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La primera vez que Hugo Galiano tuvo un arma en sus manos fue a los 16 años. En ese momento, sintió que no había vuelta atrás. “Tuve la sensación de saber que estaba en riesgo mi vida”, dice hoy, con 30 años, en su casa en el Barrio La Lata de Rosario.
Después vinieron las drogas, las malas decisiones, los robos y la cárcel. Hoy, después de muchas caídas y mucho esfuerzo, Huguito pudo alejarse de ese mundo, dedicarse a su familia y ayudar a otros jóvenes a que se alejen de la calle.
"Mi infancia fue complicada. Antes nosotros vivíamos en la calle. A los 6 años conocí lo que era ir a manguear. A los 10 años empecé a trabajar en una verdulería. Yo sé lo que es pasar hambre, pasar frío, no tener nadie que te acompañe. Algunos días íbamos con un amigo al Hospital de Niños a pedir comida y nos daban las albóndigas que sobraban. Con eso pasábamos sin hambre toda la tarde", dice Hugo.Está sentado en la cocina de la casa que se está construyendo para poder vivir con su mujer y una de sus dos hijas. Mientras tanto vive con su mamá y su hermano José Gabriel. "La construimos con mucho esfuerzo y consiste en una cocina, una pieza y el comedor. No es muy grande pero lo que importa es que sea acogedor. Y tener nuestro rinconcito y cerca de mi familia", explica.
El barrio La Lata es uno de los que se urbanizó y las familias al menos tienen calles pavimentadas y acceso a servicios básicos como luz y agua. Pero también existen pasillos, en los que solo se puede entrar caminando. Hugo vive en uno de esos.
"Este no es un barrio con un nivel de violencia alto como hay en otros sectores, pero hay falta de trabajo. Está intervenido por el Programa Hábitat, se abrieron calles y dejó de ser una villa para ser un consolidado urbano. Eso les permite tener una calidad de vida diferente. Están formalizados los títulos de propiedad y muchos tienen escritura", describe Ariel Torres, vocal de organización Miradas.
Hugo tenía el futuro marcado. Su padre murió antes de poder conocerlo y su madre cuidaba a sus cuatro hijos como podía. A los 6 años perdió a un hermano porque estaba en la delincuencia. Otro estuvo metido en el tema de las drogas y cayó preso. Él siguió ese mismo camino.
Llegaron las drogas y la delincuencia. "Yo tuve que salir solo a ver cómo podía sobrevivir. Empecé a drogarme a los 12 años y no era fácil salir. Llegaba a mi casa, mis hermanos no estaban, mi mamá estaba preocupada porque había perdido un hijo. Y la droga me iba atrapando cada día más y me llevó a conocer a más gente que estaba en la misma", dice con lágrimas en los ojos, de tantos recuerdos difíciles que se le vienen a la mente.
Y así también se hicieron cada vez más presentes los riesgos a su propia vida y la de los demás.
Hugo está convencido de que el apoyo familiar es fundamental para que los chicos no terminen en la esquina. "Y la esquina nunca es la solución. Muchos de los chicos hoy por hoy están atrapados. Es que la calle es muy difícil. Hay que preguntarles a estos chicos qué les pasa, qué necesitan y acompañarlos a que lleguen a ser alguien".
El problema es que la droga se consigue fácil, en todos lados. Y que muchos de estos chicos tienen armas. "Eso cuando yo era chico no pasaba. Ahora tienen 15 años y tienen un revolver. Hay mucha violencia", dice Hugo.
Salir a flote
La cárcel fue lo que lo hizo tocar fondo. Y recién ahí poder empezar a salir a flote. "Fue muy difícil de un día para el otro no drogarme más, no robar más. Yo teniendo un buen trabajo igual iba a robar porque la droga te hace eso. Y se me pasó la vida. Tenía 15 años, abrí los ojos y tenía 27 y estaba en cana", recuerda este joven que está intentando terminar el secundario.
El año y medio que estuvo preso fue conocer el infierno. Y cayó en la cuenta de que no quería seguir por ese camino. "Tuve varias causas por el tema de la droga. Las cosas que uno ve adentro no se las deseo a nadie. Yo por suerte conocía gente y eso me ayudó. Estuve en un montón de motines, huelgas de hambre de un mes. Eso te destruye y te das cuenta de que esa no es la vida que uno quiere", dice con convicción.
Pero el clic definitivo fue perder a su abuelo estando adentro. "Caí en cana y a los dos días murió él. Y ahí dije, nunca más. Me toca ser adulto, cambiar y hacerme cargo de mis responsabilidades", agrega Hugo.Y así fue. Su principal motivación era poder estar con sus hijas Franchesca (3 años) y Bianca (11 meses) y darles un futuro mejor. Para poder lograrlo, modificó toda su vida, su rutina y sus grupos de pertenencia.
