La sequía extrema afectó los ríos subterráneos de los que miles de hogares sin servicio de red obtienen agua; muchas familias deben comprar agua envasada o hacer perforaciones más profundas que llegan a costar 400 mil pesos; en los barrios populares, casi nueve de cada diez habitantes no tienen acceso al agua segura
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La frase se escucha en los pasillos, en los merenderos y hasta en la iglesia: “Se me secó el pozo”. Cerca de la autopista y rodeado de countries, en el Barrio Salas, de Pilar, las 2000 familias que viven ahí no tienen agua de red. Por eso, hicieron perforaciones subterráneas para sacar agua de pozo. Pero la sequía extrema que arrasa nuestro país desde hace meses secó muchas de esas perforaciones y las de miles de vecinos en todo el Conurbano.
En los últimos meses, el problema alcanzó niveles dramáticos en el Barrio Salas. Los vecinos estiman que cerca de medio barrio lo padece. Afecta, especialmente, a quienes tienen pozos superficiales, de hasta 30 metros de profundidad. Todos cuentan lo mismo: un día se encontraron con que donde, al bombear, antes salía un chorro potente y sostenido, ahora sale, de a ratos, apenas un hilo de agua.
Eso le pasó a Teresa Gómez, una mujer de 54 años que es maquilladora profesional. Sus problemas empezaron el invierno pasado pero ni ella entendía el por qué. Con su marido, creyeron que era falta de presión, así que bajaron el tanque que tenían en el techo y lo pusieron al ras del piso. Pero, al conectar la bomba de extracción, el agua salía por 10 segundos y se cortaba. Entonces la desenchufaba, esperaba un rato y volvía a enchufarla por sacar agua por otros 10 segundos. Así todo el día. “Tenía un banquito al lado del tanque. Me sentaba, pegaba la oreja al tanque y cuando se cortaba el ruido del agua desenchufaba”, recuerda Teresa.
El verano sofocante convirtió en una tortura insoportable la rutina de enchufar y desenchufar, pero además la sequía hizo bajar todavía más el caudal de ese chorro. Así que tomaron la decisión de hacer un pozo más profundo. Desde hace un mes, tiene una nueva perforación que llega a 54 metros y que le salió 180.000 pesos. “Tuvimos que endeudarnos. Pedir plata prestada. Yo estoy tomando todos los eventos que me salen para devolverla. Ayer trabajé desde las 8.30 hasta las 23,30. Quiero sacarme esa deuda cuanto antes”, explica.
Ahora, la rutina de Teresa y su familia está volviendo a la normalidad. Lavar la ropa o regar las plantas dejó de ser un lujo. Sin embargo, confiesa, quedó traumatizada. “Si bien ahora tengo agua que aparenta, incluso, de mejor calidad, tengo miedo de que me vuelva a pasar. Tengo miedo de que la napa vuelva a secarse”, se sincera.
Lo cierto es que, en este barrio de casas bajas, en los que el hacinamiento de algunos pasillos alterna con viviendas de terrenos extensos, no todos pueden pagar perforaciones nuevas. El precio, por otra parte, depende del pocero. Un mes más tarde, el trabajo que le hicieron a Teresa ya cuesta 10 mil pesos más. Y hay otros poceros que llegan a cotizar perforaciones parecidas por 400 mil pesos.
Para Vanesa, una ama de casa con cinco hijas, pensar en un nuevo pozo es imposible y por eso depende de que un vecino le llene unos tanques con agua, que usa para lavar, bañarse y tomar. “Un bidón sale 1000 pesos. Cuando no tengo plata, no queda otra que tomar esa agua”, dice con resignación, aludiendo a lo que todos saben pero pocos dicen en voz alta: que el agua no es apta para el consumo humano porque está contaminada, como suele pasar con las perforaciones superficiales en terrenos en donde hay pozo ciego. En el Barrio Salas, como en tantos barrios populares, el agua de red es un sueño y el acceso a una cloaca, también.
En el mismo pasillo, en frente de Vanesa, vive Soledad, que también depende de un vecino para tener agua y aprendió a reutilizar el agua que usa su lavarropas semiautomático como descarga de su baño o para baldear. “Uno se malacostumbra a vivir así”, dice Mariela, que tiene una verdulería a pocos metros de ese pasillo, y se pasa todo el día, junto a su hijo, enchufando y desenchufando la bomba, a la pesca de pequeños chorros, como hacía Teresa.
Lo que se vive en el Salas no es un caso excepcional. En barrios de Garín, Escobar, José C. Paz y Moreno los vecinos también hablan de napas secas. En barrios como el Luján, en Florencio Varela, Lucía Bogado, vecina y referenta de la organización Techo, cuenta que todos los pozos de 30 metros de profundidad se secaron. “Estamos abasteciendo a todos los que podemos con una canilla de nuestro centro comunitario, que tiene una perforación de 80 metros de profundidad”, explica.
