Un primo abusó de ella desde los 5 años y es uno de los prófugos más buscados: “Si no lo encuentran antes de septiembre, la condena prescribe y podrá moverse con libertad”
Antonella Cardozo está ante una cuenta regresiva indignante; Maximiliano Espinillo, 10 años mayor que ella, fue condenado a 5 años y medio de cárcel por abuso agravado y corrupción de menores, pero se escapó apenas conoció el fallo; si no lo atrapan este año, no tendrá que cumplir la pena
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Cuando supo que la condena a su abusador había quedado firme, Antonella Cardozo sintió que el mundo era un poquito mejor. Habían pasado casi 10 años desde que había denunciado a Maximiliano Espinillo, el primo de su mamá, por el horror que le había hecho vivir entre los 5 y los 12 años. Pero ahora él estaba a un paso de ir a la cárcel y ella, a un paso de la liberación. A un paso de sentir que la Justicia estaba, por fin, de su lado.
Sin embargo, el alivio duró poco. Antes de que la Policía pudiera notificarlo, Espinillo se volvió invisible, un prófugo de la Justicia. En la Fiscalía que llevaba su causa le garantizaron que moverían cielo y tierra para encontrarlo. Pero ella, quizás porque sufrir se le había hecho una costumbre, prefirió prepararse para lo peor. “¿Qué es lo peor que podría pasar?”, preguntó.
Lo que le respondieron no aparecía ni como posibilidad en sus pesadillas. El peor escenario posible era que Espinillo permaneciera escondido durante los cinco años y medio de cárcel con los que lo habían condenado por abuso agravado y corrupción de menores. En ese caso, y tal como establece el Código Penal, la condena prescribiría sin que el detalle de que él estuviera prófugo modificara las cosas. Y una vez que prescribiera, él podría ir por la vida sin rendir ningún tipo de cuentas por lo que le había hecho. “Pero quedate tranquila, eso no va a pasar. Seguro lo vamos a encontrar antes. Es muy difícil permanecer prófugo tanto tiempo”, le aseguraron.
Mientras escuchaba esas palabras, Antonella sacaba cálculos: si la pena había quedado firme en marzo de 2018, el peor escenario se cumpliría en septiembre de 2023. “Falta un montón”, se dijo en aquel momento para tranquilizarse.
Pero acaba de comenzar el año 2023 y su abusador sigue en la nómina de prófugos de nuestro país. Espinillo no aparece y la cuenta regresiva acerca el peor escenario. “Tengo miedo de que llegue septiembre y que no sólo no vaya preso por todo lo que me hizo, sino que quiera vengarse. También tengo miedo de mi misma, de cómo podría impactarme psicológicamente si eso pasa”, reconoce esta mujer de 30 años, con la voz entrecortada, tratando de contener las lágrimas, mientras conversa con LA NACION.
El abusador: un primo 10 años mayor que ella
Si de acuerdo con las cifras del Ministerio Público Tutelar de CABA, publicadas en 2021, el 80% de los casos de violencia y/o abuso contra niñas, niños y adolescentes ocurre en el ámbito intrafamiliar, el caso de Antonella está dentro de ese 80%. Espinillo es diez años mayor que ella y primo hermano de su mamá. “Cuando yo era chica, con mi mamá y mi papá vivíamos en lo de mis abuelos maternos, en una casa enorme, tipo chorizo, en el barrio porteño de Constitución. Esta persona era muy querida por mis abuelos y por mi mamá, así que tenía las llaves de casa y pasaba mucho tiempo con nosotros”, recuerda.
Cuando Antonella tenía cinco años, sus días se repartían entre el jardín de infantes y los juegos en casa, mientras todos los adultos de su entorno trabajaban: su papá y sus abuelos, fuera de su casa, y su mamá, dando clases particulares a los alumnos del barrio en el comedor de su casa. “Él empezó a buscar esos momentos en los que yo me encontraba indefensa y lejos de la mirada o la escucha de alguno de mis papás. A jugar conmigo, sobre todo cuando yo estaba lejos de mi mamá, en el fondo de la casa, o en la terraza”, relata.
Un día, uno de esos juegos se convirtió en otra cosa. Antonella no entendía bien, pero sabía que eso estaba mal. Que no le gustaba. Que no quería eso que su primo le estaba haciendo bajo el pretexto de “jugar al doctor”.
A esa primera vez le siguieron otras en donde la manera de actuar de Espinillo era siempre la misma: aprovecharse de su inocencia y de su indefensión. La segunda vez, recuerda, fue cuando su mamá estaba internada porque había nacido su hermanita y su papá se estaba bañando.
