Trastornos de ansiedad: ¿por qué son cada vez más frecuentes en los adolescentes y cómo detectarlos?
Los ataques de pánico, la ansiedad social y las fobias escolares son algunos de los diagnósticos más frecuentes; las señales a las que debemos estar alertas como padres y de qué formas podemos acompañar a los hijos ante una crisis de angustia
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Adolescentes a los que les resulta imposible entrar a la escuela o tienen una crisis de angustia en medio del aula; que evitan ir a encuentros sociales y comienzan a aislarse cada vez; o de forma repentina son abatidos por un pánico que los paraliza, manifestándolo con frases como “me voy a morir”.
Esos son solo algunos ejemplos de los casos que, cada vez más, llegan a los consultorios de psicólogos y psiquiatras infantojuveniles. Es que en los años que le siguieron a la pandemia, las consultas de adolescentes con problemáticas de salud mental se dispararon de forma alarmante. Los expertos consultados por LA NACION coinciden en que, entre los cuadros que llegan a sus consultorios, los trastornos de ansiedad se encuentran entre los más frecuentes.
Pero, ¿qué implican estos trastornos? ¿Cómo diferenciar la sensación esperable de ansiedad que un adolescente siente ante situaciones desafiantes, de una problemática que puede afectar de forma contundente su cotidianeidad? ¿A qué señales debemos estar atentos como padres y cuándo debemos buscar ayuda profesional?
Juana Poulisis, médica psiquiatra egresada de la UBA y magister en Psiconeurofarmacología de la Universidad Favaloro, aclara que tanto los adultos como los adolescentes experimentamos ansiedad en algunos momentos, como puede ser una presentación en público o dar un examen. “Podemos tener las manos transpiradas, palpitaciones o estar inquietos. Esto nos indica que el cerebro se está preparando para una situación que puede ser difícil. Ahí hablamos de la ansiedad como síntoma, que es algo normal en momentos estresantes”, explica.
Pero, seguida, agrega: “El problema, y lo vemos cada vez más en los adolescentes, es cuando la ansiedad se instala como algo que está presente todo el tiempo, que aparece de repente, los paraliza y no los deja avanzar. Es decir, cuando viven en alerta, como si todo el tiempo tuvieran que rendir un examen”.
Es allí cuando podemos estar en presencia de un trastorno de ansiedad, una denominación que incluye, entre otras, a tres problemáticas que se observaron muchísimo en las chicas y los chicos a partir de la pandemia:
- Las fobias específicas, como la escolar, es decir, el temor exacerbado de ir a clases o vincularse con profesores u otros estudiantes, por ejemplo.
- La ansiedad social, que implica el tener mucho miedo a sentirse “evaluado” o “examinado” por otras personas, avergonzado o humillado. En estos casos, los chicos evitan, por ejemplo, reunirse, comer o mantener conversaciones con quienes no tienen confianza, lo que a su vez les genera más ansiedad y miedo. “En los adolescentes es muy frecuente que les cueste hablar con autoridades, dar una charla, un examen oral o encontrarse en situaciones sociales como ir a una fiesta o un cumpleaños donde ven gente que no conocen, hay una descarga de ansiedad interna y parece que el entorno es amenazante. En realidad, tiene que ver con una sensación de poco valor, de ‘yo no voy a poder con esto’ o ‘me van a criticar’: hay todo una autodiálogo negativo que se arma en ese cuadro”, detalla Poulisis.
- Los ataques de pánico: son episodios repentinos de mucho miedo y ansiedad, que en general traen aparejada la sensación de muerte inminente. La psiquiatra sostiene que “el gatillo puede ser interno o externo. El cerebro se pone híper vigilante y el adolescente deja de pensar, se queda absolutamente paralizado, muy alerta y consciente de los síntomas físicos, con una incomodidad espantosa y un malestar muy grande”.
