“A las niñas nos quitan los superpoderes con espejos”, dice María Fernanda Ampuero
La escritora ecuatoriana escribe con ferocidad y honestidad sobre las violencias, los cuerpos, las maternidades, los miedos. “Será la menopausia, pero ya no me importa lo que piensen”, asegura.
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Verde, mucho verde. María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) está en Italia lejos del mundanal ruido de Roma, de los turistas que colman las calles del país europeo. “¿Escuchas?”, pregunta. Y la cámara que graba nuestro encuentro virtual reproduce el sonido del silencio –si eso es posible–, y otras veces el cantar de los pájaros. “Hace mucho calor”, confiesa en musculosa la escritora ecuatoriana del otro lado del océano. “Ay, Buenos Aires y sus fríos”, dice y recuerda las fotos que se tomaron en su paso por la ciudad en plena Feria del Libro, donde presentó Visceral (Páginas de espuma), veintiún ensayos de carácter autobiográfico, y la antología Dantescas (Fera) –su debut como editora–, libro que reúne doce cuentos de terror escritos por mujeres de distintas épocas: Emilia Pardo Bazán, Verena Cavalcante, Liliana Colanzi, Amparo Dávila, Mariana Enriquez, Charlotte Perkins Gilman, Juana Manuela Gorriti, Clarice Lispector, Elaine Vilar Madruga, Layla Martínez, Silvina Ocampo y Mónica Ojeda.
“¿Está frío y húmedo, no?”. No necesita que le responda, ella conoce Buenos Aires, vivió en el país y estudió literatura en Puán [en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA]. “Tuve a profesores como Noé Jitrik, Tununa Mercado, Cristina Piña”, recuerda. En 2005, se instaló en Madrid, España. Ahora, en Italia, le toca estar rodeada de músicos, fotógrafos, cineastas, escritores y artistas plásticos en una residencia que está realizando en Umbría, una zona de castillos en una región que limita con Toscana, Lacio y Marcas. Se le suele llamar el corazón verde del país. ”Todo es muy bonito, muy creativo. Hay distintos espacios –explica–. Hay una biblioteca enorme con más de 20 mil ejemplares. Libros que donaron a lo largo de la historia. Hay incunables, es una cosa de locos. Es un castillo muy bonito –destaca–. El castillo está apartado del pueblo más cercano, estamos arriba, en una colina”.
Mueve la cámara y el cielo gris, espeso, cumple con lo prometido. Rápidamente Ampuero busca refugio. “Viene bien un poco de agua, el calor se hace sentir”. Sonríe y los rizos de sus cabellos se muestran más ensortijados que nunca.
Ampuero reconoce que es lenta a la hora de escribir, es de las que necesita dejar reposar los textos, abandonarlos y volver a ellos. “Soy lenta y en mis libros, muchos de mis relatos, como los de Pelea de gallos, los escribí diez años antes de que se publicara el libro –comenta–. Con Visceral me pasó algo similar. Hay textos que tienen diez, quince años. No estaban pensados para ser un libro. Algunos fueron hechos por encargo [el que tiene a la maternidad como tema, “Útero”, fue parte de la antología (H)amor de madre y el que habla de la salud mental, “Loca”, lo publicó en la revista Gatopardo por pedido de Leila Guerriero]. Además, soy de las que hacen pasar mal a sus personajes [se ríe].
–Una buena excusa para esquivar la posibilidad de escribir una novela.
–Es cierto, mis personajes la pasan muy mal. En un cuento, en un relato, se soporta, pero en una novela… Tendría que escribir de otra manera…
–Y ahora, en ese espacio de verdes y castillos, ¿estás escribiendo? Lo último que sabía es que estabas enfocada en una historia sobre el duelo, una historia que está relacionada con la muerte de tu padre, que también está presente en Visceral [“Mutilados”] .
