Las confesiones de Ricky Pashkus, de Cris Miró a Cecilia Roth y Julio Chávez
Sinónimo de comedia musical, Pashkus fue coreógrafo en el debut de Cris Miró en el Maipo, creó el espectáculo del G20, dirige el éxito teatral “Mamma mia!”y daría la vida por Julio Chávez
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“Yo no sé si daría la vida por alguien, no quiero decir estupideces –reflexiona Ricky Pashkus–, pero si llegara a hacerlo… lo haría por dos personas. Julio y Tommy”.
Julio es Chávez, el actor y amigo del alma de Ricky. Tommy es el hermano menor, el representante artístico, el compinche con el que creció en la familia que formaron dos inmigrantes judíos, el austríaco Erico Paschkus y la lituana Alejandra Hochenberg. Juntos trabajaron en el negocio textil, lo que les permitió ascender a una clase media acomodada y aspiracional. Por eso, a Ricky y a Tommy los mandaron a un colegio inglés y católico de Martínez, el St. Peter’s.
En esos años, a Ricky lo acusaban de inquieto y de ser “demasiado buenito”. Ser “demasiado buenito” era la punta del iceberg hacia lo innombrable: la “enfermedad de la h”, la homosexualidad. Hoy, a los 69 años, en su oficina ubicada en un coqueto pasaje peatonal, a salvo del bullicio de la ciudad, en pleno barrio de Recoleta, se refiere a esa infancia como un momento “bipolar”, en el que fue testigo del pánico inconfesable que sufría su madre. “Las hormigas siguen intactas”, bromea el hombre inquieto que está al frente de Mamma Mía!, uno de los éxitos de la temporada. Considerado uno de los mayores exponentes y generadores de la comedia musical argentina, Ricky trabajó al lado de Tato Bores, de Enrique Pinti, Julio Bocca, Hugo Midón, Oscar Araiz, Guillermo Francella, Eleonora Cassano, y por supuesto, Julio Chávez.
“Te lo tengo que decir –pone emoción en las palabras–. Con Julio tenemos un proyecto hermoso. Ya están comprados los derechos, por eso te lo puedo decir. ¿Viste la película que dirigió Darren Aronofsky por la que Brendan Fraser ganó el Oscar? ¿La ballena? La voy a dirigir en teatro y Julio va a ser el personaje de Fraser”.
–¿Cuándo? ¿Dónde?
–(Antes de responder, da unos golpecitos al escritorio) En abril de 2025, en el Paseo La Plaza.
–Es una historia muy dura, muy actual.
–Está tan bien contada. Es dura, un hombre al borde del abismo, muy actual, pero no todo pasa por la obesidad del personaje, están presentes temas como la religión, la homosexualidad, la paternidad, la soledad, el amor, la muerte… el amor por esa hija. Con Julio estamos muy entusiasmados. Es una bomba y tengo otra.
–¿Un musical?
–Sí, Pretty Woman, la versión musical de la película.
–¿Quién será nuestra Julia Roberts?
–¡Florencia Peña! Va a estar maravillosa. Lo que hace en Mamma Mia! es increíble, le da su tono. Son los dos proyectos teatrales más cercanos, ambos para 2025.
–No es una exageración decir que hoy la calle Corrientes tiene mucho de Broadway, los musicales son un éxito.
–En el peor momento del país, donde hay un presidente que dice que no hay plata, los musicales brillan. Mamma Mía!, School of Rock, Rent... La jefa de jurados de los Premios Hugo [dedicados al Teatro Musical] nos dijo el otro día que nunca antes hubo tantas obras, tantos musicales a los que, además, les está yendo bien. Podría repetir esa frase que dice que la gente al tener menos plata elige espectáculos con mayor despliegue, pensando en una salida más familiar o grupal.
–¿Cambió el espectador argentino, rompió con ciertos prejuicios hacia el género?
–Hay un gran trabajo hecho por muchos directores, somos muchos los que hemos trabajado, incluso con material de afuera, y le dimos un color más argentino en el escenario. Pasó con Kinky Boots, con Martín Bossi y Fernando Dente, que era un musical y tenía algo de revista; con Flor Peña en Mamma Mia! que aporta lo suyo. Antes había cierta distancia. Tiene que ver con los derechos que uno adquiere.
–¿Cambia la forma de trabajo?