Sobre los motivos detrás del aumento de consultas vinculadas a estos padecimientos, Poulisis, que recientemente participó del ciclo LN+Cerca Especialistas, reflexiona: “La pandemia fue un trauma de distinta índole para cada uno. Los adolescentes de repente se quedaron sin la red social, sin sus amigos, con los que si bien estaban vinculados de forma virtual, perdieron eso de: ‘Che, ¿vamos al club?’. No tenían esas situaciones que nos relajan, que nos dan vida. De alguna manera, esto generó que se dispararan situaciones traumáticas y, frente a un trama, siempre que hay una vulnerabilidad y una posibilidad genética para esa presentación, se desarrollan algunas de estas patologías”.
Los síntomas más frecuentes
Entre los síntomas que suelen vincularse a los trastornos de ansiedad, Polusis hace énfasis en las “conductas vinculadas a la fuga, la huida o la parálisis frente a determinadas situaciones”. Por otro lado, pueden aparecer palpitaciones, la sensación de no entender dónde se está parado (el sentirse disociado), temblores en el cuerpo y dificultades para respirar (sensación de falta de aire).
Cuando hay episodios de ansiedad social, en general surgen lo que la especialista gráfica como “globitos de pensamientos distorsionados”, que son “pensamientos negativos que surgen de forma automática y condicionan la emoción y la conducta, generando huida de determinadas situaciones”. Por ejemplo, el pensar: “Todos se van a reír de mí” o “no voy a poder hacer tal o cual cosa”, “nadie se va a acercar a mí”. Esas ideas van a provocar incomodidad, tensión, nerviosismo. “Los adolescentes en muchos casos dejan de mirar a los ojos y se sienten paralizados en el habla”, dice Poulisis.
Respecto a las fobias escolares, cuenta que “hubo muchísimas consultas en el último tiempo, presentándose situaciones muy difíciles para los chicos y para los colegios, a los que muchas veces les costaba entenderlas”. En ese sentido, la psiquiatra reflexiona: “En un momento se pensaba: ‘Los chicos se acostumbraron a estar en casa y no quieren ir al colegio porque se sienten cómodos’. Pero en realidad se estaba desarrollando una patología de miedo a la escuela, que se transformaba para ellos en la percepción de algo absolutamente amenazante. Pensemos que en la pandemia había jóvenes con cierta vulnerabilidad genética, donde se sumaba la incertidumbre por las pérdidas de vida y lo económico. Por otro lado, aparecía una sensación de poca motivación con respecto a conectarse por Zoom e inclusive por tener que mirarse en ese espejo que era la pantalla, lo que también generó situaciones difíciles vinculadas a los trastornos alimentarios. Hoy vemos las consecuencias de ese tsunami que fue la pandemia”.
Recuerda el caso de una paciente que, cuando se retornó a la presencialidad, no podía ingresar al aula, ni siquiera acercarse a la institución o tener un llamado telefónico con el colegio. “Acá la escuela cumple un rol fundamental, trabajando junto al terapeuta y la familia. En ese caso, me comuniqué con uno de los profesores con el que ella se sentía más cómoda y menos amenazada. Fue de la mano de este profesor que empezamos a hacer Zoom de cinco minutos, muy gradualmente y así fue progresivamente el ingreso”.
Cómo acompañar
Acompañar a las chicas y los chicos a transitar problemáticas como los trastornos de ansiedad requiere, para Poulisis, un gran compromiso y acompañamiento por parte de sus adultos responsables, quienes juegan un rol fundamental en el proceso terapéutico. Algunas sugerencias de la especialista para contener ante situaciones de crisis, son:
- Respetar los tiempos: considera clave recordar que la recuperación implica tiempo y paciencia, y que estas problemáticas no se resuelven “de un día para el otro”. Por ejemplo, si un adolescente tiene ansiedad social, no le sugiere a los padres que lo “obliguen” a ir a eventos insistiendo con frases como “dale, tenés que ir, tenés que enfrentarlo”, sino que es importante entender que los pasos deben darse de forma progresiva.
- Contener el sufrimiento: Ante un ataque de pánico, propone recurrir a frases como: “Sé que la estás pasando re mal, vamos a buscar ayuda y estrategias para regular lo que te pasa”. Según Poulisis, “eso es lo primero que los chicos necesitan escuchar. La ansiedad es una ola que sube y después baja, y nosotros podemos hacer cosas para regularla”. Sugerirles respirar juntos o cantar una canción, también puede ayudar.