–Sí estoy trabajando sobre esa idea del duelo, de la muerte, de lo que queda, sobre la vivencia sobrenatural... Estoy leyendo mucho sobre casas embrujadas, poseídas por algún espíritu. Yo creo que esos lugares existen en América Latina más que en otros. Esos lugares, como en la Argentina, donde torturaban gente, o en un hospital de salud pública en Ecuador donde murió mi papá. Ni Dante puedo imaginar el horror de ese lugar. Si hubiera visto ese hospital descubriría que los círculos de su infierno están más cerca de un episodio de Peppa Pig (ríe), bien lejos del infierno. El horror de un hospital tropical público en América Latina lo supera todo. ¿Podés imaginar que en la terapia intensiva se paseaban un gato y un perro callejero? El gato le llevaba ofrendas a mi padre. Al comienzo pensé que eran alucinaciones por la medicación que le daban. Pero después me mostraron un video donde vi a un gato y a un perro caminando por cuidados intensivos. ¿Pasó? No lo sé con seguridad ¿Ese gato, ese perro, esas ofrendas, eran reales? Quiero hablar de esto, de los olores, del calor, de la putrefacción, de la muerte. De la gente que queda atrapada en ese lugar terrorífico. Mi papá quedó atrapado ahí.
“El último recuerdo que tengo de mi padre es mi padre desesperado y yo dejándolo en ese bosque espantoso donde se quedan, solos y aterrorizados, los que van a ser los muertos”, escribe Ampuero en “Mutilados”.
“¿Qué se puede inventar? Solo nosotros, los latinoamericanos tenemos esa visión directa del horror. Todo eso genera terror y asusta. Pero es real”, reflexiona.
–Espacios, situaciones que conocemos, pero que cuando leemos acerca de ellos nos parece ficción, nos escandalizamos, nos aterrorizamos.
–¡Sí!, y ese es el gran tema de mi literatura. Yo no busco normalizar, esa es mi gran lucha. ¡Esto no es normal! Lo vas a leer y vas pensar que es un cuento de terror y en algún momento vas a sentir repulsión, y vas a sentir miedo… pero también en algún momento vas a pensar y vas a decir “guau”... esto pasa, claro que pasa y ahí vas a sentir la identificación porque vas a encontrar una historia tuya, de otro, de alguien que conoces o una historia que te contaron.
Ampuero, además de Visceral, es autora de dos libros de crónicas: Lo que aprendí en la peluquería (2011), artículos que publicó en la revista Fucsia; Permiso de residencia (2013), donde recopila historias sobre la experiencia de migrantes en España; y de los libros de cuentos Pelea de gallos (2018) – obra elegida como uno de los diez mejores libros de ficción de 2018 en un artículo de The New York Times– y Sacrificios humanos (2021).
–En los últimos años se habló y se analizó el terror latinoamericano escrito por mujeres. Numerosas voces incursionan en el género.
–No es algo nuevo, lo que ocurre es que antes han sido invisibilizadas. Hoy nos sentimos más libres y podemos contar las monstruosidades que nos rodean.
–Monstruosidades, terrores que se enmarcan en el llamado “gótico femenino hispanoamericano”.
–Que no es nuevo (ríe), muchísimas otras lo han hecho como Amparo Dávila [vale destacar la edición de Cuentos reunidos, de Dávila, que editó Fondo de Cultura Económica], lo fantástico, lo terrorífico emerge de lo cotidiano.
“No deberíamos, creo, hacer diferencia entre los monstruos que existen y los que no porque los seres y los sucesos sobrenaturales son solamente una proyección, una hipérbole, un símbolo de los que nos persiguen en la vida real –analiza en “Terror”–. El unheimlich, lo que no pertenece a nuestra casa, lo siniestro, está ahí, aquí, allí”. [Schelling, el filósofo alemán, lo define como la “extrañeza inquietante”; Freud, como “lo siniestro”].
-En el relato que titulaste “Terror” mencionás los diferentes tipos de horrores, como el ecológico, el social, político, económico y el terror de ser niña.
–El de Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, es el ejemplo perfecto, el monstruo, el villano es el glifosato. Ustedes comen veneno todos los días. Es como un Hiroshima y Nagasaki pequeño, diario…Somos muchas las escritoras que estamos retratando lo que ocurre con el medio ambiente.
