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3,30 AM: comienza el día
Casi todos los días de Alberto Gramajo comienzan cuando todavía es de noche y restan varias horas para que salga el sol. Con la casa en silencio, el hombre se prepara y coloca en su mochila el recipiente plástico que Lucy, su mujer, le dejó con los restos de la cena para que se lleve como almuerzo. Hoy le tocan milanesas. Su mujer y sus 5 hijos duermen profundamente cuando el reloj marca las 4,15 y el hombre se dispone a salir. La falta de horas de sueño se evidencia en su gesto de recién levantado, en sus ojos hinchados y en las pocas palabras, como si una parte suya no quisiera terminar de despertarse. Comienza, para él, un periplo que lo tendrá unas 16 horas fuera de su casa: casi un tercio de ellas, se las pasará viajando. Todo el año es de noche cuando Alberto sale a trabajar. Y casi siempre es de noche cuando regresa.
4,15 AM: la salida
Vestido con pantalón y borcegos de trabajo, camisa a rayas y campera naranja, Alberto sale de su casa y espera en la esquina. Estamos en el barrio Luján, un asentamiento ubicado en Florencio Varela, y todavía ni los gallos cantan. En algunas casas vecinas ya hay luces encendidas. Hogares pobres, como el suyo, en donde también hay quienes deben transitar de noche para cumplir con una jornada de trabajo diurno.
Según un informe cualitativo elaborado por Techo con el apoyo de Uber, al que LA NACION accedió en forma exclusiva, en los barrios populares es frecuente vivir lejos del trabajo. Seis de cada diez personas entrevistadas manifestaron tener que viajar al centro de la ciudad en la que viven u otra ciudad para trabajar. En más de la mitad de estos casos tardan entre media hora y dos horas y un 10% tarda más de dos horas en llegar. La razón es simple: generalmente, las personas que habitan los asentamientos se encuentran con poca oferta de trabajo en lugares cercanos a su hogar. Por esto deben recorrer largas distancias.
Caminata #1
En el Luján, como en tantos otros barrios, los vecinos salen en grupo por seguridad. “Se respeta bastante eso de no robarle a los propios vecinos, pero el riesgo es que vengan a robar de otros barrios”, explica Alberto, mientras espera a David, Junior y Juan, sus compañeros de ruta. Una vez reunidos, a la hora señalada, los hombres apuran el paso por las calles oscuras, sin asfalto, apenas iluminadas por las luces que se cuelan de las ventanas de algunas casas y, cada tanto, por algún poste de iluminación colocado por los propios vecinos.
El grupo avanza esquivando charcos y zanjas que conocen de memoria para no arruinar el calzado. Cuando llueve, la cosa se complica. Pero la solución que encontraron en esos casos es envolver el calzado con bolsas de nylon para no embarrarlo. “Es algo que hacemos todos. Y, cuando empieza el asfalto, todo el mundo se saca las bolsas. Una vez salió un vecino a quejarse porque todos dejaban las bolsas sucias de barro justo en el frente de su casa”, recuerda Alberto.
A esta caminata, le seguirá un tramo en colectivo, otro en tren, dos en subte y, por último, otra caminata hasta la obra en la que se desempeña como carpintero. Así todos los días, de lunes a sábados. El primer destino es la parada del colectivo 383, que los lleva hasta la estación Ardigó del tren Roca y, desde ahí, hasta Constitución. Según Google Maps, el recorrido completo que arrancó en la esquina de su casa demora poco más de una hora si se hace en auto. Pero a Alberto, que lo hace de lunes a sábados combinando tres medios de transporte y dos tramos a pie, le lleva, en promedio, dos horas y media de ida y otras tantas de vuelta.
“Mi horario es, en realidad, de 7,30 a 17.30, con una hora de descanso al mediodía. Pero yo salgo con tiempo para llegar tranquilo, para tener margen si el tren se atrasa o hay problemas con el subte. No me puedo dar el lujo de perder el presentismo porque en casa hay cinco chicos que alimentar, dos ya en secundaria, van a escuela técnica”, explica en el camino. Su sueldo como carpintero en una obra en construcción está por debajo de lo que necesita una familia tipo para no ser pobre. “Pero en Capital se paga más que en Provincia –acota-, así que buscar un trabajo más cerca de mi casa no es opción.”
–¿Para qué usas el presentismo?
–Para compensar la plata que se me va en descuentos por jubilación y obra social. Si no tuviera el presentismo, me bajaría mucho el sueldo en mano.
4,30 AM: el colectivo
Por seguridad, Alberto y sus vecinos tienen el tiempo calculado para no tener que esperar demasiado en la parada. A los pocos minutos, el 383 aparece. Su interior está completamente iluminado por luces de color fucsia. Durante el trayecto, de no más de diez minutos, casi todos los asientos se irán ocupando. Alberto se ubica en un asiento doble. “Esta primera parte del viaje es la más difícil, por un tema de seguridad. Por suerte nunca me robaron, pero sé de muchos casos. Paran autos, bajan con armas, y ahí nomás le roban a toda la gente que espera. Cuando llego a la estación, me siento un poco más seguro. Aunque en invierno, esa parte del viaje es insoportable. Hace mucho, mucho frío”, relata. El reloj marca casi las 4,45 cuando finaliza esta parte del trayecto.
