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Son miles las personas que día a día eligen donar su tiempo a diferentes causas. En un año tan particular e inesperado, atravesado por una pandemia y sus múltiples consecuencias, no solo se trató de un “gesto” solidario: muchos voluntarios y voluntarias estuvieron en la primera línea de respuesta ante necesidades sanitarias, sociales y comunitarias concretas.
A las imágenes de los comedores populares abarrotados con voluntarios que ponían el cuerpo pese al riesgo, se agregaron otras menos habituales, como las de jóvenes asistiendo a personas mayores aisladas, las de quienes acompañaron a otros con llamados telefónicos o se dedicaron a armar insumos para hospitales, cosieron barbijos, cocinaron viandas para médicos exhaustos o prestaron sus servicios profesionales de forma gratuita, por solo nombrar algunas iniciativas.
Según la última encuesta realizada por Voices! y Qendar, 2020 ya batió un récord en cantidad de voluntarios: un 35% de la Argentina declaró que en los últimos dos meses realizó tareas en las que aportó su tiempo en beneficio de otros. En promedio, dedicaron unas ocho horas semanales. Se trata del número más alto de los últimos años: un 2% más que en 2018 y tres puntos arriba de la cifra histórica de 2002 –corolario de la crisis de 2001–, donde el porcentaje fue del 32%.
La difícil situación socioeconómica y sanitaria provocada por la irrupción del Covid-19 aparece como la principal variable que influyó en este aumento, lo que deja en evidencia que cuando hay problemas los argentinos reaccionan. “En nuestro país hay una relación entre el crecimiento del voluntariado y las crisis económicas. Vemos el crecimiento significativo en la medición de 2002, luego de la crisis de 2001, y también un aumento importante y sostenido en los últimos años”, explica Constanza Cilley, directora ejecutiva de Voices!.
Muchos de esos instantes de entrega fueron retratados y son parte de Ser Voluntario en Imágenes 2020, un concurso solidario organizado por la Asociación Civil Rumbo Sur que, por décimo año consecutivo, galardonó a las mejores fotos de trabajos voluntarios en la Argentina, las cuales forman parte de un libro que ya está disponible en el sitio servoluntario.org. “La solidaridad, el compromiso y la voluntad transforman. Y aun en este complejo contexto no fue distinto: estuvieron ahí, dispuestos a ofrecer sus manos, con generosidad, valentía y mucha convicción”, asegura Pablo José Rey, integrante de la organización y parte del jurado.
“Este año –describe Rey– hay dos voluntariados evidentes: la figura del comedor comunitario y la asistencia específica, como la atención a personas mayores”. También añade que “otro tema en alza es el cuidado del medio ambiente, ya sea mejora del hábitat o protección de animales”.
Espacios de asistencia alimentaria
Si algo quedó en evidencia fue el rol fundamental que cumplen los pequeños y grandes espacios comunitarios que brindan asistencia alimentaria. Tuvieron que lidiar con el temor constante a contagiarse de coronavirus y poner en marcha distintas estrategias para poder cumplir con su tarea: desde organizar grupos reducidos de trabajo para evitar que, de haber un caso, todos los responsables se contagien al mismo tiempo; hasta trabajar 15 horas de corrido o pedir ayuda a familiares y vecinos. Lamentablemente, cientos se enfermaron y algunos referentes fallecieron.
El denominador común fue la mayor afluencia de personas. En el comedor Los Chicos de la Vía, de Villa Albertina, en Lomas de Zamora, la demanda se hizo sentir. “Tenemos chicos y gente grande, cartoneros del barrio que estuvieron parados por la pandemia. No tienen otra entrada, y capaz esta es la única comida del día”, cuenta Marcela, una de las voluntarias. “Necesitamos ayuda en todo sentido para alimentar a más de 100 personas, que es lo que recibimos en este momento. Nos encantaría hacerlo todos los días, pero no llegamos con la mercadería, así que brindamos atención tres veces por semana”, explica.
Si algo quedó en evidencia fue el rol fundamental que cumplen los pequeños y grandes espacios comunitarios que brindan asistencia alimentaria. Tuvieron que lidiar con el temor constante a contagiarse de coronavirus y poner en marcha distintas estrategias para poder cumplir con su tarea
Algo similar pasó en la calle Luna al 1900, en la villa 21-24 de Barracas, sede del comedor Amigos del Padre Pepe. De atender una población más o menos estable de 300 personas, agregaron unas 400 más, algunas de barrios aledaños, como Constitución o Villa Soldati. Son el único comedor que hace viandas para personas con enfermedades crónicas y con celiaquía. Gracias a visibilizar su situación apenas explotó la pandemia, lograron conseguir las raciones para poder cubrir todas las necesidades, facilitadas por el gobierno porteño. “Hoy contamos con todos los recursos, pero fue muy difícil. En junio, todos los integrantes del comedor tuvimos Covid, algunos la pasaron peor que otros y tuvimos que lamentar el fallecimiento de unas 22 personas beneficiarias. Esa es la parte más triste”, cuenta Mirna Florentín, una de las fundadoras. Esos 15 días de aislamiento tuvieron que cerrar las actividades, pero gracias a un grupo de voluntarios pudieron entregar bolsones de alimentos secos. “La solidaridad de nuestro pueblo se notó en el apoyo concreto que recibimos de muchas personas e instituciones en los momentos más críticos”, afirma Florentín.
