El país está en silencio. Gran parte de los argentinos que están transitando la cuarentena en sus casas, lo hacen en viviendas precarias, hacinados y sin acceso al agua potable para bañarse y lavarse las manos.
Este era el caso de los cuatro hermanos Palavecino, que viven en el Lote 63, en Miraflores, Chaco. Son huérfanos, el mayor se hizo cargo de los menores y se amontonaban en una casilla de paredes de adobe, maderas, plásticos y chapas y no tenían agua. Habían improvisado un baño en un árbol con telas y lonas, al lado de la casa. Ellos fueron unos de los protagonistas de Hambre de Futuro, un proyecto periodístico que muestra cómo viven los niños en los lugares más pobres de la Argentina.
Gracias a una nota que salió publicada en LA NACION en enero de este año, muchas personas se involucraron con su realidad y consiguieron construirle en dos meses y medio una casa de material, con un aljibe, baño instalado y luz eléctrica. La ONG Puentes del Alma también sumó sus esfuerzos a este sueño. Hoy, los Palavecino están cumpliendo el aislamiento obligatorio en condiciones mucho más dignas.
Luciano (25), Dominga (23), Gabriel (18) y Florinda (15) Palavecino son wichi. Primero falleció su mamá, Daniela Enríquez, en 2014 de tuberculosis y luego su papá, Norberto Palavecino, en 2016 de Mal de Chagas. "Cuando mi hermana era chiquita mi mamá la trajo y nosotros la cuidamos. Mi papá llegó al hospital y no lo cuidaron bien. Por eso murió. Fue difícil tener que cuidar a mis hermanos. Me quedé solo", dice Luciano en un castellano entrecortado y casi inaudible (la nota se realizó la semana anterior al anuncio de la cuarentena obligatoria).
En la cultura wichi, cuando un integrante de la familia muere, su espíritu y sus recuerdos siguen presentes en la vivienda y por eso las personas deben abandonarla para empezar de nuevo en otro lado. Los Palavecino intentaron rehacer su vida en el norte de la provincia, en Nueva Pompeya, pero no lo lograron y volvieron a su lugar de nacimiento.
"Ahí intervino la escuela. Se les dieron algunas chapas, colchones y alimentos. Hasta que llegaron ustedes, se les hizo la entrevista y a partir de eso surgió todo lo demás. Mucha gente se acercó a colaborar y en menos de dos semanas teníamos toda la plata reunida para construirles su casa nueva", explica Adriana Cragnolini, directora de la Escuela Nro 1034 Lote 76, a la que asisten los Palavecino.
Ella, junto a Patricia Bonadeo de Puentes del Alma y a Fabiana López, fueron las que se pusieron al hombro la gestión de toda la logística para poder hacer posible la construcción de la casa que consta de dos ambientes (uno va a ser la cocina comedor y el otro la habitación), tiene piso de material, machimbre, y el techo tiene las canaletas para poder recolectar el agua cuando llueve. Voluntarios de Puentes del Alma se encargaron de hacer toda la instalación eléctrica y les llevaron camas cuchetas, ventanas y ropa de cama nueva.
"La primera donación fue de una señora para un tanque de agua que era lo que Luciano pedía en el video. Le averigüé el precio en el corralón de materiales de Miraflores y nos donó el dinero. Como había mucha otra gente que quería ayudar, decidimos directamente abrir una cuenta en el corralón para poder ir comprando los materiales ahí. Mi consuegro, junto a dos ayudantes, son los que hicieron todo el trabajo de albañilería", dice Cragnolini.
Son alrededor de 30 las personas que formaron parte de un grupo de Whatsapp llamado "Hijos del monte" y que todos los días iban recibiendo actualizaciones de los avances de la obra. Pero son muchos más los que colaboraron: gente de Rosario, de Neuquén, de Mar del Plata, de Monte Grande y de la Ciudad de Buenos Aires y también argentinos que viven en el exterior. Hoy el grupo sigue activo y colabora con los gastos cotidianos de los hermanos.
Agostina Lorenzini es de Neuquén pero actualmente vive en Viena, Austria. Desde allá organizó una campaña entre sus conocidos y se sumaron personas de Polonia, Colombia, Irán, Chile y otros argentinos.
"Me conmovió mucho la nota y escucharla después a Adriana explicar lo que son las necesidades básicas insatisfechas que atraviesan estos chicos. No comen, no duermen, los bichos, la noche. Ahí entendés lo privilegiado que sos y la suerte que uno tuvo al haber tenido una infancia distinta", dice un donante anónimo que es el que hizo el aporte más grande.
En total se juntaron $280.000 y algunos aportaron contactos para agilizar los trámites necesarios vinculados con documentación, alimentación o acceso al agua. Incluso dos matrimonios se ofrecieron a llevarlos a vivir con ellos para darles todo su amor y una vida mejor: uno en Chaco por lo cual no se alejaban tanto de lo ya conocido y el otro en Mar del Plata. Los Palavecino decidieron quedarse en su casa y en su comunidad.
