Eugenia (29), Leo y Juana vivían en una casa con la economía ajustada pero en la que los chicos jugaban a la Play, miraban Netflix e iban al cine; hace unos meses, ella no soportó más las agresiones de su novio; sin red familiar, llegaron a dormir en un banco de cemento de Avenida de Mayo; un empleo y una escuela de doble jornada para los chicos los sacaría de esta situación
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A Eugenia Landriel se le mezclan los recuerdos mientras camina por la Plaza de los dos Congresos. La invade una ráfaga de dudas y se angustia. ¿Pasaron cuatro o cinco meses desde que ella y sus hijos aprendieron por la fuerza cómo es dormir en la calle?
Por un instante, duda hasta del lugar. “Leo, ¿fue por acá que pasamos la noche?”, le pregunta desesperada a su hijo de 12.
Leo la agarra de los hombros y la tranquiliza. Es un poco más alto que ella. “Fue allá”, responde, señalando en dirección a Avenida de Mayo y sigue caminando. Recuerda que había un banco de cemento y, enfrente, un hotel.
Antes de llegar al cruce con San José, Leo vuelve a extender el brazo. “Ahí”, afirma seguro y señala el banco gris y, enfrente, el hotel.
-¡Qué memoria! -dice esta cronista.
-Un día así no se te olvida más- reconoce Leo con algo de resignación.
Pasar la noche en plena Avenida de Mayo con lo que llevaban puesto y cuando el frío del otoño ya empieza a doler era una experiencia que no aparecía ni en las peores pesadillas de Eugenia, de 29 años. Ni para ella, ni para Juana (4) y Leo (12), sus hijos, acostumbrados a una vida de clase media empobrecida, pero que lograba mantener salidas al cine, películas en Netflix y juegos en Playstation.
Encontrarse ante ese desamparo absoluto parecía el peor final para el camino que Eugenia había emprendido meses atrás cuando dejó el Conurbano para encontrar una mejor vida, una vida lejos de la violencia de su pareja, el padre de su hija.
“Cuando me quise dar cuenta, estábamos en la calle”
Por un instante, la mujer se conecta con los recuerdos de la noche en que decidió irse y se angustia. No entra en detalles: “Nos fuimos con lo puesto. Pasó un tiempo hasta que logré que él me dejara sacar la ropa. Él se quedó en la casa, se quedó con todo”.
El destino inmediato fue la casa de un hermano, en donde pudo quedarse un tiempo. De ahí, se fueron a lo de una amiga de Eugenia, también unos días. Una sucesión de tragedias familiares la dejaron sin otras redes. Se le fueron cerrando las puertas. Y las oportunidades de trabajar no aparecieron. Hacía mucho que no trabajaba. “Él no quería”, cuenta. Empezó a buscar pero sin suerte. Además, era verano y los chicos no iban a la escuela. No tenía con quién dejarlos.
“Cuando me quise dar cuenta, estaba en la calle”, dice. Todavía se sorprende de cómo se puede perder todo, salvo a sus hijos.
Después de deambular por Avenida de Mayo, se dejó caer, cansada, en un banco de cemento, el que Leo ya no olvida. Desde el hotel de enfrente, les ofrecieron una manta y les permitieron llamar al 108, la línea de atención social inmediata del gobierno porteño. Pero pasaron 12 horas hasta que llegó esa asistencia, una camioneta que los llevó hasta un hogar para mujeres con hijos.
Esas 12 horas fueron suficiente para vivir una pesadilla que jamás imaginó atravesar: pasaron la noche en la calle. “Lloraba y les pedía perdón a los chicos, por hacerlos dormir en la calle”, dice dolida. No se le pasó por la cabeza “mendigar” ayuda. Pero la propia calle se ocupó de hacerla sentir en la calle: “La gente pasaba y nos daba plata. Desde un restaurant nos dieron asado. No podía creer lo que nos estaba pasando. Estaba desconsolada. Nunca me hubiera imaginado terminar así”.
Fue Leo, su hijo mayor, el que le dio fuerzas, el que le hizo darse cuenta de que había algo que no habían perdido y a lo que podían aferrarse: “No te pongas mal, mami -le dijo-. Por lo menos estamos los tres juntos”.
Después de aquella noche de pesadilla, los tres fueron reubicados en un hogar para mujeres con hijos. Tiempo después se conectó con la Fundación Cultura de Trabajo, una organización que tiene un programa de intermediación laboral para personas en situación de calle y extrema vulnerabilidad. Allí le dieron ropa, una SUBE cargada, le ayudaron a conseguir vacante en un jardín de infantes para su hija y la capacitaron para el mundo laboral.
