Yamila tiene 32 años y la primera vez que se quedó sola y sin nada tenía 12; cuando Selene y Aylén iban al jardín, llegaron a dormir en el hall de un banco; la intervención de un grupo de personas les cambió la vida
- 12 minutos de lectura'
“Nunca más”, pensó Yamila Méndez, mientras subía con sus hijas de cuatro y cinco años a la camioneta del Gobierno de la Ciudad. El destino era uno de los refugios para personas en situación de calle que ella conocía bastante bien. Llevaba cinco años presa de un círculo vicioso que la tenía rebotando entre la calle, los paradores y alguna habitación de hotel que lograba alquilar por un tiempo, hasta que la secuencia volvía a empezar.
De aquel “nunca más” se cumplen, este mes, seis años. Hoy su vida es otra. Trabaja, cuida a sus hijas Aylén y Selene, que tienen 10 y 11 años, prepara las comidas en el cuarto que alquilan en Constitución y estudia. Con mucho esfuerzo, cursa el primer año de la carrera de Trabajo Social en la UBA. “No hubiera podido salir sola. Ahora quiero acompañar a otros como me acompañaron a mí”, asegura, mientras se acomoda su uniforme de trabajo.
Si bien la historia de Yamila demuestra que vivir en situación de calle no tiene por qué ser un destino irreversible, también confirma lo que señalan referentes que trabajan con esta población: para salir adelante, no alcanza con tener ganas. “Es tan duro lo que tuviste que vivir para llegar a estar en la calle y es tan difícil vivir en la calle, que cuesta mucho creer que sos merecedora de cosas buenas. Cuando te pasa algo lindo, como conseguir un trabajo, desconfiás y estás a la espera de que algo malo lo arruine”, reconoce esta mujer de 32 años y gestos juveniles, casi adolescentes.
Para que Yamila pudiera salir adelante y lograra cierta independencia económica, intervinieron los equipos de dos fundaciones. La primera, “Volviendo a casa”, le dio todo tipo de asistencia: desde ayuda con ropa o alimentos para ella y sus hijas hasta terapia psicológica. La segunda, “Cultura de Trabajo”, la ayudó en su inserción en el mundo del trabajo de varias maneras. Le explicaron cómo es una entrevista de trabajo y la ayudaron a armar un CV. También le consiguieron un celular para que pudieran contactarla y le cargaron la SUBE para que pudiera ir a esas entrevistas.
Alexandra Carballo Frascá, cofundadora de la Fundación Cultura de Trabajo considera que, para poder salir de la calle, una persona necesita, sobre todo, un acompañamiento reforzado, que no termina cuando la persona consigue un trabajo y puede alquilar un lugar para vivir. A su entender, ese acompañamiento tiene que sostenerse lo suficiente como para que la persona pueda mantener su autonomía. En muchos casos, significa un apoyo de varios años.
“Hay que entender que son personas que no tienen redes de contención, no tienen redes de apoyo. Cargan con historias traumáticas, con infancias muy duras que te marcan y te pueden llevar a situaciones extremas, como en el caso de Yami, que terminó en la calle con sus dos hijitas”, analiza Carballo Frascá, quien, desde su trabajo en la organización, ya ha acompañado a más de 2000 personas con historias duras como la de Yamila.
Según el último censo porteño, hecho el mes pasado, en la ciudad de Buenos Aires hay 3002 personas en situación de calle, como lo estuvo ella. De ese total, 1247 viven a la intemperie, en colchones tirados sobre una vereda, al reparado de un puente, en los espacios reservados a los cajeros automáticos de los bancos, entre otros espacios. Las demás pasan sus días en algún centro de inclusión social, donde reciben albergue y contención.
En paralelo, el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad estima que hay otras 18.400 familias que están casi con un pie en quedar en situación de calle. Son las que reciben un subsidio habitacional para pagar el alquiler de una habitación en un hotel familiar o pensión. Hoy, un cuarto sin baño sale a partir de 40.000 pesos por mes, dependiendo de la ubicación y del lugar. La precariedad socioeconómica en la que se encuentran esas familias es tan profunda, que si no logran conseguir ese dinero (el subsidio solo les cubre una parte), se quedan en la calle.
