Se suman comedores comunitarios a la lista de espera para recibir ayuda del Banco de Alimentos
La organización, con sede en Buenos Aires, lanzó una campaña para obtener más donaciones; advierten que seis de cada 10 personas que comen en estos espacios son niños y adolescentes
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No es la primera vez que Mariela Acevedo, de 45 años, se acerca al comedor “Niño y la Familia” de El Tala, un barrio de Francisco Solano, partido de Quilmes. Iba de chica porque tenía muchos hermanos y en su casa “la plata no alcanzaba”. De joven, pudo trabajar y la situación mejoró, así que solo se acercaba a saludar a la familia que abrió el lugar en 1994.
Hace un tiempo, Mariela tuvo que volver a retirar comida porque la economía de su hogar se empobreció. Ella está a cargo de dos hijos y un nieto. Además, hace unos meses, su hija, de 22 años y mamá de tres niños, se sumó a la lista de asistentes al comedor.
“Estoy sin trabajo y mis hijos hacen changas a la par que están terminando la secundaria, pero la plata no alcanza. Mi hija limpia casas de familia, pero se quedó sin trabajo y hace poco enviudó. Puras desgracias”, cuenta con preocupación Mariela, mientras espera retirar un recipiente con guiso de arroz con alitas que huele rico desde la vereda que da a una calle de tierra.
Adentro del comedor, Carlos y Blanca organizan los táperes de las 80 familias. Son unas 300 personas, en su mayoría niños y niñas, las que ese día pasarán por allí. Cada recipiente tiene escrito un apellido y la cantidad de raciones. Su hijo mayor termina de llenar algunas bolsas con alimentos y productos de limpieza que más tarde repartirán entre vecinos del barrio más humilde de la zona, La Matera, que se inunda con cada lluvia.
Angélica, de 87 años, le sonríe a cada persona que ingresa a buscar su ración y que la saluda con un “¡Hola abuela!”. La mujer, a sus cuarenta y pico, creó el comedor en su propia casa, donde aún vive, con su hija, su yerno y sus dos nietos mayores de edad.
“Este trabajo no es para cualquiera. Hay que tener ganas, paciencia y amor porque siempre es cuesta arriba”, cuenta Carlos y dice que Angélica es todo un ejemplo. Luego se lamenta y cuenta que este año no pudieron festejar como habrían querido el Día del Niño, como lo hicieron el año pasado, con una fiesta en la calle y una merienda. No solo porque se encarecieron los precios de los alimentos y el subsidio que reciben del Bingo de Quilmes ya no les alcanza, sino porque ante tanta urgencia no alcanzan las donaciones, ni el dinero que a veces deben poner de sus bolsillos. También porque son cada vez más las familias que se acercan.
“Hay unas 50 personas en lista de espera”, dice. Pero no todas son malas noticias. En mayo pudieron comenzar a trabajar con el Banco de Alimentos de Buenos Aires, una organización que recibe donaciones de alimentos y productos de primera línea de parte de empresas, productores agropecuarios y supermercados, y que luego distribuyen entre organizaciones sociales. “Gracias al banco pudimos sumar más porciones de comida y darle de comer a más personas, en su mayoría niños”, cuenta Carlos con entusiasmo y muestra los fideos, los bidones de puré de tomate, y más mercadería.
El Banco de Alimentos de Buenos Aires asiste en la zona del AMBA a 1181 comedores y organizaciones sociales. Esto significa que llega con su ayuda a un total de 350 mil personas, de las cuales el 65% son niños. “El año pasado, donde se asistía a unas 150 personas, hoy se asiste a 220. Y la situación es grave, porque 6 de cada 10 personas que van a esos comedores son chicos”, dice a LA NACION Fernando Uranga, director general del Banco de Alimentos, donde estiman que hay unos 180 comedores en lista de espera para recibir ayuda.
“De enero a julio de este años, 525 instituciones se postularon para empezar a articular con el Banco de Alimentos Buenos Aires”, indica.
“Del año pasado a este, entregamos un 30% más de alimentos, pero la demanda es mucho mayor y no llegamos a cubrir ese aumento”, se lamenta y señala que esta semana comenzaron una nueva campaña para convocar nuevos donantes y más voluntarios.
