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De lo que más se acuerda es del frío. No lo calmaban ni los buzos en pleno verano ni una pila de frazadas en invierno. Era un sensación física que, según recuerda hoy, “se fue extendiendo a todo mi ser”. Ese “frío existencial y constante” la acompañó a Bianca Panozzo durante las casi dos décadas que convivió con la anorexia y la bulimia. “El vínculo con la comida es apenas la punta del iceberg, el elemento expiador de algo muchísimo más denso”, subraya Bianca, de 33 años, sobre una problemática social que no distingue género, edad ni clases sociales, y que en los últimos tiempos fue tomando nuevos alcances. Considera que hay muchos mitos que siguen pesando fuerte, desde que solo afectan “a adolescentes mujeres de clase media” hasta que se vinculan a “una etapa” o un intento de “llamar la atención”.
“En ese momento me faltaba voz, la capacidad de poner en palabras lo que me pasaba. Y no pude hacerlo hasta que no dejé de sentir culpa. El estigma y la vergüenza que hay detrás de las enfermedades mentales es enorme: por eso, caes en el silencio”, dice Bianca. Agrega que “cuando la vida pende de un hilo de seda, lo que sana, lo que salva es el otro, la comunidad: el abrazo, el reconocimiento y la aceptación de tu dolor”.
Tenía 13 años cuando le diagnosticaron anorexia. No se sorprendió, sabía que algo pasaba. Pero entonces no pudo tomar conciencia de la gravedad de una enfermedad que iba “a mutar en formas insospechadas”. “Es un trastorno de tu ser íntegro, no hay un área de tu vida que no contamine. Sentía que dormía abrazada con la muerte en la cama, respirándole en la nuca. Nadie la ve, pero vos lo sabés. Eso hace que todo tu existir esté teñido de mucho miedo”, cuenta.
Que no tengan temor de acercarse, de preguntar. Que tengan el coraje de reconocer que alguien a quien quieren puede estar sufriendo, aunque duela y de miedo. Esa es la recomendación de Bianca para aquellas personas que sospechan que un familiar o amigo está atravesando un trastorno de la alimentación. “Porque por más que los temores sean esperables, quizás inevitables, el costo de no actuar –advierte–, es demasiado alto”. En todos los casos, para poder empezar a vislumbrar una salida, la red de contención es fundamental. “Estamos hablando de una enfermedad que se lleva muchas vidas. El que está pasando por esto tiene muy pocas herramientas para poder pedir ayuda. Hay que intervenir, aunque se enojen o peguen portazos”, señala.
Hace dos años que Bianca ya no tiene síntomas. Cuando mira para atrás, duele. Pero también siente orgullo. “El oro más grande de mi vida es haber salido, tener el coraje que tuve y poder hablar de esto. Pensar que mi historia puede servirle a otras personas resignifica lo que me pasó”, concluye.
Hablemos de todo
Esta entrevista forma parte de “Hablemos de todo”, una guía de Fundación La Nación que, a través de una serie de notas periodísticas, se propone profundizar en temáticas que continúan siendo tabú o difíciles de abordar, como abuso sexual en la infancia, violencia de género, educación inclusiva, bullying, trastornos de la alimentación y adicciones. Poner en palabras estas problemáticas sociales es el primer paso para visibilizarlas. El objetivo de este especial es derribar mitos y prejuicios, acercar historias inspiradoras y ofrecer un servicio brindando información útil acerca de dónde pedir asesoramiento o buscar más información.