Lo mismo destaca Mariela Fumarola, fundadora de Caminos Solidarios, una red de ayuda a personas en situación de calle. “Siempre digo que nuestro país es sumamente solidario, incluso, cuando muchos estaban limitados en sus domicilios, sin poder salir, ayudaron como pudieron”, plantea. Fumarola remarca que el trabajo para acompañar a los que menos tienen “fue impresionante y fundamental”, con una gran cantidad de gente que se sumó a tender una mano en plena crisis. “Tenemos muchos voluntarios nuevos, gente joven, que necesita dar un poco de lo que tiene la suerte de tener”, asegura.
Vecinos solidarios
Ir a la farmacia, lavar ropa, cocinar o comprar algo: al comienzo del aislamiento obligatorio, por su cuenta o sumándose a diferentes iniciativas, fueron muchos los vecinos que se pusieron a disposición de las personas mayores para asistirlas con las tareas domésticas. Solidaridad y creatividad van de la mano: deslizaron notitas por debajo de las puertas o pegaron carteles en el espejo de los ascensores. Así ofrecieron su ayuda y recibieron rápidamente pedidos. Estos gestos les dieron impulso a varias organizaciones sociales y a municipios para crear programas de acompañamiento que tuvieron una respuesta inmediata. Pero no es menor ese primer impulso espontáneo de ayudar al prójimo.
Una forma de aliviar la soledad de las personas mayores fue mediante llamados telefónicos, de manera periódica. Una de las tantas propuestas en ese sentido fue el programa Lebaker, de AMIA. “Me reconforta observar que mi llamada provoca una reacción favorable”, asegura Oscar Sadovoy, que tiene 80 años y fue uno de los voluntarios que realizaron más de 1000 llamadas. La institución también convocó a los más jóvenes para que, a través de explicaciones simples, acompañen a las personas mayores a ingresar al mundo digital. “Si existe la voluntad, la acción es cuestión de decisión”, asegura Eliana Epelbaum, coordinadora del área de voluntariado de la AMIA. Epelbaum está convencida de que todos poseemos habilidades y destrezas únicas que hacen la diferencia a la hora de ayudar a los demás.
En la lista de personas que buscaron aportar su granito de arena estuvo Rosario de las Carreras, una decoradora que no podía trabajar por la cuarentena. Mientras cocinaba en su casa, pensó en todo el personal de la salud que estaría comiendo mal, a las apuradas o que llegarían a su casa y no tendría nada listo. Se le ocurrió preparar viandas y donarlas. Una amiga la acompañó con la idea y armaron una plataforma para que más gente se sume. Así lograron llegar a 14 hospitales, durante los meses de aislamiento más estricto.
Esa es otra característica del voluntariado 2020: acciones puntuales para momentos urgentes. Por ejemplo, en pleno estallido de la pandemia y con la idea de colaborar con los equipos de salud, nació el sitio web Doná Insumos. Tomás Ruschin, diseñador gráfico e ideólogo de la página, tomó el modelo de algunas aplicaciones y ofrece dos formularios: uno a los que quieren donar y otro a los que piden donaciones. Él se dedica a chequear los datos y conecta a ambas partes. Cuenta que los primeros meses tuvo picos de consultas y pedidos, pero ahora, por fortuna, “a medida que los médicos y las organizaciones empezaron a contar con sus propios elementos, mermó”.
Otro de los fenómenos de la cuarentena fue la creación de líneas de contención psicológica y emocional gratuitas, atendidas por profesionales de la salud mental. Sin duda, se convirtieron en una herramienta fundamental. Centenares de especialistas respondieron voluntariamente a la demanda creciente de síntomas relacionados con el encierro, desde soledad y depresión hasta ataques de pánico o temor a la muerte propia o de seres queridos.
