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Zulma Leal, con 9 años, sale al patio de su casa para ocuparse de una tarea cotidiana: ir a juntar agua de la laguna para poder bañarse, cocinar, lavar la ropa y los platos. Incluso, cuando no queda más remedio, también tomarla.
Tiene una remera roja, unos short rosa y está descalza. Selecciona los bidones de cinco litros que están vacíos y los carga en un carro que fue construido para esta misión. Tiene dos ruedas grandes, la base es una especie de carrito de supermercado mediano en donde ponen los bidones, y una palanca de la que los chicos tiran para moverlo. Entran nueve bidones, por lo que llegan a cargar alrededor de 45 litros de agua.
Adán Leal tiene 7 años. Con su remera celeste gastada, short azul y sandalias celestes, empuja desde atrás el carro para ayudar a su hermana, que va guiando el camino y esquivando las ramas del monte. A su lado camina Enzo Leal, de 11 años, dándoles algunos consejos de cómo ir más rápido. "Empujalo con las dos manos", dice divertido.
El trayecto hasta la laguna lo hacen casi corriendo, porque están sin peso, y por momentos Zulma se detiene para sacarse algunas espinas de los pies. Llegan a una laguna convertida en un charco de agua porque hace mucho que no llueve. Está casi todo seco, y la parte en la que hay un poco de barro unos nueve chanchos, de diferentes tamaños, disfrutan de bañarse y tomar un poco de agua.
"El agua de la laguna está muy sucia por los chanchos que viven ahí, por el viento y el barro. Usamos esa agua para bañarnos, para lavarnos y para regar las plantas. También le ponemos una pastilla potabilizadora que nos da la monjita para poder tomarla. Se corta con un cuchillo y se mezcla con el agua", agrega Enzo.
Los Leal no tienen ni luz, ni agua ni baño. Solo cuentan con un tanque de agua en el que juntan agua de lluvia para tomar. En las épocas de sequía, nos les queda otra que usar la de la laguna. "El tanque está casi vacío ahora", explica Adán.
Zulma apoya el carrito al borde de la laguna, agarra un bidón y un cacharrito de chapa. Se acerca a un palo de madera que flota dos metros adentro de la laguna y hace equilibrio en la punta. En una mano tiene el cacharrito con el que saca el agua de la laguna y en la otra el bidón que va llenando en intervalos. Desandar el camino por el palo con el bidón de cinco litros lleno es mucho más difícil y Zulma termina por caerse en los últimos pasos, mojándose los pies.
Los bidones se llenan de un agua completamente turbia, llena de microbios y enormes riesgos para la salud de cualquier persona. Entre los tres hermanos arrastran el carrito hasta la casa. "Yo esto igual lo hago solo", dice Adán para demostrar que él también es grande. Este trayecto lo hacen una o dos veces por día para poder conseguir toda el agua que necesitan para subsistir.
Para Roberto Acosta, Ministro de Desarrollo Social de Chaco, el principal desafío en la zona de El Impenetrable es el acceso al agua, que se va a estar solucionando este año gracias al proyecto del acueducto. "Hace 5 años que estamos trabajando pero lo importante es que ahora se va a terminar. La obra tiene diferentes ramales para que lleguen las conexiones a las diferentes poblaciones. Estamos a un 2% de que se termine, y esto va a tener un gran impacto en la vida de la gente", dice el funcionario.
Los tres hermanos viven con su hermano Néstor de 15, su mamá, Miriam Leal, y su padrastro, en un ranchito precario en Las Hacheras, en el Impenetrable chaqueño.
"Los chicos llevan mi apellido porque son míos", dice Miriam, para dejar entrever que el padre no tiene mucha incidencia en su vida. Enzo cuenta que su papá se llama Julio y que vive en Miraflores. "No lo vemos hace dos años. Extraño jugar a hacer balines o gomerear con él", dice.
En total son nueve hermanos, pero los más grandes ya migraron a otros lugares en busca de trabajo. Los tres más chicos – Enzo, Zulma y Adán - van a la escuela primaria en Las Hacheras, que queda a un kilómetro. Su mamá los lleva y los trae todos los días en moto.
"No fue tanto trabajo tener tantos hijos. Yo los crié a todos por igual. Solo una de mis hijas terminó la secundaria. Quería seguir estudiando pero no pudo. Los demás dejaron todos. Otra termina 7mo este año y va a seguir la secundaria.
