Adriana Hidalgo Solá: “La cultura es lo más básico e imprescindible para tener un país próspero”
Nieta del fundador de El Ateneo, inició hace 25 años su propia editorial y devino referente de la industria local; “Tengo con los libros un vínculo muy amoroso”, afirma
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“Yo no hablo mucho, ni suelo dar notas. Mi voz es esta editorial”. De una forma parecida a los jueces cuando señalan “yo hablo por mis sentencias”, Adriana Hidalgo Solá deja que el catálogo de la casa editora que lleva su nombre y fundó hace 25 años refleje algunas de sus ideas acerca del mundo. Y no es para menos, si esa selección exquisita, cuidada, súper amplia y muy plural que despliega más de 500 títulos de narrativa, pensamiento, filosofía, arte, libros ilustrados y poesía incluye una serie de autores tan codiciados como Giorgio Agamben, Antonio Di Benedetto, Hebe Uhart, Minae Mizumura, Paco Urondo, Juana Bignozzi y el premio Nobel Jean-Marie Gustave Le Clézio.
Es cierto que da pocas entrevistas. Pero esta vez decidió hacer una excepción para charlar un largo rato con LA NACIÓN en su oficina en Recoleta.
–La editorial que fundaste cumple este año su primer cuarto de siglo, y los números redondos inevitablemente nos llevan a la historia y los balances. ¿Qué reflexiones venís haciendo al respecto?
–La verdad es que para hablar de la creación de esta editorial debería remontarme mucho más lejos en el tiempo. La historia comenzó con mi abuelo materno, Pedro García, un español que venía de Castilla y a principios del siglo pasado fundó la librería El Ateneo, que poco después se convirtió también en editorial y fue todo un emblema en la Argentina y en América latina. Yo no llegué a conocerlo, murió antes de que naciera. Pero sí tengo los recuerdos de ir cuando era chica a la librería de Florida 340. Me parecía un lugar maravilloso con sus techos de doble altura, estanterías de madera que llegaban hasta arriba de todo y escaleras de esas adosadas a la pared para poder alcanzar los libros más altos. Yo era la nieta mayor, me dejaban llevarme todos los libros que quisiera. Era una fiesta.
–¿Qué edad tenías cuando empezaste a ir?
–No lo tengo tan claro, supongo que unos seis años. Otra cosa que recuerdo: que los libreros eran increíbles. Porque de esos miles y miles de libros en las paredes, sabían exactamente dónde estaba cada título y de qué se trataba. Me parecían magos. En realidad, toda la librería era un lugar mágico. Hasta hoy tengo con los libros un vínculo muy amoroso. Y todo ese universo me hizo entender muy rápidamente la importancia de la cultura, de los libros y de la educación de excelencia para soñar con un país mejor y con el florecimiento de la humanidad. La cultura es lo más básico e imprescindible para tener un país próspero. Y eso empezó en mi casa, donde el mundo de los libros nos fascinaba a todos.
EL ORIGEN DEL SILENCIO
“Después de eso, mucho tiempo después, fue el secuestro de mi padre. Y eso, diría, fue mi primera vinculación con el horror. La violencia que arrasó al país: todos lo sabemos. Sucedió en 1977, cuando empezó la última dictadura”, cuenta y la voz se le entrecorta. Héctor Manuel Hidalgo Solá era entonces embajador en Venezuela, empresario y dirigente del radicalismo que había abierto el camino para una posible incorporación de políticos al gobierno de facto. En julio de 1977, viajó a Buenos Aires para, entre otras cosas, estar presente en el casamiento de su hija Adriana. Pero fue secuestrado, y su cuerpo nunca apareció.
“Ese hecho –cuenta hoy Hidalgo– fue absolutamente imposible de procesar. Me quedé sin palabras. Por eso no hablo. Y si lo pensamos, es una situación inenarrable que alguien desaparezca de la noche a la mañana y nunca más sepas nada de él por más que hagas todo lo humanamente posible y hables con quien sea. Porque es hasta el día de hoy que de mi padre no sabemos nada. Esa, para mí, fue la inauguración del silencio. Pero al mismo tiempo empecé a sentir una necesidad de hacer algo. Una reparación, si cabe, aunque no hay reparación posible. Tal vez un homenaje. Trabajé durante un tiempo en El Ateneo, que después se vendió [N de la R: la firma fue comprada en 1998 por el Grupo Ilhsa, que hasta hoy continúa al frente de la editorial y cadena de librerías], y finalmente, muchos años después, se dieron las condiciones personales para que pudiera comenzar este emprendimiento a fines de 1998. Al año siguiente lanzamos los primeros libros, por eso tomamos 1999 como fecha de inicio.