–A esa lista podemos sumar a las argentinas Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara y tu compatriota Mónica Ojeda, que en Chamanes eléctricos en la fiesta del sol ve a la tierra como un ser vivo.
–Yo no puedo creer que no haya más libros que hablen, que traten este tema, me parece una tontería que no reflexionemos, que no actuemos. Para mí la literatura es urgente, es el ahora mismo y si lo que vas a escribir no es urgente, hacé otra cosa, planta árboles. Para mí es así. Es urgente. Es ya.
–La urgencia está presente en tu literatura. No solo en los temas sino en la forma de abordarlos, volcarlos, de arrojarlos. Sé que no te gusta que lo confundan con un estado catártico.
–No es una escritura terapéutica, no es catártica, es decir las cosas a quien tenga que decírselas. Es ser asertiva, esta es una palabra que estoy usando mucho ahora. Sé que suena un poco institucional, pero a mí me ha servido mucho para entender. Si fuera solo catártico lo que escribo no lo publicaría, sería eso, catarsis. Yo necesito que esto ayude a la gente, pero no desde el lugar del libro de “autoayuda”. Es un libro básicamente que habla de cómo dañar a una mujer desde pequeña.
–¿Resiliencia?
–No sé si creo en la resiliencia, no sé si soy resiliente, yo he sobrevivido navegando sobre brea ,llorando también y como cuento también, con la ayuda de la química de los ansiolíticos, de los antidepresivos, de la terapia. Sí creo en la ira… En general yo no me considero una escritora.
–¿Por qué?
–A veces ni siquiera me defino así, porque hay connotaciones, hay unas cargas como de ser prescrito, que a mí no me gustan para nada. Yo no estoy dándote un manual de nada, yo te estoy contando las cosas tal como a mí me pasaron. Y si tú lo sientes, te sientes acompañada… para mí es milagroso poder abrazar a alguien sin conocerla, a miles de kilómetros.
“A las niñas nos quitan los superpoderes con espejos –escribe en “Mórbida”– (...) Ni un día de mi vida no he odiado ser lo que soy. Es como una posesión satánica de fuera hacia dentro: la bestia insulta a su huésped. Como mi madre, siempre estaba a dieta o avergonzándome por no estar a dieta o pensando en la dieta definitiva: la atkins, la de la sopa milagrosa, la del huevo, la de la luna (...) La palabra dieta y la palabra yo y la palabra madre son la misma palabra. Una puñalada tras otra”.
Leo el fragmento. María Fernanda escucha atenta quizá para estudiar mi tono de voz, el impacto que produce cada palabra. “Será la menopausia, pero la verdad es que ya no me importa lo que piensen. Cuento lo que me pasó, mis miserias, las que me destruyeron por ser mujer. Por eso hablo de rabia pero también de amor porque abrazo a la niña y adolescente que fui, a la mujer que fui y que soy. La que tiene miedo a una vejez homeless, sola, sin casa –confiesa–. Una de mis mejores amigas es Gabriela Cabezón Cámara; ella me dijo: ‘Mafe, la gente se va, la gente se muere. No espera de otros para tener tu casa. Tiene que ser tuya’. Y me hizo dar cuenta de lo convencional que a veces es mi pensamiento, aunque yo quisiera que no lo fuera.
Descenso al infierno, entre la reflexión y la rebelión
“Nací en Guayaquil, Ecuador, una ciudad sin sueños. Miento, una ciudad donde mueren y matan los sueños (...) La gente allí no quiere tener expectativas porque no quiere tener frustraciones”, cuenta María Fernanda Ampuero en “Escapar” uno de los textos que compone este libro que se mueve entre la autobiografía, la memoria y la autoficcion, una suerte de manifiesto atravesado por los miedos y las obsesiones de la escritora. En sus páginas está presente la violencia contra las mujeres, los cuerpos ultrajados, las maternidades, el deseo, la muerte, la sexualidad, la obesidad, la salud mental, la infancia, la escritura y la lectura.
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