La situación de urgencia de las familias como la de Mariela, de los comedores y de organizaciones que ayudan a otras organizaciones, como el Banco de Alimentos, se da en un contexto de aumento de la pobreza. A fines de septiembre, el Indec difundió que la pobreza subió al 52,9% durante el primer semestre del año, que el 66% de los chicos de 14 años o menos son pobres (en el segundo semestre de 2023 el 58% estaba en esa situación) y que un 27% directamente se encuentra en la indigencia (antes era el 19%).
La razón del hambre
Ante esta crisis económica y social, es interesante analizar que más de la mitad de los chicos que van a los comedores comunitarios recibe ayuda del Estado y son mayoría los que viven una situación de inseguridad alimentaria: tres de cada 10 debieron saltearse alguna comida o redujo las porciones y cuatro pasaron hambre en el último año, según un informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina. Es decir, no alcanza. En marzo, representaban el 11% de los niños, niñas y adolescentes del país.
“En las situaciones de pobreza, lo primero que hacen los hogares es restringir la calidad de los alimentos y son las mujeres adultas las que bajan la cantidad de sus ingestas diarias, para luego ser los hombres adultos y finalmente los niños los que dejan de comer. Es entonces que se habla de inseguridad alimentaria severa, cuando los padres afirman que los chicos pasan hambre”, explicaba hace unos meses a este medio Ianina Tuñón, una de las investigadoras que elaboró el informe junto a Matías Maljar.
En diciembre, la cartera de Capital Humano liderado por Sandra Pettovello decidió auditar el sistema de comedores para eliminar a los “intermediarios”, en alusión a las organizaciones sociales. Así, se cambió el sistema de asignación de fondos, lo que aún está en proceso. Esto ocasionó el cierre de cientos de comedores en el país porque se cortó la asistencia de alimentos. Más adelante, se reactivó la distribución de la mercadería en manos del Gobierno a través de organizaciones religiosas.
Pasados meses de esa medida, desde esa cartera afirmaron a LA NACION que hoy “se asiste a un total de 4.325 comedores y merenderos, de los cuales 1.358 pertenecen al AMBA”. Ante la pregunta de si el relevamiento del Registro Nacional de Comedores terminó, contestaron que aún continúa. En concordancia con la política que plantearon de eliminar intermediarios, indicaron que a los que han sido ratificados se le da una tarjeta prepaga para que puedan comprar ellos mismos de acuerdo a la cantidad de personas que asisten. Se les da lo que equivale a una canasta alimentaria básica de alimentos. Ese programa dinámica fue instaurada a través del programa Alimentar comunidad. “Preferimos no dar alimentos, que los comedores compren lo que necesiten y que las personas coman en sus casas, no en esos lugares”, explicaron.
En la puerta del comedor de Quilmes, que abre los lunes, miércoles y viernes, una mujer de 21 años con un bebé en brazos y dos niños que la siguen a la par, pregunta si ya hay cupo. Es hija de una de las personas que retira comida. La joven vive a 10 cuadras de allí, en el barrio La Matera. Si bien le aseguran que aún no, le piden que pase más tarde, después de que se reparta la comida, que van a ver cómo la ayudan.
Carlos explica que hay más demanda por un combo de situaciones: “Mucha gente se quedó sin trabajo este año, cerraron muchos comedores y otros bajaron los cupos por falta de mercadería, como a principio de año cuando Cáritas no entregaba nada”.
Desde Banco de Alimentos de Buenos Aires, Uranga explica que las medidas del Gobierno “impactaron en un aumento de la demanda de alimentos desde las organizaciones” y que también ese incremento se explica “por la situación económica y el aumento de la pobreza”.
“Si la economía se empieza a reactivar, las empresas empiezan a dar trabajo y entonces baja la demanda de alimentos. Por eso, en estos contextos, nuestro objetivo es destacar la solidaridad que está en el ADN de los argentinos. Nuestro objetivo es reducir el hambre, mejorar la nutrición y evitar el desperdicio de alimentos”, explica Uranga con conocimiento de causa, ya que la organización atravesó varias crisis desde su creación en 2001 y el año pasado entregó más de 18 millones de platos de comida, beneficiando a más de 300.000 personas, de las cuales el 65% son niños.