La primera vez que terminó en la calle, Yamila tenía 12 años. Se había ido de su casa, en Mataderos, para escapar de la violencia y el maltrato de su propia familia. Tiempo después, le pidió ayuda a la familia de una amiga suya. “Solo pude quedarme un tiempo. Mi amiga tenía ocho hermanos. En su casa vivían todos, más los hijos de los hermanos mayores. Por más buena voluntad que puso su mamá, la mía era una boca más que mantener y no podía”, recuerda la mujer, mientras emprende, junto a LA NACION, la vuelta a su casa, después de una jornada de trabajo de 8 horas como empleada de una empresa que se ocupa de la limpieza de un banco del Microcentro porteño.
El 140 es el primero de los tres colectivos que toma para volver. Es el que la lleva a la escuela de sus hijas. “Es sagrado para mí poder buscarlas”, jura. Su cara se ilumina cuando describe a sus hijas. Selene, la mayor, está en sexto grado. “Es tímida, le cuesta socializar, sobre todo con las nenas. Le encanta todo lo que tenga que ver con el arte y es muy buena con los números”, asegura. “Aylén, en cambio, es un torbellino. Dice que quiere ser médica forense”, agrega.
Sentada en uno de los asientos traseros del 140, retoma el relato de su propia historia, de cuando conoció la calle siendo no mucho mayor que sus hijas ahora. Como no podía quedarse en lo de su amiga, vivió durante varios años en un hogar en Lomas de Zamora, del que entraba y salía. En una de esas salidas, a los 17, se fue a vivir con el padre de sus hijas.
“Trabajé y avancé con el secundario, hasta que a los 20 quedé embarazada de Selene”, recuerda. La relación con su pareja empezó a andar mal y las dificultades económicas no paraban de crecer. A los pocos meses de nacida su hija y embarazada Aylen, por falta de pago los desalojaron de donde vivían. Su pareja se fue a vivir con su mamá, pero dejó a Yamila y su hija, literalmente, en la calle. “Aylen nació mientras estaba viviendo en un parador”, explica mientras baja en Córdoba y Mario Bravo, rumbo a la escuela “República de Irán”, que está a pocos metros de ahí, en el barrio de Palermo.
“Vivir en un parador no es fácil. La convivencia con las otras personas puede ser complicada. Lo peor eran las noches, cuando llegaban las personas recién ingresadas y había de todo: gente que consumía drogas, gente violenta… era muy duro”, cuenta. Una vez que nació su segunda hija, logró pasar a un hogar para mujeres. Ahí conoció al equipo de Volviendo a Casa, que trabaja por la inclusión social de personas sobre las que pesan muchos estigmas, como quienes estuvieron presos o en situación de calle.
“La gente de la fundación venía regularmente al hogar. Pintábamos mandalas y, a través de eso, charlábamos, hacíamos terapia”, recuerda Yamila. Fue el paso previo a hacer terapia con un psicólogo del equipo.
Tiempo después pudo egresar del hogar y logró que le tramitaran un subsidio habitacional. “Yo trabajaba en casas de familias para completar el costo, pero era muy difícil con las dos nenas, porque además eran trabajos informales”, recuerda Yamila, mientras camina junto a sus hijas hacia la parada del primero de los dos colectivos que unen Palermo con Constitución, el barrio en el que está ubicado el hotel en el que viven hace casi dos años.
“Yamila tenía mucho potencial, así que la ayudamos para que pudiera trabajar para irse del hogar. Al principio, la ayudábamos con el cuidado de las nenas, con alimentos o ropa. Incluso le lavábamos la ropa cuando se iba a trabajar”, recuerda Mabel Carrera, cofundadora de la organización, una persona con la que Yamila nunca dejó de estar en contacto. “Una vez por semana ella viene a nuestro grupo de desarrollo personal y en la semana estamos en contacto, porque sé la importancia que tiene para ella poder sentir que alguien la escucha, que está para ella”, agrega.
Las dificultades para encontrar un hotel con un ambiente realmente familiar, sumado a un intento fallido de formar pareja la dejaron, tiempo después, otra vez en la calle. Fue en 2017, cuando la camioneta del Gobierno porteño tardó más de la cuenta y tuvo que pasar la noche en el hall de un banco.
“Cuando era chica y estaba en la calle, sabía que era clave moverme para que no me pasara nada. Pero con las nenas no podía. Enseguida te empieza a rondar gente que quiere robarte las cosas. También se dice que hay personas que aparentan ser de la calle pero no lo son y lo que buscan es robarse a los chicos”, grafica. Fue tal el terror que sintió durante esa experiencia que ahí se prometió hacer lo imposible para no volver a estar en ese lugar.
