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Si bien en la zona existen algunos programas gubernamentales y de organizaciones sociales para construir cisternas o aljibes, la mayoría de las familias no cuentan con este bien tan básico. El agua no solo la necesitan para el consumo humano, sino también para lavar la comida y la ropa, para bañarse, para tirar en el patio para que no vuele tierra y para darle a los animales, entre otras funciones cotidianas.
"El problema del agua es muy importante. En algunos lugares hay conexión a red, pero no siempre llega limpia o potable. Y eso deriva en enfermedades", explica Sebastián Quintana, coordinador de Haciendo Camino.
Los Romero tienen un aljibe pero las canaletas están rotas y no funciona. Por eso tienen que ir a buscarla a la "surgente", un pozo comunitario en el que hay que hacer cola para cargar los bidones. "Sabemos que el agua del pozo tiene arsénico pero no nos queda otra", dice Ubaldina.
Desde los 11 años que su mamá le enseñó a Cami a manejar el burro y colaborar con la ida a juntar agua o leña. "Para buscar agua atamos el burro en el carro y llevamos la zorra con los bidones, allá en la surgente que queda a dos kilómetros. Ahí enchufamos la manguera y traemos el agua", dice la adolescente, que demora cerca de una hora en hacer esta tarea.
"Una de las problemáticas más complejas es el acceso al agua porque la que existe en las napas subterráneas tiene alto contenido de arsénico y flúor que no la hace apta para el consumo humano. Esto genera muchos problemas de salud. Además, la mayoría de los parajes no tienen cisternas ni pozos. Esto hace que las familias tengan que recorrer largas distancias para conseguirla y transportarla en bidones con residuos de agrotóxicos", dice el hermano jesuita Rodrigo Castells, que trabaja en la parroquia de San José de Boquerón.
De noviembre a marzo, llueve. El resto del tiempo el polvo se levanta con el viento y hace mal a la garganta. Conseguir agua en este desierto es una odisea para todos. "El recurso agua es tan crítico que las familias lo han puesto como punto número uno de sus requerimientos. Porque ocupan muchas horas de su vida, quizás tres por día, en ir a buscar agua a un pozo, un río o un canal. Y en general es una tarea llevada adelante por las mujeres y los niños", cuenta Lucrecia Gil Villanueva, trabajadora de la Secretaria de Agricultura Familiar y coordinadora del Plan Nacional de Primera Infancia en San José de Boquerón.
A unos 100 kilómetros, en La Candelaria, Ema Erén va con tres de sus cinco hijos a juntar agua del río. Algunas veces, las personas se bañan o lavan la ropa en estas corrientes, que comparten con otros animales que buscan calmar su sed. Fabián, de 10 años, cuelga dos tachos en los manubrios de la bici y Ema va con otros tachos caminando con sus hijas. En uno de estos viajes, la más chica se quebró un brazo cargando un balde. En el hospital la enyesaron mal y ahora lo tiene torcido.
“Siempre buscamos la sombra para descansar y después seguimos. Entre ir y volver, tardamos cerca de dos horas. Si los chicos no me ayudaran, me cansaría mucho más”, explica Ema, mientras Fabián baja y sube la pendiente del río cargando los baldes. Cuando llegan a su casa, vuelcan el agua de los tachos en una pileta al aire libre. Muerta de calor después del trajín, Noemí Milagros de 7 años, hunde una tasa de plástico en la pileta, y toma directamente el agua, sin ningún tipo de tratamiento previo.