Verónica Azpiroz Cleñan: "Crecés con el mandato de no decir que sos indígena"
La localidad bonaerense de Los Toldos le debe su nombre, justamente, a la comunidad mapuche -la más grande de la provincia- instalada en la zona. La politóloga Verónica Azpiroz Cleñan cuenta que existen decretos de 1868 y 1872, es decir antes de la Conquista del Desierto, que convalidan la posesión de la comunidad de un territorio de 16.400 hectáreas de extensión en esa zona. Pero, tras un largo proceso de despojo, hoy en día le queda apenas media hectárea.
Esta mujer mapuche de 48 años, mamá de Kalfuñam, un niño de 14, agrega que fue testigo de la última etapa de ese proceso, que tuvo lugar a principios de los ochenta. "Yo tenía unos ocho años. Recuerdo que se organizó un acto en el que el Estado otorgó títulos de posesión dentro de nuestro territorio a colonos que habían llegado con posterioridad. La posesión veinteañal tuvo más peso que la ancestral. En esa ocasión la comunidad perdió también su cementerio dentro de una zona que fue cercada. Allí se colocó un monolito en el que el Estado agradecía a la comunidad mapuche por haber dejado atrás sus actos de barbarie. El monolito permanece hasta el día de hoy", sostiene en diálogo con LA NACION.
En una localidad en la que los monjes tienen su propio cementerio e incluso hay un cementerio privado, la comunidad mapuche aún no pudo recuperar el suyo. "El racismo estructural se ve en las políticas públicas. El Estado no resuelve. En lugar de generar políticas de intercambio de saberes, clausura todo diálogo e impone normativas que derivan de una razón cientificista y de un derecho positivista", reflexiona Verónica.
Este choque entre culturas que casi siempre termina vulnerando derechos y obstaculizando costumbres para los pueblos originarios se manifiesta también es aspectos menores, cotidianos, pero no por eso menos fundamentales. En un país como el nuestro, en el que no suele haber trabas para la inscripción de los hijos con nombres exóticos, Verónica cuenta que debió pedir permiso al INAI para poder llamar a su hijo Kalfuñam, que en lengua mapuche significa Aguila Azul.
Como puede suponerse, la integración entre la comunidad mapuche y el resto de los habitantes de Los Toldos no ha sido la mejor. Verónica cuenta que, históricamente hubo una clara diferenciación entre ambos grupos. Que dentro del pueblo, al lugar en el que vive la comunidad se lo conoce, hasta el día de hoy, como "La Tribu".
Por eso es fácil comprender que ella, que creció en el pueblo hasta que se mudó con su familia a Lincoln, haya vivido buena parte de su vida completamente disociada de sus raíces indígenas. "Desde chico te marcan que sos diferente, te hacen sentir salvaje. Entonces crecés con el mandato implícito de no decir que sos indígena. Durante mi infancia no había organizaciones mapuches que trabajaran para reinvidicar su identidad. Nadie me lo había pedido, pero el que mis abuelos fueran mapuches era algo que yo no contaba. De eso no se hablaba", recuerda.
No fue la única. El número de habitantes mapuches de Los Toldos es, al día de hoy, un enigma. No todas las personas con raíces indígenas son capaces de asumirse como tales cuando el contexto hacia ellas es tan hostil. De hecho, Verónica recién pudo abrazar su identidad a los 26 años, cuando estudiaba Ciencias Políticas en La Plata. Ahí comprendió que había vivido con una parte de su identidad no asumida, enmascarada.
"Viví una vida de niña de clase media en la que sabía que no podía hablar de ciertos temas, en donde no podía contar que mis abuelos vivían en La Tribu. Por eso a mí me conmueve tanto escuchar los relatos de los hijos de desaparecidos. Yo siento que viví toda una vida que no era propia. Cuando te das cuenta, te querés matar. Tuve que empezar terapia porque empecé a preguntarme si todo en mi vida -mis elecciones, mis afectos, mis amigos- era verdadero", asegura.
Luego de vivir 14 años en Buenos Aires, regresó a Los Toldos. Allí vive hoy con su hijo Calfu. "Llegó un punto en que me di cuenta de que, para poder vivir mi espiritualidad, tenía que volver al territorio, no podía hacer mis ceremonias en el balcón. En la espiritualidad mapuche no hay dogma, se vivencia con el territorio, en diálogo con las fuerzas de la naturaleza, con sus elementos. Te hace entrar en relación con lo que hay en el territorio", explica.
Con un doctorado en Salud Colectiva en proceso ("que ya sé que no voy a poder defender en lengua mapuche como me hubiera gustado, porque ninguna universidad nacional lo permite", acota), Verónica es parte del Tejido de Profesionales Indígenas, organización que está integrada por personas de 19 pueblos y que hablan 9 lenguas diferentes. Según explica, son profesionales que buscan el diálogo entre saberes entre el mundo cientificista y el mundo ancentral para que se traduzca en políticas públicas.
"Que en el INAI se nombren funcionarios sin el consenso de las organizaciones indígenas es un síntoma de no haber entendido nuestros reclamos. Es una especie de dictadura hacia su interior en el que unos pocos deciden políticas para toda la comunidad" sostiene.
De cara al próximo censo, Verónica espera que aporte una cifra certera de la población indígena en el país. "Si no sabemos cuántos somos y en qué estado nos encontramos no podemos generar políticas públicas sobre lo que no conocemos. En la plantilla censal no se reconoce la lengua indígena, por ejemplo. Hay un retraso en la medición e incorporación de la variable étnica en las políticas públicas. Hoy en día, por ejemplo, no se sabe cuántos indígenas murieron por COVID", concluye.