- Practicar la validación: evitar comentarios como “no es para tanto”, “estás exagerando”, “no te podés poner así por eso” o “no vale la pena estar triste”. En ese sentido, la especialista aclara: “Todas las emociones que experimente una persona son siempre válidas y tienen sentido. Cuando uno dice: ‘No te preocupes, no es nada’, tratando de ayudar, calmar o aliviar, aunque las intenciones son buenas, probablemente provoquemos el efecto contrario: hacerlos sentir equivocados y solos. A esto le llamamos invalidar: comunicarle al otro que lo que siente es incorrecto, que debería sentir distinto, que no es comprensible lo que le pasa”. Validar implica, por el contrario, “corroborar la importancia de lo que siente la otra persona y tomarlo como algo legítimo”. Es clave prestarle atención, escuchando al adolescente y mirándolo a los ojos, además de “aceptando con mente abierta” su experiencia emocional.
- Identificar las emociones y dar una respuesta empática: esto implica, muchas veces, simplemente ofrecer compañía y hablar también, como adultos, de lo que nos pasa. “¿Cómo vamos a pretender que los chicos transmitan sus emociones si nosotros como padres no lo hacemos?”, pregunta Poulisis.
- Abrir el diálogo con preguntas abiertas: hablar con el adolescente que está sufriendo es fundamental. “A veces cuando los papás ven que el hijo o la hija tiene una situación de sufrimiento, es como que se quedan paralizados, no pueden avanzar, no pueden preguntar, como si fuese una cuestión tabú, y piensan que si van a preguntar determinada cuestión, los van a alejar o se van a cerrar. Pero el tema es cómo preguntar y cómo acompañar”, subraya. Y agrega: “Tenemos que pensar cómo éramos nosotros de adolescente: no nos gustaba que nuestros padres nos den sermones, nos gustaba que se nos acerquen, que no nos juzguen. Hagamos algo parecido: si los chicos están sintiendo algo, por algo lo sienten, no los juzguemos y acompañemos, aunque podamos no estar de acuerdo”. Algo que sugiere, por ejemplo, es evitar tratar “temas difíciles” en situaciones como una comida y aprovechar para sentarnos en el piso junto a ellos en momentos de mayor relajación. “Tal vez puedo ir y decirle: ‘Hoy no tuve un día tan bueno, ¿cómo fue el tuyo? ¿Pasó algo lindo, algo que no te gustó?’. Hagamos preguntas abiertas, seamos como Sócrates, no hagamos preguntas que tengan como respuesta un sí o un no. Preguntemos de la forma en la que nos gustaría que nos pregunten a nosotros”, dice la psiquiatra.
- Ayudar a construir un “kit de herramientas” para cuando la están pasando mal: “Los adultos, con mucha más experiencia, con muchos años de haber atravesado situaciones difíciles, nos vamos haciendo nuestro propio kit de qué nos hace bien en los momentos de malestar. Los adolescentes no lo tienen. Muchas veces no fueron enseñados, fueron mal modelados o tiene una intensidad más fuerte en su forma de sentir las emociones”, señala Pulisis. Por eso, “hay muchas estrategias que se les pueden enseñar, desde la práctica del mindfulness o la respiración, que ayudan a la parte del celebro que se vincula con el freno o la regulación, a graduar las emociones fuertes y a que esa ola pueda transitarse sin tanta emocionalidad”. Ver cómo nosotros como adultos manejamos nuestras propias emociones delante de los chicos, también es clave.
- Buscar ayuda profesional: Ante la aparición de los primeros síntomas, es fundamental hacer una consulta con un especialista. Mientras antes se detecten estas problemáticas, mejor será el pronóstico.
Más información
Si necesitás más información vinculadas a otras problemáticas de salud mental, te invitamos a conocer las guías “Hablemos de todo”, donde se abordan temáticas como el suicidio, la depresión o los trastornos de la alimentación. Allí podrás encontrar información útil: desde señales de alerta, hasta dónde buscar ayuda o testimonios en primera persona.