Vivió diez años en un hogar y gracias a una publicación en LA NACION encontró una familia
Ciro es un preadolescente que pasó toda su infancia en una hogar para chicas y chicos del Conurbano; un matrimonio con dos hijos leyó la nota donde contamos su historia y se postuló para adoptarlo
- 10 minutos de lectura'
Esta historia empieza el 22 de septiembre del año pasado. Ese día, en LA NACION publicamos una nota contando sobre Ciro − así lo llamamos entonces para preservar su identidad y así lo llamaremos hoy−, un adolescente de 14 años que llevaba prácticamente toda su vida (desde que era un pequeño de cuatro), viviendo en un hogar del Conurbano. Tiene síndrome de Down y, con su sentencia de adopción declarada, esperaba ansioso que se le restituya un derecho fundamental: vivir en familia. “¿Y a mí? ¿Cuándo me van a venir a buscar?’”, le preguntaba a Karla, una de las responsables del hogar, cuando veía que otras niñas y niños se iban en adopción. Mientras tanto, él seguía esperando.
Lo que pasó desde esa publicación de finales de septiembre hasta hoy, fue posible gracias a muchas personas que se comprometieron para que Ciro pudiera tener la familia con la que soñaba. La nota llegó al celular de Cristina (48 años): la recibió en un grupo de WhatsApp de la Asociación Argentina de Síndrome de Down (Asdra), del que forma parte porque uno de sus hijos, Santiago (23), tiene esa discapacidad. Además, es mamá de Brian (29), y está casada con Alejandro (55).
“Cuando la vi, no lo dudé. Le dije a Alejandro: ‘Tenés que ver esto’. Ahí nos miramos y dijimos: ‘Llamemos’”, cuenta Cristina. Dos meses y medio después, el 19 de diciembre, Ciro fue con una mochila a pasar “su primera noche de prueba” a la casa del matrimonio y nunca más se fue. Su vida cambió por completo y hoy son una familia. Días atrás, conversaron con LA NACION por videollamada. Cristina, Alejandro, Santiago y Ciro estaban en su living en Villa Dominico, y Brian se conectó desde el departamento que comparte con su pareja en un barrio porteño. Ciro sonreía todo el tiempo. Cuando esta cronista le preguntó cómo estaba, respondió: “Mamá. Papá. Hermanos”. No hizo falta decir nada más.
“Quiero una familia”
La historia de Ciro fue publicada por primera vez en el marco de “Quiero una familia”, un especial de Fundación La Nación que durante 2021 se propuso visibilizar una espera silenciosa de la que pocas veces se habla en los medios: la de los cientos de chicos y chicas que esperan años en las instituciones porque en los registros de postulantes a guarda adoptiva no se encuentran candidatos para ellos. Algunos forman parte de grupos numerosos de hermanos, otros son preadolescentes o adolescentes, tienen discapacidad o alguna problemática de salud. Como Ciro, muchos llegan a la instancia de una convocatoria pública: un llamado abierto a toda la comunidad y la última oportunidad que tienen para encontrar una familia.
En el especial se difundieron cerca de 200 convocatorias. Las búsquedas se reunieron en una plataforma y, a través de una serie de notas periodísticas, se profundizó en algunas de sus historias, buscando darles voz a esas infancias y adolescencias, siempre preservando sus identidades. Además, se indagó en las dificultades que siguen existiendo en el sistema para reducir los tiempos de espera que las chicas y los chicos pasan en los hogares, se buscó visibilizar los mitos que continúan arraigados en torno a la adopción y se recopilaron relatos en primera persona de familias que se formaron por ese medio.
Las repercusiones no tardaron en llegar: cada vez que LA NACION publicó historias como la de Ciro, las consultas en los registros de adopción se multiplicaron por dos, tres, cuatro e incluso más. Al menos 20 niñas, niños y adolescentes lograron, a lo largo del año pasado, encontraron gracias a esos artículos la familia que estaban esperando. Ezequiel, de 8 años y con una discapacidad intelectual, que llevaba tres viviendo en un hogar de San Martín; Jazmín y Lourdes, dos hermanitas de 7 y 14 años que aguardaban desde hacía dos y medio en una institución de Resistencia, Chaco; y Pía, de 11 años y quien esperó durante cuatro una familia que parecía no llegar nunca, son solo algunos de ellos.