Cómo podés ayudar a Eugenia, Juana y Leo
- Ofrecele un trabajo a Eugenia
- Ayudá a que Juana pueda ir a un jardín de doble jornada
- Colaborá para que consiga un lugar dónde vivir
- Doná dinero a Cultura de Trabajo, la organización que los está asistiendo
“Yo tuve trabajos buenos, en blanco. Trabajé de mucama en hoteles 5 estrellas y también fui camarera en una cafetería en Aeroparque. Un tiempo me dediqué a ser camarera en eventos”, enumera Eugenia y agrega que tiene el secundario completo. “Lo terminé de grande, cuando Leo era chiquito. Me hubiera gustado seguir estudiando, ser enfermera”, reconoce. Pero después, todo se complicó con el inicio de una relación de pareja con el padre de su hija.
Tuvieron que pasar nueve años para que, en su interior, algo dijera “hasta acá llegué”. Casi una década en la que, sin darse cuenta, Eugenia fue quedando acorralada. Primero, sin posibilidades de trabajar como lo venía haciendo. Después, sin redes familiares que pudieran rescatarla. Cuando quiso darse cuenta, no sabía o no tenía a quién recurrir y las opciones eran dos: aceptar los golpes, o irse y quedar completamente desamparada.
“Una termina entrando en esa relación tóxica y casi creyendo que recibe lo que se merece. Me contentaba pensando que por lo menos no era violento con los chicos. Entonces, trataba de que ellos no se dieran cuenta de la violencia que había. Quería que tuvieran una vida feliz, aunque yo estuviera triste todo el tiempo y sin ganas ni de vivir. Hasta que un día entendí que eso no era vida para nadie”, reconstruye Eugenia en diálogo con LA NACION y mientras su hijos juegan en una plaza.
“El papá de Leo murió en un accidente antes de que naciera”
Eugenia cuenta que su vida estuvo marcada por las pérdidas. “Mis papás murieron cuando yo era chica. Así que me criaron mis abuelos, que también están muertos. Toda esta situación fue desmembrando lo que quedó de mi familia. Aunque somos cinco hermanos, no tengo casi relación con ellos”, explica.
La mujer era una adolescente cuando conoció a quien sería su primer amor, el papá de Leo. “Cuando nos enteramos de que íbamos a ser papás, nos pusimos re felices. Él era unos años más grande que yo. Soñaba con que nuestro hijo fuera un varón. Pero a los tres meses de embarazo, él se mató en un accidente en moto. Después nació Leo, un ángel hasta el día de hoy”, relata.
Actualmente, Eugenia trabaja como empleada informal de limpieza durante las horas en las que los chicos están en la escuela. Los dos van a una escuela de jornada simple. Leo va a séptimo grado y Juana al jardín de infantes.
“Como en el hogar no los puedo dejar solos y no tengo a nadie que me los pueda retirar de la escuela, tengo poco margen de horas para trabajar”, se lamenta.
Por eso, Eugenia necesita que los chicos vayan a una escuela de doble jornada como paso previo necesario al sueño de tener un trabajo estable que le permita pagar clases de natación para Leo y de baile para Juana. Pero, sobre todo, para costear los gastos de alquiler de un espacio propio, para recuperar la cotidianidad familiar.
En los últimos años, aumentó notablemente la cantidad de personas que están en situación de calle. En la Ciudad de Buenos Aires, cerca de la mitad lo está por primera vez, según un estudio del Observatorio de Innovación Social de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Sus historias refutan la idea de que “quien está en la calle, es porque quiere”.
“Las razones por las que las personas quedan en la calle son muy variadas. Por ejemplo, puede ser luego de haber sido víctimas de violencia económica y física; por haber migrado y, al quedarse sin trabajo, no tener dónde vivir; por problemas familiares, o por haber padecido situaciones traumáticas que las sacaron del sistema. Lo que tiene en común la mayoría es que no tiene quien los apoye ni les brinde una oportunidad. Pero una vez que consiguen trabajo y pueden cubrir sus necesidades, surge la esperanza y la idea de un futuro”, explica Alexandra Carballo Frascá, cofundadora de la Fundación Cultura de Trabajo.
“En el hogar me están ayudando un montón, estoy super agradecida. Pero no es nuestra casa. Entonces extraño hacer cosas de la vida cotidiana, como cocinarle a los chicos sus comidas favoritas, escuchar música mientras hago otras cosas, o mirar una película a la noche. Esas cosas que una no valora hasta que las pierde:”, concluye.
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Esta historia es parte de un proyecto de la Fundación LA NACIÓN que busca visibilizar la vulnerabilidad en la que viven las personas que están en situación de calle, exponer la necesidad de reforzar las políticas públicas para atender a esta comunidad y orientar a la ciudadanía que busca comprometerse con las personas que están en esta situación.