En medio de una Ciudad desierta por las restricciones por la pandemia, son muchas las personas que viven en situación de calle; LA NACION acompañó a la organización Caminos Solidarios en su recorrida nocturna por los barrios porteños de Chacarita y La Paternal
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Algunos más abrigados, otros con enormes esponjas que alguna vez fueron colchones, otros despojados de todo: sin ropa, sin barbijo, sin esperanzas, sin una ducha caliente y muchas veces con varias noches sin poder dormir. La temperatura empieza a caer. Son las 18:30 y un grupo de personas en situación de calle espera en Avenida Guzmán y Federico Lacroze la llegada de Caminos Solidarios, los voluntarios que se encargan de asistirlos con comida, ropa y, sobre todo, contención.
—¡Hola! ¿Tienen barbijo? —pregunta Fernanda Capuano (48), referente de la organización.
—¡Tenemos hambre y frío! —grita uno desde el montón, y varios lo acompañan con risas.
En una mesa improvisada arriba de un banco, los voluntarios ofrecen jugo de naranja en botellas, servilletas, cubiertos de plásticos, ropa, pasta dental, fideos, arroz y acolchados. ¿El menú de la noche? Guiso de lentejas, tallarines a la boloñesa y arroz con pollo, y gelatinas de postre. Todos se acercan, saludan, se colocan el alcohol y se llevan la comida.
“El frío es insoportable, no se puede estar, no se puede dormir, no se puede nada”, dice David (73), que desde el comienzo de la pandemia está en situación de calle. “En los primeros días, me robaron prácticamente todo: la ropa, los zapatos, el celular”, cuenta y baja la mirada. David –canoso y flaco–, agarra el recipiente de plástico con la comida caliente, se saca el barbijo gastado y empieza a comer. “Son gente buenísima, que se preocupa y se ocupa de uno”, subraya el hombre, a quien los voluntarios hace pocos días lo ayudaron a conseguir un subsidio habitacional para ir a dormir a un hotel. Está en busca de trabajo, fue siempre pintor de casas y vendedor de pinturas.
Un grupo de jóvenes se entretiene haciendo ejercicios. Una mujer acompañada por sus tres perros pasea por la vereda. Niños abrigados, pero con frío, corretean; su madre va a buscar la cena. Una pareja enciende un fogón, mientras espera su turno para ir a buscar su comida. “Mi señora está embarazada, yo no quiero nada para mí. Todo lo que hago es para que ella esté bien y no se enferme”, dice Roberto (36), que hace seis años vive en la calle, mientras abraza a su pareja y coloca más madera al fuego. “Es la única manera que tenemos para calentarnos del frío maldito. Vivir en la calle es matarse lentamente”, se lamenta. Juntan la madera que encuentran en los basureros, recorren las calles y recogen restos de verduras, de carcasas de pollos –que algún vecino les da–, y luego cocinan. Roberto abraza la panza de su pareja y mira el fuego. El frío se siente cada vez más.
Estas imágenes pasan desapercibidas, solo cobran notoriedad con casos como el de la niña M, o cuando se conoce una muerte por frío o hambre. María es diabética, su dieta es cara, pero come “lo que venga porque, no queda otra”, afirma. Camina encorvada, con una mochila pesada en la espalda, tiene 54 años. “La calle es dura. Estás durmiendo, te roban y es muy feo vivir así. Te levantás, y tu equipo de mate no lo tenés más. Te quedás sin nada, no se puede ni tomar algo caliente cuando hace frío”, cuenta María, se pone alcohol en las manos y agarra un tenedor de plástico, mientras mira los autos pasar.
Pasó una hora, la mesa improvisada quedó casi vacía, los voluntarios sonríen y se dan aliento. Guardan las cosas que sobraron. “Ahora vamos a ver a nuestros amigos de las ranchadas. Tenemos que llevarles la comida y abrigos”, dice Fernanda, se acomoda el pelo y el barbijo. Saluda a sus amigos de la calle y sube al auto; el resto de los voluntarios hace lo mismo. “Vamos en caravana así llegamos juntos”, explican.
Comida, abrigo y contención
La caravana hace casi 3 kilómetros, llegan a avenida de los Constituyentes y Gutenberg, estacionan y apagan motores. El viento sopla suave, las hojas empiezan a caer y forma una alfombra rojiza en el pavimento. Sale Rosa (46), saluda a todos con el puño. “Tengo ganas de abrazarlos”, dice.
—¿Todo bien por acá? —pregunta Fernanda.
—¡Sí!, con frío —dice Rosa—.
Hace un año que vive en la calle con toda su familia: sus dos hijas menores y su marido. “Si queremos calentarnos tenemos que hacer fuego, y de paso cocinamos”, cuenta Rosa, levantando ligeramente los hombros. “Cuando llueve –continúa–, se nos moja todo, no se puede cocinar y los que sufren más son los más chicos”.
Las casillas improvisadas están arriba de la vereda: pedazos de telas, cartones, restos de maderas, chapas, carpas y hasta pallets de madera. Todo suma a la hora de armar las “ranchadas”.