Otra vez en un parador y nuevamente contenida por Volviendo a casa, Yamila comenzó un proceso para conseguir un hotel y sostenerse de manera autónoma. Fue en aquel momento que Volviendo a casa la conectó con Cultura de Trabajo. Allí la entrevistaron, le dieron las herramientas necesarias como para poder aspirar a un trabajo formal, y además funcionaron de nexo con potenciales empleadores. En tres meses, tuvo el primer trabajo en blanco de su vida. Tenía 30 años.
Gracias a ese empleo supo lo que es poder tomarse vacaciones y no dejar de cobrar el sueldo. Fue al cine y al teatro por primera vez. En paralelo, comenzó el CBC para estudiar Trabajo Social.
“No es nada fácil la facultad. Me llevó un año y medio terminar el CBC porque me costaba mucho Pensamiento Científico. Tuve que rendir el final 10 veces hasta que aprobé. Ahora curso dos veces por semana. Entre el trabajo y las nenas me cuesta mucho concentrarme, pero lo voy a lograr”, cuenta durante el trayecto del segundo colectivo, el 41, mientras Aylén se recuesta sobre ella y Selene le acaricia el pelo.
El día es largo para todas. Yamila arranca todos los días a las 4.30 para prepararse y salir de su casa a las 5. Le gusta llegar tranquila a las 6. Este es su segundo trabajo registrado y lo consiguió sola. Dice que aplicó lo que aprendió junto a la gente de Cultura de Trabajo. “No me puedo dar el lujo de perder el presentismo”, explica.
Uno de sus hermanos, que tiene un retraso madurativo y no consigue trabajo, viene todos las mañanas muy temprano para quedarse con las nenas. Se ocupa de que se levanten, desayunen, se preparen y vayan a la escuela.
Actualmente, Yamila gana poco más de 100 mil pesos. Unos 50 mil se le van en el alquiler de la pieza de hotel con un baño que comparte con sus hijas. “Ya me avisaron que en julio se me va a 70 mil”, suspira preocupada. Hace unos meses, el Gobierno porteño dejó de pagarle el subsidio habitacional porque, según le dijeron, no había presentado las facturas de pago pese a que ella asegura haberlo hecho. Además, como el padre de sus hijas tiene un trabajo formal, a ella le redujeron el salario familiar, pese a que él no colabora económicamente con la crianza de las chicas.
“Ahora que las nenas crecieron, cada vez se siente más la falta de espacio. Tenés que ingeniárselas para que toda vida quepa en un espacio de tres por tres”, se lamenta. Así y todo, dice que agradece el buen ambiente del lugar y las buenas vecinas que tiene. “Si algún día las chicas están enfermas o no tienen clases, me las miran mientras trabajo”, cuenta.
El hotel es una casa antigua de dos plantas, con más de 20 habitaciones. La cocina está compuesta por tres anafes que tienen que compartir y cuidar entre todos. Hay una pileta para lavar la ropa y una terraza para colgarla. La suya es una de las dos habitaciones que cuentan con baño privado. El resto, debe compartir el baño. El espacio se agota con una cama cucheta, una mesa pequeña con tres sillas, un ropero de pino, una heladera chica y un despensero.
Mientras las tres se preparan para merendar y estudiar, Yamila descubre, entre sus apuntes, un cuaderno con el que trabajaba, en 2018, sobre sus sueños y aspiraciones, junto al equipo de Volviendo a casa. En una de sus hojas hay un árbol dibujado por ella. La consigna era, según recuerda, escribir sus metas en las ramas de ese árbol. En aquel momento escribió: “ser organizada”, “tener una casa grande”, “ser trabajadora social” y “tomar mejores decisiones”. Cada vez que su despertador suena a las 4,30 para ir al trabajo, la copa frondosa de su árbol queda un poquito más cerca.
Más información
- La fundación Volviendo a casa trabaja en la inclusión de personas en situación de vulnerabilidad. Podés contactarla o conocer su obra haciendo click acá.
- La fundación Cultura de Trabajo busca ser un puente que contribuya a igualar las oportunidades y el acceso al trabajo de las personas en situación de calle. Podés contactarlas o conocer sus proyectos haciendo click acá.
- Cuál es la mejor manera de ayudar a alguien que está en situación de calle. Conocé la guía sobre las formas de colaborar con quienes no tienen dónde pasar la noche.