Luisa Giménez tiene una preocupación mucho más grande que el coronavirus, el dengue o el Chagas: no tiene agua en su casa. La de red, casi nunca llega. Así que tienen que ir con baldes y botellas a conseguirla del riacho de al lado, de la casa de su mamá o del matadero municipal. Cada vez que van, demoran treinta minutos porque la manguera es muy finita. Eso sí, cuando la consiguen, las prioridades son muy claras: primero toman los animales (los chanchos y las gallinas) y después ella y sus hijos.
"Yo soy hija del pueblo", dice Luisa para explicar por qué siente que es inmune a la vinchuca, al mosquito del dengue, a las víboras e incluso al coronavirus. "No le tengo miedo porque yo ya me crié acá en el campo. Estamos aislados de todo, es muy tranquilo", cuenta sentada en su patio.
Su principal problema es que con temperaturas de entre 40 y 50 grados los animales se mueren de sed y los Giménez dependen de su carne para comer y para poder vender a sus crías. "Lo primero que hago es levantarme, ir a buscar agua y darle a los chanchos. Después tomamos nosotros, la usamos para cocinar, para lavar y después para regar. En ese orden", explica esta mujer de 34 años que vive en la zona rural de Puerto Bermejo, una localidad de 3200 habitantes, a 150 kilómetros de Resistencia, en Chaco.
"Estamos en un lugar bastante rural, es muy fuerte ver como una familia pone en riesgo su propia hidratación para priorizar a los animales. En esta zona vemos problemas para conseguir el agua o de salud más vinculados con la mala calidad del agua que produce diarrea", dice Manuel Saurí, Director Ejecutivo de Proyecto Agua Segura, una empresa social que trabaja para llevar soluciones concretas a comunidades urbanas, peri urbanas y rurales.
En Puerto Bermejo, Agua Segura –en articulación con el Ministerio del Interior, la Unidad Ejecutora Provincial y el Instituto Provincial de la Vivienda– lograron instalar tecnología de filtros comunitarios en cuatro escuelas y filtros familiares en 38 viviendas, acompañados de talleres de trabajo comunitarios, pero todavía falta llegar a muchas más, como la de los Giménez.
Según el último censo, casi 7.000.000 de personas no tienen acceso a agua segura en la Argentina. En este momento de pandemia, poder conseguir agua limpia para lavarse las manos, poder bañarse y lavar la ropa, resulta crucial.
En el caso de Luisa ella afirma que ni ella ni sus hijos tuvieron nunca problemas de salud o intestinales producto del agua que toman. Su casa es de material, está pintada de rosa y tiene techo de paja debajo del de chapa para hacerla más fresca. Las puertas están siempre abiertas y solo se puede estar a la sombra. "Cuando llega a los 50 grados directamente no podemos salir de la casa porque es como que te quema, como que estuvieras caminando sobre fuego. Por eso somos todos negritos", dice Luisa entre risas.
Tenía un aljibe con una bomba que dejó de funcionar, el agua de red no llega y como hace más de dos meses que no llueve no pueden recolectar el agua de lluvia. Tienen un riacho a 10 metros de su casa pero que está casi seco. Está rodeado de bosta de animales que se acercan a tomar un agua que no corre más, está estancada y empieza a juntar basura.
Ella y sus hijos de 18, 16, 13 y 10 años se reparten –todos los días– la tarea de ir a conseguir agua caminando o en moto. "Vamos a buscar las veces que sea necesario. Unas 20 por día seguro porque tenemos que ir al baño, bañarnos, lavar, cocinar y tomar. Si usamos el agua del riacho la hervimos para tomar, la del matadero o la de mi mamá la tomamos directo porque es la de red", señala Giménez.
Una vez que tienen el agua, la van dividiendo para cada tarea que necesitan. Separan algo para el tereré que les calma el calor, otro balde para el inodoro, otro para la ducha y así.
"Con este calor es tremendo tener que ir hasta el matadero a buscar el agua, que es donde carnean las vacas. Como saben que a nosotros nos falta agua, nos dejan sacar de acá. Ellos tienen un motorcito y chupan el agua que está mejor que la del riacho", dice Luisa agitada de la caminata y con los baldes en la mano.
La casa de los Giménez está muy bien equipada. Tienen luz eléctrica, ventilador, heladera con congelados, cocina, gas a garrafa, televisión y señal de celular. Tienen el baño dentro de la casa, con inodoro de material y ducha que hay que alimentar con agua de afuera. La particularidad es que la canilla siempre está abierta para ver si sale algo. "En general solo corre aire pero cuando hay agua, aprovechamos para almacenarla en el fuentón que tenemos", cuenta Luisa.