Hace tres meses que no llueve en Miraflores. El termómetro marca los 42 grados y parece como si uno caminara sobre fuego. Dos de los hermanos van a buscar agua a la escuela con baldes porque hace falta que llueva para llenar el aljibe de la casa. "Lo más acuciante acá en la zona es resolver el tema del agua", resume Cragnolini.
El resto de los hermanos Palavecino evitan el contacto visual y no se animan a establecer una conversación con nadie que no sea de su comunidad. Luciano es el portavoz de todos sus dolores y necesidades. Por las mañanas asisten a la escuela, los dos más grandes al nivel de adultos y los dos más chicos a la primaria. Los cuatro, están atrasados en su trayecto educativo.
Indocumentados
La casa está lista. Ahora la urgencia más grande es conseguir que los hermanos tengan sus DNI actualizados para poder acceder a alguna ayuda del Estado. La Defensoría de la Nación estuvo haciendo grandes esfuerzos para encontrar las partidas de nacimiento de los hermanos y las de defunción de los padres. "Uno de los chicos había perdido el DNI y los otros tres lo tenían pero estaba todo mojado, no se leía el nombre, porque en su casa se les llovía todo con las tormentas", dice Cragnolini, quien reconoce que a ella también le cuesta comunicarse con los hermanos.
Para los Palavecino, como para toda la comunidad wichi, tener que ir a hacer un trámite a una ciudad es una odisea. Por las distancias, porque no tienen dinero para el transporte, por el idioma y porque les falta información básica sobre sus derechos.
"Tenían el librito verde y no se les había renovado ni a los 8 ni a los 16. Había que actualizar sus documentos. Se les pedían las partidas de nacimiento y ellos ni siquiera sabían en dónde habían nacido, no saben en dónde fallecieron los padres, ni cómo. La idea es que puedan acceder a una tarjeta alimentaria. Todo el reclamo lo hago en Desarrollo Social de la Nación", cuenta desesperada Cragnolini.
Y agrega: "La burocracia no tendría que ser tan larga. En el transcurso que hacemos la documentación hasta que sale todo, es mucho el tiempo que ellos están sin comer. Después se asombran cuando salen a la luz fotos de gente desnutrida", agrega Cragnolini.
Las personas que estuvieron trabajando en la construcción afirman que nunca los vieron comer a la noche. Los Palavecino desayunan y almuerzan en la escuela. "La última comida que tienen es la que reciben a las 12 en la escuela y después no comen nada hasta el otro día. Por eso cada vez que no hay clases o paros, se quedan sin comer", dice Cragnolini.
En este momento, el grupo "Hijos del Monte" está colaborando con alimentos y artículos de limpieza para los Palavecino. Luciano le entrega a Cragnolini una lista de las cosas que precisan con urgencia: harina, grasa, aceite, carne, yerba, azúcar, papa, fideo, pan, jabón en pan, jabón de tocador, sal fina y cuatro pilas grandes para la linterna. "Todo está muy bien escrito, con letra cursiva, fíjate que harina está con hache y azúcar con zeta", dice orgullosa Cragnolini.
Los Palavecino ponen la ropa a secar en los arbustos. A la tarde prenden un fuego con palos y hojas secas y lo cercan con ladrillos que sobraron de la obra. Se sientan a la sombra de un árbol. Luciano limpia la mesa con un trapo mientras Dominga se peina y se hace una colita. Hablan bajito entre ellos, en su lengua materna.
Lucrecia Hernández, es maestra bilingüe de la escuela y viene siguiendo la evolución de estos hermanos hace cinco años. "Ahora con la casa nueva no tienen que estar preocupados por si llueve o no, por si se les mojan sus cosas y la poca mercadería que tienen. Ellos tienen una inteligencia admirable, entienden todo pero les cuesta comunicarse hasta conmigo que les hablo en wichi", dice.
Bonadeo está convencida de que el único camino para que los Palavecino y todos los niños wichi puedan salir adelante es la educación. "La escuela es el factor fundamental para los cambios que se produjeron en la comunidad: desde la limpieza de las casas, hasta su higiene personal y aprender a lavar la ropa y no tirarla. Son cosas que se aprenden a través de la educación. Y ellos no la tenían porque no la tenían sus padres ni sus abuelos y yo creo que las generaciones futuras sí las van a tener porque ellos ya lo incorporaron", señala.
Luciano cuenta que le gusta mucho ir a la escuela y que le gustaría seguir estudiando. Para eso necesita poder contar con una bicicleta para llegar hasta Miraflores. "Ahora nos hace falta una chapa para hacer un techo cuando cocinamos en el fogón y una mesa de madera para poner adentro de la casa", dice Luciano mientras muestra unas canastas que hacen entre los cuatro hermanos para poder tener un mínimo ingreso.
"También sería lindo poder conseguirles una heladera porque como van a tener luz, van a poder conservar los alimentos y tener un horno eléctrico. Todo hay que enseñarles a usar. Lo que queremos es que ellos se sientan cómodos en su casa, que la quieran y la cuiden", concluye Cragnolini.
Las personas que quieran seguir colaborando con los hermanos Palavecino, pueden comunicarse con Adriana Cragnolini al +54-9364-4592933.