante leucemia se llevó la vida de “Maneco”. Tenía 56 años. «Es un día muy triste –dijo Juan Manuel Fangio el día de su partida–. Yo lo consi - deraba un hijo, ha sido para mí más que un amigo. Se va a una edad en la que todavía tenía mucho por hacer. Sin embargo, para mí Juan no ha muerto. Por mi actividad, he sufrido muchas desapariciones de gente muy querida que nunca ha muerto para mí. Cuando nos juntemos con sus amigos, haremos las cosas que sabíamos que a él le gustaban, tal como si estuviera entre nosotros. ¿Y sabés por qué? Porque, en realidad, va a estar».
Dos semanas después de su muerte, el automovilismo argentino le rindió tributo con un Gran Premio que llevó su nombre. Fue en el Autódromo de Buenos Aires, el 9 de diciembre de 1990, la única vez que el TC y TC 2000 (hoy Súper TC 2000) compartieron un escenario.
Sin pretender resumir su trayectoria y su calidad humana, estas palabras de Juan Cruz de alguna forma lo definen: «Era un hombre muy preocupado por el otro, se ocupó de poder mejorar la vida de los demás. También le preocupaba el país y se ocupaba de que las cosas ocurrieran. Creía en el potencial argentino. Era muy criollo en su mirada y se la pasaba leyendo historia argentina. Y nunca lo escuché hablar mal de otra persona. Su mirada era muy compasiva. Tenía amigos de todo tipo y tamaño. Ellos no se parecían a mi papá, pero a todos los trataba con el mismo amor».
A veces, veo a otro y me digo a mí mismo: ése sí que nació para ídolo –dice Bordeu–. Algunos sonríen, levantan las manos, saludan... Yo no puedo, lo reconozco.
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