–¿Fue esa una forma de recuperar la voz?
–Siento que puedo hablar a través de la editorial porque publicamos obras diversas, porque somos curiosos de las distintas culturas y porque tenemos traducciones de muchas lenguas y colecciones de pensamiento muy amplio. Justamente: para tratar de rever conceptos y entender otras ideas. Creo que esa es la única forma de crecer.
–Y si mirás esta historia de 25 años, ¿qué sobresale?
–Una editorial se forma con gente, y yo estoy enormemente agradecida del grupo de gente que formamos y con el que trabajamos con mucho compromiso y mucha alegría. Algunos ya no están, han seguido su camino. Podría nombrar a Fabián Lebenglik, que hasta hace dos años fue nuestro editor, a Gabriela Di Giuseppe, diseñadora gráfica que este año cumple 20 años en la editorial, y casi es editora. A mi hija, Clara Huffman, que cuando estudiaba sociología me tiró la idea de hacer una colección de libros ilustrados que hoy se llama Pípala y es una belleza. A mi hermano Diego, que tiene una carrera internacional y yo siempre lo consultaba, hasta que volvió a la Argentina y un día me dijo “si querés, yo te ayudo”. Con él navegamos hoy en las difíciles aguas de las pymes argentinas, porque la verdad que sostener una editorial resulta muy complicado.
–Dijiste alguna vez que querías ponerte una editorial para pasártela leyendo. Pero al final no fue tan así…
–Leo mucho, pero la realidad es que hubiera querido dedicarme solo a leer. Pero también hay que gestionar.
–¿Y cuál es la parte más complicada?
–Nosotros compramos derechos para toda la lengua, porque pensamos que nuestro mercado es la lengua castellana. Y pagamos esos derechos, pero recién vamos a publicar al año y medio o dos, porque en ese período la obra se traduce, se corrige, se diagrama, se diseñan las tapas, se vuelve a corregir, se manda a imprenta. Y al final de todo eso se distribuye en las librerías. Financieramente hablando no es un negocio. Porque además, en las librerías los libros están en consignación. Y solo se empieza a cobrar cuando el libro se vende. Yo creo que la de las editoriales, más allá de la vocación, tiene que ser una actividad sustentable. La misión de una empresa es durar en el tiempo, y para eso tiene que poder resolverse la cuestión económica.
–Los 25 años que transitaron no fueron precisamente tranquilos.
–Nosotros empezamos a exportar desde el minuto cero, por eso es que, como decía, compramos derechos para toda la lengua. Muchas veces las exportaciones funcionaron bien, depende un poco de los distribuidores en los distintos países. Y otras veces no tanto. Si uno quiere tener una distribución muy amplia en el exterior, entonces hay que enviar más libros de los que se van a vender. Pero por otro lado, legalmente, hay que ingresar las divisas. Es un proceso muy complejo el de la exportación de libros. Porque no es como exportar otras cosas que uno vende y las cobra. Esto es mandar, esperar a que los libros se vendan, y recién después cobrar.
–¿Y cómo vienen sorteando esas dificultades?
–Nosotros empezamos a hacernos más grandes en España a partir de la gestión de César Solís como director gerente. Y allá está también Mariano García, que es escritor, investigador, traductor y ahora está haciendo las veces de editor. En estos últimos años estuvimos produciendo en España para exportar, por ejemplo, a México y a Colombia. Hay que estar permanentemente viendo qué es lo que conviene. Pero a nosotros nos gustaría producir y exportar desde la Argentina. Es el país que queremos que crezca, es nuestro país.
–Sin ir más lejos… fundaron en 1999 y dos años después tuvimos una de las crisis más grandes de la que tenemos memoria.
–El 2001 fue tremendo. Me acuerdo de que cuando empezamos la editorial me decían, “¿te parece que es momento?”. Yo entonces solía responder que tanto en la Argentina como en la región, si uno va a esperar el momento oportuno nunca va a hacer nada. Ese era mi momento. Y ahí nos lanzamos.
–Y sobrevivieron. ¿Hay alguna clave para explicarlo?