–Sí, hablamos de réplica y de la no réplica, son dos tipos de derechos. La réplica es cuando lo comprás y viene un director de afuera para trabajarlo sin tener en cuenta la idiosincrasia. No cambiar ni una palabrita. Si la traducción dice automóvil, no vas a decir coche. En ese sentido hubo un cambio muy fuerte, una gran transformación. También se sumaron actores populares como Flor, Bossi, Francella...
Como una promesa, un pacto con el futuro Ricky escribió: “Quiero ser muy famoso, como Doris Day”. Su hermano lo miró y lo desafió: “Firmalo, vas a ver que no se cumple”.
“Y lo firmé”, confiesa sesenta años más tarde de aquella promesa el creador de los Premios Hugo; de los Premios Chúcaro, dedicado al baile folclórico; creador de la licenciatura en Composición Coreográfica, destinada al Teatro Musical, que se cursa en la Universidad Nacional de las Artes; director emérito de la Fundación Julio Bocca; director y creador de IAM, junto a Fernando Dente (Instituto Argentino de Musicales). El papel se perdió, el pacto se mantuvo.
“No conseguiste lo de Doris Day, pero mirá cómo sabías lo que querías”, fue la respuesta de Tommy, ya en la adultez, dándole crédito al sueño de su hermano, el que quiso ser actor y dio sus pasos, primero como bailarín, luego como coreógrafo y más tarde como director y docente. Solo basta repasar algunos de los títulos que tiene en su haber para confirmar que la firma tenía sentido: Aquí no podemos hacerlo, Vivitos y coleando, La calle 42, La Cassano en el Maipo, Pinti canta las 40 y el Maipo cumple 90, Bocca Rock, Los productores, Hairspray, La jaula de las locas, El joven Frankestein, Sweeney Todd, Mi bello dragón, A Chorus Line, Kinky Boots, Mamma Mia!
Solo dos palabras “Fuego, fuego” fueron las que pronunció Ricky en el escenario del teatro IFT en la representación de La resistible ascensión de Arturo Ui, la brillante sátira política de Bertolt Brecht. A pesar de que era “casi” un extra, con diálogo, Ricky se abrazó a esas dos palabras, las que gritó hasta quedarse sin aliento. Tres años después, en 1975, en su camino se cruzaría su hermano del alma. “Se busca chico que dé bien en cámara, un poco hippie, suelto, que no sea serio”, decía el aviso para las audiciones de No toquen a la nena, película basada en el icónico programa de televisión que dirigió Juan José Jusid. En la preselección quedaron su amiga Cecilia Roth y Patricia Calderón, y dos chicos, Julio Hirsch (Chávez no usaba su nombre artístico) y Pashkus.
“Imaginá lo que sentí. Ahí estaba”, recuerda. El papel quedó en manos de Julio. “Después de la audición, nos fuimos a La Rural y desde ese día somos inseparables. Convivimos en un mismo departamento por mucho tiempo, como amigos para abaratar costos. En el 82 fundamos una sociedad laboral. Incondicionalidad absoluta”.
–En la anécdota del casting aparece otro personaje clave en tu vida: Cecilia Roth, tu novia por un día.
–(ríe) Sí, tenía 14, 15 años cuando la conocí. Nos juntábamos en la plaza de Callao y Marcelo T. de Alvear, a media cuadra del colegio Carlos Pellegrini. Éramos Los Mininis, no recuerdo por qué nos llamábamos así. En el grupo estaban Cecilia, Roxana Berco, Laura Borensztein, Marcelo Díaz. Más tarde se sumó Julio Chávez. Después las reuniones las hacíamos en casa. Sí, con Cecilia fuimos novios por un día.
–¿Por qué terminaron?
–Me preguntó: “¿Vos sos homosexual?” y le dije que sí. Y ahí se terminó, pero seguimos siendo amigos. En una de las puertas del placard del departamento donde ella vivía quedó grabado un corazón que dice “Ricky y Cecilia se aman”. Casualidades de la vida, a esa casa fue a vivir una alumna mía y encontró ese corazoncito.
–Y con Cecilia viviste la primavera española.