Esta semana, en el marco del Día de la Familia y a un año del lanzamiento de aquel especial, LA NACION quiso compartir con su audiencia la historia de Ciro. Cristina y Alejandro cuentan que ni bien leyeron la nota, llamaron al Juzgado de Familia N°4 del Departamento Judicial de San Martín, a cargo de la jueza Silvina D’Amico, quien llevaba el caso del adolescente y quien había lanzado la convocatoria pública junto al Registro Central de Aspirantes a Guardas con Fines de Adopción de la provincia de Buenos Aires. La situación de adoptabilidad de Ciro se había declarado en 2015, y por más que se habían buscado en numerosas oportunidades postulantes en los registros de adopción de todo el país, no se habían logrado resultados positivos.
Los atendió Verónica, la trabajadora social del juzgado. Les tomó los datos y le preguntó si estaban interesados en ser referentes afectivos de chico (lo que implica, por ejemplo, visitarlo durante los fines de semana en el hogar), o en adoptarlo. “En adoptar”, respondieron sin dudarlo. Hoy D’Amico, emocionada con el resultado que finalmente tuvo la búsqueda para Ciro, asegura: “Nunca perdimos las esperanzas de encontrarle la familia que él se merecía. Su historia nos demuestra que ningún proyecto adoptivo, aún los que presentan mayores dificultades, es imposible”. La jueza sostiene que la frase “la unión hace a la fuerza” es perfecta para este caso: “Hubo mucha gente que aportó desde su lugar: el registro, el juzgado, LA NACION, Asdra. Sino hubiese sido por esa publicación, posiblemente esa familia no hubiese aparecido”.
“Algo teníamos que hacer”
Alejandro es auxiliar en un colegio y Cristina es empleada municipal y estudia terapia ocupacional. Brian está haciendo la carrera de animación 3D y efectos virtuales y trabaja de en ese rubro. Santiago terminó la escuela especial y ahora, mientras espera que surja una oportunidad laboral, está haciendo la primaria de adultos.
Brian fue el primero al que Cristina y Alejandro le contaron que iban a llamar para postularse a la convocatoria de Ciro. “Me acuerdo que me compartieron la nota y después me llamaron para ver qué opinaba. Les dije que me parecía una muy linda idea y que me ponía contento”, recuerda el joven. Después, el matrimonio habló con Santiago. Cristina, detalla: “Le explicamos que Ciro vivía en un hogar y que no tenía familia. Ahí se empezó a poner ansioso y a decirnos: ‘¡Que venga a vivir acá ahora!’. Le dijimos que había que tener paciencia”.
− ¿Qué sintieron cuando vieron la nota?
−Nos movió que algo teníamos que hacer. La idea de adoptar de alguna manera la habíamos tenido siempre, aunque no estábamos anotados en ningún registro. Nos impactó la cantidad de años que Ciro llevaba viviendo en el hogar. Cuando tomamos la decisión de llamar, pensamos: sino somos nosotros, que sea alguien, pero que tenga la posibilidad de tener una familia.
El 15 de octubre el teléfono de la casa de Villa Dominico finalmente sonó. A Cristina, Alejandro, Brian y Santiago los citaron para una primera entrevista virtual. Desde el juzgado les pedían que estuviesen los cuatro. “En esa charla, que duró gran parte de la mañana, hicieron todo el tiempo hincapié en que esto no perjudicara a Santiago. Que lo habláramos con su psicóloga, que lo charlamos, que viéramos cómo él lo tomaba, si quería o no. Después nos preguntaron cómo éramos como familia. Nos hablaron muy poco de Ciro, era más para conocernos a nosotros”, cuenta Cristina. Alejandro, agrega: “Yo le decía a la señora del juzgado que lo que más me preocupaba era si iba a haber piel, si Ciro se iba a sentir cómodo con nosotros”. Pero esos temores no se confirmaron. Al contrario.
A fines de noviembre los volvieron a llamar, esta vez para un encuentro presencial en el juzgado que sería los primeros días de diciembre. “Fuimos pensando que era una entrevista más. A la jueza se le notaba debajo del barbijo la sonrisa de oreja a oreja. Nos dijo: ‘Les tengo que decir que ustedes son la familia elegida’. Ahí lloramos todos”, detalla Cristina. Alejandro se acuerda del “hormigueo” que se armó en el juzgado, de la gente que iba y venía, que quería conocerlos. Salieron sin terminar de creer lo que acababa de pasar y con una enorme expectativa: el viernes de esa semana, 3 de diciembre, irían a conocer a Ciro.
