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David Albornoz se levanta todas las mañanas para ir caminando a la Escuela N 850 “Leandro Yites Mendoza” de El Sauzal, en el Impenetrable Chaqueño. Tiene 11 años, va a 5to grado y esas diez cuadras a veces las comparte con sus compañeros Walter y Nelson.
"Mi sueño es poder jugar al fútbol", dice este habilidoso hincha de Boca, que juega de delantero y los fines de semana disputa algunos partidos en la liga interescolar. El resto del tiempo, se ocupa de cuidar a sus hermanos más chicos y de hacer los deberes.
Llueve. David y otros tres alumnos son los únicos que asisten a la escuela en el nivel primario, de un total de 180. El jardín funciona por la tarde y van 40 chicos. El clima es un factor determinante del presentismo escolar en estas zonas por la precariedad de los caminos.
"La mayoría de los chicos son de familias de bajos recursos. Como llovió anoche e hizo frío, los chicos no vienen a la escuela porque muchos no tienen abrigo y algunos son de lugares muy alejados. A veces tienen que ayudar a sus padres en la tareas de la casa y por eso faltan", dice Jorge Palavecino, director de primaria.
Eso sí, todos se acercan al mediodía con sus tuppers para recibir el almuerzo. En julio estuvieron tres semanas sin recibir las partidas para el comedor escolar y no pudieron dar ese servicio. Los alumnos, dejaron de ir a la escuela. "Ahí nos dimos cuenta de que los chicos vienen principalmente a comer. Aunque no haya clases nosotros siempre preparamos el almuerzo. Primero se les da a los chicos y después lo que sobra se lo llevan las familias. Algunas vienen a buscar todos los días", agrega Palavecino.
Palavecino conoce a todos los alumnos porque hace 15 años que es docente en la escuela, y hace tres meses que asumió la dirección. David es uno de los casos que más lo conmueve: "Es un chico que sufre mucho. Anda con sus hermanitos chiquitos cuidándolos y en su casa hace trabajos de grandes. Es inteligente, le va bien en la escuela, no falta. Te emociona ver a un chico así, te da ganas de seguir haciendo lo que uno hace".
Por fuera, el establecimiento parece abandonado. Muchos de los vidrios de la fachada están rotos, como también los focos de luz, la pintura de las paredes está saltada, hay manchas enormes de humedad y se ven múltiples graffitis que incitan al consumo de drogas.
"Hay algunos jóvenes que caen en el vicios como el alcohol. Hubo un tiempo en el que un grupo destruía todas las instituciones, hondeaban, había problemas de bandas y la escuela quedó en medio de todo. Y destruyeron. Ahora queremos conseguir pintura para por lo menos renovar la fachada. Recién para fin de año tenemos aprobada una partida para mejorar la escuela", agrega Palavecino.
Héctor Merino, un docente auxiliar aborigen, agrega su visión sobre el paupérrimo estado edilicio de la escuela: "A la escuela le falta mucho. Hay que renovar todo y pintarla porque hace mucho que no se toca. Lo más importante es el mobiliario como sillas, mesas y bancos. Todo el perímetro está abandonado. El gobierno está ausente. Siempre nos prometen que van a ampliar la escuela pero no pasa".
Sobre el estado edilicio de la escuela y las problemáticas de la comunidad, el Roberto Acosta, ministro de Desarrollo Social de Chaco, aseguró que "hay un plan integral en marcha que va a abordar la situación de la escuela. También estamos con un problema de adicciones en las comunidades. Y el combo pobreza y adicciones es tremendo porque genera violencia. Nosotros trabajamos sobre las causas y tratamos de capacitar a la gente para abordar este tema".
Por dentro, el paisaje también es desolador. Sólo hay movimiento en la sala de dirección y profesores, y en el aula en la que están los cuatro alumnos. La escuela tiene luz pero la presión del agua no es buena y hay días en que directamente no sale. La señal de Internet también es bastante débil.
"Ayer estaba llena la escuela. Hoy es un día atípico porque son pocos chicos y llegaron tarde. Por eso están tomando el desayuno a las 10 de la mañana recién", explica una de las docentes.
El Sauzal es una comunidad wichi en la que viven alrededor de 2000 personas y en donde el vandalismo ha hecho estragos, no solo en la escuela, sino también en los edificios municipales.
"Somos gente pobres. Lo que más hace falta son viviendas y trabajo. Tampoco tenemos agua potable ni médicos. Y es urgente poder tener un buen camino que llegue hasta Castelli porque cuando hay una persona enferma o una mujer embarazada, no llegan y mueren en el camino. Nosotros somos ancianos y casi no pudimos ir a la escuela. Por eso pedimos tener la escuela acá pero está en muy mal estado", explica Carlos Ibarra, cacique de la comunidad.
La mayoría de las familias viven en ranchos, cobran planes sociales y tienen trabajos informales en ladrillería, en la construcción, cortando madera o crían animales. Cuando los alumnos terminan la secundaria el lugar más cercano para poder estudiar docencia o para ser maestros bilingües es en Sauzalito, a 30 kilómetros.
No perder las raíces
La escuela tiene una fuerte impronta aborigen, empezando por el nombre de la escuela que lleva el nombre del primer cacique de El Sauzal. En el medio del patio ondean las tres banderas: la Argentina, la de la provincia de Chaco y la de los pueblos originarios.
Mientras toman el desayuno, Nelson y David hablan entre ellos en wichi. En la primaria, los alumnos cuentan con auxiliares docentes aborígenes (ADA) que le enseñan los contenidos en wichi. Héctor Merino, es uno de ellos y hace 20 años que está en la escuela. "Nuestra tarea es que no pierdan la costumbre de hablar en su idioma original, su cultura y sus raíces. Los chicos hablan pero entreverado, entre wichi y castellano. Hay muchas palabras originarias que los chicos no saben", dice Merino.
Los ADA funcionan como traductor de todas las materias que tienen los alumnos y también cuentan con horas de clases de lengua materna y cultura. "Estamos peleando para que nos den un espacio en la secundaria y en los adultos", reclama.
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