La docente tucumana que se preocupó por la salud de los alumnos
Un grupo de cuatro estudiantes secundarios irrumpen en una clase de una escuela del paraje rural Ranchillos Viejos, en el este de Tucumán. Llevan un bidón de agua sin fondo, algodón, arena, piedras, mapas de la provincia y cartulinas. Ante la atenta mirada de los chicos, se disponen a armar un filtro de agua casero y alertarlos sobre los efectos nocivo del arsénico que consumen diariamente.
Esta escena se repite regularmente en esta y otras escuelas de la zona, gracias al proyecto educativo "Un enemigo invisible" de la escuela secundaria Bernabé Aráoz, que fue impulsado por la profesora Fernanda Galero. Por su impacto positivo, la iniciativa la convirtió en una de las finalistas de Maestros Argentinos, una convocatoria del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, que reconoció por primera vez a docentes del nivel medio que con sus proyectos logran mejoras en el aprendizaje de los estudiantes.
El proyecto se convirtió en un método innovador para investigar con los chicos y poner en práctica conocimientos de diferentes materias al crear un purificador de agua casero y, luego, se transformó en una herramienta para hablar en escuelas rurales sobre la contaminación del agua con arsénico y sus efectos nocivos para la salud. Además, son los propios alumnos los que explican cómo purificar el agua a través de este filtro y pasteurizador, que enseñan a fabricar de manera sencilla y económica.
"Como docente es muy inspirador ver cómo los chicos asumen el rol de educadores solidarios, ayudando a sus pares y visibilizando una problemática muy grave que prácticamente se desconoce", cuenta Galero, quien el año pasado recibió también el premio Comunidad a la Educación de Fundación LA NACION.
El proyecto tuvo dos etapas de preparación: la primera, en 2017, cuando la docente logró con éxito construir un pasteurizador casero a base de energía solar junto a sus alumnos. Usando una caja de madera, papel aluminio, pintura negra, una tapa de vidrio y aprovechando los rayos del sol, lograron pasteurizar hasta cuatro litros de agua en menos de tres horas.
La segunda etapa se dio cuando, conversando con sus colegas del Bernabé Aráoz, el docente Diego Lucero, que también daba clases en una escuela a 75 kilómetros de San Miguel, le comentó sobre el marcado problema que tienen con el arsénico en el agua, principalmente, porque se toma mucha agua de pozo.
El arsénico es un metaloide de origen natural presente en la corteza terrestre y que contamina tanto el agua subterránea como las aguas superficiales y que, de consumirse por más de 10 años, puede ser llegar a ser muy nocivo, derivando en problemas gastrointestinales, diabetes, bronquitis crónica, verrugas, daños en la piel y hasta cáncer, según el Centro de Ingeniería en Medioambiente del ITBA. Galero afirma que estas enfermedades están muy presentes en el este de Tucumán, donde el nivel de arsénico en el agua oscila entre los 10 a 50 microgramos por litro. Si bien este número se adecua a los parámetros del Código Alimentario Nacional, supera el valor determinado estrictamente hace 10 años por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de un máximo de 10 microgramos por litro.
El desafío para Fernanda y sus alumnos era encontrar una forma de limpiar las impurezas sólidas del agua de forma fácil, efectiva y económica para que los alumnos de las instituciones rurales de la región lo pudiesen aplicar en sus casas. Luego de mucha investigación, lograron dar con un filtro casero que, en cierta forma, emula lo que sucede en la naturaleza, donde el agua se purifica de forma natural al pasar por distintos tipos de materiales.
Con este el filtro casero (hecho con el envase de un bidón rellenado con algodón, piedras, grava, carbón activado, arena gruesa y fina) y el pasteurizador, lograron que en algunas zonas el nivel de arsénico bajara hasta 2,5 microgramos por litro. "Con un método casero y barato, logramos hacer de un agua contaminada, un agua prácticamente pura y que no representa ningún peligro para la salud. Habíamos logrado lo que buscábamos", sostiene la docente.
Desde entonces y durante todo el año escolar, realizaron visitas a las escuelas rurales y, para que la comunicación fuese más efectiva, decidieron que fuesen los propios alumnos de cuarto año los que dieran las charlas a sus pares. "No queríamos que los chicos viesen la presentación como una clase más, sino que queríamos llamar su atención haciendo algo diferente", aclara Fernanda.
Fernanda remarca que el cambio que generó el proyecto en sus alumnos no pasa solamente por lo académico, sino que logró unir al grupo y que adquieran valores como la empatía y el compañerismo. "Hay algunos que me dijeron que gracias al proyecto se quieren dedicar a la docencia. Eso es un orgullo enorme para mí", concluye la profesora.