“¿Y si le hacen bullying por tener síndrome de Down?”: Nehuen pasó de la escuela especial a una secundaria común y su motivación dio un cambió drástico
Hace tres años, su excolegio en Santa Rosa fue reconvertido en un centro de apoyo y a él lo incluyeron en una escuela común; su mamá temió que se frustrara pero ocurrió lo contrario; hoy el adolescente quiere ir a clase hasta los sábados; el cambio es parte de un enfoque educativo que La Pampa convirtió en modelo a imitar
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LA PAMPA.- Cuando a Silvia Dasso le propusieron, hace tres años, que su hijo Nehuen dejara de ser alumno de una escuela especial para empezar a asistir a una secundaria común, la reacción inmediata fue de felicidad. Pero, a los pocos segundos, la invadió la duda y el miedo. Y surgieron las preguntas: ¿podría avanzar en una escuela más desafiante? ¿Y si se frustraba? ¿Y si le hacían bullying por tener síndrome de Down?
Sin embargo, la familia confió en el criterio de Virginia Rubio Mondragón, la directora de la Escuela de Apoyo a la Inclusión N° 2 “Wengan”, que les hizo el ofrecimiento, y dieron el gran paso. Hoy, al ver que su hijo está próximo a terminar quinto año del secundario, están muy lejos de arrepentirse.
“Es tanto lo que creció y mejoró desde que va a esta escuela. Hasta amplió su vocabulario. Es que la mayoría de los compañeros que tenía en la escuela especial tampoco hablaban”, recuerda con un dejo de tristeza, mientras conversa con LA NACION, en la sede de la escuela Wengan, ubicada en Santa Rosa.
Pero llegar a este presente tan esperanzador no fue nada fácil para Nehuen ni para su familia. Oriundo de Santa Rosa, el adolescente de 15 años tiene dos hermanas mayores que lo mimaron y lo cuidaron de pequeño, cuando a su mamá se le terminó la licencia por maternidad y tuvo que volver a trabajar como enfermera. Así hasta los dos años, cuando comenzó la búsqueda de jardín para el niño.
“Nehuen es un niño clínicamente sano. Durante los primeros años era hiperquinético y no dormía, pero su pediatra me decía que no tenía nada que ver con su síndrome. Fuera de eso, aprendía a gatear, a caminar y daba todos los pasos evolutivos casi en la misma edad que la media. Con el tiempo se vio que tenía una deficiencia en el aprendizaje, pero en el resto era autosuficiente, así que yo albergué la esperanza de que era un chico que iba a llegar muy lejos”, se sincera Silvia.
El tránsito por el nivel inicial lo hizo en tres instituciones diferentes: en una guardería, en un jardín de infantes privado y en una escuela común. “Ya en preescolar hablaba poco, pero empezó a hacer grandes avances en otros ámbitos. Así que cuando comenzó la primaria estábamos muy ilusionados”, continúa su mamá.
Sin embargo, con la primaria comenzaron las dificultades. El hecho de asistir a una escuela con matrícula extensa y una sola maestra por grado no hizo más que empeorar las cosas. “El necesitaba otra cosa, un trato un poco más personalizado. Así que todo eran quejas. Yo lo dejaba en la escuela, me daba vuelta, y lo tenía detrás de mí. Lloraba él, lloraba yo… fue muy angustiante”, recuerda Dasso.
Ahí empezó el periplo de Silvia por diferentes organismos estatales tratando de conseguir algún tipo de apoyo para su hijo. A veces, llegaba a buscarlo antes de hora, para ver qué estaba haciendo. Era frecuente encontrarlo fuera del aula, como ayudante de la directora. O sentado en un rincón, solo, durante la clase de educación física. Fueron tiempos de muchas lágrimas y enojo con el sistema educativo.
