“Vivíamos en una pieza sin ventana ni baño y en peligro de derrumbe”: una ONG saca de conventillos precarios a familias con niños
Lourdes, su marido y su hijo adolescente llevaban 12 años en una habitación de La Boca; aunque tienen trabajo y podían pagar por algo mejor, no cumplían los requisitos que piden en las inmobiliarias; la organización Hábitat para la Humanidad Argentina ideo una solución para personas como ellos
- 7 minutos de lectura'
Sin ducha, canilla, cocina ni ventana, y con un baño sin luz ni inodoro que además compartían con otras seis familias. Así vivieron Lourdes Techera y su hijo durante 12 años en un conventillo de La Boca que además se inundaba cada vez que llovía y tenía peligro de derrumbe. “¿Cuándo nos vamos a mudar y tener un baño?”, le preguntaba su hijo César, de 13 años, que creció en ese lugar y tenía vergüenza de invitar a sus amigos a jugar.
“Aunque con lo que ganamos mi marido y yo podíamos pagar algo mejor, no podemos cumplir los requisitos que te piden para alquilar, como un recibo de sueldo o una garantía”, explica Lourdes, de 47 años, y agrega: “Cuando iba a una inmobiliaria para buscar un departamento, solo me podían ofrecer conventillos, lo que nadie quería agarrar. Pensé que nunca íbamos a poder salir de ahí”.
Lourdes es vendedora ambulante: tiene un puesto de golosinas en Constitución. Y también aprovecha los días de partido en la Bombonera y eventos en teatro para sumar ingresos con la venta ambulante. Su marido, Juan, es remisero y trabaja de custodio en una peña. Además de César tienen otro hijo, Dylan (26), que ya se independizó. Casi toda su vida, la familia fue “rebotando de conventillo en conventillo”.
Sin embargo, ahora viven provisoriamente en uno de los departamentos del proyecto de alquiler social de la ONG Hábitat para la Humanidad Argentina. Queda en La Boca y es un edificio con nueve unidades. La propuestas es que familias como la de Lourdes, que trabajan, tienen un buen historial de pago en el conventillo donde viven, pero que no reúnen los requisitos para poder alquilar, puedan vivir transitoriamente en una vivienda digna mientras los ayudan a cumplir con los requisitos que le piden en el mercado formal, es decir, a través de una inmobiliaria.
Por el departamento en el que viven ahora, la familia paga un alquiler mensual igual al valor del mercado, pero bonificado en hasta un 40%. Sin embargo, solo podrán quedarse hasta tres años, tiempo en el que deben conseguir un lugar para alquilar y liberar el departamento para que puedan entrar otras personas que estén en la situación de la que salieron ellos. Ya son 38 las familias que pasaron por el edificio desde que se inauguró, en 2012.
Crecer sin baño
“A mí hijo no le gustaba el baño del conventillo, no lo usaba. Hacía en un balde”, cuenta Lourdes. Cuando decidió alquilar ahí, poco antes de que naciera su hijo, se tenía que ir de la pieza que le estaban prestando y era eso o quedarse en la calle. Se lo mostraron de noche y el día que, ya mudada, vio el baño “se quería morir”: no había inodoro, solo un pozo. Tampoco tenía luz y, como estaba en el medio del patio y el techo estaba roto, cuando llovía tenían que caminar hasta ahí con paraguas.
“Sin contar cuando íbamos a la casa de mi mamá, hasta que vinimos acá, al departamento, mi hijo no sabía lo que era estar en un baño, sentarse en un inodoro y poder tardar todo lo que quisiera sin que nadie lo apurara ni se le cansaran las piernas de estar agachado”, cuenta su madre. Ahora, César ama su baño y puede llegar a estar cuarenta minutos en la ducha: lleva música, su ropa, y es feliz.
Según los últimos datos del exministerio de Desarrollo Social de la Nación, solo en La Boca había 389 Viviendas Colectivas Populares. Es decir, conventillos, pensiones, hoteles multifamiliares y casas ocupadas donde viven 3500 familias.
“Uno de los principales problemas que presentan los conventillos tienen que ver con su estructura. Además de riesgo de derrumbe total o parcial, en días de mucho frío o mucho calor suelen producirse incendios porque las instalaciones eléctricas, que están descuidadas, se sobrecargan”, advierte Carolina Sticotti, trabajadora social del CESAC 41.