“Me empezó a generar rechazo y mucho fastidio estar cerca suyo. Me empezó a dar miedo quedarme sola, por temor a que él apareciera. Siempre trataba de que hubiera gente, pero él era más grande que yo y sabía cómo acorrarlarme”, explica Antonella mientras gesticula con sus manos. En una de sus muñecas se lee, tatuada, la palabra “Resistencia”, mientras, desde la cara interna del brazo, se asoman algunas cicatrices del tiempo en que se autolesionaba, tras caer en una profunda depresión durante su adolescencia. “A veces bromeo con que me voy a hacer un tatuaje para taparlas”, dice con el gesto propio de quien conoció el infierno y sobrevivió para contarlo.
A la par de los tocamientos y las otras vejaciones comenzaron, también, las manipulaciones. El hacerle sentir que lo que pasaba era su culpa y que, si contaba, nadie iba a creerle. Cada nuevo episodio era, también, una estocada mortal a su autoestima. “Con el tiempo fui sintiendo que no valía nada. Tuve miedo de que mis papás le creyeran a él”, reconoce.
“Sentí que protegía a mi hermanita”
También empezó a sentir miedo por Flor, su hermanita, cinco años menor. “Me daba pánico que quisiera hacerle a ella lo mismo que me hacía a mí. Así que, a partir de cierto momento, sentí que mi cuerpo era una especie de escudo para que no llegara a ella”, se emociona.
Recién a los 9 años, y cuando Espinillo ya tenía 18 o 19 años, pudo empezar a poner algo de su calvario en palabras. Fue cuando se lo contó a su mejor amiga de entonces y su mejor amiga de hoy. “Nos estábamos peleando por una pavada y yo lloraba. Y ahí, en medio del llanto, salió. Le conté, con crudeza, las cosas que él me hacía. Desde entonces, cada vez que volvía a pasar, yo le contaba. Éramos muy compinches, ella solía venir muy seguido a mi casa y se quedaba a dormir. Una vez, incluso, este tipo nos hizo ver pornografía a las dos. Tendríamos 10 u 11 años”, relata.
Fue por aquella época que Antonella empezó a notar que, con su crecimiento, los abusos empezaban a ser más violentos. Que había cada vez más violencia por parte de él ante su resistencia. “Empecé a preguntarme hasta dónde sería capaz de llegar y tuve miedo. Yo estaba pasando de la primaria a la secundaria, me sentía más grande. Y se me empezó a hacer insoportable cada vez que alguien me preguntaba, por ejemplo, si ya había tenido mi primer beso con alguien cuando, en secreto, yo estaba lidiando con situaciones muchísimo más densas”, agrega.
Todo eso junto empezó a agobiarla de tal manera que, una tarde, lo encaró. El no sabía que su amiga estaba escondida, escuchando todo. La pregunta que le hizo Antonella fue muy concreta: “¿Por qué me cagaste la vida?”. Espinillo, recuerda ella, minimizó la situación. “Me dijo que todas esas situaciones eran re comunes. Que, de hecho, él sabía del hijo de un amigo, que las había pasado. Pero minimizándolas por completo”, asegura.
El apoyo de sus padres, clave para hacer la denuncia
Antonella empezó a llorar desconsoladamente. Tanto, que Espinillo se fue de inmediato. Su mamá se acercó, le pidió a la Gringa que las esperara en el comedor y llevó a su hija a su cuarto. “Tu primo me violó”, le dijo Antonella. Si bien no recuerda con exactitud qué pasó después, sabe que su mamá no dudó de su palabra ni un segundo. “Esto tiene que haber pasado un sábado, porque mi papá estaba en casa. Hubo que frenarlo porque su reacción instintiva fue salir a buscarlo y las cosas no hubieran terminado bien”, reconoce.
El apoyo de sus padres y sus abuelos fue inmediato. Al igual que el de su tía, hermana de su mamá. No pasó lo mismo con el resto de la familia. En los años siguientes quedó en claro que el todos los demás –primos y tíos abuelos que habían sido, históricamente, parte de su núcleo familiar– le creyeron a Espinillo, quien siempre negó las acusaciones de Antonella. Aseguraba que lo suyo era despecho porque estaba enamorada de él. La falta de apoyo, las mentiras y las calumnias que empezaron a circular en esa otra parte de su familia la quebraron psicológicamente.
“Al principio, después de hablar y de que él desapareciera de mi vida, creí que todo iba a estar mejor. Les prometí a mis papás que iba a estar bien. Pero la situación me superó”, se lamenta. Por aquellos años, tuvo varios intentos de suicidio e internaciones psiquiátricas. Estaba por cumplir 18 cuando se sintió lo suficientemente fuerte para denunciarlo ante la Justicia.
Uno de los prófugos más buscados
Cinco años más tarde, el Tribunal le dio la razón y declaró a Espinillo autor penalmente responsable del delito de corrupción agravada por tratarse de una menor de 13 años y de abuso sexual agravado. La sentencia fue confirmada, tres años más tarde, por la Cámara de Casación, que fijó una condena de prisión de cinco años y medio. Pero Espinillo no pasó ni cinco minutos demorado en una comisaría por lo que hizo. El Tribunal le había permitido pasar todo el proceso en libertad porque, a pesar de los reclamos de Antonella, entendía que no había peligro de fuga.