Micaela –la hija de 16 años– hace hervir el agua, la dejar enfriar y después prepara un tereré con cedro. "Cuando hace calor nadie quiere ir a buscar agua. Si no hay moto, vamos caminando con dos baldes o botellas. Estamos todo el día pendientes de si sale el agua en la canilla. En general no viene. En lo que más gastamos el agua es para lavar la ropa y para baldear", dice Micaela. Si no está estudiando, Micaela ayuda a su mamá con las tareas de la casa, lava la ropa, cocina o hace los mandados como buscar el pan o la carne. "Lo que más cocino es guiso de fideos para que alcance. Los sábados o domingos a veces hacemos estofado o arroz", agrega.
Todo es polvo y sequía. Los Giménez tenían una huerta pero se les murió todo. La única opción que tiene de comprar agua potable son unos bidones chicos que salen $100 cada uno. "Esos solo lo podés usar para tomar. Es más fácil hervir y tomar el agua", cuenta Luisa.
Estamos todo el día pendientes de si sale el agua en la canilla. En general, no viene.
La familia se mantiene con la pensión por discapacidad de Luisa (tiene diabetes), la AUH que cobra por tres hijos y un kiosco que atiende en el puerto, en donde la gente va a pescar manduré, armados, bagres y surubíes.
En Puerto Bermejo –como en todas las zonas rurales del país– existen cada vez menos oportunidades laborales y los jóvenes tienen que migrar para seguir algún estudio terciario o universitario.
"Lo único que te puede pasar es que el municipio te de una ayudita. Antes los hombres trabajaban en las chacras y había alguien que te decía lavame la ropa o la casa, pero ahora la gente se arregla sola porque no pueden pagarle a otro. Hay muchos que tienen su campito con animales y se las arreglan con eso. Pero la mayoría de las personas trabajan para la municipalidad", explica Luisa, que no pudo ni terminar el 7mo. grado por problemas familiares y que por eso tiene como prioridad que sus hijos estudien.
Su hijo más grande este año arranca a estudiar en Las Palmas –una localidad a 40 kilómetros– para ser profesor de historia. Micaela quiere ser gendarme o policía. "Se va a alquilar algo allá, con otra amiga. Se anotó para que le dieran una beca del gobierno y está presentando los papeles. Mi prioridad es económica porque lo tengo que ayudar a pagar el alquiler, la comida y los gastos de sus estudios", refuerza Luisa.
La problemática en la zona
En la zona rural de Puerto Bermejo viven alrededor de 50 familias y ninguna tiene acceso al agua y la que les llega de red está sucia. "Estamos en una situación de emergencia. En la zona existen diferentes problemas de accesos al agua y de calidad del agua. La recolección del agua es un trabajo en esta zona, que quizás dura 3 horas. Las familia completa con los chicos van a buscar el agua a un río, la recolectan, la traen, la hierven para tomar y después el resto la usan para el riego y otras actividades", explica Saurí.
Para él hace falta invertir en infraestructura, tecnología y nuevas metodologías para tener acceso al agua. Afirma que una muy buena solución es la recolección de agua de lluvia que es de bajo costo y alto impacto. Consiste en proteger las vertientes, construir un techo de agua, almacenar en un aljibe y después aplicar el sistema de filtrado de Agua Segura.
"Lo más importante es que nosotros trabajamos en el último segundo antes de que ellos tomen agua y entonces garantizás que el agua que toman es segura, eso hace que se enfermen menos, que tengan menos diarrea y que asistan más a clases. Como también trabajamos en la educación sobre el cuidado de la salud y en los cambios de hábitos, después todo eso se lo llevan a la casa y generás un impacto positivo en toda la familias", agrega Saurí. En la Argentina ya alcanzaron a 114.920 personas en 21 provincias.
La meta de Agua Segura para este año en la zona NOA y NEA es que el acceso a agua segura no sea una emergencia y trabajar en prácticas a largo plazo. "Nosotros tenemos una forma de hacerlo pero hay muchas otras, creo que es algo que tiene que hacer el Gobierno, los privados y la comunidad. Lo que nosotros queremos es llevar todas esas tecnologías al territorio", concluye Saurí.
Cómo ayudar
- Las personas que quieran colaborar para que la familia Giménez y sus vecinos puedan tener más acceso a agua segura pueden comunicarse con Proyecto Agua Segura ; info@aguasegura.com.ar