“Cuando Nehuen estaba en quinto grado de la primaria, logramos que nos asignaran un docente de apoyo. Así pudo terminar séptimo grado. Pero entonces nos sugieren que lo mejor era, en lugar de que arrancara el secundario común, pasara a una escuela especial. Por una parte, se me vino el mundo abajo, porque era como achicarle el universo. Lo que sí, se acabaron las quejas. Estaba bien cuidado. Pero la contra era que yo no veía avances en él”, reconoce Dasso.
Entre el sistema educativo que sugirió el pase a una escuela especial y el que hace tres años propuso el regreso a la secundaria común hubo un momento bisagra, que fue el proceso de transformación que el sistema educativo de La Pampa comenzó a atravesar en 2017 para cumplir con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, ratificada por nuestro país, que protege el derecho de los chicos y chicas con discapacidad a estudiar en escuelas de nivel.
Para lograrlo, se creó la Dirección Nacional de Transversalidad de la Educación Inclusiva. Como primera medida, el organismo modificó normativas y promovió las leyes locales necesarias para dar el siguiente paso: comenzar con el pasaje de los alumnos con discapacidad desde las escuelas especiales a las escuelas comunes y transformar las escuelas especiales en escuelas de apoyo a la inclusión.
El cambio no fue solamente cosmético. Según esta nueva configuración, los docentes de apoyo comenzaron a brindar apoyo en las escuelas que recibieron a los alumnos con discapacidad. Para ello, se establecieron dinámicas de trabajo bien claras entre los docentes del aula y los de apoyo, a fin de adaptar los contenidos a las necesidades de cada grupo. Desde 2017 a la actualidad, se incorporaron 274 docentes de apoyo a la inclusión en el área, un 300% más dentro de un área que, hasta 2016 estaba compuesta por 92 docentes.
De penar, en muchas ocasiones, por conseguir una vacante, las familias de chicos o chicas con discapacidad pasaron a tener prioridad para elegir una escuela estatal a la hora de inscribirlos. Asimismo, pueden acceder al servicio de transporte gratuito que provee el Estado. El proceso lleva cinco años y las cifras son elocuentes: el porcentaje de inclusión pasó del 74% en 2017 al 98,7 en la actualidad.
El modelo inclusivo de La Pampa ya empezó a ser considerado exitoso a nivel mundial. Este año fue elogiado por la Unión Europea desde el programa EuroSocial, que busca el intercambio de buenas políticas entre países de América latina y la Unión Europea.
“El mismo sistema que entonces definía la trayectoria educativa de los chicos con discapacidad restituyó ese derecho a quien le pertenece: el alumno. En 2018 esta escuela, que era una escuela especial, tenía 70 alumnos. Pero actualmente todos ellos cursan en escuelas comunes y, en todo caso, vienen en contraturno a realizar algún taller a esta escuela, que pasó a ser de apoyo”, explica la directora Rubio Mondragón, conocida por todos como la seño Cocó.
El pasaje al colegio secundario “Juan Ricardo Nervi” generó en Nehuen una motivación por ir a la escuela que nunca antes había tenido. Su mamá cuenta que si fuera por él, iría hasta los sábados. “Se prepara solo, la noche anterior busca su ropa. Copia los looks de los adolescentes, se identifica mucho con los chicos de su edad”, explica Silvia.
Nehuen escucha y asiente. Es un chico de pocas palabras que hace saber que hablar de su discapacidad no le resulta cómodo, quizás por todos los padecimientos pasados. Cuenta que le gusta hacer la tarea, que disfruta de hacer educación física y se ilumina al contar que sus amigos en la escuela se llaman Colo, Jazmín, Mica, Tomás y Mateo. Le gusta usar ropa de marca y para su cumpleaños pidió tener por primera vez un celular: un iPhone.
Silvia reconoce que, con el tiempo, los miedos del principio se fueron desvaneciendo. Volver a la escuela común fue lo mejor que pudo haberle pasado a su hijo. Ella se esfuerza por dejar en claro que hoy está muy agradecida con todos. Se nota que hizo las paces con el sistema educativo.
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