“Es uno de los prófugos más buscados del país. Transcurrió todo el proceso en libertad y se profuga poco antes de que la condena quede firme”, informaron desde la Secretaría de Capturas de Prófugos (Secap), organismo dependiente de la Unidad Fiscal Especializada en Investigación Criminal Compleja (Ufecri), conducida por José María Campagnoli, que interviene en el caso desde hace cerca de dos años. En la actualidad, no existe una cifra oficial sobre la cantidad de prófugos de la Justicia en nuestro país. Mientras algunas fuentes estiman unos 45.000, otras creen que la cifra puede rondar algo más de los 20.000.
Cuando la Ufecri comenzó a intervenir, Antonella lo sintió una buena noticia. Pero el entusiasmo se fue apagando. “La Secretaría necesita la autorización del Tribunal para actuar. No lo hace de oficio. Eso hace que todo sea lento y el tiempo sigue corriendo”, se desespera. Es el Código Penal el instrumento que determina cuándo prescribe la condena por determinado delito. Y, en su artículo 65 especifica que una pena de prisión temporal prescribe en un tiempo igual al de la condena. Diferentes especialistas en derecho penal consultados coincidieron en que la norma se aplica de la misma manera en los casos en los que el autor del delito esté prófugo.
Actualmente, y desde mayo de 2019, hay una recompensa destinada a quien aporte datos que sirvan para capturar a Espinillo. Ese mismo año, “se dio intervención al Comando Unificado de Recaptura de Evadidos (CUFRE), quien asignó la investigación a la División Búsqueda de Prófugos de la Policía Federal Argentina. El 4 julio de 2022, luego de que la víctima se reuniera con la Secretaría de Seguridad en el marco del Programa de Vinculación con los Colectivos de Víctimas (PROCOV), se aumentó el monto de la recompensa a $3.000.000″, detallaron fuentes del Ministerio de Seguridad.
En paralelo, Antonella comenzó a hacer públicos el calvario de su infancia y su lucha para que la Justicia encuentre a su abusador. Ponerlo en palabras le permitió conectarse con otras organizaciones que le brindaron mucha contención. También la enfrentaron con los prejuicios que todavía persisten en torno del abuso y todo el proceso que significa hacer una denuncia.
“Me he encontrado con frases hirientes, del tipo ‘¿y su mamá dónde estaba?’, ideas que no hacen más que profundizar la culpa. También recibí comentarios que ponían en duda lo que me pasó por el tiempo transcurrido entre los abusos y mi denuncia. No sé por qué la gente piensa que si denuncias 10 años más tarde, es porque es mentira. Creo que piensan de ese modo porque no toman dimensión de lo que implica pasar por algo así, que te marca, ¿viste?”, reflexiona.
–¿Qué les dirías a esas personas?
–Les diría que es un proceso interno complejo el que hay que atravesar para animarse a denunciar un abuso. No es sólo decirlo. Después hay que hacerle frente todo lo que desencadena. No existe un tiempo para hablar, para mí se da cuando sentimos que estamos listos.
–¿Qué consejo le darías a alguien que está pasando por algo parecido a lo tuyo y ve lo difícil que te está resultando obtener Justicia?
–Que hable. Que denuncie. Que siempre es mejor todo esto a no contarlo. Que trate de sostenerse en las personas en las que nos creen, y aunque nos quieran convencer de que nadie nos va a creer, siempre habrá alguien que nos escuche, no es fácil pero para mí es peor no contarlo. Que arme redes que la contengan. Y que, de animarse a hacerlo, estaría dando un paso muy importante por ella y por todos.
Aunque no descarta ninguna posibilidad con respecto al paradero de Espinillo, su instinto le dice que está escondido dentro del país. “Imagino que puede estar más gordo que en la foto que suele difundirse de él. Pero más allá de cuánto pese, tiene tatuados las iniciales de Independiente en el pecho, una leyenda en el brazo izquierdo y un rosario en el derecho”, describe.
A partir de todo lo que le tocó vivir, Antonella decidió estudiar Derecho. Está en pareja y tiene una hija de 5 años. La misma edad que tenía ella cuando todo el calvario comenzó. La asociación, asegura, es inevitable.
“Mi hija es mi gran motor. No es fácil todo lo que implica una denuncia de abuso, hay mucha burocracia que te va revictimizando. Y para colmo, esta persona no aparece. Es todo muy desalentador por momentos. Pero quiero, el día de mañana, poder mirar a mi hija y decirle: ‘te juro que luché para que vos pudieras crecer en una sociedad un poco mejor’. Eso es lo que me da fuerzas para no tirar la toalla”, se sincera esta mujer que no se siente cómoda autodefiniéndose como víctima. “Prefiero pensarme como sobreviviente. Eso también me da fuerzas para seguir”.
Más información:
- Si creés tener datos que contribuyan a la captura de Maximiliano José Espinillo, podés llamar al 134