Cadena de esfuerzos
“Te dan hasta lo que no tienen. Yo venía al mediodía hace unos años, después de vender chipá en Lomas desde las 5 de la mañana. Buscaba una vianda para mi nene, pero Angélica no me dejaba ir sin comer algo”, dice Olga Cano, una vecina de 67 años que cobra la jubilación mínima. “Ahora mi hijo es mayor, es albañil y hace changas, pero no le alcanza. Entre mis remedios, pagar servicios y el día a día, a mí menos”, dice.
Antes de retirar su ración firma un formulario. Su táper lo había dejado en el comedor a las 10 de la mañana, como debe hacer cada familia. “Es una manera de que se comprometan”, dice Carlos que trabajó en una fábrica de plásticos y ahora está tramitando su jubilación.
Ese seguimiento que hacen en el comedor ayuda a que tengan los números de la asociación prolijos, y que sean más eficientes a la hora de comprar mercadería y recibir donaciones. Esa prolijidad es uno de los requerimientos del Banco de Alimentos, ya que deben garantizar la trazabilidad de la mercadería de las empresas e industrias del agro donantes.
Otra cosa que distingue al Banco de Alimentos y su relación con las organizaciones que ayuda es que estas últimas pagan un 5% del total de lo recibido, algo que es simbólico, pero clave en el espíritu de la organización. “Esto es una cadena de esfuerzos”, explica Uranga de manera coincidente con Carlos. “La contraprestación es el esfuerzo de cumplir con las metodologías que impone el banco y le da confianza y transparencia a las empresas que nos acompañan”.
Esa mercadería es donada porque perdió su valor comercial, por ejemplo, porque tienen mal impreso su packaging o porque hubo sobreproducción de verduras o frutas y no llegan a colocarlos en el mercado. Todos esos alimentos están en perfectas condiciones para ser consumidos y son clasificados por voluntarios y almacenados en su centro de distribución, en Benavidez. Luego, las organizaciones son las que retiran la mercadería y se deben esforzar por pagar el flete.
Carlos dice que el traslado al sur es caro, pero lo vale. Cuenta que este mes recibieron yogures del Banco de Alimentos. “Es un lujo”, dice. Es que son productos que no suelen consumir las familias por su alto costo.
Orgulloso, el hombre abre una de las heladeras industriales para mostrar lo que repartirán y comenta: “Gracias a la mercadería que adquirimos con el Banco podemos hacer stock. ¿Sabés para qué nos sirve? Esta heladera hace unos meses se descompuso y nos costó 800 mil pesos el arreglo. Ese dinero lo solemos descontar del subsidio, lo que hace que compremos menos comida. Así que ahora con la ayuda el banco, tratamos de que nunca falte stock. Se viene el calor y todavía tenemos que arreglar el grupo electrógeno que se nos quemó. Tenemos heladeras con carne, imaginate si perdemos todo esto”, describe Carlos visualizando los posibles cortes de luz programados que barajó el Gobierno para este verano.
Afuera, Mariela recibe el arroz con alitas, se suman más familias que saludan con cariño a la “abuela”, que a veces ayuda cortando las verduras. Todos agradecen con una sonrisa, que se desvanece cuando comentan algún que otro problema con Carlos y Blanca. “Que la inundación, que no hay plata para las zapatillas de los chicos”. Ellos dicen que algo se les ocurrirá, que hay que tener esperanzas ahora que reciben la ayuda del Banco de Alimentos. Después, se abrazan y sonríen cómplices, algo que dicen, estas épocas de urgencias no hay que perder.
Cómo podés colaborar
- Banco de Alimentos de Buenos Aires (CABA y conurbano): podés sumarte como voluntario, hacer una donación de dinero como particular o sumarte como empresa, ya sea a través de la donación de alimentos, productos y servicios logísticos, dinero o tiempo que se transforma en ayuda. Más información haciendo click aquí.
- Asociación El Niño y la Familia (El Tala, Quilmes): podés acercar alimentos no perecederos, donar zapatillas y ropa, así como materiales de construcción o tierra para las familias del barrio vecino, La Matera, que sufren inundaciones con cada lluvia. Podés contactarlos al 1153263662 y en asoccivninoyflia@yahoo.com.ar