–Creo que es la voluntad irrenunciable de seguir adelante. Y tratar de absorber las pérdidas como se pueda. En algunos momentos nos fue mejor, en otros peor. Las ventas en el exterior a veces son buenas y suman. Otras veces hay alguna compra oficial, para escuelas o bibliotecas, y eso también ayuda. Diría también que seguimos porque tenemos un catálogo de fondo. En los catálogos de fondo nunca se vende mucho de entrada.
–¿Qué es un catálogo de fondo?
–Son libros de mucha calidad que no responden a una coyuntura, y entonces se van a seguir leyendo hoy y mañana. Acá no hay nada “urgente”. El nuevo sello que lanzamos, Interferencias, es de pensamiento contemporáneo. Pero tampoco es “urgente”. Siempre hay libros que no funcionan como uno esperaba, pero así y todo se venden. Tal vez poco, pero se venden. Los libreros son nuestros principales aliados, hacen un trabajo increíble. Algunas librerías siguen teniendo muy buenos libreros, de esos que saben recomendar.
Adriana Hidalgo editora maneja hoy tres sellos: A.hache (que contiene los libros ya publicados y sigue sumando novedades en la línea “de siempre”); Interferencias (de pensamiento contemporáneo, editado por Tomás Borovinsky e ideado por el hijo de Adriana Carlos Huffman, director del Departamento de Arte de la Universidad Di Tella); y Pípala, que edita una serie de hermosísimos libros ilustrados. Más o menos la mitad de los textos se publican en castellano original, la otra mitad son traducciones de muchísimos idiomas.
–Alberto Manguel escribió una vez que la relación de un escritor con sus editores es más compleja que una relación amorosa. ¿Cómo llevan ustedes ese vínculo?
–Intentamos mantener una relación personal con todos los autores, de hecho tenemos una “política de autor”. Cuando un autor nos gusta, tratamos de publicarle la mayor cantidad de obras posibles. Sin ir más lejos: toda la serie de Giorgio Agamben. La relación que tenemos con él es un orgullo. Cuando hay un libro nuevo que le interesa que hagamos, él me escribe directamente.
–¿Cómo llegan a autores no tan conocidos en otros idiomas, por caso en polaco? ¿Tienen gente leyendo en polaco?
–No tenemos gente leyendo en polaco… Los libros llegan por distintas vías. Las ferias son un momento de gran intercambio. Después están los traductores, que nos escriben informes sobre libros con los que toman contacto y creen podrían interesarnos. Está lo que nosotros mismos leemos en inglés y francés. Y los propios autores, que nos recomiendan a otros autores. A Minae Mizumura llegamos por Leopoldo Brizuela. Él había organizado en Estados Unidos un encuentro de escritores, y ahí la conoció. Ella leyó una parte de la novela que estaba escribiendo, que era justamente Una novela real, y a él le encantó. Cuando volvió a Buenos Aires me habló de ella. Terminamos publicando esa novela de Minae y dos más, y ahora estamos haciendo un cuarto libro. Nicolas Bourriaud es un curador y ensayista de arte francés al que le publicamos cinco libros. Recuerdo que me habían invitado de la Embajada de Francia a un encuentro con escritores al Palais de Tokio, lo escuché en una charla y me pareció espectacular. Averigüé qué libros suyos había y me llevé uno en inglés, Postproducción, que ni siquiera había salido en francés. Nos pusimos en contacto con él, nos dio los derechos y después empezamos a publicar el resto de la obra. A veces se da así… de una forma un poco fortuita.
–¿Se escribe mucho?
–Muchísimo.
–Hay como una fantasía de gente queriendo publicar y enviando sus manuscritos.
–Es así, es infinito. Imposible leer todo lo que llega.
–¿No es un poco frustrante para los autores y autoras?
–Sí, totalmente. Nosotros como editorial deberíamos tener cientos de lectores para abarcar todo lo que llega. Y además están los compromisos con los autores que ya publicamos, que hace que cada vez se reduzca más lo nuevo, aunque siempre, por supuesto, hay espacio para autores nuevos. Hoy estamos publicando por año unas 20 novedades de A.hache, ocho de Pípala y otras ocho de Interferencias.
–¿Te gusta la feria del libro de Buenos Aires?
–Me encanta. Pero no tiene nada que ver con otras ferias del mundo, como Frankfurt o Guadalajara, que están más dirigidas a la industria. Esta es una feria de público que a comparación de otras, dura muchísimo, tal vez incluso demasiado. Las ferias de Frankfurt y Guadalajara, cada una en su estilo, son espectaculares. Hoy en día con internet te enterás de todo, antes ir a las ferias era imprescindible. Pero siguen siendo un lugar para conocerse y para que sucedan los encuentros personales.