–Sí, cuando la familia se exilió. Yo tengo una relación hermosa con ellos, fui a España a visitarlos. Cecilia me contactó con toda la movida madrileña, con todo ese destape que se vivió tras cuarenta años de franquismo. Quedé obnubilado, una gran efervescencia. Ariel, el hermano de Cecilia, estaba a full con el grupo Tequila, era la época de Almodóvar, la movida en la Puerta del Sol. Muchas drogas. Todo era un delirio. Yo no me drogaba, no me interesaba. Entraba en sincronía sin necesidad de drogarme. Ya vivía así.
Fue en el teatro Maipo, en el mejor escenario de la revista porteña, por donde pasaron figuras como Nélida Roca y Nélida Lobato, que Gerardo Elías Virgues se transformaría en Cris Miró en Viva la revista, la producción que Lino Patalano gestó para renovar el género. Ricky recuerda aquella primera audición. “Estábamos con Oscar Aráiz cuando Lino nos la presenta. En ese momento Cris era varón. Entró con su novio y con la bicicleta hasta el escenario. Era un varón de pelo largo. Te soy sincero y no tengo pudor en decirlo, lo miré a Lino y le comenté que no me parecía interesante. Lino, fiel a su estilo me dijo, no entendés nada. Obviamente no entendí nada. Después me arrepentí. La tuve como alumna durante años en la Fundación Julio Bocca y durante todo el proceso de la revista, que fueron dos años, estuve muy cercano a ella. Era una persona muy tranquila, serena, muy segura de sí misma”.
–Fuiste testigo de su transformación.
–Para mí fue muy fuerte el proceso, primero darme cuenta del error que había cometido al no darme cuenta de que estaba frente a una persona muy talentosa, sobre todo ante una persona muy carismática. No sabía bailar ni cantar, pero ella era interesante, más allá de ser trans. Fue muy intenso haber vivido con ella todo el proceso porque yo la conocía como chico, como ese chico que se va transformando, que sale en busca de su identidad, se opera… Cris era una trabajadora, disciplinada, me sorprendía su tranquilidad. A su manera luchaba, peleaba por lo que quería. Tengo un recuerdo muy potente, muy profundo y la conciencia también del aprendizaje de que el talento a veces está en una naturaleza, con recursos que no son exactamente los previsibles. La revista, en esos años, era el lugar para que brillara, para que diera los primeros pasos. Ella cuajaba muy bien con el universo de la revista porteña. Tengo el mejor de los recuerdos.
“Mamá partió de Lituania, luego atravesó toda Rusia con un documento falso y llegó a Japón, desde donde se tomó un barco para viajar a la Argentina. Mi padre, que era de origen mucho más humilde, salió de Austria rumbo a Bolivia, y desde ahí cruzó ilegal la frontera del norte argentino para reencontrarse con su hermana. Al tiempo de llegar a Buenos Aires, conoció a mi madre”, narra Ricky en una de las primeras páginas de Conservate bueno. Confesiones y enseñanzas de un maestro (2022, Planeta). En pleno Once – Viamonte 2324– Erico Paschkus y Alejandra Hochenberg de Paschkus trabajaban en el negocio textil en Marcyl (Manufactura Argentina de Ropa, Confección y Lencería), lo que les permitió ascender a una clase media acomodada, con algunos lujos. “Un departamento en Punta del Este y otro en Recoleta”, describe.
–Tras la muerte de tu mamá, ¿volviste al departamento de Recoleta?
–Sí, sigo viviendo ahí. A mi papá le había prometido que mi mamá iba a vivir allí hasta su último día. Fue lo único que me pidió, que hiciéramos con Tommy lo posible por mantener la casa, por más que tuviéramos problemas económicos “hagan lo posible para que mami siga en casa”. Con Tommy hicimos lo posible para que así fuera, trabajamos mucho para mantenerlo. Mamá murió en 2005 y cuando ella se fue, dije “yo no me voy de acá”. A Tommy no le interesó el departamento, le pareció raro que yo quisiera vivir ahí, todavía no lo entiende. Me dice “¿cómo te gusta vivir con todos los fantasmas?”. Justamente eso es lo bueno, lo que me gusta. Tiene que ver con las personalidades. La remodelé, me encanta esa casa, fue tan icónica, tan importante en mi juventud, pasaron todos. Venían a casa Cecilia, Julio, Manucho Mujica Lainez, Oscar Aráiz, Pepe Cibrián, Hugo Midón, Mirtha Busnelli, Carlos Lozano Dana, y tantos autores y artistas increíbles. Todo era muy estimulante. Cantábamos, bailábamos. Habitarla evoca a toda la gente maravillosa que pasó por acá, que están ahí… Está casa es una herencia, pienso a quién se la voy a dejar cuando yo no esté. Es la misma casa donde filmaron a mi mamá para el documental que Steven Spielberg armó con distintos testimonios para el Museo del Holocausto.