“Alcoyana Alcoyana”
Ciro pasó su infancia en un hogar para niñas y niños con medidas de protección excepcional, cuyos responsables son una familia de la que forma parte Karla. Allí recibió mucho afecto y contención, dejó los pañales, aprendió a nadar, a andar en bicicleta, a cuidar sus mascotas y cumplir con las tareas de la escuela. Karla lo vio crecer y la emoción le quiebra la voz cuando recuerda la tarde en que la llamaron del juzgado para contarle que habían encontrado una familia para Ciro: “Fue una de las mejores noticias de mi vida porque yo sabía que se iba a cumplir el sueño de él y el nuestro”, asegura.
Reconstruye la tarde en que Cristina y Alejandro tocaron el timbre del hogar, con “la pandemia en su apogeo” y los barbijos que impedían ver las caras. “Pero los ojitos eran de felicidad”, dice Karla sobre el matrimonio. Ciro los esperaba ansioso, parado detrás de la puerta. Saltaba de alegría y repartía abrazos. Alejandro le preguntó dos cosas cuando lo vio: de qué cuadro era y si tenía novia. Bailaron “Índigo”, la canción de Camilo y Evaluna, se sacaron fotos y la hora voló. La química fue inmediata. “Fue un ‘Alcoyana Alcoyana’. Cuando llegó la hora de irnos, me abrazó fuerte y le dijo a Karla: ‘Ella es mía’”, recuerda Cristina.
A ese encuentro le siguieron otros, cada vez más prolongados. Finalmente, llegó aquella “primera noche” del 19 de diciembre que terminó siendo definitiva. Hoy Ciro tiene su propio cuarto, el que antes era de Brian, y es un adolescente independiente, con una personalidad fuerte. “Tiene 14 años pero parece de más. Tiene una habilidad enorme para resolver situaciones, es muy proactivo”, cuenta Cristina. Alejandro agrega entre risas: “En el hogar era de los más grandes y a veces cuesta un poco ponerle límites, tiene eso de retrucarte. Pero más allá de eso, fue todo muy bien. Santiago es muy conciliador y cuando lo retamos a Ciro por algo, sale a defender a su hermano. Brian tiene una paciencia increíble”.
−La construcción del vínculo siempre lleva tiempo, ¿pero hubo algún momento en particular en el que sintieron que ya eran una familia?
Alejandro y Cristina se miran.
Coinciden en que no hubo “a partir de ahora”, ni un “clic”. De alguna manera, aseguran, lo sintieron desde el primer momento. “Estábamos seguros de que iba por ahí. Los chicos tienen el derecho a tener una familia y nosotros sentimos que podíamos darle esa oportunidad a Ciro. Que se lo merecía”, concluyen.
Metodología. Cómo lo hicimos
Antes de lanzar “Quiero una familia”, Fundación La Nación venía difundiendo desde hacía años y de forma sostenida las convocatorias públicas de adopción que hacían llegar al diario registros de postulantes a guarda adoptiva y juzgados de todo el país. El especial del año pasado buscó escuchar a las niñas, niños y adolescentes que esperan en hogares y visibilizar sus esperas para lograr que se cumpla su deseo y derecho fundamental de tener una familia. Historias como las de Ciro nos mostraron que íbamos por buen camino. Fue realizado con la colaboración del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la ciudad Autónoma de Buenos Aires, el Registro Central de Aspirantes a Guarda con Fines de Adopción de la provincia de Buenos Aires, los registros de aspirantes a guarda de todo el país, juzgados de familia e información pública de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Dnrua).
Otras noticias de Adopción
Más leídas de Comunidad
¿Educación o trabajo? Una encuesta sorprende al revelar qué es lo más imprescindible para progresar
Una carrera de obstáculos. Dime dónde naciste y te diré tus chances de terminar la secundaria
"Por sus fotos y el lugar donde viven". Son jóvenes, estudiaron y buscan trabajo, pero las empresas no los eligen
“Son minusválidos”. Milei quiso descalificar a un espacio político y terminó agraviando a una comunidad