"Tuve que encerrarme en mi casa, aguantarme la abstinencia sin ir a un centro de rehabilitación. Era pasar por momentos de alegría y tristeza, todo junto.Y te abre la mente darte cuenta de todo lo que podés disfrutar a tu familia, de ir al parque, de tomar un mate. Mis hijas son mis dos alegrías y hoy quiero ser un padrazo", dice.
Promotor del barrio
Cuando era chico, a sus 8 años, conoció a la organización Miradas, que ofrecía diferentes talleres culturales a los chicos de la zona. Ya en ese entonces Hugo se autodefine como un chico problemático y que se peleaba con todo el mundo.
"Ellos nos enseñaron a leer, a escribir y a jugar para no estar en la calle. Nos íbamos de campamento después de estar revolviendo la basura en busca de comida. Eso fue lo más lindo de nuestra infancia", dice Hugo, que ahora de grande se volvió a poner en contacto con ellos y se convirtió en uno de sus principales promotores en el barrio.
Hugo tiene muchos proyectos. El más importante, y en el que ya está poniendo todas sus energías, es terminar el secundario. También, junto a Miradas y con la ayuda de otros amigos de la infancia, está organizando un centro cultural para que los chicos puedan participar de actividades recreativas y talleres de oficios.
"Me parece importante devolver un poco de lo que yo recibí en mi niñez y darle eso a los chicos. Mostrarles que hay oportunidades y que se puede salir adelante y no estar preso", afirma.
Trabajan con el Programa Nueva Oportunidad, una estrategia territorial de la provincia de Santa Fe, que se encarga de brindar capacitación de oficios a jóvenes para ayudarlos a poder dilucidar su destino.
"Muchos de estos chicos han consumido o están en un proceso delictivo o judicial y tratamos de ir asistiendo y acompañando. La idea con el centro cultural es que los protagonistas, y los que decidan qué hacer, sean los propios chicos", explica Torres.
Hoy Hugo no tiene un trabajo fijo pero se las rebusca como puede para llevar el pan a la mesa. Hace changas, instalaciones de aires acondicionados, tiene un lavadero de autos improvisado y está haciendo un curso de carpintería para enseñarle después a otros chicos. Su mujer trabaja, en blanco, en una panadería, y por eso no cobra la AUH.
Cuando quiere explicar lo que significó ser padre en su vida, no termina de encontrar las palabras: "Son el amor de mi vida. Me ayudaron a ser más responsable, es un amor que no había sentido nunca. Es lo más lindo que me pasó, lo que siempre quise".
¿Su próximo sueño? Casarse con su mujer. Primero, quieren terminar la casa y acomodarse un poco. "Ella es mi familia. Me mandé muchas macanas pero cambié por mí y ellas. Me siento orgulloso", cuenta entusiasmado.
Cómo ayudar
Las personas que deseen colaborar con Hugo o con la organización Miradas a conseguir una nueva sede para poder dar sus talleres pueden ponerse en contacto con Ariel Torres, referente del lugar, al 0341-501-4667
Entre los 15 y los 19 años, el mayor riesgo
Hugo Galiano tiene tatuados en sus brazos los nombres de tres personas que cambiaron su vida: su mamá, su abuelo y su hermano mayor. "Juan es el mejor hermano que pude haber tenido. Tenía 17 años cuando falleció y yo 6. Estaba en delinquir, entró en una casa y la Policía lo mató a sangre fría", explica el joven en su casa ubicada en el asentamiento Cullen, en Rosario.
El trágico final de Juan da cuenta de que el principal riesgo para los chicos que pasan sus infancias en estos contextos, tienen que ver con su propia seguridad.
Lionella Cattalini, coordinadora general del Plan Abre, explica que las principales víctimas de los homicidios dolosos y de las heridas de armas de fuego son jóvenes, varones, de clase baja, que tienen en promedio entre 15 y 19 años.
"Estos chicos se cortan porque tienen herida el alma y el corazón. Son personas muy rechazadas por su familias, que pierden a muchas personas significativas. Y por no querer hacer otro daño se hacen daño a ellos mismos", cuenta Fernando Alfonso, vecino del barrio y comprometido con Nidos.
Sabe de lo que habla, Alfonso estuvo metido en el agujero de la droga y la delincuencia, y cuando salió el libertad de la cárcel de Coronda, sintió que tenía que hacer algo para ayudarlos.
“Yo antes estaba en la misma que ellos. Y empecé a tener afecto por las personas que se sentían rechazadas y no se podían defender por sentirse discriminados. Una vez estuve al lado de un tipo que se estaba cortando todos los brazos y lo invité a la iglesia. Esperé a que terminara y fuimos juntos”, agrega Alfonso.