–Había leído que aparecés en el video.
–Sí, sentado en un rincón, esa es mi participación. Gracias a ese video me encontré con familiares que no sabía que tenía.
–Recién nombraste a Manucho Mujica Lainez, el que supo ser el dandy excéntrico de las letras.
–¿Me vas a preguntar por el dibujo?
–Sí.
–Después de la función de Aquí no podemos hacerlo, en el 78, a la salida se acercó para darme un dibujo en el que escribió: “La primera vez que lo vi bailar a Ricky”. Mi madre estaba muy atenta. Lo innombrable estaba siempre ahí, hablando de fantasmas. Para ella era una sombra.
–Al comienzo de la charla mencioné el libro de memorias que publicaste en 2022. ¿Qué significó para vos escribirlo y darlo a conocer?
–Fue un gran proyecto de pandemia, porque en ese tiempo pude contar mi historia, mis experiencias. Sentí la necesidad de hacerlo. Pasada la pandemia me acerqué a la editorial Planeta y me encontré con Adriana Fernández, que es la que maneja todo lo que es la editorial en la Argentina. Tengo una anécdota de ese día en el que le llevé el proyecto. “Perdoname, ¿te puedo decir algo?’”, me dice Adriana. Ahí pensé que me iba a decir que no, que la estaba pifiando mal, que no le interesaba. Entonces me confiesa: “Tengo un perro. ¿Sabés cómo se llama? ¡Pashkus!”. Lo más increíble es que el nombre se lo puso el hijo.
–¿Por qué?
–Cuando le preguntó a su hijo por qué, le respondió que escuchó el nombre en la televisión y que le pareció genial para un perro. A mí me pareció impresionante. Hay un perro que se llama Pashkus. Volviendo al libro, es un recorrido por el camino transitado, de poder ver los grises, porque no todo está tan bien y no todo está tan mal. Fue un gran encuentro con la memoria, lo que recordaba y lo que no recordaba, me llevó a ir más allá, y también encontrar los límites. Conté mucho más de lo que pensé que me iba a animar a contar.
–Te referís a los abusos. En tu autobiografía hablás de un profesor de guitarra que quiso tocarte en tu niñez, y del intento de seducción de una psicoanalista, ya en la adolescencia.
–Sí, hoy lo veo así, como abusos. Estaba solo en casa con el profesor de guitarra, tenía 8, 9 años. Me quiso tocar, yo lo empujé, quería que se fuera. Otro fue en la terapia. Era otra época –aclara–. Hoy puedo decir que abusó de mí. Yo tenía 13 años. Fui ahí por mi angustia. “Tengo una enfermedad que empieza con h”, le dije. Ella sabía cómo se llamaba “la enfermedad” con h. Tampoco la nombraba. Al año me confesó que estaba enamorada de mí. Y comienza una relación desde lo sentimental, más íntima. En ese momento no me victimicé, nunca lo hice, no lo hago tampoco ahora. Tardé en contárselo a alguien. Cuando lo hice no me creyeron. No puedo juzgar a mi mamá. Con el tiempo sí me creyó. Cuando lo escribí no me sentí víctima, tampoco me siento así ahora que lo hablo con vos.
“Llego al Colón con un traje negro, elegante pero casual, no llega a ser etiqueta (...) Camino como un príncipe, levantando el mentón. Soy el mismo que caminaba por ahí, hace casi cuarenta años, fingiendo que era director cuando ni yo lo creía”, describe Ricky en Conservate bueno el día que presentó Argentum, el espectáculo que se montó en el mítico Teatro durante la realización del G20. “Se me cruza todo tipo de pensamiento: «Van a venir los presidentes», «me van asociar con Macri», «logré que Julio Bocca viniese al país después de tanto tiempo», «quise hacer algo folklórico, pero ¿cómo no voy a poner gente del Colón bailando?» «me van a criticar, me van a criticar...»