Por ser lugares que a menudo tienen humedad, mala ventilación, filtraciones de agua, plagas y en los que las personas viven en condiciones de hacinamiento, vivir en conventillos también tienen un impacto negativo en la salud de quienes viven allí. “No tener un lugar donde poner una mesa y sentarse todos juntos a comer o un espacio en el que los chicos puedan estudiar tranquilos también impacta en su calidad de vida”, agrega Sticotti.
“Mi casa me deprimía”
Lo primero que hizo la familia cuando les dieron las llaves del departamento fue bañarse. Lourdes no quiere ni acordarse de la última vez que había podido darse una ducha así. Es que en el conventillo, para bañarse usaban la cocina, donde calentaban agua. Pero como el edificio estaba inclinado e incluso tenía peligro de derrumbe, poco a poco el piso se fue hundiendo. “Me daba miedo. Mi hijo tenía prohibido pasar por esa zona”, recuerda.
Llegó un punto en el que estaba tan inclinado que ya era peligroso. Entonces, dejaron de usar la cocina y llevaron las cosas al comedor, que Lourdes y su marido usaban de habitación. Algunas cosas también fueron a parar al cuarto de Cesar. Sin cocina, ahora tampoco contaban con agua disponible en el departamento. Tenían que ir a cargar lo que necesitaran a la canilla que estaba en el patio y para bañarse se higienizaban como podían o se tomaban el colectivo hasta la casa de algún amigo o familiar.
Cuando llovía, aparecía otro drama: se filtraba agua por todos lados. Como no tenían mucho lugar para correr las cosas y evitar que se mojaran, ponían tachos hasta en la cama. Además, colgaban del techo por donde entraba el agua una bolsa que caía en un balde, así no goteaba constantemente por todos lados. “Andá a buscar la olla”, bromea Juan cada vez que se larga a llover y se acuerda de su antigua vida.
El departamento en el que viven ahora tiene una cocina, una sala de estar, un baño y dos habitaciones. Queda a solo tres cuadras de su antiguo hogar. Para entrar, firmaron un contrato que les permitirá vivir ahí tres años mientras pagan expensas y un alquiler a precio de mercado, aunque con un subsidio de Hábitat que cubre entre el 40% y el 10% del precio, según en qué año del contrato se encuentren. Mientras, se capacitan para poder encontrar un alquiler cuando termine su paso por el programa.
—¿Qué era lo que menos te gustaba del conventillo?
—Todo. Lo odiaba, me deprimía, me bajoneaba —se acuerda Lourdes—. Te sacaba hasta las ganas hasta de prepararte un mate, porque tenía que hacer todo un despliegue. Tampoco podía decir “me pego un baño y arranco”.
“No quiero volver a un conventillo”
Si bien su gran sueño es poder dejarles una casa a sus hijos, la meta que Lourdes tiene fija en su cabeza es una y no la negocia: no volver a vivir en un conventillo. Prefiere “pagar un poco más” por un departamento pero vivir cómoda y tranquila. En su antiguo hogar, no tenía ni una ni otra cosa: “Yo pagaba y pagaba siempre y caro. Pero igual vivía incómoda”.
“Mi papá siempre me decía que el estado de ánimo de una persona es la casa. Entonces, si vos estás bien en tu casa y estás cómodo, vas a estar bien afuera. Pero si tu casa está mal, vas a estar mal. Y me di cuenta de eso cuando vinimos acá y nos levantamos, progresamos. Antes ni siquiera podíamos ahorrar”, relata.
Dos años atrás, volver del trabajo, darse una ducha y prepararse un mate -todo sin tener que salir de su casa- era algo impensado para Lourdes, pero ahora sabe que “puede más”: “Lo que nos faltaba era este empujón, esta ayuda que nos dieron desde Hábitat. Porque nadie se salva solo. Ojalá hubiera muchísimos proyectos más como este”, sueña.
Cómo ayudar
Hábitat para la Humanidad Argentina es una organización cristiana de personas comprometidas con la causa de la vivienda adecuada en Argentina.
- Podés donar haciendo click acá y visitar su página web para saber más.