Hoy Sergio tiene 50 años y cuenta cómo es organizar la rutina sin un techo; afirma que lo más difícil de sobrellevar es la mirada de una sociedad que muchas veces le tiene miedo a lo desconocido
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De las primeras noches que pasó en la calle le quedó la sensación punzante de miedo y desconcierto. Pero, sobre todo, de ese frío húmedo de Buenos Aires calando sus huesos. Era invierno y llovía. Faltaban pocos días para su cumpleaños, que es el 3 de julio. Bajó las escaleras que llevan a la entrada de un subte. Como era tarde, la reja estaba cerrada. Se acomodó ahí como pudo, en el lugar “más calentito” que encontró para dormir en las entrañas de Once. Tenía 12 años.
Hoy, a los 50, Sergio sigue viviendo en las calles de la ciudad de Buenos Aires. Lo hizo con idas y vueltas, pero desde hace siete años se encuentra ininterrumpidamente en esa situación. A veces “para” por Nuñez, otras por Palermo. Cuando las temperaturas de esta época se acercan al 0 grado, se acuerda de esas primeras noches a la intemperie. Ya no es un chico, pero ese miedo, ese desconcierto, siguen ahí, actuales y presentes.
−¿Qué es peor en la calle, el calor sofocante del verano o el frío extremo de estos meses?
−Los dos − responde Sergio. Pero se queda pensando. Dice que el invierno es especialmente duro: el frío que se pasa en la calle, asegura, no es el que una persona que vive en una casa siente al salir a trabajar, hacer una compra o pasear al perro. No puede explicarlo. Simplemente, es distinto.
En un relevamiento realizado el pasado abril por el gobierno de la Ciudad, se contabilizaron 2548 personas en las calles porteñas. De ellas, “1010 se encontraban efectivamente viviendo en esa situación”, mientras que, según esos datos oficiales, 1538 estaban dentro de la red de los 35 Centros de Inclusión de la Ciudad (los llamados “paradores”, donde se brinda alojamiento, alimentación, higiene y se ofrece orientación en el acceso a distintos beneficios y servicios). Sin embargo, esas cifras no están exentas de polémica: las últimas estimaciones de diferentes organizaciones sociales, de 2019, indicaban que en ese momento eran más de 7000 las mujeres, niñas, niños, adolescentes y hombres que se encontraban en esa situación de vulnerabilidad extrema.
Detrás de los números están las historias. Las personas de carne y hueso, como Sergio. Son las 10 de la mañana y está sentado en un banco de cemento en la plaza junto al Jardín Botánico, sobre la calle República Árabe Siria. Entre termos de un café que humea en los vasitos de plástico y bolsas de pan, hay un grupo de voluntarios con chalecos de la fundación Lumen Cor. La mayoría de quienes se agrupan entre las mesas bajo un sol que no calienta, son hombres. Charlan entre ellos y con los voluntarios, algunos comparten un juego de mesa. “¿Sabés por qué vengo a este desayuno? −pregunta Sergio, y sin esperar la respuesta, sigue− No vengo por el café o la comida. Vengo por la gente, por la calidad de personas que hay. Siempre hay alguien, cualquiera de los chicos que vienen a ayudar, que te acaricia el alma con una palabra: te dan aliento, fuerza, te hacen que sigas adelante, que trates de avanzar un poquito más. Por eso vengo”.
Buscando respuestas
¿Cómo llega una persona a pasar prácticamente su vida entera en situación de la calle? La pobreza extrema, la exclusión, la vulneración acumulada de los derechos más elementales, la falta de oportunidades, la violencia intrafamiliar y los padecimientos de salud mental sin ningún tipo de atención, son solo una parte de ese complejo entramado.
Sergio se crió en Moreno y es el menor de 12 hermanos. Su papá era maestro panadero, su mamá, ama de casa, los dos misioneros. Nunca fue al colegio. “No podían mandarme”, dice, y cuenta que en su casa sobrevivían con lo justo. Pero también admite que era bastante “rebelde”. Cuando quisieron anotarlo en primer grado tenía sobreedad y se negó. “Tiempo después me di cuenta que me hubiese servido mucho para los años venideros. Aprendí a leer, escribir, sumar y restar por mi cuenta. Sé dividir y multiplicar. Pero no fui ni a una sola clase. Me encanta leer. Soy un lector compulsivo”, asegura.