Fuentes de la empresa estatal AySA, encargada del suministro de agua y saneamiento en la ciudad de Buenos Aires y buena parte del Conurbano, confirman que la sequía que se vive en el país puso en jaque el suministro de agua subterránea en el Conurbano. Principalmente, el del acuífero Pampeano, el yacimiento de agua subterránea más superficial de todos. El que se encuentra al cavar apenas 30 metros.
“La falta de lluvias en el área metropolitana de Buenos Aires afecta directamente la napa y consecuentemente afecta a los sistemas de abastecimiento de agua. Al no haber agua de lluvia, el nivel de la napa desciende paulatinamente, trayendo como consecuencia directa la falta de agua en los pozos domiciliarios”, explicaron desde la empresa, exponiendo del alguna manera un problema aún mayor: la falta de agua irá en aumento a medida que se perpetúen los efectos del cambio climático. Según un estudio realizado entre 2019 y 2022 por World Weather Attribution (WWA), el aumento de las temperturas que está generando este fenómeno está intrínsecamente relacionado con la falta de disponibilidad de agua, especialmente a nivel superficial, es decir, también a nivel de las napas más cercanas, a las que accede buena parte de la población de los barrios populares.
El municipio de Pilar integra la nómina de nueve partidos que se fueron sumando a la concesión de AySA a partir de 2017. En toda el área de cobertura, algunos municipios y la Ciudad de Buenos Aires se abastecen con agua de red, en tanto que el resto de los municipios, entre ellos Pilar, lo hace con agua subterránea que la empresa obtiene de otro acuífero, el Puelche, que se ubica entre los 40 y los 80 metros de profundidad. AySA obtiene el agua y luego la distribuye.
“Desde diciembre de 2019 hasta la fecha se ejecutaron un total de 237 nuevas perforaciones. De ese número, 50 ya están operativas”, informan desde la empresa, que sugiere que quienes tengan la posibilidad, se abastezcan de agua extraída del acuífero Puelche. Al día de hoy, según informa la empresa, mientras la cobertura de agua en la concesión original llega al 86%, en los nuevos municipios el promedio asciende al 39%.
La brecha de acceso al agua sigue siendo significativa en la Argentina. Según el Informe de Coyuntura sobre Acceso e Igualdad al agua y saneamiento del Ministerio de Obras Públicas, publicado en 2021, si bien en las zonas urbanas sólo una de cada 10 personas no accede a un suministro de agua segura, en los barrios populares la cifra llega a casi nueve de cada diez personas: el 88,4%. A nivel nacional, según este informe, nueve millones de argentinos no tienen agua: el 20.1% de la población.
En 2022, un relevamiento de Condiciones Habitacionales realizado por La Poderosa y la Fundación Rosa de Luxemburgo, realizado en 23 barrios populares de todo el país, reveló que el 47% de sus habitantes debe comprar agua envasada para consumir.
En el Salas se sabe que esa agua que los vecinos extraían de sus pozos de entre 20 y 30 metros de profundidad no es apta para el consumo humano. Gabriel Fernández, un vecino de 58 años, miembro de la agrupación vecinal “Salas organizado”, cuenta que hace un tiempo mandaron a analizar una muestra y lo confirmó.
“Yo solía tener huerta y no entendía por qué las acelgas no me crecían hasta que llovía, y entonces sí pegaban un estirón. Ese informe confirmó mis sospechas”, dice el hombre, que habla en pasado de su huerta porque hace un tiempo se quedó sin agua y todo se le secó. “Lo único que resiste es una planta de albahaca y una plantita de mango que estoy cuidando como loco y riego con agua de lluvia”, explica.
En el barrio son frecuentes las diarreas y los problemas dermatológicos, asegura. También los problemas en la vesícula. “Esta agua tiene mucho sarro. Limpiás los vidrios y quedan opacos. A partir de cierta edad, empezás con piedras en la vesícula”, agrega Fernández, que hoy recibe agua de Claudia, su hermana, que vive al lado de su casa. Cuando se secó su antigua perforación de 30 metros, tuvo que hacer una de 60, para la que pidió prestado en el trabajo. Ahora que tiene agua, no solo abastece a su hermano, sino que pudo volver a tener pasto y plantas en su casa.
“Tener agua te cambia la vida. Y no tenerla, es lo peor que te puede pasar”, resume Claudia mientras su hermano asiente. Gabriel sabe que se le viene el gasto de un nuevo pozo. Un gasto imprevisto y en ascenso permanente, que marca una nueva brecha de acceso entre los que menos tienen.