Uno de estas iniciativas nació en la Facultad de Psicología de la UBA, a fines de marzo. Paula Quattrocchi, psicóloga y una de las responsables del Servicio de Atención Psicológica, cuenta que casi 50 profesionales vinculados a la institución se pusieron al servicio de la comunidad. Hasta el momento, atendieron de forma remota a aproximadamente 6000 consultas, muchas de ellas con seguimientos. “Nos basamos en la experiencia de otros países que señalaba que este tipo de medidas para paliar los efectos de la pandemia, tenían consecuencias sobre la salud psicológica de la población”, explica. “Era una manera de devolverle a los ciudadanos en una situación tan crítica, algo de lo que ellos aportan para sostener la universidad pública y gratuita. Hay una responsabilidad social”, destaca Quattrocchi, con la convicción de que “las relaciones humanas y las redes de contención comunitarias son claves para la salud psicológica de las personas”.
Sin dudas, la irrupción del coronavirus lo cambió todo, también las formas de trabajar de las organizaciones sociales. Tarea nada fácil. Por ejemplo, Uniendo Caminos, una fundación que acompaña a niños, jóvenes y adultos en situación de vulnerabilidad para que terminen la escuela, tuvo que volcarse a la virtualidad y hacer apoyo escolar a distancia, con distintas plataformas.
Sin embargo, más allá del desconcierto inicial, tuvo su lado positivo. María Maciel, codirectora ejecutiva de Uniendo Caminos, cuenta que en 2020 casi se duplicó la cantidad de voluntarios en comparación a años anteriores, cuando la actividad era de forma presencial. “Los educadores voluntarios dieron clases de apoyo y realizaron un acompañamiento personalizado a los adolescentes que participan de nuestros centros educativos, más que nada a través WhatsApp, con mensajes, audios, videítos y videollamadas”, detalla.
Desde su mirada, haber podido colaborar virtualmente, sin obstáculos como la distancia geográfica o los horarios superpuestos, favoreció la integración de tantos nuevos voluntarios. Incluso, destaca que algunas personas ayudaron desde el extranjero, que de otra forma hubiese sido imposible.
Uniendo Caminos también realizó una campaña para comprar insumos y, desde abril, ya hicieron seis entregas a más de 100 familias por mes en los barrios Villa 21-24 y Bajo Boulogne. Entre tantas ayudas con ese fin, estuvo la de Clara Ángel Andrade (23), licenciada en Administración, quien compró los kits de limpieza y alimentos. Hace bastante que Clara conoce el trabajo de la ONG y sigue sus pasos en las redes sociales.
Son muchos los jóvenes que volcaron su ayuda, no solo poniendo el cuerpo, sino a través de dinero. De hecho, Constanza Cilley, de Voices!, destaca que una de las particularidades del crecimiento actual del voluntariado es que “vino apalancado por los jóvenes”, y agrega: “En la mayoría de los casos, implica un contacto directo con realidades que de otro modo no se conocerían. Además, implica estar activos, ser actores y no simplemente quejarse o enjuiciar al otro”. Por eso, considera que “el voluntariado se revela así plenamente más como un intercambio que como una donación”.
Según la encuesta de Voices! y Qendar, el motivo que más representa a esta franja etaria es ayudar al prójimo y el hecho de devolver las oportunidades que tuvieron. Eso sí: creer en las causas a las que donan es clave para los millennials. Quizá esa sea una de las razones por las que las iniciativas que apuntan al cuidado del medio ambiente siguen multiplicándose, una temática urgente que en la Argentina de los últimos meses estuvo marcada por los incendios forestales que atravesaron al país.
Entre tantas acciones de este tipo, un proyecto que nació en plena cuarentena fue Versova (@somosversova), que tiene como objetivo limpiar toda la costa del Río de la Plata de San Isidro para 2021. En menos de tres meses, ya juntaron ocho toneladas de basura. “La idea surgió una tarde de cuarentena, cuando me senté frente al río con una amiga, Luz, con la cual compartí voluntariado en la India, y vimos la contaminación enorme que había”, cuenta Lucas Zothner (24), uno de los tres fundadores junto a Luz Estol (24) y Tomas Beccar Varela (22). “Queríamos un proyecto sustentable y sostenible en el tiempo, con metas claras”, agrega. Hasta ahora se sumaron 260 voluntarios, de los cuales 50 lograron transformar las limpiezas en un hábito fijo de todos los sábados. “La gran mayoría son jóvenes, pero vienen de edades muy diversas y también familias enteras”, destaca Zothner. “Lo más gratificante es ver la comunidad hermosa que se formó”, detalla.
Sin dudas, 2020 quedará grabado en el recuerdo. Corrió a la humanidad de su eje y movilizó al planeta entero. También expuso como nunca las fuertes desigualdades ya presentes en la sociedad. “Esta situación tan crítica dejó al descubierto los dolores más profundos, el hambre, la pobreza, la falta de viviendas, la violencia. Pero también permitió aflojar las bondades de la mayoría de las personas”, rescata Mariela Fumarola. Su deseo para lo que resta del año es que la Navidad y las Fiestas sirvan para reflexionar y pensar cómo aprovechar estas experiencias para construir una sociedad más inclusiva y equitativa.