4,45 AM: el tren
Ya en la estación Ardigó, es tal el movimiento de personas que parece hora pico. “Esto no es nada. Veinte minutos más tarde, acá no cabe un alfiler”, acota Gramajo. En el andén de los trenes que van a Constitución el movimiento de gente es incesante. La mayoría son hombres. Calzan zapatos de trabajo, o zapatillas manchadas con pintura o cemento. En el caso de las pocas mujeres que esperan, buena parte de ellas visten ambos de diferentes colores.
De acuerdo con el informe “¿Cómo nos movemos en el AMBA?”, publicado en septiembre de 2020 por Sebastián Anapolsky (especialista en desarrollo urbano y transporte y miembro del Instituto del Transporte de la UNSAM), de los 1,6 millones de personas que viajan a CABA desde el Conurbano por día, 1,3 millones lo hacen por para trabajar en la Ciudad. Adicionalmente, el 60% requiere de, al menos, un trasbordo.
La estación Ardigó es la cuarta en el recorrido Bosques-Constitución. Cuando la formación llega, ya viene con personas paradas. La mayoría de los que están sentados, duermen abrazados a sus mochilas.
–¿Qué hacés hasta Constitución si llegás a conseguir asiento? ¿Escuchás música, leés?
–Duermo.
Dos estaciones después, Alberto consigue asiento. Bromea y dice que es su día de suerte. Entonces cuenta que trabajó en el gremio de la construcción toda su vida. Y que posee la cantidad suficiente de aportes como para jubilarse en cinco años. “Me gusta lo que hago, pero el viaje es insoportable. Uno se pierde muchas cosas…”, se lamenta. Y aporta un ejemplo: un mes antes, cuando se tomó vacaciones, sus hijas más pequeñas –una va jardín de infantes y la otra ya está en la escuela primaria, pero asisten a escuelas diferentes- se peleaban entre sí para que él las llevara todos los días a la escuela. La solución fue salomónica: un día a cada una.
Con presentismo y todo, el sueldo de Alberto es bastante exiguo para una familia de 7. El valor de la hora de trabajo se licúa mucho más todavía cuando se divide el total de lo que gana por la cantidad de horas que está afuera de su casa. Gramajo lo sabe, pero prefiere no hacer cuentas para no amargarse. Al total hay que restarle lo que gasta en viaje. “Por suerte, como son viajes encadenados, después del primer boleto, los siguientes comienzan a ser más baratos”, explica. Tras pagar 18 pesos de colectivo, el viaje en tren le sale menos de 6 (en lugar de 10,25) y el pasaje en subte, 18 (en lugar de 30). Esto representa más de 2000 pesos al mes.
5,55 AM: los subtes
El movimiento vuelve a ser incesante en la estación Constitución, y desde el andén, puede verse el cielo estrellado. Todavía es de noche cuando Alberto se encamina hacia la anteúltima parte, la de la combinación de las líneas C y E de subtes. Para llegar a la estación, busca la escalera mecánica. “Estoy harto de subir y bajar escaleras”, dice. Entonces explica que, en la obra, para ir a los pisos altos, debe hacerlo por escalera. Un subte está a punto de salir desde la estación de la línea C, pero el hombre decide dejarlo pasar porque va repleto y está bien de tiempo. En el siguiente podrá viajar sentado.
Apenas dos estaciones después, toca bajarse en la estación Independencia de la línea C para buscar la que lleva el mismo nombre en la línea E. Desde allí son 6 estaciones hasta Boedo.
6,20 AM: caminata #2
Cerca de las 6,20 Gramajo abandona la estación. La intersección de las avenidas San Juan y Boedo comienza a despertar con un movimiento tímido: algunos encargados baldean veredas mientras, en los bares de la zona, se organizan las mesas y se encienden las luces. El azul oscuro del cielo comienza a aclararse. Ya son más de dos horas de viaje cuando todavía falta el trecho a pie hasta la obra.
6,45 AM: la llegada
Antes de las 7, el hombre llega a la puerta de la obra y le toca el timbre al sereno. Es el primero en llegar. Detrás suyo, llegan otros compañeros desde lugares alejados como Moreno, o Puente 12, en La Matanza. También ellos, como Alberto, recorren largas distancias a diario en la búsqueda de mejores posibilidades laborales en la Ciudad. El “peaje” que pagan no es menor: horas de sueño y tiempo de calidad con sus familias.
Sobre Escenas de desigualdad
Escenas de desigualdad es un proyecto de Fundación LA NACION que busca mostrar las enormes brechas en el acceso a derechos básicos que todos los días enfrentan las personas más pobres de la Argentina. Incluso las acciones más cotidianas como viajar al trabajo, preparar el almuerzo, pedir un turno médico o ir a la escuela –por mencionar sólo algunos ejemplos– se vuelven más difíciles en escenarios marcados por la carencia. La desigualdad se manifiesta con su peor cara: la de la falta de oportunidades. El objetivo de esta serie de notas es contar historias reales y ponerle rostro humano a las barreras que son parte de la vida de millones de argentinos.
Si conocés alguna historia atravesada por la desigualdad, podés escribir a loliva@lanacion.com.ar