Su mundo material se aprieta en la mochila negra que lleva siempre colgada a la espalda: una manta, un juego de sábanas, otro par de zapatillas además del que tiene puesto y una muda de ropa que ese día está en un lavadero. Siempre tiene, además, un libro. “Este lo encontré en un tacho de basura −cuenta mostrando el título de la novela Y las montañas hablarán− Esto es lo que no me explico de la gente: ¿por qué alguien tira un libro? ¿Nunca te lo preguntaste? No importa qué tipo de libro sea. Es enseñanza. Es cultura”, se indigna Sergio.
Admite que en la calle pasó por varios momentos “oscuros”. Muy oscuros. Pero pide no profundizar sobre eso. Duele demasiado. ¿Qué fue lo que logró sacarlo del pozo? Con el índice golpea la tapa del ejemplar que tiene entre las manos: “Los libros”, responde con seguridad.
Mucho antes de aprender a leer por su cuenta, cuando tenía 15, Sergio trabajaba ayudando a su papá en la panadería. Fue aprendiendo el oficio y también hizo changas de todo tipo. Antes y después de eso, fue y volvió varias veces de la calle a la casa de sus padres. No puede explicar los motivos. “Creo que trataba de buscar algo… Toda mi vida estuve en esa búsqueda y me parece que eso fue lo que me llevó a la calle. No sé si decir un sueño, no creo, pero es algo que todavía no pude encontrar. Me parece que en mi cabeza algo no está bien: no sé si es una enfermedad o qué”, asegura Sergio, poniendo sobre la mesa una realidad que afecta a muchas personas en situación de calle: las problemáticas de salud mental y la imposibilidad de acceder a un tratamiento.
−¿Te preguntas qué es eso que buscas?
−Siempre. Esto te va a parecer muy loco. Una vez eran cerca de las 11.30 de la noche y estaba preparando mi lugar para dormir en Núñez, cuando se me acercó una chica que debía tener 21 o 22 años. Me compró una hamburguesa y una gaseosa, se ve que había pasado antes y me había visto. Se acercó, me la dio y me preguntó cómo me llamaba. Le dije: ‘Me llamo Sergio’. Y me respondió: ‘Ojalá que sigas bien y que encuentres lo que buscás’. Esa imagen no la olvido más. Es como si la estuviese viendo, diciéndome eso una y otra vez: ‘Ojalá que encuentres lo que buscas’. No sé si fue una coincidencia o si… No sé.
Organizar el día
¿Cómo se organiza la rutina cuando uno vive en la calle? ¿Hay rutina? ¿De qué forma se cuidan las pertenencias? ¿Dónde es posible asearse o lavar la ropa? Sergio dice que los hábitos cotidianos son la columna vertebral del día, la clave para sobrevivir y estar lo más limpio que se puede, “presentable”. También es fundamental mantener en buen estado las pocas pertenencias que se tienen. En su caso, durante mucho tiempo durmió en Núñez, en la puerta de un gimnasio. Ahí tenía un colchón, sábanas y una manta que durante el día metía en una bolsa de consorcio para protegerlas en caso de que lloviera, y que escondía entre las ramas de un árbol.
Hoy duerme sobre la Avenida Santa Fe, a pocos metros de un concurrido shopping, junto a la entrada de un edificio que está retirado de la esquina y, en la ochava, se forma un techo bajo en el que se resguarda. Como no hay árboles cerca, ya no tiene colchón, pero cuenta que se hace uno con cartones. “Si me voy a acostar a las diez de la noche, a las siete empiezo a caminar para juntarlos”, explica.
A la mañana se levanta temprano, entre las 6 y las 6.30, y va a una estación de servicio donde se higieniza. Cada dos o tres días se afeita allí también y se baña casi a diario en un hotel de Once donde le cobran 200 pesos por usar una toalla, jabón y una ducha caliente. Suele ir a desayunar a los encuentros de Lumen Cor en el Parque Las Heras o en la plaza junto al Botánico, mientras que, para el almuerzo y la cena, se compra algo con los pesos que juntó o va a Barrancas de Belgrano, donde un grupo de voluntarios sirve la última comida del día.