Para mí es importante que estudien porque así es más fácil la vida", dice Miriam, que sólo pudo hacer hasta 4to grado porque vivía en La Rinconada, a 8 kilómetros de su escuela. "A veces venía en burro o en bicicleta y después cuidaba a los chivos, los chanchos y las vacas", recuerda.
A Miriam le preocupa mucho el futuro de sus hijos porque en la zona no hay demasiadas opciones. Los hombres trabajan en el monte sacando madera, o haciendo ladrillos y carbón. Y las mujeres hacen alguna artesanía y se dedican a ser madres y amas de casa.
"Cuando sea grande quiero ser milico", dice orgulloso Adán, con tan solo 7 años. Es hincha de Boca y lo que más me gusta del colegio es jugar y estudiar las letras. Todavía no sabe leer, pero reconoce las letras y los números hasta el 10.
"Mi maestra se llama Silvana. Ella escribe en el pizarrón y yo lo copio. También nos da tarea y yo la hago solo", dice Adán, mientras muestra los lápices de colores que tiene en su cartuchera.
Su comida favorita es el arroz y le gusta ayudar en la huerta de la organización social La Higuera en la que cosechan frutas y verduras. "Ponemos la semilla, regamos y después sale la planta", cuenta. Si pudiera pedir un deseo, sería tener más juguetes como un tractor.
Miriam cobra $8000 de su pensión por madre de 7 hijos y su marido no trabaja. La casa la fueron construyendo ellos, ladrillo por ladrillo y tiene dos habitaciones. En una duermen los padres y en la otra los hermanos todos juntos.
"La vida es sufrida acá. Peor ahora que la plata no alcanza la plata. Como una la agarra, la gasta toda. Antes podía comprar la mercadería y me quedaba algo para comprarle zapatillas o ropa a los chicos", dice esta mujer que agradece que hoy en día sus hijos desayunen y almuercen en la escuela.
También tienen algunas gallinas, un par de chivos, y unos chanchos que son los que viven en la laguna. "Nosotros les damos de comer y los criamos desde que nacen. Como mamá se encariña después no los quiere comer. Para Navidad, compramos algún chancho", cuenta Zulma entre risas.
Los hermanos se hacen chistes, se divierten entre ellos y se cuidan. Cuando no están en el colegio o ayudando con las cosas de la casa (enjuagando la ropa, cocinando, buscando leña o agua), juegan al fútbol en una canchita que tienen al frente. Consta de dos arcos de madera y un piso de barro duro en el que corren en patas detrás de la pelota. "A mí también me gusta jugar con las canicas y con mis perros "Lobito" y "Kiri"", agrega Adán.
En esta vida de niños, además de la falta de agua, también existen otros peligros asociados con estar en el campo y no tener una casa de material. Por eso, los chicos juegan en el piso de tierra. "Ayer encontramos una víbora entre los juguetes. Estaba sacando un juguete y la vi metida en el medio. Salí corriendo, agarré un palo y me picoteaba porque se enojaba. Después salió disparada por la puerta", cuenta Enzo, que por momentos oficia de hermano mayor.
Lo que más ansía Miriam es poder arreglar su casa y que le hagan la conexión para poder tener luz. "Tengo el pilar y el transformador pero hace falta que la hagan bajar. Nos arreglamos con la linterna o con el teléfono y así hacemos luz de noche. Para cocinar hacemos fuego", cuenta.
Los colores preferidos de Zulma son el rojo y el blanco porque es de River y le encantan las cuentan. "En el colegio estoy aprendiendo a hacer divisiones", dice, mientras va pasando una por una las hojas de su carpeta.
Su mejor amiga del colegio se llama Ludmila y en los recreos juegan a la "cachada". "Nos tenemos que cachar entre nosotras, corriendo", explica.
A Enzo le gustaría seguir estudiando pero todavía no sabe qué. Su pasión es el fútbol y tiene una habilidad impresionante. En el picadito con sus hermanos, además de tener ventaja por ser el más grande, les gana en velocidad y en el manejo de la pelota con sus pies. Nunca se cansa de hacer goles.
"También toco la guitarra y me gusta dibujar animales", dice Enzo. Su carpeta está llena de leones, jirafas y caballos de colores. "No tuvimos prueba todavía en el colegio. La materia que más me gusta es matemáticas y escribimos muchos dictados", explica.
Cómo ayudar
Las personas que quieran ayudar a la familia Leal con alimentos no perecederos pueden comunicarse con La Higuera al 0341 621-1192.
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