En la Ciudad hay centenares de grupos que viven en las mismas condiciones o, directamente, en contenedores de basura. Según el último censo hecho por el Gobierno porteño, en 2019 había 1147 personas que viven en la calle. Hace dos semanas se realizó un nuevo relevamiento, aunque todavía no están las cifras. Muchas organizaciones sociales prefieren tomar como referencia los números del Segundo Censo Popular de Personas en Situación de Calle en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, efectuado en 2019 y que registró 7251 personas sin hogar. De ese total, el 16%, es decir 871, eran niños, niñas y adolescentes.
Rosa y su marido hacen malabares para sobrevivir y se las ingenian para dar de comer y abrigar a toda la familia, juntando y vendiendo cartones. Reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH). A pesar de todas las dificultades, sus dos hijas, Carolina (12) y Morena (15), no abandonaron la escuela. “Los voluntarios me consiguen los útiles escolares y yo quiero que sigan estudiando y puedan tener una vida mejor”, afirma Rosa, quien explica lo difícil que es poder conseguir otro lugar donde vivir.
Para Fernanda, está claro que “no es un lugar habitable ni ideal para los niños, pero para muchas familias la calle es circunstancial, y no puede ser motivo para sacarle los niños a sus padres”. De igual modo, la referente de Caminos Solidarios asegura que es la primera en denunciar si ve cualquier tipo de maltrato, violencia o desnutrición.
Como respuesta a estas situaciones, el gobierno de la Ciudad tiene una red de refugios transitorios, integrada por dispositivos propios, y también trabaja de manera articulada bajo convenio con organizaciones civiles. También funcionan las camionetas del Buenos Aires Presente (BAP), que dan soporte a las personas en situación de calle y son quienes hacen los seguimientos y los traslados.
El Estado porteño entrega además subsidios habitacionales que permiten la residencia en hoteles-pensión por un periodo de tiempo, como pasó con David. “El subsidio es de un monto pequeño que no alcanza para alquilar una vivienda, solo sirve para un cuarto de hotel-pensión, generalmente en muy malas condiciones, algunos, llenos de cucarachas”, sostiene Fernanda.
Hay muchos grupos que, al igual que Caminos Solidarios, recorren las calles de la Ciudad para dar atención, un plato de comida y facilitar el acceso a trámites y beneficios a quienes están despojados de todo. Junto a la urgencia, estas organizaciones piden soluciones más de fondo para una problemática que se agudizó en la pandemia. Una de las propuestas que viene ganando más apoyos es un proyecto de Ley Integral para Personas en Situación de Calle, presentado por el diputado Federico Fagioli (FdT), y diseñado junto a organizaciones como Proyecto 7, que cuenta con cuatro centros de integración. Propone, entre otras cosas, la creación de un registro anual para medir cuántas personas en situación de calle hay a nivel nacional, un Sistema Nacional de Atención Telefónica articulado con un Sistema Nacional de Atención Móvil, y una red de Centros de Integración Social. Con este paquete de acciones se busca poner en funcionamiento “políticas públicas específicas que se enfoquen desde una mirada integral de la problemática”, como sostiene el proyecto en sus fundamentos.
Mientras tanto, Roberto sigue tirando madera al fuego. Fernanda se sube al auto, enciende el motor. Cansada y conmovida, retorna a su casa. Ya no queda casi nadie en la calle. Casi, porque los “invisibles” siguen dando vueltas y, muchas veces, sin rumbo. Empiezan a caer algunas gotas. La noche fría recién arranca, el invierno está cada vez más cerca, y el techo, igual de lejos. La vereda está copada de casillas. Rosa se despide, mañana tiene que madrugar.
Cómo ayudar
Desde llamar al 108, contactarse con las ONG especializadas o acercar un plato de comida, todo suma a la hora de colaborar con quienes viven en situación de calle
Caminos Solidarios: necesitan alimentos para viandas, abrigos, alcohol en gel, barbijos. IG: @caminossolidariosargentina
Red Solidaria: necesitan alimentos para viandas, abrigos, alcohol en gel, barbijos. Whatsapp: 11-4915-9470.
Amigos en el Camino: necesitan alimentos para viandas, frazadas, abrigos, maquinitas de afeitar y voluntarios con auto para logística y recorridas. Tel.: (011) 3910-2998; amigosenelcamino@gmail.com; para donaciones: https://amigosenelcamino20.wixsite.com/donaramigos
Lumen Cor: necesitan donación de alimentos de todo tipo para el servicio de desayuno y almuerzo (leche larga vida, leche en polvo, café, chocolate en polvo, alimentos no perecederos, frutas, verduras, alimentos envasados de todo tipo); insumos descartables para el comedor (vasos térmicos, bandejitas plásticas, cubiertos plásticos, etc); voluntarios y donaciones económicas para cubrir los gastos diarios del servicio, que se brinda los siete días de la semana, hace ya más de 300 días, de forma ininterrumpida. Más información: fundacion@lumencor.org; IG: @lumen_cor
Fundación SI: necesitan voluntarios recorridas. Más información: recorridas@fundacionsi.org.ar
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