Durante la jornada, camina a ver si encuentra algo. “A veces estoy todo el día y no encuentro ni una aguja y a veces camino tres cuadras y encuentro cosas que me ayudan a no salir a caminar por una semana”, asegura. Y detalla: “La gente siempre está dejando algo que ya no usa. Junto lo que encuentro, ropa, calzado, por ahí electrodomésticos, y lo llevo a ferias”. Menos plata, en la calle se encontró de todo. Lo más caro fue un televisor LED de 42 pulgadas que alguien había dejado al lado de un árbol con un cartel que decía “funciona”. Lo vendió y se pagó casi un mes de hotel.
Dice que siempre intentó trabajar de lo que pudo. Hace unos meses empezó a ayudar en un lavadero de autos y en el verano tuvo una experiencia como acompañante de un joven con discapacidad intelectual y motriz, al que llevaba a sus actividades. El trabajo lo consiguió a través de una chica que pasaba todos los días por el gimnasio frente al que él dormía.
−¿Cómo ves la mirada de la mayoría de la gente hacia las personas en situación de calle?
−Lo que veo es que muchos sienten miedo: miedo a lo desconocido. Cuando pasan y te ven, en lugar de preguntarte cómo estás o cómo fue tu día, meten la mano en el bolsillo y te quieren dar una moneda para seguir caminando. ¿Sabés por qué? Para no preguntarte, para no acercarse, para no mirarte.
La mirada que encuentra entre los voluntarios de Lumen Cor es, para Sergio, una especie de oasis en ese desierto atiborrado de desconocidos que puede ser la calle. Jorge Vega, fundador de la organización que asiste a más de 1500 personas y cuenta con al menos 200 voluntarios permanentes, explica que esa contención que Sergio destaca forma parte de su “génesis”. “Cuando yo arranqué como voluntario 15 años atrás, era uno de los primeros en estar siempre preocupado porque todos tuvieran algo para comer. Recuerdo que una noche había un señor que no paraba de hablarme y a mí me ponía nervioso. En un momento lo interrumpí y le dije: ‘Bueno, aprovechá y comé algo’. A él no le gustó. Me dijo: ‘Hace un rato me comí un sándwich en un bar, no tengo hambre’ −recuerda Jorge− En ese momento me di cuenta que lo que estaba poniendo yo en primer plano, que era la comida, no era lo que él necesitaba: él necesitaba la escucha y la contención, porque la gente lo ignoraba y una de las carencias más grandes que tenía, más que lo material, era la indiferencia”.
Sin embargo, para Jorge el mayor desafío no es solo ese acompañamiento permanente, sino “que las personas en situación de calle puedan revertir esa situación y que el sueño de la reinserción social sea posible”. Y reflexiona: “Con varias lo logramos. Requiere de años, a veces de toda la vida, y nosotros tenemos que estar ahí siempre”.
Cuando son las 11 de la mañana, Sergio agarra su mochila y se prepara para salir a buscar lo que sea que ese día le depare. Antes de irse, me mira: “¿Viste eso que te dije que estoy buscando y no sé todavía qué es? −pregunta− Bueno, no sé si alguna vez lo voy a encontrar. Pero no me doy por vencido”.
Más información
- La Fundación Lumen Cor tiene distintos programas para acompañar a personas en situación de calle y vulnerabilidad extrema. Entre ellos, las “Mañanas de caridad”, un servicio de desayunos en espacios públicos al aire libre. Se ofrece los 365 días del año, incluyendo feriados. Además, cuenta con la “Red del Posadero”, una iniciativa que ofrece, en varias parroquias porteñas, atención profesional interdisciplinaria con médicos, psicólogos, abogados y acompañantes terapéuticos. Para consultas: llamar al (+54) 9 11 2714 7078, escribir a fundacion@lumencor.org o ingresar a www.lumencor.org Se los puede encontrar en redes sociales, en Instagram o Facebook. Para hacer una donación, se reciben transferencias en la cuenta con el alias LUMEN.COR.
- El Otro Frío es una campaña impulsada por el Consejo Publicitario Argentina, Fundación Espartanos, La Sachetera, Caminos Solidarios Argentina y Amigos en el Camino. Se propone recolectar sachets de leche o yogurt vacíos, abiertos, limpios y secos en distintos puntos de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Los mismos serán llevados al penal de San Martín donde 800 personas privadas de su libertad los recibirán para fabricar con ellos protectores aislantes que se distribuirán luego a personas en situación de calle. La recolección tendrá lugar hasta el 6 de julio y en su Instagram se puede encontrar los 500 puntos de recolección en puestos de diarios, kioscos, comercios, supermercados, estaciones de servicio, heladerías, entre otros lugares.