–¿Cómo fue el vínculo con Hebe Uhart?
–Hebe era maravillosa, ella y su mirada tan particular de las cosas. Tan aguda y con ese sentido del humor increíble, tan profunda y a la vez muy cálida. Venía mucho a la editorial. Se sentaba, fumaba… y contaba. Era hermosa. A ella la publicaba otra editorial y llegó acá muy tempranamente. El primer libro que le publicamos fue Del cielo a casa. Y le gustó la editorial, acá somos poquitos y teníamos una relación muy personal. Se sentía cómoda. También era fantástica Juana Bignozzi, de quien este año vamos a publicar la obra completa. Solía visitarnos, era divertida y muy filosa. Y otro amado por mí era el poeta Arnaldo Calveyra, con quien trabamos una relación maravillosa. A través de una editorial uno se relaciona con mucha gente muy espléndida.
–Aunque también habrá que lidiar con los egos.
–Sí, también, no cabe duda (risas). Pero quedémonos con la parte linda.
–¿Es toda una apuesta publicar poesía?
–No, no es tan así. Tiene salida la poesía. Diana Bellessi es una poeta con montones de seguidores, cada vez que lee en algún lugar se llena de gente. También la publicamos a Silvia Baron Supervielle, a Arnaldo, a Juana. Bueno: a Paco Urondo. Su poesía se sigue vendiendo mucho.
–¿Qué pensás del hecho de que cada dos por tres se decrete la muerte del libro?
–La realidad es que todo convive. El libro es un objeto súper sofisticado, con esa forma que no cambió en siglos, las hojitas con su encuadernación y todo su contenido inmaterial. Lo que por lo menos nosotros hacemos, al igual que muchos otros editores, es trabajar pensando que el libro tiene que ser un objeto hermoso. Hermoso y que den ganas de quedarse en él. Por eso nos esforzamos mucho en la imagen. Hace dos años hicimos toda una renovación estética con Vanina Scolavino, también una recatalogación de todo el fondo editorial para hacerlo más accesible al lector. Y además nos fijamos mucho en la estética. Para que sea agradable la lectura, y que por ejemplo haya espacio para anotar en los márgenes. A la vez, de los títulos que sacamos hacemos también él e-book. Hay mucha gente que lee en e-book y mucha gente que lee en papel. No veo ninguna preocupación. Todo convive.
–El proyecto de Ley “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” que se discute en el Congreso contempla la derogación de la Ley del Libro, que establece un precio único de venta de una obra en todas las librerías del país. ¿Cuál es tu mirada acerca de esto?
–Con el tema del precio del libro remitiría a lo que escribió en LA NACIÓN Alejandro Katz en un artículo titulado El libro es mucho más que un simple objeto de mercado. Ahí él explicó de una manera espectacular por qué no habría que modificar la ley. El precio único es algo que está probado en otros lugares del mundo donde la cultura y el libro tienen también una gran circulación. Los libros ya tienen competencia: entramos a una librería y la oferta es infernal. La ley del libro tiene un porqué, está funcionando bien y no es para proteger a nadie. Creo que no es necesario modificarla. Y en todo caso, podrían hablar con los editores para conocer lo que pensamos.
–¿Con qué soñás para la editorial de ahora en más?
–Me gustaría seguir investigando autores. Me gustaría seguir publicando. Y me gustaría llegar a los lugares donde ya estamos llegando con mayor fluidez. Que todo fuera un poco más fácil, y que hubiera que hacer menos trámites. Sobre todo para editoriales pequeñas, a las que la gestión de todo eso nos quita un tiempo valioso que podríamos estar usando para producir y crear. Este es un mundo carísimo y lleno de trabas.
–¿Y pensás en tener tu propia librería?
–Ya no, fue una fantasía durante muchísimos años. Y a esta altura no creo que la cumpla. Pero si alguno de mis sucesores hace la librería, tendrá todo mi apoyo (risas).
–Cerrá la nota como quieras.
–Siento que esta editorial pasó a ser mi voz. Porque además, de todo lo que publico, estoy más de acuerdo con algunas cosas que con otras. Escucho mucho a los editores. Y tal vez hay alguna obra que me doy cuenta de que es buena y merece ser publicada, aunque no sea la que más me gusta. Me parece que tiene que existir amplitud. Y que hay que apoyar a las editoriales, a la educación y a la cultura. Es el único modo en el que vamos a poder salir de este marasmo.
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