–Y te criticaron.
–Sí, claro que sí. Me felicitaron muchos, pero también me criticaron y me tildaron de macrista. Esas críticas también me fortalecieron. Fue, artísticamemente, el espectáculo más importante y muchos lo juzgaron desde el punto de vista político.
–Estela de Carlotto te apoyó.
–Tengo una relación cercana con Estela. Cuando terminó el espectáculo ella fue la primera en decirme: “Estoy orgullosa de vos, lo que hiciste es hermoso, en el escenario había chicos de todo el país, se sentía la emoción”. Le respondí que me estaban destrozando en las redes, ella le quitó importancia: “Sos un artista Ricky, no hinchés. Yo quise ser bailarina y no pude, vos estás haciendo lo que te gusta”. Todas son lecciones de vida. Depende de uno estar o no estar pendiente de lo que dicen.
–La discusión del valor artístico por sobre lo político.
–Admiro eso de estar lejos del poder. Yo no puedo decirlo. En el gobierno de Menem organicé la fiesta por los 10 años de la Democracia que hicimos en el Luna Park; con Pichón Baldinú creamos BA celebra 40 años de democracia. También hice, en 2011, la apertura de la Copa América en el Estadio Único de La Plata [además es asesor de las Escuelas Artísticas de la Ciudad de Buenos Aires]. No voy a dar nombres, pero hay colegas que dicen “yo con ese no trabajaría porque es un facho”, y a lo mejor se dicen cosas y no es un facho. Por eso, cuando alguien asegura “yo no lo llamaría para hacer una obra”, les respondo “¡es un gran actor/actriz, ¿por qué te lo vas a perder?” No estoy de acuerdo con esas cosas y me da mucha pena. Trabajo con todos. Trabajé con grandes artistas que pueden responder a un lado o al otro. Tuve la posibilidad de estar al lado de Tato, Pinti, Plácido Domingo, Norma Aleandro, Julio Bocca, Julio Chávez, Eleonora Cassano, Julio Iglesias, Cecilia Rosetto, Fernando Dente.
El viernes 8 de mayo de 1992 se dio a conocer la noticia de que la jueza federal María Romilda Servini de Cubría había promovido una acción de amparo por la cual solicitaba que se impidiera la difusión del programa televisivo Tato de América. El coreógrafo del ciclo que se emitía por Canal 13 era Ricky Pashkus.
–Pasó a la historia: “La jueza Barú Budú Budía es lo más grande que hay...”
–No había grietas, qué coro. China Zorrilla, Alejandro Dolina, Mariano Grondona, Susana Giménez, Luis Alberto Spinetta, Magdalena Ruiz Guiñazú, Ricardo Darín, Víctor Hugo Morales, Enrique Pinti, Fito Páez, Chunchuna Villafañe, Bernardo Neustadt, Soda Stereo... Yo solo los acomodé, les dije dónde se debía poner cada uno (bromea). Sinceramente, no era consciente de que eso iba a pasar a la historia, a la posteridad. Hoy siguen buscando ese video. Fue un acto de revolución.
–En una oportunidad comentaste que la grieta le hizo muy mal a Enrique Pinti.
–Sí, le pedían que tomara una postura, un bando. Hasta le decían que era blando. Él criticaba a la iglesia, a los militares, a Macri, a Cristina, a Perón, a los radicales... Le decían que no podía darles a todos por igual porque supuestamente si les pegás a todos, no le das a nadie. Eso lo angustió bastante. Pinti era un ser muy luminoso.
–Con él hiciste varios hits.
–Los productores, que fue un éxito pocas veces visto, Hairspray, El joven Frankenstein. Francella y Pinti eran una gran dupla, funcionaban como el ying y el yang. Hermosos recuerdos. Con Francella vuelvo a cruzarme pronto.
–¿Regresa al teatro?
–No, no, va a hacer una película en España. Es una inversión que hago con Rimas (la productora que encabeza con Florencia Masri y Alejandro Zaga Masri). El primer proyecto cinematográfico que hicimos fue Cuando la miro, la ópera prima de Julio Chávez (con Marilú Marini).
–En el libro decís que le temés más a la muerte de tus seres queridos que a la tuya.
–Mi madre cuando estaba por morirse me dijo: “Lo que no me gusta es que no voy a saber cómo siguen las cosas”.
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